Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
|
Parientes Mi papá, el peruano parlanchín La personalidad de Hugo Guerrero Marthineitz, según la óptica de un niño de ocho años, cuyas respuestas contienen toda la ternura y toda la picardía de quien empieza a entender por qué su padre cosecha tanta admiración y tanto enojo —¿Viste cómo se ríe tu papá? —Sí. Para adentro. Parece... parece un animalito de dibujo animado. Vivaz, pero no precisamente alegre, dando muestras de una soltura y un aplomo poco frecuentes en un chico de ocho años (nació en Buenos Aíres el 6 de septiembre de 1963), Diego Alonso abundó en definiciones de ingenua sagacidad, a veces picaras, sinceras a ultranza; se diría que es un rasgo paterno. Es hijo de Hugo Guerrero Marthineitz (47, radicado en la Argentina desde 1956, un controvertido disc-jockey y comentarista radial), también padre de una niña, María Gabriela, de matrimonio anterior. La entrevista con el joven Guerrero, un "peruano parlanchín" en miniatura. ocurrió unos pocos días después de perpetrarse la suspensión del programa ómnibus Show del minuto, que el papá trasmitió por Radio Belgrano durante cuatro años consecutivos. Diego Alonso (lo de Alonso no es un apellido) oyó decir que su padre es admirado y vituperado, y que el Show era una suerte de tribuna abierta a la inquietud de los oyentes —desde luego también a las inquietudes de su conductor— y no sólo un espació dedicado a propalar buena música. Guerrero Marthineitz era afecto a las largas tiradas verbales, monólogos que tenían la rara facultad de exacerbar los ánimos o, por lo menos, de atosigar los teléfonos de la emisora: de común, las respuestas a sus comentarios eran agresivas, furibundas, o bien efusivas y cariñosas. "Cuando yo era más chico y atendía los telefonemas —recuerda Diego Alonso— me decían señorita. Últimamente empezaron a decirme señor. Papá dice que cuando tenga once años mi voz ya no provocará confusiones.” Es evidente que el oficio de HGM se estaba impregnando al muchachito, quien solía aparecer (de vuelta del colegio) durante la media hora final del programa. Para los oyentes, la diversión aportaba una insólita cuota de frescura; para Diego Alonso, aquello era la aproximación a un universo rebosante de misterios, capaz de proveer estupendos halagos y de acarrear severos enojos. La idea de bocetar un nuevo perfil de la personalidad de HGM a través de su hijo, dio lugar a una larga charla en la casa del niño —en la de su mamá, Renée González—, y más precisamente en su cuarto, una pulcrísima habitación preparada para ser el cuarto de un adolescente. Por los objetos que conforman su hábitat doméstico —un grabador, tocadiscos, una amplia discoteca, pequeño televisor, una radio a transistores— se advierte que el chico tiene gustos fe heredados y que goza de pertenencias nada comunes en una persona de su edad. Diego Alonso disfruta con ellos y su padre —que no ha bita esa casa— lo sabe muy bien. —¿De qué trabaja tu papá? —Pone discos y habla por radio. —-¿Te enteraste que tuvo un problema y que por el momento no pone discos ni habla ya por radio? —Sí, pero no lo echaron. Está suspendido. Parece que a los de la radio no les gustó que hablara mal de cierta gente. —¿Y cuál es tu opinión? ¿Te parece bien lo que hizo? —No sé. Yo no conozco a la gente que mencionó. Mi papá siempre dice que si una persona no tiene libertad para decir lo que quiere, entonces se siente mal por dentro. Creo que él se imaginaba que podía pasarle algo así. Otras veces le ocurrió algo parecido. Está acostumbrado. —Por lo visto, ese trabajo le acarrea riesgos y dolores de cabeza. —Sí, le trae riesgos. Pero él no se hace mala sangre. —Supongo que en el colegio te preguntan los detalles de la suspensión del Show del minuto. ¿Qué les decís? —Si los chicos insisten les digo que lean los diarios; allí está todo. Al fin y al cabo hay asuntos privados, ¿no te parece? —Sí, claro, pero tu padre es un hombre público. —Tenés razón, es un hombre público. Pero por suerte mis compañeros no hacen muchas preguntas. “MUDO NO CORRE” En el curso del diálogo, cuyas partes esenciales se trascriben aquí textualmente, Diego Alonso advirtió una y otra vez que “papá no duerme en casa”; y aun esta salvedad