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Ya no es un paradisíaco y ordenado
jardín. Durante este increíble proceso, Los Angeles se ha convertido en un trastornado
laberinto. Y en él se utiliza un lenguaje cruento y despiadado. En todas partes se habla
de cadáveres, estocadas, sangre, crimen. En todas partes se repiten atroces detalles
sobre las torturas impuestas a las siete desdichadas víctimas del Caso Manson. En los
ascensores se murmuran informaciones "secretas" sobre la vida íntima de los
presuntos asesinos. En las tiendas y peluquerías se susurran conclusiones clandestinas
sobre la inocencia o la culpabilidad de Charles Manson. En los drugstores -entre bocado y
bocado de hamburguesas- se escuchan fragmentos de horripilantes episodios ocurridos
durante las matanzas. El miedo se ha apoderado de mí y me persigue: se une a la suela de
mis zapatos y se adhiere al hirviente y pegajoso asfalto. Se acopla a mi sombra cuando
cruzo las anchas y desoladas avenidas. Todos los transeúntes me parecen equívocos,
sospechosos. Y en la soledad de mi cuarto de hotel me parece escuchar crujidos. Me siento
vigilada, espiada. Lo más espantoso es tener que aceptar que todo lo que está ocurriendo
a mi alrededor no es una horrenda pesadilla sino una macabra realidad.
Si bien la sala del juzgado, en el Palacio de Justicia de Los Angeles se asemeja
mucho a un teatro, en él no se está representando una obra de ficción. Todo lo que se
escucha aquí, por más espeluznante que parezca, es la verdad, toda la verdad y
únicamente la verdad.
LA VERDAD SE LLAMA MUERTE
-Frank Struther, ¿jura usted
decir la verdad, toda la verdad y únicamente la verdad?
-Sí, juro.
-Deletree su nombre.
-F-r-a-n-k S-t-r-u-t-h-e-r.
-¿Cuántos años tiene?
-Dieciséis.
-¿Cuál es su negocio, u ocupación?
-Estudio. Estoy en 4° año.
-¿Cuándo vio usted a su madre Rosemary La Bianca y a su padrastro Leno La Bianca
por última vez?
-El 9 de agosto de 1969.
-¿Cuáles fueron las circunstancias?
-Cuando regresé a casa después de mis vacaciones. Encontré el cuerpo de mi madre
y el de mi padrastro acuchillados y sin vida en el living y en el dormitorio de la casa.
En la primera fila,.al lado de
dos mujeres de la policía:femenina, los dibujantes de los canales de televisión levantan
y bajan la vista tratando de captar las diversas expresiones del muchacho. Algunos
diseñan también la figura austera del juez Charles H. OIder. Otros, por milésima vez,
reproducen la electrizante mirada de Charlie Manson.
En las filas siguientes y cada uno en su butaca numerada (la mía es la 79 de la
segunda fila a la derecha) se hallan sentados aproximadamente veinte periodistas. Las
filas restantes están ocupadas por el público más variado: blancos y negros, hippies y
burgueses, estudiantes, amas de casa, jubilados. El periodista que se sienta,
habitualmente a mi lado, hoy ha faltado. En su lugar se ha ubicado una señora de
aproximadamente cincuenta años de edad, vestido naranja furioso, anteojos violeta y
cabello peinado a lo John Lennon.
-¿Dónde está? -me pregunta excitada-. ¿Dónde está Charlie Manson? -repite,
apoyándose pesadamente sobre mi brazo.
-El juez está allí delante y Manson a su izquierda -le contesto. Ella observa.
Alguien se levanta.
-¿Es ése? -pregunta esperanzadamente.
-No -le digo-. Ese es Paul Fitzgeraid, el abogado de Patricia Krenwinkel.
-Entonces -continúa la señora - es el de la barba... ése del saco gris.
-No -le digo- ese es Ronald Hughes, el abogado de Leslie van Houten.
Estirando el cuello para poder visualizar a Manson, la señora logra finalmente
posar sus ojos sobre el pequeño, delgado, melenudo y barbudo monstruo.
-¡Qué suerte! -exclama-. ¡Logré verlo! Es simpático ¿verdad?
