Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

gloria steinemen
HERMANDAD (DE MUJERES) por GLORIA STEINEMEN
"Estas profundas y personales conexiones de las mujeres suelen ignorar las barreras de la edad, lo económico, la experiencia misma
del mundo, raza, cultura... esas barreras que, tanto en las sociedades masculinas como en las mixtas, parecen tan difíciles de ser superadas."
HACE mucho, mucho tiempo (tres o cuatro años atrás sentía una gran seguridad y un virtuoso placer diciendo aquellas cosas que se supone que deben decir las mujeres.
Recuerdo con pena: "Mi trabajo no interferirá en el matrimonio. Después de todo siempre puedo llevarme la máquina de escribir a casa’’. O bien: "No quiero escribir sobre la esencia de las mujeres. Quiero escribir sobre política externa’’. O: “Las familias negras fueron forzadas hacia el matriarcado; así veo por qué las mujeres negras tuvieron que dar un paso atrás y dejar que sus hombres se desarrollaran”. O bien: "Sé que ayudamos a los grupos «chicanos», que son brutos con sus mujeres, pero también sé que ésa es su cultura”. O bien: “¿Quién querrá organizar un grupo feminista? Yo no fui una organizadora, ¿lo fue usted?”. O bien (mandándome la parte): “El día que escribo sobre ideas abstractas, como el ser humano”.
Supongo que es evidente, por el tipo de exposición que realicé, que yo estaba, secretamente, nada conforme. (No estaba casada. Me estaba ganando la vida con un trabajo del cual me preocupaba, y básicamente —aunque en silencio— estaba del otro lado; había optado por el rol femenino.) Eso hizo más necesario el hecho de repetir una cierta sabiduría convencional —aunque tuviera que manejarme del modo más convencional— si eso era para evitar las penitencias reservadas por la sociedad para aquellas mujeres que no son tal como lo exige la sociedad. Así, entonces, tuve noticias del Tío Tom con astucia, lógica y humor. Y hasta llegué a creérmelo.
Si eso no era para el movimiento feminista, todavía lo estoy disimulando muy bien. Pero las ideas de este gran cambio en la visión que las mujeres tienen de si mismas son contagiosas e irresistibles. Hieren a la mujer como una revelación, es como si dejáramos una pieza oscura y pequeña para caminar hacia el sol.
Inicialmente mis descubrimientos me parecían complejos y personales. Pero el hecho es que se trataba de esas ideas que millones de mujeres ya habían formulado y que todavía estaban haciendo. Simplificadamente, fue así: primero, la mujer es un ser humano, con una leve diferencia con el hombre, quien administra considerablemente el acto de la reproducción. Compartimos los sueños, las capacidades y los sufrimientos de todos los seres humanos, pero nuestra ocasional preñez y otras diferencias visibles fueron usadas —con perversidad— y quizás más brutalmente que las diferencias raciales para marcar en nosotras una elaborada división del trabajo, que quizás en un momento pudo ser práctica, pero que ahora resulta algo cruel y falso. La división se continúa por una razón clara, consciente o no: el provecho económico del hombre en tanto grupo.
Una vez que amaneció esta realización femenina, reaccioné ante todo lo que fueran medios de divulgación. Inicialmente me quedé en lo obvio y sencillo de una idea que tiene la razón, es decir, mi propia experiencia personal: yo no entendía cómo no lo había entendido así anteriormente. Segundo —y con pena—, comprendí qué lejos estaba esa visión de la vida del sistema que nos rodeaba y qué duro sería explicarles a todos los ideas feministas (especialmente a los “duros”, no sólo a los hombres) y, mucho peor, lograr que la gente acepte un cambio tan drástico.
Pero intenté explicarlo. Dios sabe (“ella” sabe) que las mujeres lo intentan. Para poder penetrar en conciencias bloqueadas hicimos comparaciones con otros grupos encasillados dentro de roles serviles. Citamos infinitos casos y estadísticas de injusticias hasta que nos sentimos como máquinas humanas para dar información. Nos apoyamos levemente en el recurso del desdoblamiento. (Si hay algún lector masculino a quien mis planteos desde la iniciación le parecen totalmente lógicos, dejémosle sustituir “mujer” por “hombre”, o bien, “yo mismo” en lugar de “yo” en cada frase y veamos cómo se siente. "Mi trabajo no interferirá en el matrimonio... ”, “los grudos «chicanos» suelen ser brutos con los hombres...”. Usted tendrá la idea.)
