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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Proceso a Satanas

A trece meses de su más cruel fechoría -el baño de sangre perpetrado en casa de la actriz Sharon Tate el 9 de agosto del año pasado-, Charlie Manson no abdica de su aire mesiánico, de sus maneras de profeta del odio y la venganza: frente a la justicia norteamericana concita no sólo el pavor de un público cada vez más abrumado por los hechos que ventila el proceso, sino también la curiosidad de quienes tal vez lo creen un enviado del Diablo, un redentor extraviado. Es, en síntesis, una de las observaciones que registró la enviada especial de SIETE DÍAS a la ciudad de Los Angeles, quien presenció las sesiones del juicio a la "familia" Manson entre el 2 y el 11 de este mes

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Revista Siete Días Ilustrados
septiembre 1970

 

 

Ya no es un paradisíaco y ordenado jardín. Durante este increíble proceso, Los Angeles se ha convertido en un trastornado laberinto. Y en él se utiliza un lenguaje cruento y despiadado. En todas partes se habla de cadáveres, estocadas, sangre, crimen. En todas partes se repiten atroces detalles sobre las torturas impuestas a las siete desdichadas víctimas del Caso Manson. En los ascensores se murmuran informaciones "secretas" sobre la vida íntima de los presuntos asesinos. En las tiendas y peluquerías se susurran conclusiones clandestinas sobre la inocencia o la culpabilidad de Charles Manson. En los drugstores -entre bocado y bocado de hamburguesas- se escuchan fragmentos de horripilantes episodios ocurridos durante las matanzas. El miedo se ha apoderado de mí y me persigue: se une a la suela de mis zapatos y se adhiere al hirviente y pegajoso asfalto. Se acopla a mi sombra cuando cruzo las anchas y desoladas avenidas. Todos los transeúntes me parecen equívocos, sospechosos. Y en la soledad de mi cuarto de hotel me parece escuchar crujidos. Me siento vigilada, espiada. Lo más espantoso es tener que aceptar que todo lo que está ocurriendo a mi alrededor no es una horrenda pesadilla sino una macabra realidad.
Si bien la sala del juzgado, en el Palacio de Justicia de Los Angeles se asemeja mucho a un teatro, en él no se está representando una obra de ficción. Todo lo que se escucha aquí, por más espeluznante que parezca, es la verdad, toda la verdad y únicamente la verdad.

LA VERDAD SE LLAMA MUERTE

-Frank Struther, ¿jura usted decir la verdad, toda la verdad y únicamente la verdad?
-Sí, juro.
-Deletree su nombre.
-F-r-a-n-k S-t-r-u-t-h-e-r.
-¿Cuántos años tiene?
-Dieciséis.
-¿Cuál es su negocio, u ocupación?
-Estudio. Estoy en 4° año.
-¿Cuándo vio usted a su madre Rosemary La Bianca y a su padrastro Leno La Bianca por última vez?
-El 9 de agosto de 1969.
-¿Cuáles fueron las circunstancias?
-Cuando regresé a casa después de mis vacaciones. Encontré el cuerpo de mi madre y el de mi padrastro acuchillados y sin vida en el living y en el dormitorio de la casa.