Evito contestarle. En cambio echo un vistazo hacia atrás: una idea alocada pero
factible cruza mi mente: entre estos hippies, entre este público, ¿no podría hallarse
algún amigo de Charlie? ¿Alguna mente enferma con sed de venganza? Tengo miedo de que en
algún momento pueda producirse una explosión.
Tengo miedo de que podamos volar todos. Confío mi temor a Bill Robles, dibujante
de un canal de TV.
-¡Qué absurdo! -exclama-. ¡Esas cosas sólo ocurren en Latinoamérica! No te
preocupes, este Palacio de Justicia, este juzgado, están muy bien vigilados.
-Billie Syllic, ¿jura usted
decir la verdad, toda la verdad y únicamente la verdad?
-Sí, juro.
-Deletree su nombre.
-B-i-l-l-i-e S-y-l-l-i-c.
-¿Cuál es su negocio u ocupación?
-Tengo una boutique.
-¿Cómo se llama su boutique?
-Miss Valentina.
-¿Conocía usted a Rosemary La Bianca?
-Sí, señor. Era mi socia y mi mejor amiga.
-¿Cuándo la vio usted con vida por última vez?
-El 8 de agosto de 1969. Habíamos ido de compras. Luego, ella me dijo que no
podía regresar a su casa y me pidió que fuera a darle de comer a sus perros ...
-¿Cuántos perros tenía Rosemary La Bianca? ¿De qué raza eran? ¿De qué color?
¿Cómo encontró la puerta de la casa? ¿Abierta? ¿Cerrada? ¿Había alguna inscripción
sobre la heladera? ¿Reconoce usted este cuchillo? ¿Reconoce usted este tenedor?
El fiscal ha finalizado su
interrogatorio y Billie Syllic, agotada y lacrimosa, abandona la tarima.
Charlie Manson se rasca su desprolija cabellera con una lapicera a bolilla. Iring
Kanarek, su abogado, le murmura algo al oído. Los pequeños ojos grises de Kanarek
expresan satisfacción. A pesar de sus repetidos intentos, el Distríct Attorney (fiscal
de distrito, Evelle Younger) no pudo impedirle defender a Chartie Manson. A pesar de sus
esfuerzos para demostrar que en el pasado Kanarek había utilizado tácticas capaces de
prolongar interminablemente los procesos, Younger tuvo que resignarse y tolerar
pacientemente al "obstruccionista profesional" (como lo había denominado). En
una oportunidad, Younger envió a Kanarek a la cárcel por una noche a causa de sus
repetidas interrupciones. Kanarek, de todas maneras, sigue defendiendo con fervor a su
cliente Charlie: además de inocente, lo considera víctima de un juego político. Esa es
su verdad.
-Sargento William Rodríguez,
¿jura usted decir la verdad, toda la verdad y únicamente la verdad?
-Sí, juro.
-Deletree su nombre.
-W-i-l-l-i-a-m R-o-d-r-í-g-u-e-z.
-¿Cuál es su negocio u ocupación?
-Soy sargento de la policía de Los Angeles.
-¿Quién lo llamó la noche del crimen?
-El Comando Radioeléctrico.
-¿Qué fue lo primero que vio cuando llegó a la casa de! crimen?
-El cuerpo de una mujer tirado boca abajo sobre el piso del living.
-El cuerpo de la mujer, ¿presentaba heridas?
-Sí, señor, varías. Había sangre por todos lados.
-¿Qué hizo usted entonces?
-Llamé la ambulancia.
-¿Qué hizo usted mientras Ilegaba la ambulancia? ¿Inspeccionó la casa,
sargento? ¿Qué objetos encontró, sargento? ¿Reconoce usted este cuchillo? ¿Y este
tenedor, sargento, lo reconoce?
La voz del juez anuncia:
"Habrá una pausa de quince minutos. No conversen ni expresen su opinión sobre el
caso". En menos de veinte segundos los periodistas se abalanzan sobre los teléfonos
instalados expresamente para que puedan comunicarse con sus diarios. Nuevamente surge y me
atormenta la idea de la explosión. Trato de desecharte de mi mente y me acerco a los
teléfonos:
-Este proceso, este caso, esta
defensa, esta fiscalía, este sistema carcelario y este sistema de pena de muerte trae a
la luz todas las desgracias de esta sociedad humana mamífera llamada América - dicta Ed
Sanders, del diario subterráneo Free Press.
