Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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HUMORISTAS EN SU TINTA Para confeccionar una pequeña antología del humor nacional, SIETE DIAS reunió al más conspicuo elenco de humoristas, cómicos, chistosos y otros profesionales que de una manera u otra tienen que ver con la risa. Se les pidió a cada uno el chiste —propio o ajeno— que más gracia les haya causado. Como la encuesta comenzó a inundarse de loros indecentes y maridos en trance deslucido, hubo que agregar otra advertencia: los chistes debían ser publicables. Se cosechó un muestrario desigual que a veces incita a la sonrisa, a veces a la risa; otras, simplemente no incita: si en algunos casos los chistes no alcanzan a definir al humorismo, definen muy bien a los consultados. Porque los humoristas propiamente dichos sostienen que el humor no es para hacer reír sino más bien para hacer pensar: encuentran en la gracia el pasaporte de su rebeldía. Por eso, a diferencia de lo festivo, el humor es una cosa seria. “Un manco llamado Cervantes escribió un libro genialmente humorístico que hace llorar a los hombres sensibles y reír a los tontos. La meditación de este ejemplo debería ser un serio motivo de ejercicio en las clases de literatura, si las clases de literatura fuesen un serio motivo de algo”, sentencia el notorio Florencio Escardó. A pesar de tan nítidas diferencias, humoristas y graciosos juzgaron que el pedido de SIETE DIAS era un tanto insólito. Graves y reconcentrados, informaron que no existen chistes memorables y que, en todo caso, la gracia es un elemento predominantemente subjetivo. Ensayaron densas definiciones de la cosa hilarante. Dijeron que los argentinos no tenemos humoristas sino satíricos, es decir, enojados que hacen chistes. Alguien advirtió que los argentinos somos solemnes. Otro, que los argentinos somos. Algunos, a falta de definiciones sobre el humorismo, soslayaron el tema con otras explicaciones. Tal el caso de Jordán de la Cazuela, quien solemnemente declaró que “si las cosas estuvieran todas de este lado, los puentes no serían necesarios”. Por fin, tras largas cavilaciones, propusieron la siguiente selección. NINI MARSHALL. Actriz. Desde los albores de la radiotelefonía acuñó una media docena de personajes arquetípicos que ganaron el favor del público. A partir de ella, los argentinos usaron el vocablo Catita para calificar a la ignorante con pretensiones. Hace poco, las voces de sus personajes (Cándida, Belarmina, la niña Jovita, doña Pola y Mónica Bedoya Hueyo de Picos Pardo) ingresaron al archivo sonoro del Instituto de Filología de la Universidad de La Plata. A ella no parece importarle demasiado, ya que sus chistes predilectos tienen que ver con caballos que hablan. Un caballo sudoroso entra en un bar, se acoda en el estaño y pide un whisky. El mozo, enmudecido por el asombro, contempla cómo el animal se bebe el scotch. —¿Cuánto es? —pregunta el noble bruto. —Ochocientos pesos —tartamudea el mozo. El caballo paga y cuando se disponía a retirarse es interceptado por el barman: —Perdone —le dice—, pero en los años que llevo tras el mostrador, es la primera vez que un caballo entra a este bar y pide un whisky. —Es posible —replicó el caballo—; pero si sigue cobrando ochocientos pesos por un whisky será la última vez que lo vea. JORDAN DE LA CAZUELA. Humorista, 47 años, nativo de Murcia, España. A la edad de 9 meses se estableció en Argentina, donde era conocido como Pedro Pernías, hasta que Julián Centeya le inventó su popular seudónimo, aparecido por primera vez en el diario Democracia. Colaboró en Tío Vivo, Cuatro Patas, Tía Vicenta y La Hipotenusa. Parte de su desperdigada producción fue salvada en un libro. Humor mío, pero su vertiente humorística se afina en las crónicas de actualidad que publica semanalmente en Primera Plana bajo el título de Paralipómenos. Por ellas, algunos lo llaman el Art Buchwald cimarrón. Quiso estar representado por la siguiente historia de romanos: —¿Cuántos hombres de armas tienes? —Mil, caro Vespasiano; ¡pero mil que hacen cuatro mil! —¡No quiero inflación en mis centurias! —bramó el estadista— ¡Que decapiten a tres mil! CARLOS MARCUCCI. Humorista, poeta, jazzmaníaco. Es autor, con Dalmiro Sáenz, de Vida sexual de Robinson Crusoe, Sexualidad del Andreoide, Poemas para alterar la especie. Recientemente abandonó la temática reproductiva para publicar un libro de poemas