Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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Economía y Negocios Daniel Fernández: Banco Central y modelo brasileño “¡Un dólar! ¿Y quién de ustedes vio, alguna vez, un dólar?” (Juan Perón). Los economistas describen cada coyuntura con una serie de indicadores: índice del costo de la vida, nivel de precios mayoristas, saldo de la balanza comercial, movimiento de capitales, expansión monetaria. El hombre de la calle, en cambio, suele tener una primera preocupación: a cuánto se va a ir el dólar. Aunque, quizás —y como sostuvo oportunamente Perón— mucha gente no vio jamás un billete norteamericano. Después del discurso de Ferrer (15 días atrás, ver Panorama 184) la tensión se acentuó: el mercado cambiario fue cerrado, y su normalización paulatina aun continúa. Aunque el jueves último se reabrió la importación (fue autorizada la contratación de nuevas cartas de crédito), las casas de cambio continúan sin operar, no hay ventas para turismo, ayuda familiar o cualquier giro cambiario que no responda a una instrumentación y tramitación bancaria. El mercado paralelo se mantuvo, a lo largo de la semana, en un promedio de 425 pesos viejos por dólar, después de haber tocado desde el cierre un tope máximo de 440 y un mínimo de 413. Todos hablan del sistema brasileño. ¿Cómo funciona?: desde agosto del 68, en que empezó a aplicarse, se viene devaluando a un promedio del 1,5 por ciento cada dos meses. En diciembre de ese año un decreto elevó a 100 por ciento el arancel para la importación de productos suntuarios, desechándose su prohibición lisa y llana para no contravenir los acuerdos del GATT (que la Argentina también suscribe). Por ello también, quizás, no existen depósitos previos, que sí imperan en nuestro país, pese a la confesa filosofía liberal (hasta un 40 por ciento en seis meses). Los brasileños sólo permiten remesas o trasferencias de hasta 300 dólares per capita, un monto que requiere la intervención del organismo de control para ser sobrepasado. Para turismo, el límite son mil dólares —la décima parte en efectivo, el resto en traveller-checks— y todo giro no vinculado a una operación de comercio exterior requiere autorización especial. El jueves pasado, en su despacho, el flamante titular del Banco Central , Daniel Fernández (36 años, casado, dos hijos), expuso ante Panorama sus puntos de vista. El funcionario, amigo personal del presidente de la Nación y con grado de master de la Universidad de Berkeley, California, es considerado, por muchos, como una de las figuras clave de la conducción económica. De formación socialcristiana, fue asesor del Ministerio de Economía en 1958 y tiene un abultado curriculum internacional. No se lo identifica con la corriente que encabeza Aldo Ferrer. Los siguientes fueron los tramos esenciales de su conversación: Panorama: ¿Cuál será su política cambiaría? Daniel Fernández: Comenzamos a estudiar las diversas alternativas: mercado de cambios libre, con control. Otra opción: una plaza simplemente supervisada. —¿Intenta resolver los problemas coyunturales o busca una reforma estructural? —En lo inmediato tuvimos que imple-mentar una normalización paulatina del mercado cambiario. Nadie nos hubiera perdonado abrirlo totalmente: se hubiera producido un rush. Esa responsabilidad la asumimos cuando, revisando el nivel de reservas, de exportaciones e importaciones y el Producto Bruto Interno, decidimos no devaluar la moneda. Optamos por la normalización progresiva. —¿Qué gravitación sobre su política tienen los 900 millones de dólares de deuda externa? —Es un problema verdaderamente serio. Aunque no somos los únicos: a Brasil le sucede lo mismo, sólo que su deuda externa a corto plazo es inmensa. Conviene que esa deuda sea muy grande o muy pequeña. La Argentina, en cambio, posee un nivel intermedio de obligaciones. En mi opinión, es preferible una deuda grande a largo plazo. —¿Refinanciando? —Creo que debemos hacerlo de inmediato. Es más: es un camino que estamos en condiciones de tomar, si se aprecia nuestra posición en los mercados financieros internacionales. —¿Cuál fue el resultado de las medidas aplicadas desde la crisis de gabinete de octubre último? —Hemos ganado divisas sin la intervención del Banco Central en el mercado. El jueves 5 se abrió a las cartas de crédito para importaciones. Aunque no para todas: especialmente se ha autorizado para las compras al exterior de equipos industriales. Evitaremos así fenómenos de recesión que podrían producirse si ese sector seguía cerrado. —¿La importación de artículos suntuarios entra en la apertura de la semana última? —No están incluidos. Esa es la línea que seguiremos: todo lo que