-El estado de California -dicta
otro periodista- quiere enviar a todos, encapuchados, a la cámara de gas de San Quintín
... Quién sabe si lo logrará.
Potentes reflectores han
iluminado el pasillo. Los cameramen del Canal 7 de California están filmando la escena.
Los periodistas regresan a sus butacas y sienten la envidia del público, que
siguiendo las instrucciones del coordinador del juzgado, H M. Frediani, no debía moverse
"ni en caso de extremas necesidades fisiológicas".
25 AÑOS DE CÁRCEL
Charlie Manson, para algunos un
héroe o un nuevo Cristo, para otros el más diabólico de los asesinos, tampoco se ha
movido. Está a sólo diez metros de mi butaca. Se rasca nuevamente su ondulada melena con
la tapicera a bolilla. El cotor grisáceo de su rostro le otorga un aspecto fantasmal. En
sus ojos renegridos y vidriosos se vislumbra una extraña mezcla de candidez y demencia,
de bebería y ferocidad, de sometimiento y despotismo. Se lo puede culpar de todo, menos
que de haber nacido. De eso no tiene la culpa. Tampoco tiene la culpa de ser hijo de una
madre prostituta y de padre desconocido. Kathleen Moddox tenía sólo dieciséis años
cuando dio a luz a Charlie en el Cincinnati General Hospital. Según ella, el padre del
niño había sido un tintorero de Cincinnati, pero otros aseguran que podría también
haber sido cualquiera de los numerosos hombres que mantenían relaciones con ella. Poco
tiempo después del nacimiento de Charlie, Kathleen fue enviada a la cárcel por robo y
prostitución. Charlie fue entonces rescatado por su abuela, quien muy pronto se cansó de
él y lo envió a la casa de unos tíos en el West Virginia. Cuando su madre salió de la
cárcel, Charlie tenía ocho años y vivió con ella y con los muchos hombres con los
cuales ella mantenía relaciones; hasta que un día Kathleen lo mandó a un orfanato.
Allí, Charlie conoció duchas heladas, colchones duros, la correa y una cruel
realidad: ni su madre ni sus familiares querían saber nada de él. A partir de ese
momento Charlie conoció una sucesión de reformatorios: Boys Town (Nebraska), Boys
Reformatory (Plainfield), The Training School for Boys (Washington); y luego dos
cárceles: The San Pedro's Terminal Island Prison (Los Angeles) y The McNeil Island
Penitentiary (Washington). Allí, durante sus diez años de estada, Charlie descubrió su
interés por la música. Allí aprendió a tocar la guitarra y a componer canciones. Allí
también comenzó a cultivar su pasión por ciertas filosofías místicas, por algunas
extrañas sectas religiosas y por las ciencias ocultas. En marzo de 1969, Charlie Manson
fue puesto en libertad y con una nueva fuerza y seguridad en sí mismo se dirigió hacia
el mundo hippie de Haight Ashbury, San Francisco, donde lleno de odio hacia la sociedad y
anhelando separarse de ella definitivamente, se integró a una comunidad de jóvenes que
ansiaban vivir nuevas experiencias y conocer nuevas verdades. Charlie halló justo lo que
buscaba y comenzó a crear su pequeño imperio.
"¿Has visto a los chanchitos arrastrándose en la mugre? Para todos los
chanchitos los itíempos empeoran y sólo tienen mugre con qué jugar..."
Así cantaba Charlie.
SANGRE Y ENTRETELONES
-Danny Glaindo, ¿jura usted
decir la verdad, toda la verdad y únicamente la verdad?
-Sí, juro.
-Deletree su nombre.
-D-a-n-n-y G-l-a-i-n-d-o.
-¿Cuál es su negocio u ocupación?
-Soy sargento de la policía de Los Angeles.
-¿Qué vio usted cuando llegó a la casa de Rosemary y Leno La Bianca?
