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El tremendo film que aterrorizó a
millones de norteamericanos replantea el viejo enigma de las diferencias entre la
posesión demoníaca y las crisis de histeria: espectacular polémica a nivel científico
y teológico.
La lucha entre el bien y el mal ha sido siempre un tema que apasionó tanto a los
especialistas como a los neófitos, ya fuera desde el punto de visto teológico,
filosófico o científico. El bien y el mal, Dios y el Diablo desde el principio de los
tiempos se disputan la posesión del ser humano en una lucha que parece no decidirse nunca
y que irremisiblemente deberá continuar hasta la consumación de los siglos.
Esa podría ser la filosofía de El exorcista, la película que dirigió Williams
Friedkin sobre la adaptación de la novela homónima de Blatty. Durante su proyección en
Nueva York varios meses se produjo una serie de descalabros psíquicos entre
los espectadores, quienes atrapados por las imágenes del film desataron su tensión
mediante vómitos, descomposturas y otras manifestaciones de histerismo. Los más serenos
reflexionaron sobre la posibilidad de la posesión diabólica, sin descartar que todo el
asunto bien podría ser una exudación terrorífica de una mente afiebrada. El público se
dividió y el impacto se hizo visible. Prueba de ello fue la espectacular polémica a
través de las cartas que transcribimos de dos universitarios neoyorquinos, publicadas por
The Saturday Review World, y que demuestran hasta dónde caló el tema de la posesión.
Claro que una cosa es preguntarse si esa posesión es posible y otra constatarla, ya que
algunas anomalías psíquicas revelan una curiosa vecindad con lo diabólico.
Hace ya varias décadas, Sigmund Freud teorizaba con respecto a que las ancestrales
creencias en brujerías, demonios y ángeles no han podido ser desgajadas del ser humano.
Para Freud esas creencias se hicieron clandestinas, se mimetizaron o fueron reprimidas en
el inconsciente a medida que en un plano racional se las eliminaba.
No deja de ser una teoría seductora, aunque también peligrosa, para explicar
algunos hechos de los cuales se ha podido dar respuestas ciertas. Pese a todo, un
inmaculado espíritu de santidad y un manto de maldad demoníaca persisten como borra en
cada ser viviente que podrían explicar, desde otro punto de vista, la vigencia de los
psicópatas, de los neuróticos y de toda esa corte de milagros que constituyen las
alteraciones de la mente.
Angeles con cara sucia
La existencia del bien y del mal
se verifica en todas las religiones de la Tierra, aunque si el bien (Dios) es siempre
idéntico en todas, no lo es el mal (Diablo).
Para el cristianismo, los demonios son ángeles que desobedecieron y se rebelaron
contra Dios su creador, por lo que fueron castigados. Es decir, el demonio no
es un ser que se creó a su imagen y semejanza sino una astilla de la misma materia
divina. El término demonio deriva del griego daimon, "el que todo lo sabe",
término redefinido por los teólogos como "el ángel malo".
El demonio fue estudiado en el Concilio de Braga en el año 561 y en
uno de sus cánones prescribió: "Si alguien dijere que el Diablo no ha sido primero
ángel bueno hecho por Dios, sino que salió de las tinieblas sin tener autor alguno, sea
anatema", criterio que compartieron después los concilios de Letrán en 1251 (el IV)
y el Vaticano de 1869.
San Pedro en su epistolario, San Lucas y San Mateo en sus respectivos evangelios
trataron sobre el tema del castigo y de la condenación de la casta diabólica. Según los
exegetas, de entre ellos Lucifer que pertenecía a la jerarquía de los serafines, o
sea el máximo grado entre los ángeles, y era a su vez el preferido del Señor fue
el más arisco de los rebeldes y el que, finalmente derrotado, encabezó el descenso a los
infiernos. Había sido el más hermoso ejemplar de entre sus iguales.