surge espontánea, dicha como si ese detalle fuera indispensable para interpretar sus puntos de vista. (Un momento antes su madre había dicho: “Con Hugo funcionamos mejor como padres que como pareja. Por ese motivo, y porque adoramos al niño, nos esmeramos en brindarle la mejor imagen de nosotros mismos”.) —¿Qué días te encontrás con tu papá? —Los sábados, todos los sábados. Durante la semana, él y yo estamos muy ocupados y por eso es más difícil vernos. Aunque, también, a veces yo voy a su casa o él viene un ratito aquí. Bueno, y además voy a la radio. Iba. —¿Qué hacen Guarida están juntos? —Uf, tantas cosas. Nos revolcamos por el piso. Y me deja manejar su auto; aunque, como soy chico, no alcanzo los pedales. Vamos al cine. Me llevó a ver las tres películas de Los Beatles. A mi papá le encanta el cine. Eso sí, no tiene paciencia para hacer las colas. Al Italpark me llevó un montón de veces. Cuando era más chico, recuerdo, dimos cincuenta vueltas a la montaña rusa y no nos mareamos una vez. Al Zoológico también me lo conozco de memoria. Me gusta el elefante. A mi papá el león; será por esa enorme melena que tiene. —¿Y nunca se enoja con vos? —Sí, claro que se enoja. Y cuando se enoja es mejor irse. Se pone chinche. Pero no crea que es muy histérico. No me pega ni me grita. —¿Qué cosas lo ponen chinche? —Y, qué sé yo. El desorden; que yo deje todo desordenado. Eso le molesta mucho porque él es muy cuidadoso. Tiene todo en su lugar, y hay que ver cómo cuida los discos. Pero yo también, eh. Cuando tenía dos años y vivíamos en un departamento chiquitito, me daba permiso para usar el tocadiscos y nunca le rayé un disco.. —¿Sabías que a tu padre lo llaman El Peruano Parlanchín? ¿Me podés explicar por qué? —¿Y cómo por qué? Porque es peruano y habla mucho. Mi abuelo, el papá de mi mamá, se enoja por esa manía que tiene de hablar y hablar. Dice que así se mete en líos. Es que mi papá mudo no corre. AJIES PICANTES La actividad de Hugo Guerrero Marthineitz, en tiempos en que actuaba en Radio Belgrano, se repartía entre la emisora y su oficina, instalada en un piso alto de la calle 25 de Mayo, a metros de la avenida Córdoba, en pleno centro, de la Capital. Allí mismo, en otro piso, vive él sin su familia. Según Diego Alonso, la casa —"un departamento que tiene forma de T”— es un dechado de prolijidad, como corresponde a un hombre de hábitos tan ordenados. "Fíjese —anota el chico— que mi papá se levanta todos los días a las 7 de la mañana, aunque se haya acostado tarde, y eso que no usa despertador.” —¿Tiene admiradores tu padre? —Por supuesto. Y muchos. Lo reconocen por la calle. —Y también gente que le tiene bronca... —Claro. Pero yo no puedo obligarlos a que lo quieran. Que cada uno haga lo que siente. —¿Qué regalos te ha hecho últimamente? —Cuando viaja, porque viaja mucho, me trae ropa, juguetes. De Inglaterra me trajo una campera; de Londres (sic) un camión. A veces me da plata. Si es mucha, mamá me la guarda en el banco. Cuando estoy enfermo me regala chicles y revistas: se preocupa mucho si estoy mal. ¡Hay que ver lo triste que se pone! Viene a verme y se pone a hablar de cosas, como si fuéramos dos hombres grandes. —¿Y se ríe con vos de la misma manera como se ríe por la radio? —Sí, para adentro... ¿Y sabe qué parece? —Ya me lo dijiste. —Cierto. —¿Y cuál es tu opinión sobre Cacho Fontana? —No me gusta. Y Sandro tampoco. A mi papá creo que no le gusta Leonardo Favio, pero en eso no coincidimos. En general, a él le gusta una clase de música y a mí otra. Yo sé bailar tangos y valses. Me enseñó mi mamá,. —¿Qué otras cosas hace tu papá fuera de la radio? —Se hace el desayuno. Pero come siempre afuera, en el restaurante que está frente a su casa. A veces voy y, ¿sabe?, cuando le traen esos ajíes que pican una barbaridad, agarra un pan, los mete adentro y se los come así no más. Yo un día probé uno con la punta de la lengua... Casi me muero. Le encantan las comidas que pican. Es peruano. —¿Podés definir a tu papá con una palabra?! —Es cariñoso. Me encanta cuando salimos a pasear y me lleva de la mano; y más todavía cuando me canso y me alza. —¿Upa? —Sí, qué tiene. Peso 32 kilos con ropa, no es demasiado. DIONISIA FONTAN Revista Siete Días Ilustrados 8/5/1972 |