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PERONISMO: QUINCE ANOS DE ADVERSIDAD
El 19 de septiembre de 1955 el almirante Isaac Rojas rebautizó como General Belgrano al crucero 17 de Octubre, que esa mañana apuntaba sus cañones de 150 milímetros contra la destilería de La Plata. El buque, comprado por un dólar a los norteamericanos, “llevaba el nombre de un acontecimiento demasiado reciente”, y “sin intentar menoscabar a los compatriotas que intervinieron en aquella jornada, entendemos que sus anhelos políticos requieren la consagración de la historia, para quedar incorporados a nuestras tradiciones nacionales”.
Hace ya más de quince años que los peronistas vienen buscando esa consagración. La fecha que inquietaba al almirante Rojas es aguardada, cada vez, con creciente expectativa. Vértice de una Semana Larga que suele empezar el 8 (cumpleaños de Perón, aunque aniversario de Guevara), el 'Tet argentino' encuentra este año un peronismo en plena ofensiva, asediando con más nostalgia que nunca la perdida fuente del poder, que no dejó de perseguir por las vías más diversas: la conciliación, el sabotaje, el acuerdo, las movilizaciones, el comicio, el golpe militar, la guerrilla.
Si la historia sirve para algo (cosa insegura), no ha de ser inútil el repaso de esas tentativas. En todo caso permitirá poner de manifiesto, por encima de infinitas variantes y sutilezas, el esquema básico de acción del peronismo, su movimiento pendular y cíclico, su desdoblamiento en dos tiempos aparentemente contradictorios, cuya síntesis hay que buscarla en el propio Perón.
Frente a los hombres que lo arrancaron del poder, o le prohibieron el acceso a él, la primera reacción del peronismo fue siempre conciliadora; en la segunda, actuó como factor de demolición de lo que había ayudado a construir. En la primera arrancó promesas, y celebró acuerdos, tácitos o expresos, que no fueron cumplidos; en la segunda, se cobró por su cuenta. Los ejecutores de este diástole-sístole fueron hombres muy distintos, incluso tan opuestos como las misiones que les tocó cumplir. La explicación la ha dado el mismo Perón. “Tengo dos manos y las uso las dos”, es frase que se le atribuye.

LA PAZ DE LOS ESPIRITUS. El día en que Lonardi asumió el poder, una manifestación peronista intentó cruzar el puente Pueyrredón; desistió al oír las balas que silbaban sobre sus cabezas. Dos días después, 25 de septiembre de 1955, una columna de trabajadores chocó en Rosario con tropas del Ejército y dejó tres muertos y quince heridos en la esquina de San Martín y Tres de Febrero.
Esos muertos anónimos eran los precursores de una etapa que aún no había llegado. La masa peronista recibió la caída de su líder con estupor y tristeza, pero sin violencia. El propio Perón había dicho a la Junta Militar que no estaba dispuesto a pagar el precio “demasiado cruento y perjudicial” de la resistencia. La CGT ordenó "mantener la más absoluta calma ... por el camino de la armonía ... en la paz de los espíritus”.
Con Lonardi, el peronismo había recibido la primera promesa y firmado el primer acuerdo de una larga serie. No habría vencedores ni vencidos, el gobierno garantizaba la justicia social y la conducción peronista de la CGT, que se comprometía a “facilitar la pacificación nacional”.
Para el dirigente municipal Francisco Pérez Leirós, la promesa de Lonardi no tenía sentido, “porque en las revoluciones hay vencedores y vencidos, sólo en los deportes puede empatarse”. Este criterio futbolístico presidió la ocupación violenta de los sindicatos por socialistas y comunistas. La presión del sector liberal del gobierno recortó cada vez más el acuerdo del 6 de octubre: a la clausura de regionales se sumaba la detención de dirigentes y la amenaza de intervención. Al frente de la CGT —con anuencia oficial—, Andrés Framini preguntaba airadamente al ministro de Trabajo, Luis Cerrutti Costa: “¿Quieren o no quieren un movimiento obrero?”.