-Lo primero que vi, señor, fue una almohada impregnada de sangre. Se hallaba
debajo de la cabeza de Leno La Bianca.
-En esta foto se ve un objeto blanco. ¿Puede usted decirnos de qué se trata,
sargento?
-Sí, señor. El objeto blanco que se encuentra clavado en el estómago de Leno La
Bianca es un tenedor.
-¿Cuando vio usted ese tenedor por segunda vez?
-Algunos meses después sobre el escritorio del doctor Noguchi.
El misterioso rostro oriental del
Coroner (medico forense) Thomas T. Noguchi se ilumina. Es importante que se le nombre.
Tendrían que nombrarlo con más frecuencia.
Según el Times de Los Angeles, el exhibicionismo del doctor Noguchi no tiene
límites. "Mientras esperaba la muerte del senador Robert Kennedy después del
trágico disparo -relata el Times- Noguchi comentó: «Espero que se muera. Si se muere
seré famoso y se reafirmará mi reputación internacional»." Despedido a fines de
1969. Noguchi logró nuevamente asumir su cargo cuando su abogado acusó a cuatro de los
testigos de falsos testimonios. Se dice que en esa oportunidad el inescrutable rostro de
Noguchi sonrió por primera vez en su vida. E! doctor James O. Palmer, del Departamento
Neuropsiquiátrico de la Universidad de California, diagnosticó la personalidad de
Noguchi de la siguiente manera: "Síntomas maniáticos depresivos". Tal vez haya
sido a consecuencia de ese diagnóstico que Noguchi ingirió dosis excesivas de pastillas
Dexamyll. Pero ellas -según los diarios- sólo lograron aumentar su euforia y su
sensación de omnipotencia y de irritabilidad, desconectando sus ideas y provocando una
acentuada hostilidad hacia los demás. También se asegura que durante la gravísima
epidemia de influenza del pasado mes de diciembre, Noguchi se había regocijado al ver su
sala de autopsia apiñada de cadáveres. Noguchi puede considerarse un hombre feliz: de
1967 a 1969, entre accidentes y crímenes, en Los Angeles se han registrado 14.000
muertes. La muerte, para Thomas T. Noguchi, significa un triunfo. Esa es su verdad.
LA CRUCIFIXIÓN
La verdad para Charlie Manson
también se llama Haight-Ashbury. De allí procede su "familia". Allí Charlie
había hallado el amor libre, el LSD y el maravilloso movimiento hippie. Allí había
conocido un nuevo y esplendoroso mundo en el cual nadie trataba de averiguar quién era ni
de dónde provenía. Allí se vivía únicamente e! presente. Un presente colmado de
música, de canciones, de sexo y de alucinantes viajes provocados por la droga. La
"familia" de Charlie aumentó paulatinamente. Todos los días llegaban chicos
nuevos. Un día llegó Susan Atkins. Entre ella y Charlie surgió una especial atracción.
"Me hipnotizó, me magnetizó", explica Susan. No le molestó compartir su amor
con otras chicas. "En el jardín había muchas flores, y nosotros las recogíamos y
hacíamos guirnaldas para Charlie." La "familia" llegó a sumar catorce
personas (nueve chicas y cinco muchachos). Amontonaron en un ómnibus colchones, pieles de
cabra, ropa, alimentos, guitarras y un tocadiscos. Durante el tiempo que vivieron allí,
Charlie íes cantó dulces y tiernas canciones de amor.
Pertenecer a la "familia" de Charlie se convirtió en el sueño de muchos
jóvenes de clase media.
Un día Charlie y su harem decidieron mudarse a Hollywood, donde Charlie esperaba
grabar sus canciones. Se instalaron en el Spahn Ranch. Por las noches, durante los
"viajes" de mescalina y de LSD, Charlie les hacía repetir:
"Yo soy Charlie, Charlie soy yo. / Ustedes son Charlie, ustedes son yo. /
Todos somos yo, / todos somos uno". En cierto sentido lo "eran. Susan jamás
separaba su conciencia de la conciencia de Charlie. Su mente era la mente de Charlie.