La caída de estas criaturas es confusa y se pierde en el manipuleo de las
conjeturas. Nadie ha podido desmadejar, sin enredarse, los sucesos que se encadenaron
hasta el castigo definitivo, que es eterno, como refiere San Mateo. Tampoco es posible
saber cuándo sucedió y también hay discrepancia con respecto al motivo que determinó
sumirse en el pecado. Algunos presumen que todo comenzó con la concupiscencia, otros que
el detonante fue la soberbia. La primera tesis fue sustentada por Atenágoras y por
Clemente de Alejandría, pero en parte rechazada por los padres de la Iglesia. La soberbia
tiene más asidero sobre todo por las referencias concretas de los libros sagrados. El
objeto que movió a Lucifer y a los otros conjurados para cometer esos pecados tienen
diferente interpretación, aunque cualquiera que fuera ésta ambos son punibles en los
territorios celestes. Tampoco se sabe cuántos fueron los desobedientes, aunque se dice
que fueron muchos, lo suficiente como para poblar el infierno.
Pruebas y contrapruebas
El castigo impuesto a los
rebeldes fue, principalmente, la pérdida de la bienaventuranza, es decir la
contemplación eterna de Dios, y la adscripción definitiva al fuego del infierno, pero
conservaron por licencia divina la inteligencia y la movilidad. Esta es la que les permite
fugarse de las llamas hacia la tierra e injertarse en el cuerpo de un ser humano.
Cuando esto sucede, ¿cómo se diferencia un estado de posesión demoníaca de una
histeria aguda como la que comprobara Janet en la Salpétriére, a fines del siglo pasado?
De lo primero hay episodios asombrosos, como el caso de los hermanos Teobaldo y José
Buner, los posesos de Illfurt en 1864, o de la joven de Cassina Amata en 1953; de las
histerias hay casos asombrosos también pero que no pasaron el umbral de lo clínico.
Con respecto al diagnóstico y verificación de una posesión demoníaca la
principal interesada, la Iglesia, es sumamente rigurosa y precavida. Su vademécum es el
Ritual Romano modificado en 1952 a raíz de algunas falsas interpretaciones
que establece como signo de posesión: "Hablar con varias expresiones una lengua no
conocida, o entender a quien habla; descubrir cosas lejanas o escondidas; mostrar fuerzas
superiores a la edad y condición de la persona, y otros fenómenos".
La Iglesia también es sumamente cuidadosa en ungir a un exorcista para conjurar al
Demonio. Su fuerza interior, su flujo carismático sobre el poseso y la calidad de su fe
deben ser de un poder singular para saber enfrentarse con éxito a los seres de sustancia
espiritual como los ángeles según el Concilio de Letrán y sobre todo con
los ángeles caídos. Las armas con que cuenta son arcaicas: agua bendita, un crucifijo,
el nombre de Cristo o algún objeto sagrado, pero que tienen una eficacia de bomba nuclear
sobre el Diablo.
A lo largo de su existencia Lucifer no ha conocido únicamente el castigo o el
desprecio. Tuvo sus defensores o por lo menos hubo quienes dentro del área
cristiana intentaron un revisionismo sobre su origen, caída y destino, sin contar,
por otra parte, que puede jactarse de ser un guía preferido para una numerosa feligresía
que lo adora y hasta lo eleva a la categoría de su creador.
Desde el punto de vista teológico, siglos atrás, los maniqueos y priscilianistas
porfiaron que su principio era independiente del de Dios y el autor exclusivo del mal, no
un simple intermediario. Mucho más lejos fueron los origenistas, como Walterio Lothardo
de la secta de los Fratricelli en el siglo XIV, que postulaban una
restitución de Lucifer y de los demonios a la bienaventuranza por haber sido injustamente
expulsados del cielo.
Su historiografía también es rica. Los cronistas del Demonio han producido una
obra que tiene en su catálogo El Libro de Adán, el Libro de Henoch, el Libro de los
Jubileos, La Ascensión de Isaías y el Testamento de los Doce Patriarcas. Muchos son
apócrifos, otros simples imaginerías.