El 11 de noviembre el cercado Lonardi alcanzó a proclamar: “En ningún caso dividiré a la clase obrera”. Dos días después era derrocado. La Revolución Libertadora se escindía por su costura más floja: la actitud frente al peronismo. La primera tentativa de conciliación saltó despedazada. Terminaba el idilio de los blandos y empezaba, en ambos sectores, el reino de los duros.
El gobierno de Aramburu tomó la iniciativa interviniendo la CGT y aplastando el paro general con la detención de seis mil dirigentes. El partido peronista fue disuelto, los convenios colectivos prorrogados, la Ley de Asociaciones Profesionales derogada junto con la Constitución de 1949. El cadáver de Eva Perón inició su misterioso peregrinaje, y el decreto 4161 sustituyó al juicio histórico que había invocado meses antes el almirante Rojas: desde marzo de 1956 estuvo prohibido mencionar a Juan Perón.

“HEMOS CONVENIDO...”. La primera respuesta del peronismo fue defensiva. Cuadros de segunda fila reemplazaron a los dirigentes presos, aparecieron tímidos ensayos de sabotaje. Ya en enero del 56, sin embargo, los proscriptos pudieron lanzar una ofensiva táctica: la huelga metalúrgica, que duró cuarenta y cinco días. Era el preámbulo de la tentativa más seria realizada por el peronismo para la reconquista del poder: la revolución del general Juan José Valle, ahogada en sangre el 10 de junio.
Para el gobierno de la Revolución Libertadora fue una victoria a lo Pirro. Tras el espanto provocado por el fusilamiento de veintisiete civiles y militares, la lucha se reanudó en sus modalidades más sordas y ocultas. “La forma más usual de organización fue de tipo celular”, ha escrito un militante de lo que después se llamó Resistencia peronista. “Cuatro o cinco obreros de una misma fábrica se reunían, discutían, y luego pasaban a la acción con los medios más precarios: pólvora común, algodón pólvora, reactivos químicos.”
El estallido de estos improvisados caños se convirtió en noticia casi cotidiana, pero la huelga, de indudable “motivación política", resultó el arma más poderosa. Las jornadas laborales perdidas en la Capital subieron de 150 mil en 1955 a 5 millones 200 mil en 1956. En julio de 1957 los liberales comprobaron con sorpresa que no habían desperonizado el país: en la elección de Constituyentes, 2 millones 200 mil votos en blanco superaron a los de cualquier otro partido. En diciembre naufragaba otra esperanza: dirigentes peronistas apenas camuflados copaban la Comisión de Poderes en el Congreso Normalizador de la CGT, obligando a un cuarto intermedio que dura hasta hoy.
En febrero de 1958 el peronismo estaba preparado para hacer una segunda apuesta por el poder, esta vez indirecta. El péndulo del exiliado presidente (Asunción-Panamá-Caracas-Ciudad Trujillo) marcó nuevamente la hora de la conciliación. La pólvora se humedeció y los clavos miguelito empezaron a oxidarse en las trastiendas de pequeños talleres, mientras Juan Perón, Arturo Frondizi, John William Cooke y Rogelio Frigerio estampaban su firma al pie de un documento que volvía a prometer lo que había prometido Lonardi, y algunas cosas más. El 23 de febrero, 3 millones 700 mil votos ungieron presidente a Frondizi. Más de la mitad de esos votos eran peronistas.

DEL “CAÑO” AL VOTO. Frondizi se apresuró a cumplir algunas cláusulas del pacto: aumentos de emergencia, devolución de sindicatos y, sobre todo, la Ley de Asociaciones Profesionales, que consagraba el sindicato único por industria y la conducción mayoritaria (léase peronista). Otras resultaron de imposible cumplimiento: retorno de Perón al país, restitución del grado y el uniforme. Pero las que provocaron más escozor fueron las que permitían dos lecturas distintas de un mismo texto. ¿Qué significaba, por ejemplo, 1a revisión de las medidas económicas “lesivas a la soberanía nacional"?
