Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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HENNY TRAYLES metro y medio de buen humor Venerable anciana y mujer fatal, Locasta y Mata Hari, arrabalera y “señora gorda”... La lista es interminable. Es que la cantidad y variedad de roles que protagonizó Henny Tralesiski (uruguaya, 33, soltera; Henny Trayles, para el público rioplatense, y La petisa, para sus compañeros de equipo) es tan vasta como su talento interpretativo. Después de monopolizar durante varios años el sitial de primera dama en la troupe uruguaya que lanzara Telecataplum y, más recientemente, Jaujarana, Henny logró uno de sus blancos humorísticos más certeros: Agripita, o la corporización del nuevo y mafaldesco enfant-terrible de la televisión argentina. El endiablado personaje (una niñita imprevisible y corrosiva) carece, extrañamente, de las sutilezas que caracterizaron a las más memorables creaciones del grupo uruguayo. “Desechamos ciertos detalles porque estamos cansados de ser los bufones de una minoría”, justifica la Trayles. La semana pasada, en su flamante departamento de Callao al 400, en Buenos Aires, donde se acaba de radicar definitivamente, La petisa accedió a dialogar un par de horas con SIETE DIAS. Agripita, por supuesto, también participó de la charla. —¿Por qué se radicó en Buenos Aires? —Tenía que afrontar con madurez mi profesión, y dejar de ser una gitana nómade. Siete días en la Argentina y siete en el Uruguay no es un training fácil de sobrellevar. Había que cortar el cordón de una vez por todas. —¿Tuvo que renunciar a muchas cosas? —A un montón. Sobre todo, amigos, y una hermosa casa en las afueras de Montevideo. Pero no hay nada que hacer: Buenos Aires sigue siendo el ombligo de América latina. Por eso vine. —¿Sólo la atrajo ese clima de gran ciudad? —No sólo eso. En Buenos Aires mis obligaciones son menores, lo que me permite dormir unas siete u ocho horas por día. Me encanta dormir sin tener en cuenta el despertador. —¿Siempre llevó una vida ajetreada? —Desde muy chica. Ya en el jardín de infantes, además de jugar, bailaba y cantaba. Todos me recuerdan por mis excelentes dotes flamencas: imitaba a Carmen Miranda. —¿Ese era todo el ajetreo? —No todo; yo era también un ratón de biblioteca que devoraba los cuentos de Julio Verne y Jack London; como si ello fuera poco, además del colegio primario, estudiaba inglés, piano y danzas clásicas. —Y sus padres, ¿qué opinaban de ese dinamismo? —Ellos fomentaban mis cosas. Papá era sastre y, como buen europeo, se pasaba el día escuchando música clásica. Mamá era cantante de opereta; todas las mañanas, los vecinos abrían las ventanas para escucharla. Querían convertirme en una niña prodigio, y yo aceptaba gustosa esas intenciones. —¿Cuáles fueron sus ocupaciones antes de ser actriz? —Durante un tiempo trabajé como secretaria de un contador. Era una perfecta empleada. Sin embargo, cuando llegaba a la oficina, a las siete de la mañana, parecía un zombie. Permanecía semidormida hasta las diez: todavía recuerdo la cara de bronca que ponía el jefe. Se la pasaba observándome furibundo desde un escritorio, rodeado de cristales, cuadros de autos antiguos e infernales máquinas de escribir. —¿Cuándo comenzó su carrera artística? —Hace unos quince años, en el club de Teatro de Montevideo. Se estaban poniendo de moda los teatros independientes, y aproveché la oportunidad. Trabajaba los siete días de la semana. Y no sólo actuaba; también debía oficiar de utilera, escenógrafa ... A veces hasta barría la sala. En fin, una actividad integral. Más que artista, era una mujer de teatro. —¿Cuál fue el personaje que representó más a gusto? —Ana Frank. Era muy tierno. Me identificaba mucho con ella porque mis padres habían sufrido en Europa una persecución similar a la que padecieron los padres de Ana. EL OTRO YO DE AGRIPITA —¿Cómo definiría al humor? —Como la lágrima de una sonrisa. —¿Su fuerte son las comedias? —Sí, pero también hice dramas. Para falsear la realidad en forma cómica hay que saber verdaderamente cómo es. —¿Sigue estudiando teatro? —Siempre. Acabo de finalizar el curso que el director del Actor's Studio neoyorquino. Lee Strasberg, dictó en Buenos Aires. —¿Fueron positivas las lecciones? —Muy positivas aunque no tan reveladoras, ya que en la Argentina hay mucha gente que utiliza técnicas similares de actuación y nadie las conoce. De todas formas, allí aprendí que si tenía que representar una acción que