En la primera fila,.al lado de dos mujeres de la policía:femenina, los dibujantes de los canales de televisión levantan y bajan la vista tratando de captar las diversas expresiones del muchacho. Algunos diseñan también la figura austera del juez Charles H. OIder. Otros, por milésima vez, reproducen la electrizante mirada de Charlie Manson.
En las filas siguientes y cada uno en su butaca numerada (la mía es la 79 de la segunda fila a la derecha) se hallan sentados aproximadamente veinte periodistas. Las filas restantes están ocupadas por el público más variado: blancos y negros, hippies y burgueses, estudiantes, amas de casa, jubilados. El periodista que se sienta, habitualmente a mi lado, hoy ha faltado. En su lugar se ha ubicado una señora de aproximadamente cincuenta años de edad, vestido naranja furioso, anteojos violeta y cabello peinado a lo John Lennon.
-¿Dónde está? -me pregunta excitada-. ¿Dónde está Charlie Manson? -repite, apoyándose pesadamente sobre mi brazo.
-El juez está allí delante y Manson a su izquierda -le contesto. Ella observa. Alguien se levanta.
-¿Es ése? -pregunta esperanzadamente.
-No -le digo-. Ese es Paul Fitzgeraid, el abogado de Patricia Krenwinkel.
-Entonces -continúa la señora - es el de la barba... ése del saco gris.
-No -le digo- ese es Ronald Hughes, el abogado de Leslie van Houten.
Estirando el cuello para poder visualizar a Manson, la señora logra finalmente posar sus ojos sobre el pequeño, delgado, melenudo y barbudo monstruo.
-¡Qué suerte! -exclama-. ¡Logré verlo! Es simpático ¿verdad?
Evito contestarle. En cambio echo un vistazo hacia atrás: una idea alocada pero factible cruza mi mente: entre estos hippies, entre este público, ¿no podría hallarse algún amigo de Charlie? ¿Alguna mente enferma con sed de venganza? Tengo miedo de que en algún momento pueda producirse una explosión.
Tengo miedo de que podamos volar todos. Confío mi temor a Bill Robles, dibujante de un canal de TV.
-¡Qué absurdo! -exclama-. ¡Esas cosas sólo ocurren en Latinoamérica! No te preocupes, este Palacio de Justicia, este juzgado, están muy bien vigilados.

-Billie Syllic, ¿jura usted decir la verdad, toda la verdad y únicamente la verdad?
-Sí, juro.
-Deletree su nombre.
-B-i-l-l-i-e S-y-l-l-i-c.
-¿Cuál es su negocio u ocupación?
-Tengo una boutique.
-¿Cómo se llama su boutique?
-Miss Valentina.
-¿Conocía usted a Rosemary La Bianca?
-Sí, señor. Era mi socia y mi mejor amiga.
-¿Cuándo la vio usted con vida por última vez?
-El 8 de agosto de 1969. Habíamos ido de compras. Luego, ella me dijo que no podía regresar a su casa y me pidió que fuera a darle de comer a sus perros ...
-¿Cuántos perros tenía Rosemary La Bianca? ¿De qué raza eran? ¿De qué color? ¿Cómo encontró la puerta de la casa? ¿Abierta? ¿Cerrada? ¿Había alguna inscripción sobre la heladera? ¿Reconoce usted este cuchillo? ¿Reconoce usted este tenedor?

El fiscal ha finalizado su interrogatorio y Billie Syllic, agotada y lacrimosa, abandona la tarima.
Charlie Manson se rasca su desprolija cabellera con una lapicera a bolilla. Iring Kanarek, su abogado, le murmura algo al oído. Los pequeños ojos grises de Kanarek expresan satisfacción. A pesar de sus repetidos intentos, el Distríct Attorney (fiscal de distrito, Evelle Younger) no pudo impedirle defender a Chartie Manson. A pesar de sus esfuerzos para demostrar que en el pasado Kanarek había utilizado tácticas capaces de prolongar interminablemente los procesos, Younger tuvo que resignarse y tolerar pacientemente al "obstruccionista profesional" (como lo había denominado). En una oportunidad, Younger envió a Kanarek a la cárcel por una noche a causa de sus repetidas interrupciones. Kanarek, de todas maneras, sigue defendiendo con fervor a su cliente Charlie: además de inocente, lo considera víctima de un juego político. Esa es su verdad.

-Sargento William Rodríguez, ¿jura usted decir la verdad, toda la verdad y únicamente la verdad?
-Sí, juro.
-Deletree su nombre.
-W-i-l-l-i-a-m R-o-d-r-í-g-u-e-z.
-¿Cuál es su negocio u ocupación?
-Soy sargento de la policía de Los Angeles.
-¿Quién lo llamó la noche del crimen?
-El Comando Radioeléctrico.
-¿Qué fue lo primero que vio cuando llegó a la casa de! crimen?
-El cuerpo de una mujer tirado boca abajo sobre el piso del living.
-El cuerpo de la mujer, ¿presentaba heridas?
-Sí, señor, varías. Había sangre por todos lados.
-¿Qué hizo usted entonces?
-Llamé la ambulancia.
-¿Qué hizo usted mientras Ilegaba la ambulancia? ¿Inspeccionó la casa, sargento? ¿Qué objetos encontró, sargento? ¿Reconoce usted este cuchillo? ¿Y este tenedor, sargento, lo reconoce?

