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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Chipre
una nación libre a la fuerza

En la pugna entre Griegos y Turcos, los habitantes de la isla mediterránea fueron obligados a convertirse en un estado soberano, aunque no lo deseaban.

Revista Hechos Mundiales
octubre 1969

 

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Makarios -centro- líder de un país dividido pero libre

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Turcos y griegos ensangrentaron la isla


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Grivas, guerrillero de la "enosis"

 

Para comprender el drama de Chipre, hay que admitir la parte de verdad científica que encierra la geopolítica. Si esta isla, la tercera en extensión territorial del Mediterráneo con sus 9.251 kilómetros cuadrados, estuviera en otro sitio, su historia probablemente habría sido muy distinta. Pero se encuentra a la entrada del Golfo de Alejandreta, clave de la defensa de Alejandría y Port Said, las llaves de la boca mediterránea del Canal de Suez, y a sólo 64 kilómetros de la costa turca de la Anatolia.
Esta situación estratégica de Chipre explica que por su suelo hayan pasado a lo largo de los siglos todos los pueblos dominadores. Desde los egipcios faraónicos hasta los ingleses Victorianos. Sin embargo, las investigaciones arqueológicas han demostrado que cuatro mil años antes de Cristo estaba poblada con gente autóctona. Alrededor del año 2.000 a. de C., era la principal fuente de cobre para los pueblos de la antigüedad y de ahí se originó su nombre. Hacia el siglo XV a. de C., comenzó a ser colonizada por los griegos, los cuales desde entonces constituyen el núcleo étnico fundamental de los habitantes. Estos son 598.000, de los cuales alrededor del 75 por ciento es de origen griego, mientras el resto procede de los turcos que durante cuatro siglos fueron dueños de la isla.
Antes de la conquista por los Otomanos, Chipre había sufrido muchas vicisitudes. Sucesivamente, la dominaron fenicios, persas, romanos y bizantinos. Hacia 1190 fue un reino cristiano independiente conquistado por Ricardo Corazón de León y vendido a los caballeros Templarios. Después la gobernó la dinastía de los Lusignan hasta que una reina veneciana, Catalina Cornaro, la cedió a su república nativa en 1489. Conquistada por los turcos en 1571, los ingleses la ocuparon "administrativamente" en 1878, respetando la "soberanía" del sultán de Turquía hasta 1914, en que se embolsaron lisa y llanamente la isla.
En 1925 Chipre recibió un estatuto de colonia británica, constituyendo una base naval y aérea de primera importancia durante la II Guerra Mundial. Apenas finalizada ésta, surgieron con gran fuerza diversas reclamaciones nacionalistas, unánimes en exigir el fin de la ocupación inglesa, aunque no coincidieran en sus propósitos respecto al futuro de Chipre.
Entre el elemento mayoritario chipriota-griego predominó siempre el deseo de utilizar el derecho de autodeterminación tantas veces prometido como escamoteado a los pueblos, para proclamar su unión con Grecia, la "enosis". La minoría turca se opuso con decisión a estos designios, contando con el enérgico apoyo de la moderna Turquía, para la cual era evidente que Chipre en manos griegas constituiría una amenaza demasiado grave.
Esta situación de franca hostilidad contenía latentes graves peligros. En los primeros años de postguerra, mientras los chipriotas griegos alentaron la esperanza de alcanzar su ansiada "enosis", no hubo choques en gran escala, pero a partir de 1950 el nacionalismo se exacerbó. Surgió la figura de Jorge Grivas, coronel del ejército griego, que pronto debía adquirir prestigio legendario.
Los ingleses aplicaron en Chipre la misma política de mano dura que tan mal resultado les dio en otros lugares del Cercano Oriente, por ejemplo. Palestina, hasta que se convencieron de su inutilidad y se marcharon. Pero en los primeros años Grivas y la E. O. K. A., grupo guerrillero y terrorista comandado por él, adquirieron un prestigio temible en la isla, con todos los medios modernos de destrucción a su servicio. Aparecía donde no se le esperaba y sabía eludir todas las trampas, contando con la complicidad y la simpatía de la gran masa popular y el apoyo no disimulado de la Iglesia Ortodoxa.
Sin embargo, sus ataques, prácticamente aplaudidos por todos los chipriotas mientras se cebaban en los ingleses, comenzaron también a hacer víctimas entre la minoría turca. Esto trajo un recrudecimiento de la violencia, pues los habitantes de origen otomano, armados y apoyados por Turquía, no permanecieron con los brazos cruzados. La situación llegó a hacerse sumamente molesta para las grandes potencias, especialmente Estados Unidos. Tanto Grecia como Turquía son miembros importantes de la OTAN por su situación geográfica a las puertas de la URSS. Una guerra entre ellas, teóricamente aliadas, era algo trágicamente grotesco, pero muy posible.
Continuaron los británicos su política de represión y para salvar las apariencias convocaron a un plebiscito, realizado con la Iglesia como interventora de su pureza. El resultado fue de un 90 por ciento de votantes a favor de la "enosis". En vista de ello primero la minoría turca y después la Gran Bretaña tuvieron que dejarse de comedias democráticas y utilizar la fuerza sin contemplaciones para que de ningún modo llegara a pasar Chipre bajo el dominio de Grecia.
El Arzobispo Mihail Mouskos, mundialmente conocido por su apelativo de Makarios III, era uno de los cerebros de la E. O. K. A., según los servicios de información del ejército británico, aunque oficialmente su actitud aparecía conciliatoria, partidario de negociaciones y arreglos pacíficos. Fuera como fuese, en 1956, los gobernantes ingleses tomaron una molida cuyas consecuencias resultaron graves. Tanto Makarios como el obispo de Cyrenia fueron deportados a una lejana y solitaria isla del océano Indico. Resultó ser la señal para una guerra devastadora de actos terroristas.
Las tranquilas aldeas chipriotas, donde nada había ocurrido durante siglos, se vieron barridas por una ola de violencia. La dinamita demolía los viejos edificios de Nicosia, de Famagusta, de Limassol, recuerdos de edades pretéritas.
Morían por centenares no solamente los combatientes, soldados de Su Majestad británica comprendidos, sino también mujeres, niños, ancianos, a quienes sorprendían atentados y golpes de mano dirigidos por los chipriotas griegos contra los chipriotas turcos y viceversa, con la irracional y sanguinaria violencia de toda guerra civil.