sea producido en el país y sea comprado al exterior tendrá fuertes gravámenes. —Se comentaba la instauración de un tope para la compra de billetes destinados al turismo ¿será así? —Se está pesando la posibilidad de imponer un tope. No me gusta demasiado la idea, ya que "hecha la ley, hecha la trampa”: se puede eludir de mil maneras. Además no queremos problemas con los países vecinos. —El ministro Ferrer anunció la creación de un Banco de Comercio Exterior. ¿Se concretará? —El Banco Central la está estudiando. Especialmente de dónde saldrán los fondos. —Se dice que el modelo cambiario que se aplicará será el brasileño, de ajustes periódicos, conocido como crawling peg. ¿Es cierto? —Las devaluaciones por saltos son perjudiciales, porque son presionadas por la inflación. Nos quedan tres caminos: 1) mantener la paridad actual; 2) permitir una fluctuación del 1 por ciento por arriba y abajo de esa paridad o 3) minidevaluaciones periódicas a la brasileña que readecuen el tipo de cambio según el alza de precios Este esquema me parece bastante realista. ♦ _______________________________ Peso - dólar: Quince años de ensayos El peronismo heredó un país con controles de cambio e intervencionismo estatal, fruto de la crisis de 1930 y de los intereses latifundistas defendidos en la llamada "década infame". Pero recibió, también, un comercio de exportaciones con la perspectiva de un deterioro cierto, causado por la reconstrucción europea y el retroceso comercial de su principal cliente, Inglaterra. En cuanto a las importaciones, la tensión era similar: el deterioro de los activos físicos industriales por falta de posibilidad de compra durante la guerra y la presión norteamericana para colocar su expansión posbélica presionaban hacia una colosal ampliación de las adquisiciones en el extranjero. Y aún más: quien se esforzaba en vender (EE. UU.) no ofrecía reciprocidad de compra. Mientras el que podía comprar (Inglaterra) exigía ventajas para la repatriación de las inversiones no prioritarias para el Imperio y la colocación de sus productos. Así, el peronismo aplicó algo más que un régimen de control cambiario: debió supervisar e intervenir en todo el comercio exterior y el sistema bancario. Fue una actitud puramente defensiva, ya que no liquidó ningún factor estructural de la economía argentina. La revolución que derrocó a Perón se anegó en un ideal de libertad comercial y cambiaría. A fines de 1954 el dólar tenía una paridad básica para la exportación (5 pesos), otra para la importación (7,5 pesos), una en el mercado llamado libre (en realidad manejado, 14 pesos) y otra en el paralelo, clandestino, donde la divisa norteamericana costaba 26,7 pesos por unidad. En octubre de 1955 se llevó el tipo de cambio único a 18 pesos en el mercado oficial. Dos meses más tarde, un dólar comprado en el "paralelo" se tasaba exactamente en el doble. Pero no era ésa la única distorsión a la paridad fijada: había retenciones móviles a la exportación, variados niveles de recargo a la importación, y quienes vendían al extranjero podían liquidar sus divisas en forma "oficial" o "libre". Había, en realidad, casi una decena de relaciones peso-dólar diferentes. De todos modos la panacea liberalizante tuvo severas consecuencias: entre 1955 y 1958 el índice de precios trepó más de un ciento por ciento y desató una inflación cuyos resultados se tomarían aún más graves durante la gestión de Frondizi. Otra consecuencia de la devaluación, el liberalismo y el encarecimiento cambiario fue la redistribución de beneficios hacia el sector agroexportador: el CONADE estimó en un 35 por ciento (de 16,7 a 22,1) la suba del índice de precios agropecuarios entre 1956 y 1957. Los de la industria manufacturera sólo aumentaron un 10 por ciento en igual lapso. En 1958 la cotización del dólar en el mercado libre había trepado a 70,5 pesos: más que el doble del precio "negro” dejado por Perón, en sólo 4 años. El 29 de diciembre de 1958 Frondizi unificó los mercados oficial y libre con una paridad que se mantuvo estable durante 1959: 83,80 pesos por dólar. Claro que el tipo único siguió siendo una ficción: las retenciones, recargos, depósitos previos determinaron diferentes precios para el dólar, según el producto que se negociara. Y había regímenes de excepción para importaciones encuadradas en leyes de protección industrial. La devaluación de Frondizi promovió un récord inflacionario en la Argentina que se cuenta entre los primeros del ranking mundial. Los índices de precios (implícitos) treparon en un 100 por ciento en 1959, pero el costo de la vida se elevó en un 130 por ciento. La trasferencia hacia el sector agropecuario volvió a pegar un salto: su nivel de precios