La voz del juez anuncia: "Habrá una pausa de quince minutos. No conversen ni expresen su opinión sobre el caso". En menos de veinte segundos los periodistas se abalanzan sobre los teléfonos instalados expresamente para que puedan comunicarse con sus diarios. Nuevamente surge y me atormenta la idea de la explosión. Trato de desecharte de mi mente y me acerco a los teléfonos:

-Este proceso, este caso, esta defensa, esta fiscalía, este sistema carcelario y este sistema de pena de muerte trae a la luz todas las desgracias de esta sociedad humana mamífera llamada América - dicta Ed Sanders, del diario subterráneo Free Press.

-El estado de California -dicta otro periodista- quiere enviar a todos, encapuchados, a la cámara de gas de San Quintín ... Quién sabe si lo logrará.

Potentes reflectores han iluminado el pasillo. Los cameramen del Canal 7 de California están filmando la escena.
Los periodistas regresan a sus butacas y sienten la envidia del público, que siguiendo las instrucciones del coordinador del juzgado, H M. Frediani, no debía moverse "ni en caso de extremas necesidades fisiológicas".

25 AÑOS DE CÁRCEL

Charlie Manson, para algunos un héroe o un nuevo Cristo, para otros el más diabólico de los asesinos, tampoco se ha movido. Está a sólo diez metros de mi butaca. Se rasca nuevamente su ondulada melena con la tapicera a bolilla. El cotor grisáceo de su rostro le otorga un aspecto fantasmal. En sus ojos renegridos y vidriosos se vislumbra una extraña mezcla de candidez y demencia, de bebería y ferocidad, de sometimiento y despotismo. Se lo puede culpar de todo, menos que de haber nacido. De eso no tiene la culpa. Tampoco tiene la culpa de ser hijo de una madre prostituta y de padre desconocido. Kathleen Moddox tenía sólo dieciséis años cuando dio a luz a Charlie en el Cincinnati General Hospital. Según ella, el padre del niño había sido un tintorero de Cincinnati, pero otros aseguran que podría también haber sido cualquiera de los numerosos hombres que mantenían relaciones con ella. Poco tiempo después del nacimiento de Charlie, Kathleen fue enviada a la cárcel por robo y prostitución. Charlie fue entonces rescatado por su abuela, quien muy pronto se cansó de él y lo envió a la casa de unos tíos en el West Virginia. Cuando su madre salió de la cárcel, Charlie tenía ocho años y vivió con ella y con los muchos hombres con los cuales ella mantenía relaciones; hasta que un día Kathleen lo mandó a un orfanato.
Allí, Charlie conoció duchas heladas, colchones duros, la correa y una cruel realidad: ni su madre ni sus familiares querían saber nada de él. A partir de ese momento Charlie conoció una sucesión de reformatorios: Boys Town (Nebraska), Boys Reformatory (Plainfield), The Training School for Boys (Washington); y luego dos cárceles: The San Pedro's Terminal Island Prison (Los Angeles) y The McNeil Island Penitentiary (Washington). Allí, durante sus diez años de estada, Charlie descubrió su interés por la música. Allí aprendió a tocar la guitarra y a componer canciones. Allí también comenzó a cultivar su pasión por ciertas filosofías místicas, por algunas extrañas sectas religiosas y por las ciencias ocultas. En marzo de 1969, Charlie Manson fue puesto en libertad y con una nueva fuerza y seguridad en sí mismo se dirigió hacia el mundo hippie de Haight Ashbury, San Francisco, donde lleno de odio hacia la sociedad y anhelando separarse de ella definitivamente, se integró a una comunidad de jóvenes que ansiaban vivir nuevas experiencias y conocer nuevas verdades. Charlie halló justo lo que buscaba y comenzó a crear su pequeño imperio.
"¿Has visto a los chanchitos arrastrándose en la mugre? Para todos los chanchitos los itíempos empeoran y sólo tienen mugre con qué jugar..."
Así cantaba Charlie.