Hasta que los Estados Unidos, con relativa discreción, advirtieron a su socia y protegida, la otrora orgullosa Gran Bretaña, que se había llegado al límite.
Con el pragmatismo propio de su política exterior, los británicos cambiaron de actitud casi de la noche a la mañana. Encontraron que era necesario buscar una fórmula de paz para Chipre. Nadie más indicado que Makarios para ello. Lo notable es que al aceptar éste, pasó de deportado a representante reconocido de su pueblo.
En noviembre de 1959 se reunieron en Londres en una conferencia tripartita representantes de Grecia, de Turquía y de Gran Bretaña. Los chipriotas, por boca de Makarios, hablaron, pero se les escuchó poco. Finalmente, una fórmula que hasta entonces había tenido escasos partidarios o tal vez ninguno en Chipre, la de la independencia de la isla, se impuso como el único medio posible para evitar un choque de reacción en cadena si estallaba la guerra greco-turca.

LIBRES A LA FUERZA

La historia está llena de ejemplos del sacrificio heroico de muchos pueblos por lograr su independencia. La misma Grecia moderna luchó bravamente para sacudir el yugo turco despertando la admiración del mundo romántico de 1830.
Lo raro es que a un pueblo heterogéneo en sus orígenes, pero que preferiría la división de su territorio con tal de unirse los griegos a la Hélade y los turcos a Turquía, se le impusiera la independencia, la libertad, como mal menor, sin que la pidiera ni la quisiera.
El 16 de agosto de 1960 se proclamaba la República de Chipre. Su Presidente resultó elegido sin oposición práctica, el Arzobispo Makarios. Gran negociador, político hábil, había aceptado la situación, dejando de lado sus preferencias por la "enosis". La Constitución chipriota era un régimen sui generis, un intento digno de buena suerte para encontrar formulas políticas que permitieran la convivencia pacifica de hombres de distinta raza, palabra muy desacreditada y antipática, pero cuya realidad resultaba patente.
El Parlamento es común, pero un 70 por ciento de diputados debe ser de origen griego, y el restante 30 por ciento de origen otomano. Lo mismo la policía, que fue puesta a las órdenes de Grivas, lo que constituyó un error. Finalmente, si el Presidente era griego, tenía a su lado un Vicepresidente turco, con derecho de veto sobre las medidas que afectaran exclusivamente a la minoría de su grupo. A pesar de estas precauciones, el equilibrio era inestable.
Se rompió en 1963. El motivo, pretexto más bien, lo constituyó un intento de reforma constitucional del Presidente Makarios. Muchas de las disposiciones de la Constitución resultaban inaplicables, y en general era difícil gobernar con un código fundamental tan complicado como el impuesto a Chipre con su independencia, a su vez bien compleja, puesto que cinco naciones por lo menos, los EE. UU., la URSS, Gran Bretaña, Grecia y Turquía tenían los ojos tan fijos en los acontecimientos de la isla que no se veía bien por donde quedaba un resquicio verdaderamente independiente. Además, los ingleses se habían reservado dos magníficas bases aeronavales, Dhekeli y Akrotiri, dos especies de Gibraltar de su absoluta propiedad.
La guerra civil de 1963 resultó calcada en el patrón de las luchas anteriores. Tuvo también las mismas peligrosas perspectivas internacionales, hasta el punto de que las Naciones Unidas se apresuraron, relativamente, a intervenir con una "fuerza de paz" de los llamados cascos azules, contingente internacional compuesto en esta ocasión principalmente por canadienses. No se alcanzó a reunir los diez mil hombres pedidos a los gobiernos, y unos cuatro mil quinientos voluntarios resultaron insuficientes para imponer una pacificación total. Con menor o mayor intensidad, las hostilidades se prolongaron por años.
Hasta que llegó el 15 de noviembre de 1967. Ese día, inopinadamente, fuerzas "guerrilleras" que todo el mundo supuso eran contingentes a las órdenes del jefe de la policía, Grivas, atacaron dos aldeas turcas. El ex coronel griego no hacía ningún misterio de su adhesión a la dictadura implantada en Atenas por sus camaradas de antaño. La tensión mundial marcó una punta. Turquía y Grecia movilizaron tropas, hubo ultimátum y choques entre fuerzas militares de ambos bandos. Únicamente la intervención coordinada y casi brutal de los EE. UU. y la URSS, ambos de acuerdo, Norteamérica para parchar una vez más su OTAN, y los rusos para no poner en peligro la creciente preponderancia que están logrando en el Mediterráneo, cortó la guerra naciente.
Los puntos del acuerdo que ha permitido la relativa paz alcanzada desde entonces eran: retiro de Grivas, indemnización a las familias de los caídos en los choques del 15 de noviembre de 1967, retirada de los "voluntarios" enviados por los gobiernos de Grecia y Turquía, revisión de los acuerdos de Zurich y Londres de 1960 y aumento de la fuerza de paz de la ONU.
Tal vez lo más notable en el ciclo violento vivido por Chipre en esta década, es que al final la independencia, en que nadie creía, se afirmó. Milagros de la libertad.

 

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