Mientras tanto. Paul Watkins, hijo de un importante ejecutivo de los Angeles, se había
unido a la "familia". Un día Charlie le dijo: "Vas a tener que ocupar mi
lugar. Yo tengo que fundar otra tribu. Quiero crear doce tribus, como en la Biblia. Tengo
que salvarlas de la corrupción de este mundo. ¿Sabes quién soy, Paul?. Sí, he sido
crucificado para nada. Ahora les tocará a los chanchos morir crucificados". Las
noches se llenaron de gritos de agonía cuando, con absoluto realismo, Charlie
interpretaba el rol de Cristo.
A partir de ese momento la crucifixión se convirtió en la ceremonia más
frecuente. Charlie se creía realmente Jesucristo y para su séquito lo era. Casi todas
las noches, después de haber ingerido una buena dosis de drogas alucinógenas, a cada
integrante de la "familia" se le asignaba un rol. Luego se reunían alrededor de
Charlie y éste decía: "Esta noche seré crucificado, pero resucitaré y regresaré
a ustedes". El realismo de sus gritos era desgarrador. Arrodillada a sus pies, una
"Virgen María" sollozaba desconsoladamente. Finalizada la ceremonia, Charlie
subía cansadamente la colina. Una vez en el rancho, la "familia" se sentaba a
su alrededor, en adoración, y él repetía: "He muerto crucificado. Ahora les toca a
los chanchos morir crucificados. Les toca sufrir mi misma lenta agonía".
DOLORES Y ¿MENTIRAS?
Una larga fila de público espera
pacientemente asistir al proceso.
-Quiero saber si además de Charlie se está procesando a todos los hippies
-expresa un joven estudiante.
-Aseguran que Charlie recibe semanalmente centenares de cartas de sus admiradores.
Quiero ver si realmente tiene sex-appeal -dice una muchacha.
-Quiero ver si manifiesta algún tipo de remordimiento -explica un ama de casa de
mediana edad.
-Solamente quiero verlo -afirma otra jovencita.
Llega el jurado. Las dieciocho personas que lo integran arriban en un inmenso
ómnibus azul. Parecen estar sumamente aburridas y no es para menos: tienen
terminantemente prohibido leer cualquier tipo de publicación, no pueden ver televisión
ni hablar sobre el caso con otras personas. El estado les paga cinco dólares diarios a
cada uno y su estadía en el Hotel Ambassador.
Hoy en el juzgado se habla de cabellos, de cordones de zapatos, de grupos
sanguíneos, de botones y de anteojos. ¿Pertenecían a Frokosky? A las 11.45, Susan
Atkins, pálida, con los ojos hinchados por el llanto se levanta y con tono
indescriptiblemente dramático dice:
-Your Honor, no puedo soportar más el dolor. Si no me sacan de aquí comenzaré a
gritar. Me duele demasiado.
Efectivamente, hace varios días
que Susan Atkins, Miss Atkins (como la llaman aquí), se queja de un severo dolor
abdominal en el lado derecho. Se habló de una apendicitis aguda, de algún tipo de
infección, de un quiste ovárico. |
todos los días los pasillos del Palacio de Justicia de Los
Angeles comienzan a atosigarse con la llegada de aburridas amas de casa, estudiantes,
jóvenes hippies, jubilados y simples curiosos
Patricia Krenwinkel, Leslie van Houten y Susan Atkins cantan
Médigo forense Thomas Noguchi
la testigo de cargo, Linda Kasabian
"Charlie es un buen muchacho" insiste I. Kanarek, su
abogado
Ocupa la banca la doctora Margaret Mary
MacCannan. Tiene aproximadamente cuarenta y cinco años, rostro duro y voz extremadamente
controlada:
-¿Cuánto tiempo hace que Miss
Atkins está bajo su atención médica?
-Desde el 31 de agosto.
-Además de usted, ¿por cuántos médicos ha sido revisada?
-Ha sido revisada por varios especialistas. Le hicimos una evaluación médica
completa: análisis, radiografías, consultas ginecológicas.
-¿Cuál fue el diagnóstico?
-Llegamos a la conclusión que la molestia de Miss Atkins era resultante de una
obstrucción intestinal. Le recetamos varios medicamentos para que evacuara el intestino.