SANGRE Y ENTRETELONES

-Danny Glaindo, ¿jura usted decir la verdad, toda la verdad y únicamente la verdad?
-Sí, juro.
-Deletree su nombre.
-D-a-n-n-y G-l-a-i-n-d-o.
-¿Cuál es su negocio u ocupación?
-Soy sargento de la policía de Los Angeles.
-¿Qué vio usted cuando llegó a la casa de Rosemary y Leno La Bianca?
-Lo primero que vi, señor, fue una almohada impregnada de sangre. Se hallaba debajo de la cabeza de Leno La Bianca.
-En esta foto se ve un objeto blanco. ¿Puede usted decirnos de qué se trata, sargento?
-Sí, señor. El objeto blanco que se encuentra clavado en el estómago de Leno La Bianca es un tenedor.
-¿Cuando vio usted ese tenedor por segunda vez?
-Algunos meses después sobre el escritorio del doctor Noguchi.

El misterioso rostro oriental del Coroner (medico forense) Thomas T. Noguchi se ilumina. Es importante que se le nombre. Tendrían que nombrarlo con más frecuencia.
Según el Times de Los Angeles, el exhibicionismo del doctor Noguchi no tiene límites. "Mientras esperaba la muerte del senador Robert Kennedy después del trágico disparo -relata el Times- Noguchi comentó: «Espero que se muera. Si se muere seré famoso y se reafirmará mi reputación internacional»." Despedido a fines de 1969. Noguchi logró nuevamente asumir su cargo cuando su abogado acusó a cuatro de los testigos de falsos testimonios. Se dice que en esa oportunidad el inescrutable rostro de Noguchi sonrió por primera vez en su vida. E! doctor James O. Palmer, del Departamento Neuropsiquiátrico de la Universidad de California, diagnosticó la personalidad de Noguchi de la siguiente manera: "Síntomas maniáticos depresivos". Tal vez haya sido a consecuencia de ese diagnóstico que Noguchi ingirió dosis excesivas de pastillas Dexamyll. Pero ellas -según los diarios- sólo lograron aumentar su euforia y su sensación de omnipotencia y de irritabilidad, desconectando sus ideas y provocando una acentuada hostilidad hacia los demás. También se asegura que durante la gravísima epidemia de influenza del pasado mes de diciembre, Noguchi se había regocijado al ver su sala de autopsia apiñada de cadáveres. Noguchi puede considerarse un hombre feliz: de 1967 a 1969, entre accidentes y crímenes, en Los Angeles se han registrado 14.000 muertes. La muerte, para Thomas T. Noguchi, significa un triunfo. Esa es su verdad.