titulado Para regalar a los amigos, obra que, con gran consternación del editor, efectivamente regala. Redactó, junto con Miguel Brascó, el Gregorio, revista que se insertó en Leoplán más recientemente en La Hipotenusa. En los ratos perdidos acuña frases célebres. Una de ellas reza: “Una de las principales causas de divorcio es el matrimonio". Eligió el siguiente chiste: Se encuentran dos amigos. Uno de ellos tiene puesta debajo del saco una faja de mujer. El otro le dice: —Pero che... ¿Desde cuándo usas faja? —Desde que mi mujer la encontró en la guantera del auto. LANDRU. Humorista y dibujante, también conocido como Juan Carlos Colombres. En los últimos diez años ha sido invadido por una persistente pasión: la de fundar revistas de humor. Tía Vicenta (que en un tiempo congregó a los mejores humoristas del país) y sus sucedáneas María Belén y Tío Landrú inauguraron una veta hilarante no siempre festejada en los ámbitos oficiales; incomprensión que incentiva la pasión funda dora de Landrú. Un chiste extraordinario que mí hizo reír mucho es por demás reciente y no lo cuento porque todo el mundo lo habrá leído u oído: se trata de las últimas declaraciones que hizo Su Excelencia el señor ministro de Interior. También me divirtió mucho una escena de un film de los hermanos Marx: en medio de una fiesta importante, Groucho apareció muy serio con un collar en la mano pide silencio y dice con voz dramática: Acaba de ser robado un collar que no solamente es igual a éste sino que lo es. Y sale corriendo como sólo él sabia hacerlo. GUILLERMO DIVITO. Dibujante, 48: años, soltero, creador de la revista Rico Tipo. Entre 1940 y 1950 impuso una moda que se dio en llamar precisamente “a lo Divito”: señoritas muy sinuosas, de largas cabelleras, y varones embutidos en sacos hasta la rodilla, constelados de interminables hileras de botones. Optó por un cuento anónimo y algo vetusto: Dos locos viajan en un tren. De pronto, uno de ellos, que mira con mucha atención por la ventanilla, le dice al otro: —¿Viste: qué rápido pasan los postes? El segundo loco, tras meditar un instante, responde: —Tenés razón; a la vuelta nos volvemos en poste. LUIS ALBERTO MURRAY. Periodista, 45 años, casado, una hija y una trompeta que casi nunca toca “para no dejar sin trabajo a Miles Davis". Veinte años invertidos en Crítica, Democracia, El Pueblo, Mundo Argentino, De Frente, Vea, y Lea no consiguieron hacerle perder su peculiar sentido del humor, ejercido en Cuatro Patas, Tía Vicenta y La Hipotenusa, de la que fue director. Publicó cuatro libros de poesía, un ensayo sobre Juan Bautista Alberdi, un libro de cuentos y, recientemente, América clavada en mi costado, poética consecuencia de sus viajes por el continente, como redactor de la revista Confirmado. Compiló una sabrosa antología del humorismo argentino. Gustaba exhibir —hasta una noche aciaga— su condición de propietario de Barbuncho, uno de los Perros más inteligentes que en este mundo han sido. Para no despertar los celos de sus antologados, quiso representarse con un chiste anónimo: Dos jóvenes señoras parlotean incansablemente por teléfono. De pronto, una de ellas dice: —¡Ah...! ¡Me olvidaba de contarte! ¿Sabes lo que le pasó a Martita a los quince días de casarse? —No... Contame, che... —El marido... El marido... ¡Le resultó un cornudo! CESAR BRUTO (Carlos H. Warnes). Periodista, 63. Hasta que el general Avalos le presentó a Tato Bores, su vasta obra humorística se había desperdigado en Crítica (Andanzas de la musa enclenque), Cascabel y Rico Tipo. Fue secretario de redacción de Aquí Está, subdirector de El Hogar y director de Mundo Argentino. Alternó la heterodoxa ortografía de César Bruto con el buen castellano de Napoleón Verdadero, seudónimo con el que amparó sus Historias de Líos Traslío. Desde hace 9 años no hace otra cosa que apuntalar con sus libretos el formidable éxito de Tato Bores. César Bruto suministró a SIETE DIAS este alucinante fragmento autobiográfico: Para mí, lo más gracioso del mundo ocurrió el día de mi nacimiento... Resulta que cuando llegó la cigüeña (¡porque en aquellos tiempos todavía las cigüeñas traían a los nenes, y no como ahora que algunas personas tienen escopetas anticonceptivas y las espantan a balazos!) mi mamá no estaba en casa, y entonces la enorme ave zancuda me depositó en los brazos de mi tía Federación O Muerte, o sea que legalmente yo no fui hijo de mi madre sino de mi tía... Pero