Además le recetamos un sedante suave y vitaminas. Acabo de revisar a Miss Atkins
nuevamente y no logro explicarme la naturaleza del dolor. Pienso que dicho dolor no puede
ser causado por un malestar físico. Su origen es sin duda psicosomático.
Susan Atkins, sentada sobre una
silla de ruedas, llora. Apoya patéticamente su cabeza sobre el hombro de Patricia
Krenwinkel. Charlie las mira. Sus ojos tienen una mirada lastimosa y a la vez diabólica.
El doctor Shinn, abogado de Susan, se levanta y pregunta indignado:
-Doctora MacCannan, ¿no le dijo
Miss Atkins haber tenido hace tres años un quiste ovárico?
-Sí. Me lo dijo.
-¿No le parece, doctora, que usted debería haber solicitado la historia clínica
de Miss Atkins en el hospital en el cual estuvo internada en esa oportunidad.
-No lo consideré necesario.
-¿No le parece, doctora, que usted al afirmar que el agudo y persistente dolor de
Miss Atkins es de tipo psicosomático, lo hace con bases poco sólidas?
-Miss Atkins durmió plácidamente hasta las cinco de la mañana. Miss Atkins tomó
su desayuno perfectamente bien. Miss Atkins esta mañana ha sido revisada por tres
profesionales y nadie le encontró enfermedad alguna.
Pregunta el juez:
-¿Considera usted, doctora, que las condiciones físicas de Miss Atkins son
suficientemente buenas como para que siga asistiendo a este proceso?
-Sí, Your Honor.
Ahora le toca testimoniar la
veracidad de su enfermedad a Miss Atkins. Auxiliada por dos mujeres policías, baja
dificultosamente de su silla de ruedas y sube a la banca. Del micrófono surge una voz
pequeña y débil. La voz desmiente las declaraciones de la doctora Mac Cannan.
-Sí, juro.
-¿Cuándo comenzó a sentir dolores, Miss Atkins?
-El martes pasado. Me duele mucho. Me duele hasta cuando respiro.
-¿Cómo durmió anoche, Miss Atkins?
-¡Oh!, no cerré los ojos en toda la noche. Grité y grité, pero nadie acudió a
mi ayuda. Recién a las 5.30 vino una enfermera con una inyección. Después no recuerdo
más nada... Las chicas me contaron que me hicieron una enema ...
-¿Tomó usted el desayuno esta mañana, Miss Atkins?
-¡Oh!, no. Sólo tomé una gota de café. Las chicas se comieron mi porción de
tostadas, huevos y cereales ... Si la gente quiere seguir creyendo que mi dolor es
psicológico, que lo siga creyendo, pero mi dolor es físico y real... Físico y real.
HELTER SKELTER
Pero para ella también habían
sido reales las crucifixiones de Charlie. Reales las ceremonias de admisión que la
"familia" realizaba cuando llegaba un muchacho o una chica nueva. Entonces, para
iniciarlos, se les quemaba todos los documentos: libreta de enrolamiento, cédula de
identidad, licencia de conductor ... Luego se les quitaba la ropa y Charlie les enseñaba
ejercicios. Una especie de gimnasia sensual que la persona a iniciarse tenía que cumplir
a menudo adherida al cuerpo de Charlie. La ceremonia finalizaba con la relación sexual
entre Charlie y el recién llegado o llegada, ante la presencia de todo el resto de la
"familia".
Sin embargo, los juegos que más divertían a Charlie eran lo que él solía llamar
"los juegos de la muerte". En su trascurso, la sumisión de la
"familia" era total; consistían en torturas y muertes. Lo más estremecedor de
todo era que después de haber jugado, ningún miembro de "la familia" sabía
con certeza si lo que había realizado era ficción o realidad. Cierta noche Charlie
aferró el cuello de Paul Watkins y comenzó a apretar, apretar, apretar... Watkins,
sofocado, gritó: "Estoy listo para morir". Entonces Manson lo soltó, gozoso:
"Vamos a hacer el amor con las chicas". En medio de esa alienación, Susan
Atkins tuvo su bebé: un varón. Charlie no le permitió tenerlo en el hospital por temor
de que ella tuviese demasiado contacto con el mundo exterior, de manera que una de las
chicas cortó con sus dientes el cordón umbilical.
