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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

China
el gigante disidente

Transformada en potencia atómica de primera línea, la inmensa nación asiática se perfila como una amenaza para la paz por su política agresiva, Mao Tse-tung, su líder indiscutido, ganó la abierta batalla interna contra Liu Shao-chi y ahora se alza desafiante frente a la Unión Soviética.

Revista Hechos Mundiales
octubre 1969

 

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Mao Tse-tung

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Lin Piao

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Liu Shao-chi

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Los "Guardias Rojos"

 

 

Hacia fines de la década del cincuenta. China constituía para muchos sólo uno de los países más extensos y el más poblado del globo. Ahora, transcurridos diez años, el mundo entero está consciente de que China representa una nueva potencia. Con graves problemas económicos, políticos y sociales, pero una potencia en toda la línea. Una gran nación, que ya no sólo cuestiona a la URSS el liderazgo del bloque comunista, sino que se proyecta ante toda la humanidad como una amenaza revolucionaria y bélica. La bomba atómica, que posee desde 1964, y la de hidrógeno, desde 1967, hacen que cada acto de China sea hoy por hoy analizado con detenimiento y preocupación por todas las grandes potencias del mundo.
En la misma medida que la URSS fue planteando su posición de coexistencia pacífica, los líderes chinos fueron enfatizando el ortodoxo y tradicional esquema marxista según el cual la guerra es el único medio capaz de derrotar al capitalismo y conducir a la instauración del socialismo.
Deteriorada ya la amistad chino-soviética, el XXII Congreso del Partido Comunista, en Moscú, contribuyó a empeorarla mucho más. En aquella oportunidad, Khruschev atacó violentamente al comunismo de "corte stalinista" seguido por Albania, y esa actitud ocasionó la abrupta retirada de Chou En-lai, Primer Ministro de China, y su representante en esta asamblea del comunismo internacional. Desde aquel público acto de solidaridad con los albaneses, Pekín se presentó ante la faz del mundo como posible aspirante a constituirse en la capital del movimiento comunista universal.
La política internacional de la gran nación asiática en la última década ha seguido un proceso relativamente continuo, sin que se haya visto interrumpido por grandes acontecimientos que indiquen un cambio de mentalidad. En su política interna, en cambio, la situación ha sido distinta. En abril de 1969 finalizó en Pekín el IX Congreso del Partido Comunista chino, con la victoria total y definitiva de Mao Tse-tung y de Lin Piao, su heredero político y antiguo compañero de armas, sobre Liu Shao-chi, quien, nueve años antes, los había alejado del poder tras criticar duramente su famoso "salto hacia adelante". De este modo, Mao volvió en gloria y majestad a constituirse en el líder indiscutido de un contingente de más de 700 millones de hombres que continúan aclamándolo como a un dios.

EL "GRAN SALTO"

El 1° de octubre de 1949, fecha trascendental en la historia del milenario país, Mao Tse-tung proclamó la República Popular China ante una multitud delirante que se había congregado para el magno acontecimiento en la plaza Tien An Men. Atrás quedaban veinte años de lucha civil que habían costado 20 millones de muertos. En aquella oportunidad, Mao dijo: "Proclamo la República Popular China como vanguardia de la paz en Asia". Y acto seguido, cambiando el tono de voz, lanzó esa amenazante frase, que vino tácitamente a desmentir las palabras recién pronunciadas: "Que lo sepan los reaccionarios del exterior y del interior".
Con la decisiva ayuda de la URSS, Mao comenzó por remodelar totalmente la atrasada economía china. Intentó industrializar su país rápidamente, tal como Stalin lo hizo en Rusia. Pero no tardó en comprender que China necesitaba marchar aun mas aprisa a fin de que la Revolución proletaria no se diluyera irremisiblemente dentro de ese insondable pozo que es la multitudinaria nación china. Ideó, entonces, lo que él mismo bautizó como el "Gran Salto hacia Adelante", 1958-1959, movimiento destinado a integrar algunos aspectos de la industria y de la agricultura, a obtener un rendimiento mucho mayor de la fuerza del trabajo por medio de las "comunas populares"
Piedra angular de este "Gran Salto" hacia el progreso debería ser una nueva mentalidad del pueblo chino, que Mao se propuse obtener mediante la realización periódica de campanas destinadas a "corregir la naturaleza humana". De esta manera procuraría construir, a corto plazo, una comunidad responsable, honrada, trabajadora y, sobre todo con extremado espíritu de sacrificio. Pero todo el entusiasmo que Mao logró infundir a su pueblo no bastó para conseguir las metas productivas que se prefijó la revolución. La maquinaria burocrática no fue capaz de resistir el enorme esfuerzo que se le exigía, y el plan alcanzó éxito sólo en algunos aspectos, en tanto que sus objetivos fundamentales fracasaron, como era de prever atendida la magnitud de esta ambiciosa empresa. Se instalaron mi!es de pequeños hornos de fundición que fabricaron un acero totalmente inservible. Se construyeron cientos de máquinas y artefactos inútiles. Se hicieron ensayos agrícolas basados en la conciencia social de un pueblo que en el fondo aún no había perdido su ancestro profundamente individualista. La popularidad de Mao. entonces, descendió ostensiblemente, más que nada debido al poco incremento de la producción alimenticia, que constituye el problema primordial de China.