LA CRUCIFIXIÓN

La verdad para Charlie Manson también se llama Haight-Ashbury. De allí procede su "familia". Allí Charlie había hallado el amor libre, el LSD y el maravilloso movimiento hippie. Allí había conocido un nuevo y esplendoroso mundo en el cual nadie trataba de averiguar quién era ni de dónde provenía. Allí se vivía únicamente e! presente. Un presente colmado de música, de canciones, de sexo y de alucinantes viajes provocados por la droga. La "familia" de Charlie aumentó paulatinamente. Todos los días llegaban chicos nuevos. Un día llegó Susan Atkins. Entre ella y Charlie surgió una especial atracción. "Me hipnotizó, me magnetizó", explica Susan. No le molestó compartir su amor con otras chicas. "En el jardín había muchas flores, y nosotros las recogíamos y hacíamos guirnaldas para Charlie." La "familia" llegó a sumar catorce personas (nueve chicas y cinco muchachos). Amontonaron en un ómnibus colchones, pieles de cabra, ropa, alimentos, guitarras y un tocadiscos. Durante el tiempo que vivieron allí, Charlie íes cantó dulces y tiernas canciones de amor.
Pertenecer a la "familia" de Charlie se convirtió en el sueño de muchos jóvenes de clase media.
Un día Charlie y su harem decidieron mudarse a Hollywood, donde Charlie esperaba grabar sus canciones. Se instalaron en el Spahn Ranch. Por las noches, durante los "viajes" de mescalina y de LSD, Charlie les hacía repetir:
"Yo soy Charlie, Charlie soy yo. / Ustedes son Charlie, ustedes son yo. / Todos somos yo, / todos somos uno". En cierto sentido lo "eran. Susan jamás separaba su conciencia de la conciencia de Charlie. Su mente era la mente de Charlie. Mientras tanto. Paul Watkins, hijo de un importante ejecutivo de los Angeles, se había unido a la "familia". Un día Charlie le dijo: "Vas a tener que ocupar mi lugar. Yo tengo que fundar otra tribu. Quiero crear doce tribus, como en la Biblia. Tengo que salvarlas de la corrupción de este mundo. ¿Sabes quién soy, Paul?. Sí, he sido crucificado para nada. Ahora les tocará a los chanchos morir crucificados". Las noches se llenaron de gritos de agonía cuando, con absoluto realismo, Charlie interpretaba el rol de Cristo.
A partir de ese momento la crucifixión se convirtió en la ceremonia más frecuente. Charlie se creía realmente Jesucristo y para su séquito lo era. Casi todas las noches, después de haber ingerido una buena dosis de drogas alucinógenas, a cada integrante de la "familia" se le asignaba un rol. Luego se reunían alrededor de Charlie y éste decía: "Esta noche seré crucificado, pero resucitaré y regresaré a ustedes". El realismo de sus gritos era desgarrador. Arrodillada a sus pies, una "Virgen María" sollozaba desconsoladamente. Finalizada la ceremonia, Charlie subía cansadamente la colina. Una vez en el rancho, la "familia" se sentaba a su alrededor, en adoración, y él repetía: "He muerto crucificado. Ahora les toca a los chanchos morir crucificados. Les toca sufrir mi misma lenta agonía".

DOLORES Y ¿MENTIRAS?

Una larga fila de público espera pacientemente asistir al proceso.
-Quiero saber si además de Charlie se está procesando a todos los hippies -expresa un joven estudiante.
-Aseguran que Charlie recibe semanalmente centenares de cartas de sus admiradores. Quiero ver si realmente tiene sex-appeal -dice una muchacha.
-Quiero ver si manifiesta algún tipo de remordimiento -explica un ama de casa de mediana edad.
-Solamente quiero verlo -afirma otra jovencita.
Llega el jurado. Las dieciocho personas que lo integran arriban en un inmenso ómnibus azul. Parecen estar sumamente aburridas y no es para menos: tienen terminantemente prohibido leer cualquier tipo de publicación, no pueden ver televisión ni hablar sobre el caso con otras personas. El estado les paga cinco dólares diarios a cada uno y su estadía en el Hotel Ambassador.
Hoy en el juzgado se habla de cabellos, de cordones de zapatos, de grupos sanguíneos, de botones y de anteojos. ¿Pertenecían a Frokosky? A las 11.45, Susan Atkins, pálida, con los ojos hinchados por el llanto se levanta y con tono indescriptiblemente dramático dice:
-Your Honor, no puedo soportar más el dolor. Si no me sacan de aquí comenzaré a gritar. Me duele demasiado.

Efectivamente, hace varios días que Susan Atkins, Miss Atkins (como la llaman aquí), se queja de un severo dolor abdominal en el lado derecho. Se habló de una apendicitis aguda, de algún tipo de infección, de un quiste ovárico.

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todos los días los pasillos del Palacio de Justicia de Los Angeles comienzan a atosigarse con la llegada de aburridas amas de casa, estudiantes, jóvenes hippies, jubilados y simples curiosos

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Patricia Krenwinkel, Leslie van Houten y Susan Atkins cantan

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Médigo forense Thomas Noguchi

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la testigo de cargo, Linda Kasabian

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"Charlie es un buen muchacho" insiste I. Kanarek, su abogado

Ocupa la banca la doctora Margaret Mary MacCannan. Tiene aproximadamente cuarenta y cinco años, rostro duro y voz extremadamente controlada:

-¿Cuánto tiempo hace que Miss Atkins está bajo su atención médica?
-Desde el 31 de agosto.
-Además de usted, ¿por cuántos médicos ha sido revisada?
-Ha sido revisada por varios especialistas. Le hicimos una evaluación médica completa: análisis, radiografías, consultas ginecológicas.
-¿Cuál fue el diagnóstico?
-Llegamos a la conclusión que la molestia de Miss Atkins era resultante de una obstrucción intestinal. Le recetamos varios medicamentos para que evacuara el intestino. Además le recetamos un sedante suave y vitaminas. Acabo de revisar a Miss Atkins nuevamente y no logro explicarme la naturaleza del dolor. Pienso que dicho dolor no puede ser causado por un malestar físico. Su origen es sin duda psicosomático.

