Mao Tse-tung
Lin Piao
Liu Shao-chi
Los "Guardias Rojos"
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Hacia fines de la década del
cincuenta. China constituía para muchos sólo uno de los países más extensos y el más
poblado del globo. Ahora, transcurridos diez años, el mundo entero está consciente de
que China representa una nueva potencia. Con graves problemas económicos, políticos y
sociales, pero una potencia en toda la línea. Una gran nación, que ya no sólo cuestiona
a la URSS el liderazgo del bloque comunista, sino que se proyecta ante toda la humanidad
como una amenaza revolucionaria y bélica. La bomba atómica, que posee desde 1964, y la
de hidrógeno, desde 1967, hacen que cada acto de China sea hoy por hoy analizado con
detenimiento y preocupación por todas las grandes potencias del mundo.
En la misma medida que la URSS fue planteando su posición de coexistencia pacífica, los
líderes chinos fueron enfatizando el ortodoxo y tradicional esquema marxista según el
cual la guerra es el único medio capaz de derrotar al capitalismo y conducir a la
instauración del socialismo.
Deteriorada ya la amistad chino-soviética, el XXII Congreso del Partido Comunista, en
Moscú, contribuyó a empeorarla mucho más. En aquella oportunidad, Khruschev atacó
violentamente al comunismo de "corte stalinista" seguido por Albania, y esa
actitud ocasionó la abrupta retirada de Chou En-lai, Primer Ministro de China, y su
representante en esta asamblea del comunismo internacional. Desde aquel público acto de
solidaridad con los albaneses, Pekín se presentó ante la faz del mundo como posible
aspirante a constituirse en la capital del movimiento comunista universal.
La política internacional de la gran nación asiática en la última década ha seguido
un proceso relativamente continuo, sin que se haya visto interrumpido por grandes
acontecimientos que indiquen un cambio de mentalidad. En su política interna, en cambio,
la situación ha sido distinta. En abril de 1969 finalizó en Pekín el IX Congreso del
Partido Comunista chino, con la victoria total y definitiva de Mao Tse-tung y de Lin Piao,
su heredero político y antiguo compañero de armas, sobre Liu Shao-chi, quien, nueve
años antes, los había alejado del poder tras criticar duramente su famoso "salto
hacia adelante". De este modo, Mao volvió en gloria y majestad a constituirse en el
líder indiscutido de un contingente de más de 700 millones de hombres que continúan
aclamándolo como a un dios.
EL "GRAN SALTO"
El 1° de octubre de 1949, fecha
trascendental en la historia del milenario país, Mao Tse-tung proclamó la República
Popular China ante una multitud delirante que se había congregado para el magno
acontecimiento en la plaza Tien An Men. Atrás quedaban veinte años de lucha civil que
habían costado 20 millones de muertos. En aquella oportunidad, Mao dijo: "Proclamo
la República Popular China como vanguardia de la paz en Asia". Y acto seguido,
cambiando el tono de voz, lanzó esa amenazante frase, que vino tácitamente a desmentir
las palabras recién pronunciadas: "Que lo sepan los reaccionarios del exterior y del
interior".
Con la decisiva ayuda de la URSS, Mao comenzó por remodelar totalmente la atrasada
economía china. Intentó industrializar su país rápidamente, tal como Stalin lo hizo en
Rusia. Pero no tardó en comprender que China necesitaba marchar aun mas aprisa a fin de
que la Revolución proletaria no se diluyera irremisiblemente dentro de ese insondable
pozo que es la multitudinaria nación china. Ideó, entonces, lo que él mismo bautizó
como el "Gran Salto hacia Adelante", 1958-1959, movimiento destinado a integrar
algunos aspectos de la industria y de la agricultura, a obtener un rendimiento mucho mayor
de la fuerza del trabajo por medio de las "comunas populares"
Piedra angular de este "Gran Salto" hacia el progreso debería ser una nueva
mentalidad del pueblo chino, que Mao se propuse obtener mediante la realización
periódica de campanas destinadas a "corregir la naturaleza humana". De esta
manera procuraría construir, a corto plazo, una comunidad responsable, honrada,
trabajadora y, sobre todo con extremado espíritu de sacrificio. Pero todo el entusiasmo
que Mao logró infundir a su pueblo no bastó para conseguir las metas productivas que se
prefijó la revolución. La maquinaria burocrática no fue capaz de resistir el enorme
esfuerzo que se le exigía, y el plan alcanzó éxito sólo en algunos aspectos, en tanto
que sus objetivos fundamentales fracasaron, como era de prever atendida la magnitud de
esta ambiciosa empresa. Se instalaron mi!es de pequeños hornos de fundición que
fabricaron un acero totalmente inservible. Se construyeron cientos de máquinas y
artefactos inútiles. Se hicieron ensayos agrícolas basados en la conciencia social de un
pueblo que en el fondo aún no había perdido su ancestro profundamente individualista. La
popularidad de Mao. entonces, descendió ostensiblemente, más que nada debido al poco
incremento de la producción alimenticia, que constituye el problema primordial de China.