se llevaba a cabo en un campo de rosas, no sólo debía pensar en el lugar, sino también sentir el olor de las flores. Es como vaciarse uno mismo para poder incorporar al personaje. —¿Cómo surgió su actual Agripita? —Jaujarana necesitaba un personaje nuevo, que pudiera funcionar con gags cortos. Decidí hacer una nenita: mi físico se adapta muy bien para ello. —Pero Agripita no es una nena común. ¿No se parece a Mafalda, el personaje de Quino? —Tienen semejanzas. Las dos son nenas de esta época a las que se les han exacerbado ciertos instintos malditos para que gusten también a los mayores. De cualquier manera, me enorgullece la comparación con Mafalda. —Pero ¿no la imita? —De ninguna manera. El personaje es de mi entera creación y se inspira en hechos reales que me suceden. Un ejemplo: programas atrás, Agripita no encontraba la manera de colgar en su cuarto un colorido poster de Los Beatles. Amontonó sillas, bancos, corrió una heladera de lugar ... pero no pudo. Eso mismo me había sucedido algunas horas antes, cuando intentaba colgar un cuadro en la cocina. El resultado: un agujero grande como una ventana. Y si no me cree, venga que se lo muestro. —¿Es complicado representar a una niña? —No. Cambiando el decorado, todo se dimensiona nuevamente. Las puertas, ventanas y otros objetos se agrandan. Luego me pongo anteojos, zapatos de nena verdaderos (me resulta fácil porque calzo el treinta y cuatro) y un moño grande para el pelo y otro para la espalda. Me traen nostalgia, no lo puedo evitar. —¿Qué opinión recogió acerca de Agripita? —El otro día fui a visitar a una sobrina. Hacía cuatro meses que no la veía. Toda compungida y hablando con la nariz, me preguntó: "Tía, ¿por qué me imitaste?” —¿La televisión limita a los actores? —En parte, sí, porque no nos permite desplegar demasiado nuestros personajes. Pero, por otro lado, ofrece una agilidad atroz para resolver situaciones en pocos segundos. —¿Cuál es el público que más aplaude sus interpretaciones? —Creo que gusto a todos, incluidas las mujeres. Raramente, no se sienten agredidas por mi imagen. Es más, a veces me paran por la calle y me preguntan con cariñosa curiosidad: “¿Usted no es la nenita de la televisión?” RATONES, SECUESTROS Y CAMALEONES —¿Qué bebida prefiere? —Gaseosa con vino tinto. Recuerde que soy extravagante, como todos los uruguayos. —¿Usa maxifalda? —Jamás; no mido más que un metro y medio. No me gusta hacer el ridículo. —¿Cómo reaccionaria si se topara con un ratón en su dormitorio? —Si es de color negro, me subo a una silla hasta que alguien lo ahuyente; si es blanco, le doy un beso grande en los bigotes, y me lo guardo para mí. —Hablando de ratones, ¿qué le parece Mickey? —De chica admiraba a Minnie, su prometida. Pero nunca conseguí explicarme por qué no se casaba con su amado roedor. Tenían un noviazgo demasiado largo. Los personajes de Walt Disney son así. Me gustaban mucho, pero eran poco humanos. —Si te propusieran actuar como vedette en un teatro de revistas, ¿aceptaría? —Por supuesto. Aunque dudo que alguien se anime a intentarlo. A lo sumo, me invitarían a parodiar ese métier o a protagonizar el rol de vedette de bolsillo. ¡Si no fuera por los bíceps que tengo de tanto hacer gimnasia! ... Los cambiaría por una pizca de astucia. —¿Qué pensaría si la secuestraran? —Me pondría contenta. Me encantan los secuestros. —¿Y si no pagan el rescate para lograr su libertad? —Jugaría al 'Me quedo con dos'. —¿Qué es eso? —Un juego uruguayo de naipes, donde los contrincantes deben trampearse unos a otros. Estoy segura que los secuestradores terminarían sometidos a mí como perritos falderos. En este juego son muy habilidosa. —¿Comería una ensalada de cebollas con naranjas? —Nunca. Pero sí una de manzanas con ajos. Claro, después de agregarle un poco de crema natural y unas nueces picadas. —¿Qué opina del agitado clima político que se vive en ambas márgenes del rio de la Plata? —No soy ajena a esos hechos. Sé que algo está pasando, y algo más sucederá. —¿Sus cómicos preferidos? —Gila, Alberto Olmedo y Juan Verdaguer. Mujeres: Niní Marshall, Olinda Bozán y Nacha Guevara, a pesar de las palabrotas. —¿Cuánto gana mensualmente? —Doscientos treinta mil pesos viejos. Poco, ¿no? Es que no tengo trabajos free-lance. —¿Qué piensa hacer en el futuro? —Por lo menos, estudiar teatro. Lo demás lo ignoro; soy más cambiante que los camaleones. Revista Siete Días Ilustrados 10.08.1970 |
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