Así, después de diez años en el poder, Mao Tse-tung experimentó un temporal eclipse, siendo reemplazado en el cargo de Presidente de la República en 1959 por Liu Shao-chi. Conservó, sin embargo, la presidencia del Comité Central del Partido Comunista, aunque su influencia quedó totalmente neutralizada por la corriente mayoritaria que encabezaba Liu. Pero, a pesar de esta caída, el anciano líder tuvo la suficiente habilidad para lograr no desaparecer del todo del primer plano político. Previendo lo que le esperaba, tomó la precaución cuando aún ejercía el poder de colocar en el Ministerio de Defensa a Lin Piao, el hombre que sería vital para su regreso y que hoy es el delfín del régimen.
Con Mao alejado del gobierno, Liu Shao-chi volvió a adecuar la economía china a los moldes soviéticos, aun cuando esta política no significó en sentido alguno un rebrote en la deteriorada amistad entre Pekín y Moscú.

LA REVOLUCIÓN CULTURAL

La nueva senda económica sacó a China de la situación difícil a la que llegó a fines de la década del cincuenta, pero hizo perder en gran medida ese espíritu revolucionario nuevo que tanto había predicado Mao al enunciar su "Gran Salto". Desde su cargo de presidente del Comité Central, Mao Tse-tung comenzó, entonces, a fustigar duramente al régimen de Liu Shao-chi por el "aburguesamiento" que se estaba produciendo en todos los niveles dentro de China. "Los nuevos gobernantes —acusó Mao — están apartando a la nación del verdadero camino socialista."
Y para evitar lo que él consideraba el fracaso total del proceso revolucionario, ideó un gigantesco plan de recuperación de la pureza revolucionaria, al que denominó la "Gran Revolución Cultural Proletaria". Iniciada en 1966, tenía como finalidad, entre otras cosas, derribar del poder a Liu Shao-chi —"el Khruschev chino"— y a su "camarilla de revisionistas".
Encargados de llevar adelante la Gran Revolución Cultural fueron los "Guardias Rojos", brigadas de adolescentes fanáticamente adoctrinados en el pensamiento de Mao. Estos se desparramaron por campos, pueblos y ciudades predicando la "buena nueva" e invitando a todo el mundo a seguir la línea de sacrificio y justicia revolucionaria que pedía Mao. Pero su acción no fue pacífica: atacaron cuanto consideraron contrario al puritanismo maoísta, tildando con los calificativos de "burgués", "revisionista", "contrarrevolucionario", "imperialista" y "extranjerizante" a todo lo que de algún modo se oponía al severo espíritu de sacrificio que preconizaban. Así, promovieron violentas manifestaciones contra todo lo que quedaba aún de despreocupación e individualismo en China, sindicando a la URSS como responsable de este relajamiento en las costumbres revolucionarias.
En breve espacio de tiempo, con los Guardias Rojos apoyados por el Ejército de Liberación Nacional, en manos de Lin Piao, Mao Tse-tung realizó su nueva revolución, con la que pretendió hacer renacer un nuevo sentido de orgullo en su pueblo y provocar un renacimiento ascético de la más extrema austeridad.
Sin embargo, el idealismo de los Guardias Rojos no fue comprendido por toda la nación. Los viejos dirigentes se resistieron, y muchos obreros y campesinos protestaron en demanda de más alimento y salario y menos teorías. Se suscitaron encuentros armados, y, por un momento, muchos observadores especularon sobre la posibilidad de una nueva y gran guerra civil en China. No obstante, y a pesar de no investir en esos instantes toda la suma del poder, el peso indiscutible de su calidad de líder de excepción permitió a Mao imponerse a la situación. Hizo un llamado a la cordura y toda China le escuchó, consciente tal vez del hecho de que tras sus palabras se advertía la implacable silueta del Ejército de Liberación Nacional. Fue la señal de que, a pesar de los veinte agitados años transcurridos desde la proclamación de la República Popular y de su avanzada edad, seguía siendo el líder máximo de China. Ello quedó plenamente corroborado en el IX Congreso del Partido Comunista chino, en abril de 1969, en que junto con ponerse una lápida definitiva a Liu Shao-chi y a la tendencia que él representaba, se designó a Lin Piao —el más fiel seguidor de las enseñanzas maoístas— como el futuro sucesor y heredero político de Mao Tse-tung.
Los últimos acontecimientos muestran a China en una posición más inflexible y rígida que nunca, acentuándose aun más sus diferencias con la URSS, hasta el punto de existir el peligro cierto de un enfrentamiento nuclear entre los dos gigantes del mundo comunista, eventualidad reconocida por ambos pueblos.

 

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