Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Londres 1970
LONDRES 70
CONTRACULTURA EN ACECHO
En 1963 docenas de melenudos bramaron en Liverpool y poco después comenzó la arrolladora mitología del swinging Londres. Otros factores alimentaron progresivamente el frenesí extravagante de la capital británica y su imagen se proyectó a todos los puntos cardinales. No fue sólo el centro mundial del nuevo rock and roll sino que concentró múltiples desafíos relativos al sexo, la moda y la experimentación más osada de lo que algunos llaman “nueva moral’’ y otros "degeneración, la misma de siempre con distinto uniforme",
La calle Carnaby pasó a ser punto obligado, tanto de turistas adictos al ropaje psicodélico como de jóvenes de otros ámbitos ávidos “por hacer el amor y no la guerra". El alud de florales boutiques se extendió y cubrió también King’s Road y Chelsea. En una época, las lentes turísticas se enfocaban en la Abadía de Westminster y el Palacio de Buckingham. Durante los últimos siete años ampliaron su visión hacia imponentes adolescentes en minifalda y desconcertantes muchachos de medievalesca melena.
La influencia de la aristocracia y de los privilegiados del antiguo imperio retrocedió notoriamente. Ante la rebelión juvenil y la contestación estudiantil —una escalada irrefrenable— numerosas costumbres veteranas consideradas inamovibles se desplomaron en forma estrepitosa. De este modo, al concluir la década del sesenta, Londres presentaba un cuadro clínico insospechable un lustro atrás: aborto y homosexualidad legales, abolición de la censura a todo tipo de expresión artística y, como broche final, la erradicación de la pena de muerte.

Al setenta con fragor
Beatles y Rolling Stones son algunos de los estandartes del pasado y presente frenesí. Hasta el alguna vez imperturbable Michelangelo Antonioni ha sido convertido a la marihuana por sus amigos hippies ingleses y norteamericanos. Algunos letrados luchan actualmente en las cortes a fin de lograr una legislación que permita el casamiento entre homosexuales “para superar las dificultades en administrar el patrimonio y la vida en común". Una corriente de intelectuales liderada por el psiquiatra Joseph Berke alza el emblema de la “contracultura’’ e intenta crear “dentro de la vieja sociedad zonas liberadas donde pueda evolucionar libremente la idiosincrasia del futuro Ante esta ofensiva —reflejo de trasformaciones mayores a nivel nacional— el arzobispo de Westminster ha declarado: “Lo que cambió no fue la juventud sino la situación social".
Algunos observadores sostienen que la nueva situación se ciñe únicamente a núcleos minoritarios y aislados, mientras el resto de los ingleses continúa siendo un pueblo algo conservador que absorbe los hallazgos tecnológicos, científicos y de bienestar sin el matiz revolucionario que sacude a otros lugares del mundo. Pero el antiguo moralismo Victoriano no ha podido defender sus bastiones y los jóvenes actuales aprovechan todos los flancos débiles de la estructura social reinante. La llamada “nueva moral" es todavía un islote dentro de la isla, pero la velocidad con que consigue adeptos amenaza con trasformar la espuma en marejada.

Los negocios de siempre
Al margen de las motivaciones de los neomoralistas, han surgido intereses que no sólo buscan lucrar con la imagen de “libertad total”, sino que podrían distorsionar perniciosamente el clima imperante a nivel de las relaciones humanas. Varios industriales de la imagen tratan de exportar un cuadro de Londres como capital del vicio impune, lo cual traería oleadas de turistas ávidos por consumar sus postergados anhelos hedonistas. Un informe demuestra que incluso cierta prestigiosa empresa de aviación fue enredada en un turbio asunto por negociantes norteamericanos que ofrecían placenteros weekends en Londres en compañía de tiernas doncellas inglesas. La airada protesta de periodistas y políticos puso sobre aviso a los ¡nocentes ejecutivos atrapados y la campaña publicitaria en base a rebajadísimas tarifas fue anulada.
Ante quienes atacan “el repugnante frenesí" de muchos jóvenes se ha alzado insólitamente la voz del arzobispo, cardenal Heenan, que en vez de anatematizar ha dicho: “Los muchachos de hoy son generosos, y viven apasionadamente conscientes de la injusticia social y de la incapacidad de los políticos para erradicar los problemas de la guerra, el desamparo y la miseria mundiales. Nada hay de equivocado en ellos que el tiempo y la gracia de Dios no puedan curar". Desde la Universidad de Cambridge, el profesor Edward De Bono no cree que Londres se convierta en una bacanal permanente. Por el contrario, prevé que la “manía sexual imperante va a ser reemplazada por un arrollador anhelo de realizar obras sociales".
A mediados del siglo pasado hubo en Inglaterra una radical revolución evangélica y el poder político de la tradicional aristocracia latifundista pasó a manos de los industriales de la burguesía. A mediados de este siglo tuvo lugar una especie de revolución sexual protagonizada por la joven generación, simultáneamente con una paulatina madurez del sindicalismo británico. Desde el primer día del año en curso los jóvenes se aprestan a escribir otro capítulo de su emancipación política. La edad para votar fue rebajada en tres años, de 21 a 18. Las próximas elecciones demostrarán si las preferencias van hacia conservadores o laboristas. En cuanto a los grupos anarquistas de las comunas hippies de Londres, claman: “Votar es integrarse’’. Y predican la marginación en masa
La juventud inglesa actual —en especial la londinense— carece de las preocupaciones que tuvieron sus padres en relación al trabajo, la salud y la educación. Hasta los 15 años están obligados a estudiar y el nivel de vida de las familias de clase media y baja ha crecido notablemente. En el umbral de la década allí nadie duda que los próximos diez años serán domina dos por los jóvenes. La abolición de leyes seculares y la liberación total para todo lo que se vincule a la vida privada (incluso el orden moral) permiten imaginar un sinnúmero de contingencias osadas. Pero como sucede siempre en estos casos, a mayor libertad, nuevas responsabilidades. La inseguridad y la inmadurez de la década pasada no llegó a desencadena el caos. Los sociólogos optimistas consideran que predicadores como Berke serán superados por la realidad y que un nuevo orden se implantará tarde temprano. Al otro lado de la verja, los paladines de la contracultura confían en el paulatino desgaste de los “mito de la civilización occidental’’ y sueña alternativas para una sociedad “donde todo esté permitido menos el pecado de la frustración y la esclavitud”. Todos coinciden en que el cimbreante vehemente Londres del ’70 sigue siendo centro de una fascinante aventura social.
Panorama, 3 de marzo de 1970

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