Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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MEMORIOSOS Un amigo en todas "Siento la nostalgia de Buenos Aires”, atinó a decir Carlos Spaventa, sorprendido por Panorama en su casa de Nueva Jersey, no lejos del Estado de Nueva York, refugio norteamericano de este argentino que ha vivido para el tango y por lo general fuera del país. El casi septuagenario Carlos Spaventa, hoy retirado (“no del todo”, acota), es hermano de Francisco Pancho Spaventa, ya fallecido, el primer argentino que se largó a España a cantar tangos. No era un gran cantor pero abrió la brecha para el triunfo de Gardel, Azucena Maizani y el trío Irusta-Fugazot-Demare. Carlos emigró por primera vez en 1927, integrando el conjunto Spaventa-Scanlón-Morales, con el cual llegó a actuar en París. Después retomó el Atlántico por el norte y afincó en los Estados Unidos, donde el reencuentro con Gardel, en 1934, fue un hito que marcaría su vida con un recuerdo imborrable y que, para los latinos que viven en Nueva York y para cubanos, dominicanos, portorriqueños y colombianos, acentuaría la imagen del Zorzal, en cuyo culto se empeñó a través de notas periodísticas, shows y audiciones radiales. Alguna vez reasomó en Buenos Aires, donde actuó en Radio Sténtor, y volvió a partir. En 1962 se aventuró a la publicación del libro Carlos Gardel en la canción y el recuerdo, editado por Yepez Pottier. Surge de esas páginas un Gardel que se mezcla a la multitud en las calles, canta en los balcones, exige que se rebajen las localidades del teatro que lo presenta. Al texto, Spaventa adjuntó las letras de numerosos tangos y un diccionario lunfardo para uso de latinoamericanos no iniciados en los misterios del vocabulario canyengue. CASUALIDAD Y ALGO MAS. En 1926, Carlos Spaventa cantó a dúo con una cancionista incipiente: Libertad Lamarque. Esto fue en Buenos Aires. A Gardel, en cambio, lo conoció en España. En 1928, por casualidad, se cruzó la actuación de ambos en el Príncipe Palace de Barcelona. Se hicieron amigos. “Conocerlo —dice Spaventa— era ingresar a su amistad, si uno le correspondía”. Un lustro después se vieron en Nueva York, cuando la cúspide del divismo gardeliano. De la visita de Spaventa a los estudios metropolitanos de Paramount, resultó su figuración como actor en tres de las películas yanquis del Morocho: Cuesta abajo, El tango en Broadway, Cazadores de estrellas. Un índice de la importancia que a Gardel se le daba es, para el amigo que lo recuerda, el hecho de que Paramount lo eligiera para uno de los sketches de Cazadores de estrellas, ya que en otros refulgían las voces de Richard Tauber y Ethel Merman. De aquellas vistas ingenuas se desprenden otros recuerdos. Uno se refiere al estreno neoyorquino de Cuesta abajo, imprevistamente similar al de Luces de Buenos Aires en Madrid y en Buenos Aires. La voz carismática suscitaba el frenesí y obligaba a parar la proyección del film para repetir el canto; la película debía rebobinarse, con las consiguientes demoras. Fuera del set, entre Gardel y Spaventa ocurrían duelos de humor, hasta la madrugada, cuando aquél declinaba sus frecuentes ensimismamientos. Spaventa rememora: “Carlitos reconocía superiores mis chistes, pero enseguida venía el momento de la otra payada importante, la del canto; cantábamos ambos, desaparecía yo”. Parsimonioso y tan proclive a las anécdotas como a la sentencia, Carlos Spaventa vive en la actualidad en relativo aislamiento. Traspone los umbrales de su casa para alguna homilía tanguera o gardeliana, que no faltan en la colonia latina de los Estados Unidos. El año pasado se asomó de nuevo a una filmación: fue en la película “The Way We Are Living Now”, que también se rodó en Nueva York como aquellas, lejanas, de los comienzos del cine sonoro. En ella desafió a su edad y se volvió a la patria nunca olvidada, cantando “Ausencia”. “El trovero” y “Sanjuanina de mi amor”. En tanto, saudades de Buenos Aires lo aguijonean y aún está por decidirse —“en cualquier momento”, repite— a una visita a la ciudad que, sabe, encontrará muy distinta. Inclusive otros rostros pueblan el mundo del tango que él comenzó a frecuentar de muchacho en la década del veinte. Mantiene muchas relaciones epistolares, entre ellas la invariable de Enrique Cadícamo. “Un amigo en todas”, advierte. Lo conoció a bordo cuando, hace 43 años, zarpó a España en el Conte Rosso. Precisamente con Cadícamo se relaciona el proyecto fílmico —un argumento basado en el tango “Anclao en París”— que, de concretarse, se realizaría en la Argentina. Spaventa actuaría en la película o trabajaría en ella de cualquier otra manera, tal vez de ayudante o asesor. “Al menos sería un pretexto para animarme a volver... y si no, igual los visitaría”, afirma. Por ahora siguen siendo el recuerdo, el contacto con otros latinoamericanos enfervorizados por el tango, los periódicos encuentros con el músico Terig Tucci (otro colaborador de Gardel retirado en Nueva York). Para Carlos Spaventa, como para los místicos orientales, pasado y presente son una sola cosa. ♦ Revista Panorama 10.11.1970 |