Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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ALFREDO MOFFAT:“La búsqueda de la barbarie” Alfredo Moffat es un argentino que trabaja en las bases, que hace trabajo de superficie. Alfredo Moffat es un argentino que trabaja en y para su país, un argentino preocupado fundamentalmente por el para qué y el para quién de su trabajo y su pensamiento. Alguna vez Alfredo Moffat fue arquitecto y llegó a trabajar en la Dirección de Urbanismo. Quizá de esa época de su vida sólo queda su excepcional calidad como fotógrafo. Porque ya hace 9 años que Alfredo Moffat no se dedica más a ese tipo de trabajos; hace ya 9 años que Moffat trabaja con el pueblo. Moffat es un hombre casi absolutamente dedicado a “lo nuestro”, al descubrimiento y valorización de “lo argentino”. Un proceso que él a veces define como “la búsqueda de la barbarie”, en oposición a la teoría sarmientina. Porque Moffat no pretende afirmar que “lo nuestro” es mejor o peor que otras manifestaciones culturales: “...tiene tanto barro encima como cualquier otra cultura. De lo que se trata, es de que sea realmente nuestra, nacional, pero esto no excluye a las demás culturas. Hay que lograr una verdadera síntesis, y en ella lo visible no debe ser —como lo fue hasta ahora— lo importado, lo que viene de afuera, sino lo nuestro”. Moffat tiene 38 años, es casado, tiene dos hijos: ‘‘Al mayor, de 4 años, le puse Luciano, y a la menor, que tiene 3 meses, Malena. Sí, y les puse esos nombres un poco por lo que representan culturalmente: lo del interior y lo suburbano, que es lo único auténtico que tenemos”. Y a veces su figura —rubio, ojos claros, pelo largo— aparece como contradictoria con sus planteos: “Ocurre que mi madre es alemana y mi padre inglés”. Moffat, que también estuvo en el Amazonas con su cámara y una mochila, que también visitó a los Estados Unidos, sus festivales y sus “mismos niveles de patología”, también analiza desde el Martín Fierro y los tangos hasta el rol de la música beat en nuestro país. En el Martín Fierro descubre que allí no se tiene en cuenta al gaucho de la “querencia”, al gaucho con estabilidad geográfica y social, sino al gaucho mal vestido y roñoso, hambriento, un gaucho que es el antecedente sociológico directo del “linyera” de hoy y de un importantísimo sector “lumpen” de nuestra población. Moffat fue uno de los descubridores de este sector de nuestro país: “Un sector que sólo fue descubierto por el país durante el peronismo; ese sector que formó una gran parte del 17 de Octubre y al que se podría definir como los marginados de los marginados, los que nunca estuvieron. Hoy, por supuesto, vuelven a no existir. Pero en cualquier momento pueden reaparecer”. Investigar “ese pedazo nuestro” era casi imposible. Moffat no encontró mejor solución que “disfrazarse” de fotógrafo ambulante: así comenzó a recorrer las villas y todo el “cinturón” de la ciudad. Descubrió formas y manifestaciones de lo nacional que difícilmente podían imaginarse y que permanecen sin ser coherentemente estudiadas y valoradas. Así, Moffat comenzó a actuar en su actual campo de trabajo: los hospitales y hospicios. “Pero eso de decir trabajo es relativo: yo me divierto muchísimo y me siento muy bien, muy libre.” Y tal como es su costumbre, trabaja en aquellos lugares a los cuales los demás suelen escaparle: los “fondos”. “Cerca de la entrada están las oficinas de dirección y administración, poco después los médicos, luego los psicólogos, después los enfermeros... recién ahí aparecen los enfermos. Pero detrás de este primer grupo de enfermos se encuentran los del fondo. Es una variante más de la marginación. Ellos están allí, pero pocos lo saben. Existen y nada más. “Trabajando en el Hospital de Lomas de Zamora me encontré por primera vez con una de las contradicciones más imponentes de mi vida. Estaba tomando mate en el fondo, entre el barro y la mugre, entre gente descalza y medio muerta de hambre. Pocas horas después fui a cenar a un «boliche» muy fino con directores del