Susan Atkins, sentada sobre una silla de ruedas, llora. Apoya patéticamente su cabeza sobre el hombro de Patricia Krenwinkel. Charlie las mira. Sus ojos tienen una mirada lastimosa y a la vez diabólica.
El doctor Shinn, abogado de Susan, se levanta y pregunta indignado:

-Doctora MacCannan, ¿no le dijo Miss Atkins haber tenido hace tres años un quiste ovárico?
-Sí. Me lo dijo.
-¿No le parece, doctora, que usted debería haber solicitado la historia clínica de Miss Atkins en el hospital en el cual estuvo internada en esa oportunidad.
-No lo consideré necesario.
-¿No le parece, doctora, que usted al afirmar que el agudo y persistente dolor de Miss Atkins es de tipo psicosomático, lo hace con bases poco sólidas?
-Miss Atkins durmió plácidamente hasta las cinco de la mañana. Miss Atkins tomó su desayuno perfectamente bien. Miss Atkins esta mañana ha sido revisada por tres profesionales y nadie le encontró enfermedad alguna.
Pregunta el juez:
-¿Considera usted, doctora, que las condiciones físicas de Miss Atkins son suficientemente buenas como para que siga asistiendo a este proceso?
-Sí, Your Honor.

Ahora le toca testimoniar la veracidad de su enfermedad a Miss Atkins. Auxiliada por dos mujeres policías, baja dificultosamente de su silla de ruedas y sube a la banca. Del micrófono surge una voz pequeña y débil. La voz desmiente las declaraciones de la doctora Mac Cannan.

-Sí, juro.
-¿Cuándo comenzó a sentir dolores, Miss Atkins?
-El martes pasado. Me duele mucho. Me duele hasta cuando respiro.
-¿Cómo durmió anoche, Miss Atkins?
-¡Oh!, no cerré los ojos en toda la noche. Grité y grité, pero nadie acudió a mi ayuda. Recién a las 5.30 vino una enfermera con una inyección. Después no recuerdo más nada... Las chicas me contaron que me hicieron una enema ...
-¿Tomó usted el desayuno esta mañana, Miss Atkins?
-¡Oh!, no. Sólo tomé una gota de café. Las chicas se comieron mi porción de tostadas, huevos y cereales ... Si la gente quiere seguir creyendo que mi dolor es psicológico, que lo siga creyendo, pero mi dolor es físico y real... Físico y real.

HELTER SKELTER

Pero para ella también habían sido reales las crucifixiones de Charlie. Reales las ceremonias de admisión que la "familia" realizaba cuando llegaba un muchacho o una chica nueva. Entonces, para iniciarlos, se les quemaba todos los documentos: libreta de enrolamiento, cédula de identidad, licencia de conductor ... Luego se les quitaba la ropa y Charlie les enseñaba ejercicios. Una especie de gimnasia sensual que la persona a iniciarse tenía que cumplir a menudo adherida al cuerpo de Charlie. La ceremonia finalizaba con la relación sexual entre Charlie y el recién llegado o llegada, ante la presencia de todo el resto de la "familia".
Sin embargo, los juegos que más divertían a Charlie eran lo que él solía llamar "los juegos de la muerte". En su trascurso, la sumisión de la "familia" era total; consistían en torturas y muertes. Lo más estremecedor de todo era que después de haber jugado, ningún miembro de "la familia" sabía con certeza si lo que había realizado era ficción o realidad. Cierta noche Charlie aferró el cuello de Paul Watkins y comenzó a apretar, apretar, apretar... Watkins, sofocado, gritó: "Estoy listo para morir". Entonces Manson lo soltó, gozoso: "Vamos a hacer el amor con las chicas". En medio de esa alienación, Susan Atkins tuvo su bebé: un varón. Charlie no le permitió tenerlo en el hospital por temor de que ella tuviese demasiado contacto con el mundo exterior, de manera que una de las chicas cortó con sus dientes el cordón umbilical.
A Manson no le gustaban los negros y le hubiese encantado asistir a una sangrienta guerra racial. Le hubiese encantado asistir a una destrucción masiva; ver las casas en llamas convertirse poco a poco en cenizas. Había llegado la hora de Helter Skelter. Después de muchos meses de preparativos, llegó finalmente el día en que el Dios, el Satanás de la "familia", comenzó a lanzar los gritos que llegaron a ser el principio del fin: "¡Helter Skelter! ¡Helter Skelter!". El grupo sabía que esas dos palabras tenían un solo significado: muerte. Y de las muertes serían culpados los negros y comenzaría por fin la gran guerra entre blancos y negros.