Hasta usamos la lógica. Si una mujer se la pasa todo un año cuidando a un niño —por ejemplo—, se supone que ella tendrá la responsabilidad original para elevar a ese niño hacia la adultez. Según la definición masculina, eso es lógica; pero suelen sentir que el hijo es su única función, su único rol; entonces, se niegan a ser madres, de cualquier modo. ¿No sería más lógico decir que el niño tiene dos padres, ambos equitativamente responsables de su crecimiento, y que por lo tanto el padre debe compensar ese año extra pasando más de la mitad de su tiempo con ese hijo?
Ocasionalmente estas explicaciones suelen tener éxito. Por lo general tengo la sensación de que nosotras hablamos urdú y que los hombres lo hacen en pali. Después de todo, la lógica está en el ojo de quien la hace.
Con o sin pena, ambos estadios de la reacción hacia nuestro descubrimiento tuvieron una gran recompensa. Posibilitaron el surgimiento de la Hermandad.
Primero, compartimos entre nosotras la alegría del crecimiento y del
propio descubrimiento, la sensación de ver cómo caían las estructuras ante nuestros ojos. Estemos brindando a otras mujeres este nuevo conocimiento, o lo estemos recibiendo por parte de ellas, el placer de todo el contenido sigue siendo hermoso.
En el segundo estadio, cuando ya estábamos exhaustas de sacar a luz argumentos y hechos para aquellos hombres a quienes considerábamos avanzados e inteligentes, hicimos un nuevo y simple descubrimiento. Podemos compartir experiencias, hacer chistes, pintar cuadros y describir humillaciones, que para los hombres no significarán nada, pero las mujeres entienden.
Recuerdo un encuentro con un grupo de mujeres de Missouri, las cuales, como provenían en igual número de un mismo pueblo, parecían divididas entre señoras de guantes blancos y estudiantas que hablaban de “imperialismo” y “opresión”. El motivo que las reunió fue la creación de un centro para niños, y así, la reunión prometía mucho. Pero tres de las más jóvenes comenzaron a discutir entre ellas sobre un joven profesor, quien en el terreno (de la universidad) había acusado a todas aquellas mujeres, que le tenían rechazo al mimeógrafo, de estar en contra de la causa. En cuanto a la casa para niños y la libre competencia en el trabajo entre hombres y mujeres, él opinaba que eso era parte de la feminización de la masculinidad y la cultura americana.
“Se parece a mi marido”, dijo una de las señoras de guantes blancos. “Sólo quiere que cocinemos y que recolectemos de puerta en puerta fondos para su Partido Republicano.”
Las jóvenes tuvieron el suficiente sentido como para sacar el tema de allí. ¿Qué les importaba a “las botas” o a “las guantes” que todas fueran tratadas como animales o chicos? Antes de terminar estaban discutiendo sobre el mito del orgasmo vaginal y planeando para reunirse todas las semanas. “Los hombres creen que sólo somos aquello que hacemos para los hombres”, explicó una de las amas de casa. “Solamente encontrándonos con otras mujeres averiguaremos aquello que realmente somos.”
Hasta las diferencias raciales parecieron menos violentas cuando descubrimos esta Hermandad de nuestra experiencia en la vida como mujeres. En una reunión con amas de casa de color que habían organizado una cooperativa de trabajo en Alabama, una de las amas de casa, blanca me preguntó sobre el grado de conciencia de los “rap groups”, que son las unidades de base del movimiento feminista. Le expliqué, entonces, que mientras los hombres —aunque se trate de un grupo minoritario tienen la posibilidad de reunirse entre ellos todos los días, las mujeres están aisladas todo el día en su casa, aisladas unas de otras. No tenemos esquinas propias, ni bares, ni oficinas, ni territorio alguno que sea reconocido como nuestro. Los “rap groups” son los encargados de crear estos lugares libres: una ocasión para la total honestidad y soporte de nuestras hermanas.
En cuanto comencé a hablar sobre la soledad y sobre la sensación de que habría algo mal en nosotros si no estábamos conformes en ser amas de casa y madres, las lágrimas comenzaron a surgir en esta mujer aunque, claro, fue más sorpresivo para ella que para nosotras.
“El nos lo hace a las dos, querida” le dijo la mujer negra sentada a su lado, mientras le pasaba el brazo sobre el hombro. “Si se trata de tu propia cocina, o la de otro, sigue siendo lo mismo. Seguirás sin ser tratada como una persona. El trabajo de las mujeres no cuenta”.
El mitin finalizó con las amas de casa organizando un grupo de base de mujeres blancas que extraerían de sus maridos un salario para las trabajadoras domésticas, para ayudarlas a pelear por un local jerárquico: un grupo de base sin el cual las trabajadoras domésticas sentirían que su pequeña y combativa cooperativa no podría sobrevivir.