A Manson no le gustaban los negros y le hubiese encantado asistir a una sangrienta
guerra racial. Le hubiese encantado asistir a una destrucción masiva; ver las casas en
llamas convertirse poco a poco en cenizas. Había llegado la hora de Helter Skelter.
Después de muchos meses de preparativos, llegó finalmente el día en que el Dios, el
Satanás de la "familia", comenzó a lanzar los gritos que llegaron a ser el
principio del fin: "¡Helter Skelter! ¡Helter Skelter!". El grupo sabía que
esas dos palabras tenían un solo significado: muerte. Y de las muertes serían culpados
los negros y comenzaría por fin la gran guerra entre blancos y negros.
"Pájaro negro que cantas
durante la noche muerta, aférrate a estas alas y aprende a volar. Durante toda tu vida
Has estado esperando este momento...".
Así cantaba Charlie Manson. A la
mañana siguiente, los horrorizados ojos de Winifred Chapman, mucama de Sharon Tate, se
enfrentaron con una escena monstruosa: en el dormitorio de la casa número 1005 de Cielo
Drive yacía el ensangrentado y acuchillado cuerpo de la hermosa actriz. Desparramados por
toda la residencia, los cadáveres de Jay Seibring, Abbigail Forgel, Voityck Frokosky y
Steven Parent. A la madrugada siguiente un llamado radioeléctrico anunció la masacre de
Rosemary y Lemo La Bianca, el último entretenimiento de los habitantes del Valle de la
Muerte (lugar así denominado porque durante sus ventosas noches aparecían entre los
cactus del desierto calaveras de arena).
CHARLIE ES BUENO
Irving Kanarek, abogado defensor
de Charlie Manson me invita a almorzar. Es un hombre desagradable, sucio, desprolijo. Las
malas lenguas afirman que sólo se baña cuando gana un juicio... y eso no suele ocurrir
demasiado a menudo.
-El, Charlie, me pidió que lo
representara. Es un hombre inteligente Charlie, se lo aseguro. A pesar de no haber
completado sus estudios, a pesar de haber recibido numerosos malos tratos de la sociedad,
a pesar de haber estado en contacto con gente inculta, posee una inteligencia superior y
una lucidez que asombra.
-¿Por qué cree usted, entonces, que el Estado se empeña en demostrar su
culpabilidad?
-Es muy sencillo. Se trata de un juego político durante el cual tanto el abogado
del distrito como la fiscalía empeoran la situación mediante la publicidad. Hasta el
presidente Nixon ha hecho un lavado de cerebro a todo el pueblo manifestando su opinión
adversa. El motivo de todo esto es puramente político: Evelle Younger -el fiscal del
distrito- está tratando de ganar el cargo de abogado general del Estado. Entre
paréntesis, Evelle Younger es íntimo amigo del presidente Nixon... ¿Se da usted cuenta
de que se trata sola y únicamente de un juego político? Están malgastando el dinero de
los contribuyentes de California, millones de dólares. Pero, a pesar de todo, confío en
la honestidad de la Corte de California... Claro que tenemos una enorme, inmensa
desventaja: el jurado, influenciado por la publicidad, está profundamente convencido de
la culpabilidad de Charlie.
-¿Qué hará usted en el caso de que el veredicto sea "culpable?".
-Llevaré el caso a la Corte Suprema.
-¿Por qué cree usted que Linda Kasabian hizo (en su oportunidad) esas
acusaciones?
-Porque a través de ellas y a través de la venta de su historia ganó su libertad
y muchos dólares.
-Susan Atkins también hizo declaraciones en contra de Charlie Manson...
-Por el mismo motivo, sólo que en su caso los dólares fueron a parar al bolsillo
de los abogados que la representaban en ese momento y eso fue lo que la hizo retractarse.
Otro detalle importante: el director del Times es íntimo amigo de Evelle Younger y apoya
fervientemente a la fiscalía. Además de todo esto, toda la sociedad burguesa
norteamericana está en contra de Charlie: quieren demostrar, a través de él, que
además de locos los hippies son peligrosos.