"Pájaro negro que cantas durante la noche muerta, aférrate a estas alas y aprende a volar. Durante toda tu vida Has estado esperando este momento...".

Así cantaba Charlie Manson. A la mañana siguiente, los horrorizados ojos de Winifred Chapman, mucama de Sharon Tate, se enfrentaron con una escena monstruosa: en el dormitorio de la casa número 1005 de Cielo Drive yacía el ensangrentado y acuchillado cuerpo de la hermosa actriz. Desparramados por toda la residencia, los cadáveres de Jay Seibring, Abbigail Forgel, Voityck Frokosky y Steven Parent. A la madrugada siguiente un llamado radioeléctrico anunció la masacre de Rosemary y Lemo La Bianca, el último entretenimiento de los habitantes del Valle de la Muerte (lugar así denominado porque durante sus ventosas noches aparecían entre los cactus del desierto calaveras de arena).

CHARLIE ES BUENO

Irving Kanarek, abogado defensor de Charlie Manson me invita a almorzar. Es un hombre desagradable, sucio, desprolijo. Las malas lenguas afirman que sólo se baña cuando gana un juicio... y eso no suele ocurrir demasiado a menudo.

-El, Charlie, me pidió que lo representara. Es un hombre inteligente Charlie, se lo aseguro. A pesar de no haber completado sus estudios, a pesar de haber recibido numerosos malos tratos de la sociedad, a pesar de haber estado en contacto con gente inculta, posee una inteligencia superior y una lucidez que asombra.
-¿Por qué cree usted, entonces, que el Estado se empeña en demostrar su culpabilidad?
-Es muy sencillo. Se trata de un juego político durante el cual tanto el abogado del distrito como la fiscalía empeoran la situación mediante la publicidad. Hasta el presidente Nixon ha hecho un lavado de cerebro a todo el pueblo manifestando su opinión adversa. El motivo de todo esto es puramente político: Evelle Younger -el fiscal del distrito- está tratando de ganar el cargo de abogado general del Estado. Entre paréntesis, Evelle Younger es íntimo amigo del presidente Nixon... ¿Se da usted cuenta de que se trata sola y únicamente de un juego político? Están malgastando el dinero de los contribuyentes de California, millones de dólares. Pero, a pesar de todo, confío en la honestidad de la Corte de California... Claro que tenemos una enorme, inmensa desventaja: el jurado, influenciado por la publicidad, está profundamente convencido de la culpabilidad de Charlie.
-¿Qué hará usted en el caso de que el veredicto sea "culpable?".
-Llevaré el caso a la Corte Suprema.
-¿Por qué cree usted que Linda Kasabian hizo (en su oportunidad) esas acusaciones?
-Porque a través de ellas y a través de la venta de su historia ganó su libertad y muchos dólares.
-Susan Atkins también hizo declaraciones en contra de Charlie Manson...
-Por el mismo motivo, sólo que en su caso los dólares fueron a parar al bolsillo de los abogados que la representaban en ese momento y eso fue lo que la hizo retractarse. Otro detalle importante: el director del Times es íntimo amigo de Evelle Younger y apoya fervientemente a la fiscalía. Además de todo esto, toda la sociedad burguesa norteamericana está en contra de Charlie: quieren demostrar, a través de él, que además de locos los hippies son peligrosos.
-¿Cómo describiría usted a Charlie?
-Charlie es un buen muchacho. Es un místico; posee una nueva filosofía religiosa. Todo lo que está ocurriendo en el juzgado no es más que una versión moderna del juicio a Jesús.