cuando vino de vuelta mamá empezaron a pelear entre las dos, diciendo cada cual que el hijo era suyo y haciendo un escándalo como siempre... Entonces intervino mi tío Aquiles, y dijo: Acá se impone un fallo salomónico, ¡que corten al nene por el medio y se lo repartan entre las dos! Pero mi madre largó un grito que le salió de las entrañas —por suerte yo ya no estaba en ellas— y dijo: ¡Bárbaros, los hijos no se cortan! y en seguida renunció a la maternidad, con lo cual renació la calma y todo quedó como en familia". ALBERTO OLMEDO. Actor, conocido por los chicos como Capitán Piluso y por los grandes a través de los sabrosos intermedios de Operación Ja Ja, donde su célebre No toque botón ayuda a soportar las soporíferas tandas publicitarias. Su chiste: Un tipo entra en un bar y pregunta si hay café. Le contestan afirmativamente. —Pero, ¿café, café? —Sí, señor, café café. Insiste: —Pero, ¿café, café, café? El mozo lo mira sorprendido: —¡Ah! Eso no, señor. ADOLFO STRAY. Actor, amo indiscutido de la revista porteña, donde desperdiga desde hace 30 años ocurrencias vinculadas con toda la gama del verde. Quiere entrañablemente a su profesión y a las señoritas exuberantes. Una señora joven y muy alta abandona el restaurante junto a su esposo, muy petiso. Ya en la puerta, advierte que ha olvidado sus guantes y se vuelve. Busca sobre la silla y en el momento que levanta el mantel para mirar bajo la mesa, se acerca un mozo y le dice: “Señora, el señor que usted busca está esperándola en la puerta”. JUAN CARLOS MARECO (PINOCHO). Actor, cantante, imitador y showman. Si bien todo el mundo recuerda su tierno y reciente romance con el Topo Gigio, sólo unos pocos memoriosos consiguen rescatar los tiempos inefables en que sus ocurrencias estaban firmadas por Wimpi. He aquí su chiste: Un señor entra furibundo en una agencia de automóviles, donde el día anterior adquirió un vehículo. —¿Por qué se queja, señor? ¿Cuáles son sus reclamaciones? —¿Reclamaciones? Una sola: que todas las piezas de esta chatarra hacen ruido menos la bocina. CARLOS BALA. Actor cómico; si bien la televisión popularizó su flequillo y su expresión entre azorada y tonta, ya había conquistado desde la radiofonía un nombre que es seguro pasaporte hacia la carcajada. Optó por el siguiente chiste: La escena en un avión bimotor en pleno vuelo. De pronto se para un motor. Como entre el pasaje viaja el jefe de relaciones públicas de la compañía aérea, la tripulación lo exhorta para que serene a los pasajeros. Accede y dice: —Señores pasajeros: todos sabemos que en la Argentina tenemos los mejores pilotos, pero lo que ha hecho el comandante de esta aeronave no tiene precedentes. En una demostración de pericia ha detenido un motor y estamos volando normalmente con el restante. ¡Pido para los tripulantes un fuerte aplauso! Los pasajeros deliran de entusiasmo. Minutos después, se detiene el otro motor. La desesperada situación ya no podía ocultarse. El public-relation man arenga: —Señores pasajeros, esto es realmente extraordinario. No tengo palabras para calificar la hazaña de estos pilotos. Ahora han detenido el otro motor y estamos volando... ¿ya se lo imaginan? Sí, señores pasajeros. .. ¡Volamos sin motores! Les pido otro gran aplauso para estos héroes del espacio, y que se ajusten los cinturones para evitar que se desparramen los cadáveres. MIGUEL BRASCO. Abogado, periodista, poeta, dibujante, 42 años? podría justificarse con la sola invención del sabroso Gregorio. Sin embargo, publicó Raíz desnuda, Tránsito de soledad, Otros poemas e Irene, El mecanismo del mundo. Algunos de sus escritos humorísticos los reunió en De personas triviales y antiguas guerras y otros fueron desperdigados con entusiasmo en efímeras revistas de humor. Como aborrece los chistes y los chascarrillos, eligió para esta muestra una sátira sobre el psicoanálisis, que seguramente le enajenará el vitalicio desprecio de los feligreses del diván. Las personas no van al psicoanalista sino que tienen un psicoanalista. En cambio, al psiquiatra no van sino que los llevan. Se trata de una diferencia sustancial. Tener un psicoanalista, lo mismo que tener un automóvil sport, un tapado de visón o una quinta con pileta, es un símbolo de status. En cambio, ser llevado al psiquiatra es un verdadero desprestigio. El psiquiatra, al menor descuido, nos encierra en una clínica neuropática. Es bien comprensible, pues, que la gente procure soslayar a