Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Mayo Francés 1968
Tormenta sobre De Gaulle
Todo se inició con una violenta ofensiva de los estudiantes, quienes abrieron una brecha para que los sectores obreros y los intelectuales paralizaran al país. Se trata de un desafío a la política paternalista de De Gaulle, en el poder desde hace diez años

Hasta el miércoles 15, la rebelión que convulsionaba París y algunas ciudades provinciales tenía un nombre: Poder Estudiantil. Es cierto que las tres centrales obreras —CGT, comunista, CFDT, socialista, y Force Ouvriere, cristiana— terminaron por solidarizarse con los universitarios, y que dirigentes y parlamentarios de los partidos de izquierda, deseosos de no divorciarse de una opinión pública mayoritariamente favorable a los jóvenes en pugna, los apoyaron después de haberlos combatido agriamente. Pero nada ni nadie podía atenuar el carácter netamente estudiantil de la revuelta, a la vez idealista, “ultra” e intelectual. En la cresta de la ola estaban los jóvenes universitarios, y sólo ellos.
Por eso, Charles de Gaulle no se inmutó y siguió cimentando en Rumania su idea de una Europa unida por encima de la cortina de hierro, formada por naciones independientes que no obedecieran a ninguna super-potencia. El gabinete del primer ministro Georges Pompidou debía bastar para hallar solución al problema interno; Le Général, entre tanto, trabajaba por la grandeza de Francia en el marco europeo y mundial. Pero el día 18 a la noche De Gaulle voló a París, abreviando en 14 horas el programa de estadía en Rumania. Después de haber recibido entusiastas ovaciones en el extranjero, encontraba a Francia paralizada. La revuelta estudiantil se había convertido en una crisis política de proporciones gigantescas, la más grave que se conoció en diez años de régimen gaullista.
Mayo Francés 1968A los jóvenes universitarios en rebelión, siguieron los obreros, contagiados por el clima de protesta. No fue un movimiento programado por las centrales del trabajo, ni siquiera digitado por los sindicatos. Comenzó por la base, espontáneamente, sin método ni plan: los obreros ocuparon una fábrica, al día siguiente cinco, un día más tarde cincuenta, luego ciento, luego doscientas cincuenta, como una incontenible bola de nieve. Controlaron por igual establecimientos gigantescos de importancia clave, y pequeñas fábricas con una docena de operarios en total. Un clima de fervor llevó a empleados estatales, a artistas y profesionales, a ocupar sus lugares de trabajo y detener toda actividad. El Festival de Cannes sintió el cimbronazo de la protesta: cuatro jurados franceses y extranjeros renunciaron, varios productores franceses retiraron sus films, y hubo que clausurarlo sin otorgar premios, por primera vez en la historia del famoso certamen.
El pánico se extendió por Francia. Las amas de casa acapararon víveres y combustibles, los ahorristas se precipitaron a retirar dinero de los bancos, el franco y las acciones de bolsa bajaron. A mediados de la semana pasada los diarios no se distribuían, la basura no se recolectaba y el trasporte no funcionaba, ni siquiera los ruinosos “mateos” que han sobrevivido a los embates del progreso. El país entero se había convertido en un islote inaccesible, una fortaleza sitiada. Era imposible entrar o salir de él, a menos que se tuviera auto propio. Los ferrocarriles internacionales detenían sus vagones ante la frontera francesa, las líneas aéreas omitían París en sus escalas, las telefonistas no aceptaban llamadas a larga distancia para gran desesperación de los turistas, presos en medio de la conmoción nacional.
Las centrales obreras desbordadas por el empuje de las bases no se
atrevían a declarar la huelga general; en verdad, Francia ya vivía de hecho una huelga general más exitosa que todas las planeadas por la cúspide dirigente. Los jefes sindicales trataron de capitalizar un movimiento que había surgido sin ellos; los más exitosos en la maniobra envolvente parecían ser los comunistas. Se explica: no pretendían cambiar la sociedad y el hombre de Francia (como los sindicalistas socialistas y cristianos, arrastrados sin duda por la exigente biología estudiantil), sino que muy “materialmente” exigían mejoras laborales. Los jóvenes universitarios y su protesta se esfumaban ante la sublevación nacional, demostrando que su papel sólo puede ser el de punta de lanza de los cambios, pero no el de protagonista de los logros.
También fueron los comunistas los primeros en advertir que la hora de los políticos había llegado. Exhumaron su eterno remedio, el del Frente Popular, que había fracasado en la preguerra porque Francia estaba débil y corrompida y porque el avance nazi-fascista era arrollador, pero que hoy podía dar resultado: no hay ningún Hitler a la vista, Francia es rica y prestigiosa y las cartas de la izquierda son mejores que nunca. Sin embargo, hasta fines de la semana pasada, la propuesta de los comunistas no encontraba eco en los otros partidos de izquierda. Sólo coincidían en el designio de hacer aprobar por el Parlamento el voto de censura al gobierno, que implicaba la caída del primer ministro Pompidou. Se buscaba así “arrastrar” la renuncia del general De Gaulle, o por lo menos forzar la “flexibilización” del enérgico anciano, para que aceptase cogobernar con el Parlamento y las agrupaciones sectoriales.
Ocurre que Francia ha olvidado por qué llamó en 1958 a De Gaulle como ultimo recurso de salvación, otorgándole plenos poderes. Entonces, la guerra de Argelia desangraba el país, la inflación enfermaba su economía y los constantes cambios de gobiernos surgidos en un mar de politiquería provocaban el desaliento y la desconfianza de la ciudadanía y deterioraban la imagen nacional. Treinta mil notables, una "élite” de poder, dieron el mando del Estado a De Gaulle y, en verdad, Le Général supo sacar a Francia victoriosa del combate. Pero diez años de autoritarismo unipersonal son demasiado largos: los franceses no aceptan más la mística degaullista y el desdén con que Le Général desecha las objeciones y las críticas. Es cierto que en 1965 De Gaulle se sometió al veredicto del sufragio universal, pero, una vez electo, mantuvo la vigencia de su poder indiscutido: su gabinete está compuesto por administradores a sus órdenes, no por gobernantes.
El martes 21, el primer ministro Por eso De Gaulle podría cambiar de primer ministro sin cambiar de política. En este momento trabaja para él la enorme disparidad de las motivaciones y los reclamos de aquellos sectores nacionales que protagonizan la revuelta: las desinteligencias entre los líderes estudiantiles y los sindicalistas comunistas ya comienzan a vislumbrarse. De Gaulle sabe que los profesionales, los empleados y los obreros se mueven en esferas distintas, y que los reclamos urbanos no concuerdan con los que surgen del agro. La semana pasada se salvó por once votos de la moción de censura del Parlamento. Ahora puede especular con ser el "árbitro final” de las divergencias básicas encubiertas por la unanimidad de la protesta, mientras hace concesiones estratégicas a unos y otros: no en vano es un gran militar.
Hay una ambigüedad en la imagen política de Le Général que perturba a sus adictos: su política exterior —dictada por su nacionalismo— contraría los principios de su impopular política interior. ¿Tendrá tiempo para adecuar una imagen a los cambios que hoy Francia le reclama? Hay algo innegable: el gaullismo tal como fue durante una década no puede mantenerse por más tiempo. Le Général deberá apelar a sus más talentosos recursos políticos si pretende ganar esta batalla, la más difícil de su larga vida.
Revista Siete Días Ilustrados
28/5/1968
Mayo Francés 1968
Mayo Francés 1968

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