implícito subió el 135 por ciento, contra sólo 90 puntos del manufacturero. En 1960 y 61 se conservó la estabilidad cambiaría, pero se incubaron nuevos desajustes: 50 por ciento de alza total de precios, 500 millones de dólares de déficit en la balanza comercial y una deuda externa de 4 mil millones de dólares, de los cuales mil millones tenían vencimientos a menos de un año. El drama se desató hacia septiembre de 1961: entre ese mes y diciembre el BCRA perdió 82 millones de dólares, y en los primeros 18 días de enero 40 millones más. La situación política se agravó: cayó Frondizi, la estabilidad institucional se volvió escasa. Federico Pinedo fue nombrado ministro de Economía en abril, y dejó fluctuar el mercado hasta que alcanzara su nivel: ya en noviembre (con otro ministro célebre, Alvaro Alsogaray) el tipo de cambio llegó a 148,40 pesos. En 8 meses, 80 por ciento de devaluación. Ocho años de intentos liberalizantes culminaron con una variante del sistema de control de cambios y minidevaluaciones aplicado por la administración radical: terminó con Krieger Vasena, en marzo de 1967. Durante los 3 años de gobierno de Illía se mantuvieron los dos circuitos (oficial y paralelo), cuya brecha se achicaba con cada reajuste de la paridad. Lo cierto es que con ese sistema el dólar trepó de 132,6 pesos en 1963 a 249 (oficial) y 270 (negro) en 1966. Adalbert Krieger Vasena le propinó otro uppercut al llevarlo a 350 pesos: 40 por ciento de aumento. Los radicales se habían encontrado con una deuda externa elevada, y no estaban dispuestos a seguir la orientación de los miembros del Club de París (MCE, Inglaterra, Japón) que pretendían una renegociación. Así llegaron a un acuerdo en términos financieros: el BCRA debía garantizar un nivel de reservas a fin de cada año, cuyos montos fueron fijados, y que servían de garantía a los pagos de la refinanciación. Para cumplimentar esas metas se fijó un sistema de autorizaciones para importar, topes para remesas al exterior y la obligación de financiar las compras de bienes de capital en plazos mayores de 8 años, contra el lapso habitual de un lustro impuesto por los países desarrollados. Los radicales cumplieron, y pagaron puntualmente los compromisos contraídos. Cuando se presentaron, en el ‘66, los nuevos vencimientos, los problemas resurgieron. El tándem Felipe Tami-Jorge Salimei intentó reforzar los controles. Pero triunfó Krieger, hubo libertad cambiaría, satisfacción internacional y sustanciales beneficios que permitían renovar cómodamente los endeudamientos con una tasa de interés también favorable. Si esta vez los precios no subieron —conforme a lo habitual— se debió al congelamiento salarial y la baja, en el mercado mundial, de los índices agropecuarios. Los recargos, retenciones y reintegros siguieron en escena: bajo A.K.V. tampoco hubo un solo tipo de cambio. Junto a la devaluación se redujeron, fuertemente, los aranceles a la importación. Aunque no tanto como para que el fisco no obtuviera un beneficio neto. Cuando el "cordobazo” reveló la fragilidad del esquema (se fugaron alrededor de 500 millones de dólares), el equipo económico sólo atinó a tratar de convencer a los grandes grupos empresarios, exhortándolos al retorno. Si algo se consiguió no fue suficiente para satisfacer a Carlos Moyano Llerena, en julio último: sostuvo que la más pequeña crisis podía nuevamente devorar las reservas. Y produjo su devaluación, llamada "psicológica", del 14,5 por ciento. La deuda flotante, que tanto perturba, son compromisos a corto plazo de tenedores de cuentas en el exterior. Es que la Argentina pretende vivir con esquemas más ortodoxos que los países desarrollados. Y son éstos —y no los marginales— el centro de gravitación: las fluctuaciones financieras no dependen de las decisiones de Buenos Aires. El equipo de Aldo Ferrer conoce la historia cambiaría de los últimos 15 años y busca —según sus integrantes explican— "algo nuevo", Pero sin cambiar los métodos. Su sistema de reajustes periódicos de la paridad no tiene diferencias esenciales con lo hecho hasta ahora. Y los aranceles a la exportación, ese mecanismo que permite devaluar sectorialmente sin causar impacto en la opinión pública, seguirán jugando. Tres lustros de política de cambios dejaron beneficiarios: la agroexportación, la banca privada nacional y extranjera, los grupos financieros. Y también damnificados: el sector industrial, cuyos índices de precios no crecieron a la par del general y los consumidores, desgastados por la inflación. La propuesta de Ferrer (semicontrol con minidevaluaciones y reasignación de deuda) parece destinada a seguir manteniendo los dos grupos de réprobos y elegidos. ♦ PANORAMA, NOVIEMBRE 10, 1970 |