Kanarek muerde su último trozo de sandwich. Levanta la pesada valija que lo acompaña en todo momento y se encamina nuevamente hacia el juzgado: "Charlie es un ser humano distinto y es procesado precisamente por eso", barbota.

-Señor Kanarek, ¿no cree usted factible que algún amigo de Charlie Intente colocar algún explosivo en este edificio?
-¡Nena! ¿No tiene cosa más divertida en qué pensar?

MIEDO

Son las 15,50. Un estruendoso ruido hace temblar las paredes, el piso, los muebles. "¡Un terremoto!", grita alguien. "¡No se muevan!", exclama otra voz. Pero todos están ya de pie. Cuatro gigantescos sargentos de policía conducen a Charlie, Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Leslie van Houten a los calabozos. Por hoy el proceso ha finalizado.
Nos enteramos que en los baños ha estallado una bomba de fabricación casera. Se están inundando los pasillos. El agua de la tubería que alimenta los baños se extiende rápidamente. Algunos se quitan los zapatos y caminan descalzos por el agua. Otros, aún asustados, gritan. Una mujer se arrodilla frente al ascensor y llora.
Por milésima vez me pregunto si vale la pena arriesgar el pellejo por unos enfermos mentales. Cualquiera podría denominarlos así. Cualquiera, menos la justicia de los Estados Unidos. Ella no permite que se los defina fuera de quicio hasta que su demencia sea realmente comprobada a través de un profundo estudio psicológico. Para ello se necesita la aprobación de los acusados y ellos se niegan a concederla. Ningún psicólogo o psiquiatra de Los Angeles se compromete. "No conozco bien el caso", dice el doctor Mark S. Doran; "No podría opinar sobre la salud mental de Charlie Manson -dice el doctor Youssef Mawardi-; estuve fuera de Los Angeles". El que más se arriesga es el doctor C. A. Dawson, profesor en el Pasadena Psychological Center, quien sólo se limita a expresar: "A mi modo de ver, se trata de una esquizofrenia con rasgos de manía de grandeza". Pero luego añade: "No poseo los elementos como para poder proporcionarle mayores informaciones ni para hacer un diagnóstico exacto".
Como único síntoma de normalidad, los miembros de la "familia" Manson (cada uno en su celda de cemento, cada uno frente a las barras que los segregan de la sociedad) sienten miedo. Un miedo pánico que (como en el caso de Susan Atkins) hasta puede llegar a producir el más atroz dolor abdominal. Un miedo pánico que (como en el caso de Linda Kasabian) puede hacer confesar hasta el más íntimo detalle de esta historia bárbara. Un miedo pánico que (como en el caso de Patricia Krenwinkel) puede solamente anhelar inútil y desesperadamente el olvido. Pero olvidar no se puede. Y, día tras día, noche tras noche, el grito "¡Helter Skelter!" los persigue. Día tras día, noche tras noche, los persigue la horrenda canción:

"Pájaro negro que cantas durante la noche muerta, aférrate a estas alas rotas y aprende a volar. Durante toda tu vida. Has estado esperando este momento".

Y mientras escuchan los acordes musicales de esta siniestra melodía, sus ojos visualizan a miles de cuchillos y tenedores clavados en las ensangrentadas y cortajeadas carnes de sus siete víctimas.
Pero lo más dramático de este aluvión de salvajes e inhumanas realidades son las vividas por todos los ciudadanos norteamericanos, quienes habiendo perdido (quizás para siempre) su serenidad, viven en un constante estado de sobresalto; quizás el muchacho o la chica de la esquina, esos chicos que juegan a la pelota en su back-yard lleguen a ser otros Charlies Mansons. Quizás ellos también, algún día, durante uno de esos "viajes" alucinógenos, sean capaces de matar.

 

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