los psiquiatras. Dejan trascender, en cambio, con alusiones casuales, sus vinculaciones con determinados psicoanalistas del vasto plantel que merodea alrededor del deprimido rebaño humano. Los psicoanalistas son individuos encantadores, avisados, distinguidos. Casi todos ellos en los años de la Universidad han escrito poesías o, por lo menos, leído aquestas. Saben apreciar la música concreta, la pintura abstracta, las canciones de Vinicius de Moraes. Saben explicar todo lo referente a la última película de Bergman. Son asimismo capaces de conversar con gran fluidez sobre sexo, etc., y sobre sexo. Y entretenemos con estos temas durante muchísimos años. Que estas conversaciones sirvan o no para atenuar nuestras enajenaciones es un detalle desprovisto de interés. Lo que interesa es que, mientras podamos descansar apaciblemente sobre el Diván Parlante, mientras hablamos con voz suave, continuada, mientras podamos narrar en la oreja de ese hombre gentil los detalles vergonzosos de nuestra vida, de la vida de nuestros cónyuges, de nuestros mejores amigos, los secretos de la conducta propia y los ajenos, no sólo nos sentiremos seguros y desahogados sino que, además, seguiremos sueltos y a salvo de los impertinentes psiquiatras. Cuesta caro, es cierto. La libertad siempre se paga a buen precio. TATO BORES. Mauricio Borenstein, 35, actor, casado, tres hijos, uno de los pocos habitantes de la Argentina que puede permitirse la rareza de trabajar sólo seis de los doce meses del año. Semejante privilegio lo obtuvo, domingo a domingo, traduciendo en su alocado estilo los ácidos libretos de César Bruto. Rescató para SIETE DIAS uno de sus hits de 15 años atrás, en los atormentados tiempos en que frecuentaba el teatro de revistas. Estaba en Olivos y tenía que llegar al teatro. Era muy tarde y no pasaba nada: ni trenes, ni colectivos, ni taxis. Nada. De pronto, veo pasar una moto con sidecar. —Eh... buen hombre —le digo—. ¡Por favor, lléveme hasta el centro que llego tarde al teatro! —Bueno —me dice el tipo—. Pero con una condición. Que no me hable en todo el viaje. Por supuesto que acepté, me metí en el sidecar y tan pronto arrancó, grité: —¡Eh.. . señor! —Cállese la boca —contestó el hombre. —¡Escúcheme, por favor! —insistí. —Cállese la boca —repitió. Seguimos así hasta el centro. Cuando descendí frente al teatro, el motociclista me oprimió el brazo: —Creo que quería decirme algo. Pues bien, dígamelo ahora. —Ya no tiene importancia. Quería avisarle que al sidecar le falta el piso. WIMPI. Arturo Núñez García, uruguayo, libretista radial, escritor, periodista. Hubiera aceptado de buen grado integrar esta pequeña antología. Pero una tarde de 1956, sin cumplir los 50, murió de tanto trabajar, “cuando ya podía optar a la heladera y hasta al auto”, como advierte el antologista Murray. La mayoría lo recuerda como libretista radial (Pinocho, El Zorro). Otros lo leyeron diariamente, primero en Noticias Gráficas, después en Clarín, en La taza de tilo, en La Razón, la Ventana a la calle, o los deliciosos Cuentos del viejo Varela. Muchos recuerdan también su voz algo ronca que hilvanaba sus charlas en Radio El Mundo, que concluían con un esperanzado “Y que todo sea para bien". En homenaje a su memoria, se incluye en esta muestra el pintoresco sucedido de don Absalón Estavillo, que integra los Cuentos del Viejo Varela: ¡Viejo enamorado como nunca lo había sido nadie de quien en el pago se hiciera acuerdo! Famoso. Lo que sí era bastante corto de vista. Pero cargador, como pulga de tapera. Una ocasión, iba por el callejón de los Lópeces en el cebruno estrellero y —confundiéndola, claro— se le aparea a una vaca overa; la mira, querendón, y le dice: —¿Sería gustosa e’que la acompañe, moza? Y, como de repente, medio espantado se le cruzó el ternero que iba con la vaca, Absalón Estavillo —que, eso sí, sabía respetar— se enderezó otra vez, en el recado, se sacó el sombrero y le dijo: —Perdone, no sabía que era casada. QUINO. Dibujante, 35 años, natural de Mendoza, casado, progenitor de Mafalda, la criatura más querida de los argentinos. Admite también la paternidad de Susanita, Felipito, Manolito y Miguelito; el hecho de llamarse Joaquín Lavado no le incomoda mayormente. Quiere mucho a Los Beatles, a la música barroca y a su mujer Alicia. Antes que contar un chiste prefirió recrear la tira que ilustra el pie de la página. JOSE M. JAUNARENA Revista Siete Días Ilustrados 21.10.1968 |