hospital y con un importantísimo enviado de la OMS: luces de colores, bandejas plateadas y esas cosas. O sea, que durante el mismo día estuve en medio de los dos extremos de la enfermedad y del desastre. Y claro, tuve que elegir.” Pero las contradicciones no sólo se dieron en el nivel personal sino también en el nivel institucional y también dentro de una de las problemáticas actuales más graves de las ciencias sociales. Hoy, Moffat trabaja en el Hospital Neuropsiquiátrico de Hombres, “en el cual, por suerte, se ha progresado. No es un hospital enquistado sino que poco a poco va avanzando, aunque es cierto que quedan algunas cosas por arreglar”. En cambio, en el Hospital Moyano —el de mujeres— las cosas no estarían del todo bien, o lo bien que lo están en el Neuropsiquiátrico, en el cual, por lo menos, “hay una mayor libertad interna”. La otra contradicción encara un problema que conflictúa sistemáticamente a los profesionales de las ciencias sociales: “...la salud y la enfermedad, ¿cómo distinguirlas?” Aquí, Moffat se encontró con que no sólo se trata de la ficha y de la individualidad del paciente, sino también de otras formas de la colonización cultural: “Una colonización que es tan grave en el llamado enfermo como en el médico”. Y así, Moffat comenzó a preocuparse por rescatar los aspectos de salud que se encuentran en los llamados enfermos mentales: “Suele pasar que se los rotula como enfermos sin ser tales, pero con esto no quiero —de ningún modo— negar la existencia de la locura. Existe. Pero ocurre que a veces es mejor hablar de marginados y colonizados, de pautas culturales que no son nuestras. Ellos, «los compañeros de adentro», no están colonizados. En ellos se encuentran pedazos de historia realmente nuestra, también nuestro folklore. En cambio, en el resto del país, suele ocurrir que somos imitadores de Europa, por lo tanto somos apenas malos europeos”. Es como si se dijera: “Ustedes nos acusan de locos. Nosotros los acusamos de colonizados”. Intuitivo en apariencia, Moffat tiene una sólida preparación intelectual. En diferentes niveles, aparece como defensor de los análisis sociológicos-culturales de Fran Fanón y como discípulo de Enrique Pichón Riviére. Y es con alumnos de su escuela (Escuela de Psicología Social) que organizó la “Peña Carlos Gardel”. Pocas veces algo provocó tantos odios (fuera del hospital) como la “Peña Carlos Gardel”. Para muchos médicos es absolutamente inaceptable que, por ejemplo, psicóticos graves escuchen un chamamé o tangos o música beat; que “enfermos” bailen en parejas o que estén rodeados de un clima de absoluta igualdad, cariño y alegría. Pese a esos médicos, pese a todas sus argumentaciones pseudocientíficas, resulta que enfermos que durante años no tuvieron contacto alguno con el resto del mundo hoy, todos los sábados, bailan y cantan en esta pequeña comunidad que se creó dentro del hospital. Moffat descubre allí que, por ejemplo: “tiene mucho más vida y mucho más salud la sonrisa de Carlos Gardel que el academisismo y los electroshocks de los médicos”. Y todos comprenden que no se trata de una obra de beneficencia ni de caridad, sino de justicia. “Los compañeros de adentro son parte del pueblo que está encerrado. Por eso nos preocupa más hacer lo posible por mejorar la vida que hacerles terapia. Lo que nos preocupa es aportar toda nuestra cuota posible de justicia”. Y todos ven que la ‘‘Peña Carlos Gardel” (que ya reúne unas 200 personas) no es una reunión de locos sino una reunión popular. Una reunión semejante a las del campo, en un ranchito, o un baile en el Gran Buenos Aires. “Este pedazo de pueblo tiene como característica estar encerrado; también está la locura. Pero, asimismo, ocurre que en el hospital se suele estar más por pobre que por loco. Por eso trabajo aquí, porque aquí hay un pedazo del pueblo, un pedazo de lo nuestro; y yo estoy con ellos”. ■ Revista Extra 09/1972 (nota MR: la transcripción del apellido es textual. Acerca de Alfredo Moffatt ver https://www.bn.gov.ar/noticias/alfredo-moffatt-1934-2023 ) |