En cuanto al argumento del matriarcado, que yo misma había sostenido en días prefeministas, ahora comprendo por qué tantas mujeres negras lo entendieron como un modelo de la sociología blanca para entender lo negro, tendiendo a que ellas imiten el estilo blanco de vida. (“Si yo termino cocinando arena para los revolucionarios, no es mi revolución”, me explicaba una mujer de color de Chicago. “Hombres y mujeres negras necesitan trabajar juntos en pos de nuestra hermandad. No podemos hacer liberación para la mitad de una raza”) El hecho es que muchas mujeres se preguntan si no será que en definitiva ese criticismo que llevan a cabo no terminará siendo para mantener a la mitad de la comunidad negra a medio salario y a la mitad de su trabajo, y para atribuir a algunas mujeres negras parte de los sufrimientos de sus hombres, en vez de tender hacia el origen real: el racismo blanco. Y yo, como ellas, me hago la misma pregunta.
La pena de mirar hacia atrás, hacia años imitativos y gastados, es enorme. Tratando de escribir como hombres. Evaluando a las mujeres de acuerdo a la aceptación que tenemos por parte de los hombres: socialmente, en política, en las profesiones. Da pena escuchar cómo todavía dos mujeres grandes compiten entre sí a través del status de sus maridos como dos sirvientas cuyas identidades dependerían según la “calidad” de sus empleadores.
Y la peor enemiga de nuestra Hermandad es, justamente, esta necesidad de cariño, que nos hace poner a una bajo la otra. Las mujeres que respetan las expectativas de la sociedad, las no conformistas, con una altam justificada. “Esas no femeninas mujeres”, se dicen. “Sólo nos acarrean más problemas a nosotros”. Mujeres que son pacíficamente no conformistas, espetando que nadie se dará cuenta. Ellas están aún más alarmadas, porque tienen mucho más que perder. Y eso, también, les da más sentido.
Porque el statuo quo se protege a si mismo, castigando a todos los challengers, especialmente a aquellas mujeres que atacan lo más fundamental de la organización social: los roles sexuales; y tiene convencida a la mitad de la población de que su identidad depende del éxito en la guerra o en el trabajo, y a la otra mitad, haciendo creer que debe servir (femeninamente) siendo no pagada o subpagada. Pero parece no haber castigado dentro del club masculino, en donde lo ridículo está reservado para aquellas mujeres que se rebelan. Las jóvenes hermosas muchachas que actúan presionadas, terminan siendo controladas por los hombres. Y si triunfan sólo podrá ser sexualmente, o sea, a través del hombre. Las ancianas, o aquellas consideradas no atractivas, son dejadas de lado, porque no pueden conseguir un hombre. Toda mujer que pretenda comportarse como un verdadero ser humano debe ser advertida de que el statu quo la tratará como si se tratara de una broma pesada; ésa es su primera y natural arma. Ella necesitará de la Hermandad.
Todo eso fue dicho como advertencia, no como descubrimiento. De todos modos, hay muchas más recompensas que castigos.
En cuanto a mí misma, ahora puedo admitir el enojo y usarlo constructivamente donde antes lo había dejado sumergido para alguna explosión destructora.
Me he encontrado con mujeres valientes, que están explorando el otro extremo de las posibilidades humanas, pero sin historia ni antecedente que las guíen, con un coraje que las hace vulnerables y que encuentro detrás de las palabras que utilizo para describirlas.
Yo ya no pienso que no existo, que era mi versión de esa falta de autoestima que afecta a tantas mujeres. (Si las estructuras masculinas no eran naturales para mí, y si ellas eran las únicas alternativas, ¿cómo podría yo existir?) Esto, ahora, quiere decir que ya no me hacen falta las pautas masculinas para sentirme identificada y que ya soy menos vulnerable por los argumentos clásicos. (“Si usted no me gusta, usted no es un verdadera mujer”, dicho por un hombre que está de vuelta. “Si usted no me gusta, no es una verdadera persona, y ni se puede relacionar con otras personas”, dicho por cualquiera que cree que la leche negra es arte.)
A veces puedo relacionarme con los hombres como iguales, y entonces, allí, siento que puedo quererlos por primera vez.
Encontré políticos que no son intelectuales ni sobreactuados. Ellos son orgánicos, porque finalmente entendí por qué siempre me identificaba con grupos marginados. Yo también pertenezco a uno de ellos. Habrá una coalición de estos grupos que permitirá una sociedad tal que en ella —por lo menos— no habrá nadie nacido en segunda clase, debido a diferencias de raza o sexo.
Ya no me siento extraña por mi misma, o con un grupo de mujeres en público. Simplemente me siento bien.
Constantemente me estoy movilizando hacia el descubrimiento de que tengo hermanas.
Estoy comenzando, sólo comenzando, a averiguar quién soy realmente. ♦
Revista Extra
9/1972

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