El frondizismo entendió que el remate de las empresas DINIE y los contratos petroleros no eran “lesivos”. El peronismo entendió lo contrario. ¿Qué significaba “política de ocupación plena”? Para las bases sindicales era lo opuesto de la racionalización que impulsaba el gobierno.
En noviembre la guerra estaba declarada. El 11 se implantó el estado de sitio; el 14, secretamente, el Plan Conintes. Se movilizó al gremio ferroviario. Tres días antes de finalizar el año se anunció que no habría aumentos: había entrado en vigor el plan de estabilización de la moneda, discutido con el Fondo Monetario Internacional. Frondizi proclamó: “Ha llegado el momento de afrontar los hechos y adoptar remedios heroicos”.
Tres semanas más tarde los tanques derribaron las rejas del Frigorífico Nacional, poniendo fin a la huelga de la carne pero desatando un paro general que se diluyó a los tres días.
Una bomba en un comité de la UCRI, otra en casa de Rogelio Frigerio, señalaron el regreso del péndulo. Más de un millar de esos artefactos acompañaron el período frondizista. “El proceso a que hacemos referencia —dirá más tarde una publicación del Servicio de Informaciones del Ejército— se inicia con el
empleo en gran escala de bombas de circunstancias en base a caños galvanizados, de una longitud de 20 a 40 centímetros, y cuyo diámetro oscilaba entre los 5 y 10 centímetros, que eran llenados con gelinita de uso comercial. Estos artefactos de elevado peso y relativo poder explosivo no tuvieron la efectividad buscada; en consecuencia, dicho sistema fue reemplazado por simples eficaces cargas de gelinita, cuyo peso fluctuaba entre 3 y 5 kilogramos, colocadas en valijas de madera u otros elementos similares... En todos los casos se empleó gelinita como material explosivo, siendo el sistema de ignición el comúnmente llamado pirotécnico..”
En agosto, la explosión accidental de una de estas bombas en un bar céntrico provocó un muerto y varios heridos. En febrero de 1960 otro artefacto colocado en la base de un tanque de tres millones de litros de nafta destruyó el depósito de combustibles de la Shell en Córdoba. En marzo, seis kilogramos de gelinita volaron íntegramente la casa del mayor Cabrera, del servicio de informaciones del Ejército. Ni el jefe de la SIDE, general Lagalaye, escapó a la ofensiva terrorista.
En esta etapa, la actividad peronista asumió formalmente el nombre de Resistencia, con un Comando de Operaciones de la Resistencia (COR), cuya jefatura fue atribuida al general Iñíguez. El 30 de noviembre de 1960 este militar repitió en Rosario la tentativa del general Valle, apoderándose momentáneamente del regimiento 11, mientras decenas de bombas estallaban en el Gran Buenos Aires. En el combate hubo varios muertos, entre ellos, el coronel Barredo, del grupo atacante.
De este cuadro no estuvo ausente lo que hoy se llamaría guerrilla urbana. El 4 de abril de 1959 se alzaron barricadas y se incendiaron vehículos en pleno centro de Buenos Aires, en un anticipo ya olvidado del cordobazo que una década más tarde sacudió al país. Y a fin de ese año se estrenó en Tucumán la guerrilla de los Uturuncos.
El frondizismo derrotó cada una de estas tentativas con indomable energía, perdiendo el último vestigio de apoyo popular, mientras el enemigo parecía incansable, además de ubicuo e invisible. Una tercera fuerza aprovecharía su desgaste, así como él había aprovechado el desgaste de Aramburu. Necesitaba conciliar y convocó a las primeras elecciones limpias en una década. La papeleta electoral resultó más mortífera que el caño. El 29 de marzo se derrumbaba, arrastrado por la avalancha de votos que consagraron gobernador de la provincia de Buenos Aires al peronista Andrés Framini. “Nadie podrá gobernar”, había profetizado Framini en los últimos días de Lonardi. El tampoco, pero esta vez la proscripción tenía un sabor más dulce.