Pese a todo, el bien y el mal se siguen dando encontronazos. Hay quienes como
Voltaire creen que esa lucha es un plagio de la mitología persa, pero pese a él, los
hechos dejando de lado la mitología pueden constatarse aunque no sea en el
extremo de la posesión. En ese terreno, nuevamente el bien y el mal (Dios y el Diablo) se
confunden, se igualan y se necesitan. Pero eso ya es tema para otra nota.
EL DOCTOR GREENSON CONTRA EL FILM
El Exorcista es una amenaza, el
film de largometraje más chocante que he visto. Jamás antes he sido testigo de una
combinación tan flagrante de perversidad sexual, violencia brutal y ofensa religiosa.
Además, el filme degrada la profesión médica y la psiquiatría. Durante la exhibición
que presencié, el público durante todo el tiempo se rió convulsivamente, habló y
profirió alaridos. Se la podría definir: aunque no ha sido clasificada para mayores, es
tan pornográfico que hace parecer a "Ultimo tango en París" como un vals de
Strauss.
El exorcista se supone que está basada en una instancia real de la posesión en la
vida moderna, pero dudo de ello. Como la mayoría de los psiquiatras he visto pacientes
con uno u otro de los síntomas que ponen los pelos de punta y que sufre Regan, pero
jamás encontré u oí que un paciente se erizara con todos los mórbidos y caprichosos
síntomas que exhibe la niña en la película. Estoy convencido de que El exorcista fue
concebido para llamar la atención de una amplia audiencia, para atraer y asustar el
razonamiento de gente desorientada y turbada, apelando a sus impulsos
"voyeurísticos", su sadismo y su masoquismo. También trata de provocar una
agradable comezón a estos infortunados, haciendo que sus temores y pánicos se conviertan
en algo sexualmente excitante. Aquellos de entre la audiencia que no tiemblan y tiritan
pueden muy bien estar experimentando una reacción antifobia, una especie de orgullo,
sacando pecho por su habilidad para absorber todo este material chocante sin pestañear ni
movérsele un pelo. Los misóginos a su vez aplaudirán ciertamente la degradación sin
escrúpulos de la sexualidad femenina.
¿Estoy acaso presentando el caso en forma muy fuerte? Pienso que no. Consideremos
el argumento. Regan es una saludable chica de doce años, muy alegre. Es la única hija de
una actriz divorciada y que durante el sueño desarrolla una caprichosa sintomatología
(síntomas ajenos a su carácter cuando está despierta). Extraños sonidos provenientes
de golpes llenan su dormitorio, su cama se levanta en el aire y ella grita blasfemias y
profanaciones con una grave voz masculina. A medida que la enfermedad progresa, Regan
desarrolla cerúleos y groseros rasgos faciales masculinos, una lengua cubierta de vello
negro y una fuerza física tan prodigiosa que debe ser amarrada a la cama. Todas las
tentativas médicas y psiquiátricas de diagnosticar y tratar la enfermedad fracasan
lastimosamente y la madre, frenética, finalmente persuade a un sacerdote con experiencia
psiquiátrica de llamar a un viejo sacerdote con experiencia en la realización de
exorcismos.
Ahora bien, todas estas improbables hipertiróidicas secuelas son dinamita en la
boletería, pero también he sabido que el efecto del film es devastador para cierta
gente. Hace algunos meses recibí una llamada telefónica de una trabajadora social,
joven. Inteligente y estable emocionalmente. Se encontraba en un estado de extremo pánico
y me rogó que la viera inmediatamente. La vi en mi casa, donde me dijo temblando de miedo
que su esposo la había persuadido para que viera El exorcista la noche anterior. Casi
inmediatamente de abandonar el cine, había experimentado el regreso de sensaciones de
intenso miedo y fobias que ella en forma ofuscada podía recordar de su tierna infancia.
Tenía miedo de hallarse sola en una habitación, aunque su esposo se encontrara en otra
parte de la casa; miedo de estar en la oscuridad, miedo de salir de la casa. Fue fácil
para mí demostrarle que la película había revitalizado sus miedos al castigo de Dios,
por medio del Diablo, con el que sus padres la habían amenazado en su edad infantil.