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Así, después de diez años en el poder, Mao Tse-tung experimentó un temporal eclipse,
siendo reemplazado en el cargo de Presidente de la República en 1959 por Liu Shao-chi.
Conservó, sin embargo, la presidencia del Comité Central del Partido Comunista, aunque
su influencia quedó totalmente neutralizada por la corriente mayoritaria que encabezaba
Liu. Pero, a pesar de esta caída, el anciano líder tuvo la suficiente habilidad para
lograr no desaparecer del todo del primer plano político. Previendo lo que le esperaba,
tomó la precaución cuando aún ejercía el poder de colocar en el Ministerio de Defensa
a Lin Piao, el hombre que sería vital para su regreso y que hoy es el delfín del
régimen.
Con Mao alejado del gobierno, Liu Shao-chi volvió a adecuar la economía china a los
moldes soviéticos, aun cuando esta política no significó en sentido alguno un rebrote
en la deteriorada amistad entre Pekín y Moscú.
LA REVOLUCIÓN CULTURAL
La nueva senda económica sacó a China
de la situación difícil a la que llegó a fines de la década del cincuenta, pero hizo
perder en gran medida ese espíritu revolucionario nuevo que tanto había predicado Mao al
enunciar su "Gran Salto". Desde su cargo de presidente del Comité Central, Mao
Tse-tung comenzó, entonces, a fustigar duramente al régimen de Liu Shao-chi por el
"aburguesamiento" que se estaba produciendo en todos los niveles dentro de
China. "Los nuevos gobernantes acusó Mao están apartando a la nación
del verdadero camino socialista."
Y para evitar lo que él consideraba el fracaso
total del proceso revolucionario, ideó un gigantesco plan de recuperación de la pureza
revolucionaria, al que denominó la "Gran Revolución Cultural Proletaria".
Iniciada en 1966, tenía como finalidad, entre otras cosas, derribar del poder a Liu
Shao-chi "el Khruschev chino" y a su "camarilla de
revisionistas".
Encargados de llevar adelante la Gran Revolución Cultural fueron los "Guardias
Rojos", brigadas de adolescentes fanáticamente adoctrinados en el pensamiento de
Mao. Estos se desparramaron por campos, pueblos y ciudades predicando la "buena
nueva" e invitando a todo el mundo a seguir la línea de sacrificio y justicia
revolucionaria que pedía Mao. Pero su acción no fue pacífica: atacaron cuanto
consideraron contrario al puritanismo maoísta, tildando con los calificativos de
"burgués", "revisionista", "contrarrevolucionario",
"imperialista" y "extranjerizante" a todo lo que de algún modo se
oponía al severo espíritu de sacrificio que preconizaban. Así, promovieron violentas
manifestaciones contra todo lo que quedaba aún de despreocupación e individualismo en
China, sindicando a la URSS como responsable de este relajamiento en las costumbres
revolucionarias.
En breve espacio de tiempo, con los Guardias Rojos apoyados por el Ejército de
Liberación Nacional, en manos de Lin Piao, Mao Tse-tung realizó su nueva revolución,
con la que pretendió hacer renacer un nuevo sentido de orgullo en su pueblo y provocar un
renacimiento ascético de la más extrema austeridad.
Sin embargo, el idealismo de los Guardias Rojos no fue comprendido por toda la nación.
Los viejos dirigentes se resistieron, y muchos obreros y campesinos protestaron en demanda
de más alimento y salario y menos teorías. Se suscitaron encuentros armados, y, por un
momento, muchos observadores especularon sobre la posibilidad de una nueva y gran guerra
civil en China. No obstante, y a pesar de no investir en esos instantes toda la suma del
poder, el peso indiscutible de su calidad de líder de excepción permitió a Mao
imponerse a la situación. Hizo un llamado a la cordura y toda China le escuchó,
consciente tal vez del hecho de que tras sus palabras se advertía la implacable silueta
del Ejército de Liberación Nacional. Fue la señal de que, a pesar de los veinte
agitados años transcurridos desde la proclamación de la República Popular y de su
avanzada edad, seguía siendo el líder máximo de China. Ello quedó plenamente
corroborado en el IX Congreso del Partido Comunista chino, en abril de 1969, en que junto
con ponerse una lápida definitiva a Liu Shao-chi y a la tendencia que él representaba,
se designó a Lin Piao el más fiel seguidor de las enseñanzas maoístas como
el futuro sucesor y heredero político de Mao Tse-tung.
Los últimos acontecimientos muestran a China en una posición más inflexible y rígida
que nunca, acentuándose aun más sus diferencias con la URSS, hasta el punto de existir
el peligro cierto de un enfrentamiento nuclear entre los dos gigantes del mundo comunista,
eventualidad reconocida por ambos pueblos. |