EL ETERNO RETORNO. Con Arturo Illia no hubo pacto escrito, y —tal vez— ni siquiera conversado, pero 700 mil votos peronistas contribuyeron a su triunfo, porque el otro candidato era Aramburu. (Más de un millón y medio votaron en blanco.) Con la caída de Frondizi había desaparecido la Resistencia, aunque su última víctima —Felipe Vallese— fue inmolada en el interinato de Guido. En 1963 se asistió a la reorganización de la CGT, que tras ocho años de intervención venía armada de un Plan de Lucha con una inquietante táctica nueva: la ocupación masiva de fábricas. El arma se probaría contra Guido, pero se perfeccionó contra Illia, apenas trascurrido el tácito plazo de tregua. Entre el 21 de mayo y el 24 de junio de 1964 más de tres millones de trabajadores ocuparon once mil establecimientos. El último día del año el presidente fue colocado entre la espada y la pared: Juan Perón había tomado 4m avión en Madrid, estaba cruzando el Atlántico. El gobierno radical debió abandonar las vacías frases de conciliación, pronunciarse ante el hecho concreto. Un angustioso pedido del canciller Miguel Angel Zavala Ortiz a la cancillería brasileña congeló el retorno a la altura de Río de Janeiro.
Significaba de nuevo la guerra, aunque el peronismo no dejaría pasar una oportunidad electoral. A partir de marzo de 1965 habría nuevamente. en el país gobernadores y diputados peronistas. En 1967 debería repetirse en la provincia de Buenos Aires la instancia que derrocó a Frondizi, y nadie dudaba del resultado, así como de la intención que tenían de impedirlo las Fuerzas Armadas. Pero esta vez el peronismo se calaba en el golpe, preparaba el terreno con una huelga general el 7 de junio de 1966, y tres semanas más tarde los máximos dirigentes sindicales —Vandor, Alonso, Izetta— sonreían en la Casa Rosada junto al general Onganía.
Estos hombres eran y no eran los mismos que habían dirigido la Resistencia peronista desde 1955 a 1964. Para muchos, la conciliación había dejado de ser una maniobra táctica ordenada desde Madrid para convertirse en instrumento propio. Onganía contó con ellos para aplastar, entre noviembre de 1966 y abril de 1967, la rebelión provocada por la congelación de salarios, la intervención en los sindicatos y la derogación de las leyes sociales. Parecía que alguien había encontrado por fin la manera de tratar directamente con los monos, prescindiendo del dueño del circo. La ilusión duró escasamente un año. En marzo de 1968 Perón eligió a un desconocido —Raimundo Ongaro— para encabezar una CGT que se tituló rebelde y llevó las luchas obreras a un nivel también desconocido, aunque desintegrándose en el proceso. El resultado fue el cordobazo. El gobierno de Onganía, herido de muerte, se arrastró un año más, hasta que en el primer aniversario un comando peronista le puso la puntilla, secuestrando al general Aramburu.

LA ACTUAL OFENSIVA. "El peronismo —escribió irónicamente John William Cooke— es el hecho maldito de la política argentina.” Sin duda, lo saben Arturo Frondizi, Arturo Illia, Juan Carlos Onganía. ¿Lo sabrá también el general Levingston? Con la posible excepción del yrigoyenismo, que durante 35 años conmovió o exasperó a los argentinos, ningún otro movimiento ha demostrado una vocación tan persistente de poder, una variedad tan sorprendente de tácticas, un rigor tan completo en la sencilla alternativa de conciliación o violencia. Hoy mismo, mientras las discípulas de Juana Larrauri agitan la plaza de Mayo reclamando el retorno, el delegado Jorge Paladino tiende la mano a Ricardo Balbín y las bombas de la FAP dan nuevo impulso a la vieja resistencia, el país entero sabe que ahí está la gran ecuación sin resolver. ♦
Revista Panorama
13.10.1970
 

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