Una semana más tarde, recibí otra llamada de emergencia, proveniente esta vez de
un joven y brillante profesor universitario, quien vino a verme "con el fin de
expulsar los diablos de su interior". Me eligió porque tenía la sensación de que
yo no podría ser muerto por sus "diablos". Lo tuve que ver tres veces en un
día para que pudiera desvariar, actuar extravagantemente, llorar, patear, dar puñetazos
hasta que quedara exhausto. Al final de la tercera visita, cuando estaba relativamente
coherente, me dijo que desde hace tiempo tenía la sensación de estar poseído por un
núcleo psicótico y maligno y que El exorcista lo convenció que este núcleo era el
mismo Diablo.
Naturalmente, estos casos de emergencia relatados en detalle despertaron en mí
campañas de alarma. Preguntando entre mis colegas hombres de impecable buena
fe encontré que todos ellos habían tratado pacientes quienes habían sufrido
alteraciones de tipo fantástico u otro tipo de episodios psicóticos luego de ver El
exorcista. Posteriores investigaciones me permitieron llegar a la conclusión de qué
clase de reacciones agudas neuróticas y psicóticas se habían producido en todo el
país. |
EL
EXORCISTA EN BUENOS AIRES
No por carecer de
desmayos, actos de histerismo y descomposturas de todo tipo en los espectadores, la
exhibición de El exorcista en Buenos Aires, resultó menos taquillera. El objetivo
comercial sin duda fue logrado. Apoyada en una intensa campaña promocional previa, donde
se detallaban con minucia las reacciones del público en diversas partes del mundo
especialmente en los Estados Unidos, predispuso más a presenciar un
espectáculo de terror que un film donde la fe resulta su principal protagonista.
Este enfoque condicionado distorsionó la óptica del espectador, que pareció
conformarse con hojear un compendio de efectos truculentos, dejando de lado el quid de la
historia: la existencia de la posesión demoníaca y su posibilidad de neutralizarla, ya
sea por medio del exorcismo cuando está consumada, o por la fe como salvoconducto para
que ello no ocurra.
En líneas generales y en base a una encuesta realizada por Redacción, el grueso
de las opiniones se limitó, exclusivamente, a la calidad de los trucos, la actuación de
la pequeña protagonista o la labor exitosa del director. Casi nadie salió cuestionando
la existencia del Demonio y sus poderes sobrehumanos. Aun muchos que manifestaron su
condición de cristianos.
Tanto durante la proyección como al salir de la sala, las expresiones de
nerviosismo fueron sumamente visibles, pese a los esfuerzos por camuflar tras una
apariencia escéptica tan cara a los porteños cualquier atisbo de duda.
Incertidumbre que, de aceptarse, implicaría admitir la realidad del argumento. Tal vez
porque, en el fondo, todos piensan en la posibilidad de que El exorcista antes que una
lograda obra de ficción bien pueda ser un urticante film testimonial.
[J.L.A.]
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¿Qué es la posesión
demoníaca? ¿Por qué una película de ficción sobre el tema hace que adultos de ambos
sexos tiemblen y tiriten? El Diablo y Dios, dice Freud. son ambos derivados del padre.
Dios, tal como es percibido por los niños, es la figura exaltada del padre. La gente
religiosa llama a Dios "nuestro padre", y se llaman a sí mismos "Sus
hijos...". La imagen primigenia del padre sobrevive en toda la humanidad. Es
ambivalente: contiene simultáneamente amor y odio, con un deseo de complacer y
sometimiento junto con desprecio y desafío. Alguna parte de ello puede ser consciente,
pero en la mayoría de la gente racional es predominantemente reprimido e inconsciente. En
consecuencia, el bienamado padre es Dios, y Satán es creado por los impulsos de odio que
el chico siente hacia el padre terrible, punitivo y encolerizado. El padre es por lo tanto
el prototipo de ambos, Dios y el Diablo. La religión enseña que Dios creó al hombre
según su imagen. El psicoanálisis, por otra parte, enseña que el niño crea a Dios a
partir de las primitivas percepciones de su padre y proyecta sus propios sentimientos e
impulsos sobre su ambivalente amado Dios. Esta relación padre-Dios-Diablo es entonces la
reminiscencia contra la cual es razonable imputar el sentido de pánico e histeria
inducido por El exorcista, y puede comprender la más amplia y aún más aterrorizante
tendencia común hacia la superstición y el temor irracional.