-¿Cómo describiría usted a Charlie?
-Charlie es un buen muchacho. Es un místico; posee una nueva filosofía religiosa.
Todo lo que está ocurriendo en el juzgado no es más que una versión moderna del juicio
a Jesús.
Kanarek muerde su último trozo
de sandwich. Levanta la pesada valija que lo acompaña en todo momento y se encamina
nuevamente hacia el juzgado: "Charlie es un ser humano distinto y es procesado
precisamente por eso", barbota.
-Señor Kanarek, ¿no cree usted
factible que algún amigo de Charlie Intente colocar algún explosivo en este edificio?
-¡Nena! ¿No tiene cosa más divertida en qué pensar?
MIEDO
Son las 15,50. Un estruendoso
ruido hace temblar las paredes, el piso, los muebles. "¡Un terremoto!", grita
alguien. "¡No se muevan!", exclama otra voz. Pero todos están ya de pie.
Cuatro gigantescos sargentos de policía conducen a Charlie, Susan Atkins, Patricia
Krenwinkel y Leslie van Houten a los calabozos. Por hoy el proceso ha finalizado.
Nos enteramos que en los baños ha estallado una bomba de fabricación casera. Se
están inundando los pasillos. El agua de la tubería que alimenta los baños se extiende
rápidamente. Algunos se quitan los zapatos y caminan descalzos por el agua. Otros, aún
asustados, gritan. Una mujer se arrodilla frente al ascensor y llora.
Por milésima vez me pregunto si vale la pena arriesgar el pellejo por unos
enfermos mentales. Cualquiera podría denominarlos así. Cualquiera, menos la justicia de
los Estados Unidos. Ella no permite que se los defina fuera de quicio hasta que su
demencia sea realmente comprobada a través de un profundo estudio psicológico. Para ello
se necesita la aprobación de los acusados y ellos se niegan a concederla. Ningún
psicólogo o psiquiatra de Los Angeles se compromete. "No conozco bien el caso",
dice el doctor Mark S. Doran; "No podría opinar sobre la salud mental de Charlie
Manson -dice el doctor Youssef Mawardi-; estuve fuera de Los Angeles". El que más se
arriesga es el doctor C. A. Dawson, profesor en el Pasadena Psychological Center, quien
sólo se limita a expresar: "A mi modo de ver, se trata de una esquizofrenia con
rasgos de manía de grandeza". Pero luego añade: "No poseo los elementos como
para poder proporcionarle mayores informaciones ni para hacer un diagnóstico
exacto".
Como único síntoma de normalidad, los miembros de la "familia" Manson
(cada uno en su celda de cemento, cada uno frente a las barras que los segregan de la
sociedad) sienten miedo. Un miedo pánico que (como en el caso de Susan Atkins) hasta
puede llegar a producir el más atroz dolor abdominal. Un miedo pánico que (como en el
caso de Linda Kasabian) puede hacer confesar hasta el más íntimo detalle de esta
historia bárbara. Un miedo pánico que (como en el caso de Patricia Krenwinkel) puede
solamente anhelar inútil y desesperadamente el olvido. Pero olvidar no se puede. Y, día
tras día, noche tras noche, el grito "¡Helter Skelter!" los persigue. Día
tras día, noche tras noche, los persigue la horrenda canción:
"Pájaro negro que cantas
durante la noche muerta, aférrate a estas alas rotas y aprende a volar. Durante toda tu
vida. Has estado esperando este momento".
Y mientras escuchan los acordes
musicales de esta siniestra melodía, sus ojos visualizan a miles de cuchillos y tenedores
clavados en las ensangrentadas y cortajeadas carnes de sus siete víctimas.
Pero lo más dramático de este aluvión de salvajes e inhumanas realidades son las
vividas por todos los ciudadanos norteamericanos, quienes habiendo perdido (quizás para
siempre) su serenidad, viven en un constante estado de sobresalto; quizás el muchacho o
la chica de la esquina, esos chicos que juegan a la pelota en su back-yard lleguen a ser
otros Charlies Mansons. Quizás ellos también, algún día, durante uno de esos
"viajes" alucinógenos, sean capaces de matar. |