¿Qué podemos hacer contra los peligros de la demonología en nuestros tiempos?
Hay pocas e inadecuadas respuestas. Sobre todo no debemos absolver a la gente de la
responsabilidad que le cabe por sus acciones. Si alguien mata o roba o hace un daño, no
interesa cuál pudiera ser la explicación psicológica: es algo malo y requiere castigo
de alguna clase. En los Estados Unidos podemos culpar a Watergate o a la bomba atómica
por nuestras fallas morales, pero estas consideraciones externas, por horrendas que sean,
no son excusa para nuestra propia inmoralidad o autoconcentrada avaricia.
De existir demonios fuera de nosotros, no pueden ser usados para explicar y
justificar nuestras faltas. Debemos darnos cuenta que la falla está en relación con
nuestro propio e interno demonio: nuestra pasión por el dinero y riquezas; nuestra
frenética búsqueda de soluciones fáciles, instantes de felicidad plena o de olvido, que
se asemejan a la paz del alma y de la mente.
Lo que todo esto significa en términos prácticos es que debemos poner un límite
a la permisividad y a la explicación "social" de nuestra inconducta. Además,
debemos asumir alguna responsabilidad por el horror de nuestro mundo actual, desde
Bangladesh, Vietnam o la hambruna en la India. Tenemos que aceptar el hecho de que somos
parte de una hermandad de seres humanos, nos guste o no nos guste. Podemos y debemos dar
más ayuda a nuestro prójimo. De otra manera, no sólo nos convertiremos en una sociedad
enferma, sino en algo peor: en una sociedad moralmente corrupta.
Es contra este telón de fondo que El exorcista aparece como una amenaza para la
salud mental de la comunidad. Debería ser calificada restrictivamente. (He visto a padres
con niños de cuatro a cinco años en el cine). En los tiempos que corren, en que el
presidente norteamericano se preocupa más por el teniente Calley que por los estudiantes
asesinados en Kent State, cuando hacemos una paz deshonrosa en Vietnam y tenemos un
Watergate. El exorcista derrama ácido puro en nuestra ya corroída escala de valores e
ideales. El día en que todos tengan más confianza en el Gobierno, en sus amigos y en sí
mismos, el film El exorcista será un chiste malo. Hoy es un peligro.
RALPH R. GREENSON
LA RESPUESTA AL DOCTOR GREENSON
El exorcista, durante su
fenomenal y exitosa exhibición ha sido vista ya por alrededor de quince millones de
norteamericanos, antes que sea puesta en televisión donde seguramente contará con
setenta u ochenta millones de espectadores. Las diatribas del doctor Greenson y sus
prevenciones llegan demasiado tarde. El daño, si existe, ya ha sido hecho y continuará.
Al comienzo de su exhibición hubo informes de gente que se desvanecía o vomitaba
en los cines Junto con reacciones histéricas que llamaron la atención a sacerdotes y
psiquiatras, quienes rápidamente informaron a los medios de difusión de casos de la así
llamada "posesión demoníaca". Curiosamente, las reacciones comentadas se
hicieron más raras a medida que la popularidad de la película se amplió.
El doctor Greenson quizá fue demasiado tarde a ver la película, pues menciona que
la audiencia pateaba, gritaba y daba inclusive alaridos. Esto también sucedió con otra
cantidad de films. Por ejemplo cuando vi "French Connection" (Terror a
medianoche), la primera vez la audiencia estaba muy quieta y atenta. Cuando la vi
nuevamente en un cine en las cercanías de Manhattan hubo una gran cantidad de gritos de
apoyo a los perseguidos por la policía.
Existe una cantidad de factores a considerar y que los más pacíficos entre
nosotros puede estimar como una reacción excesiva en relación con algo que en forma de
ficción tiene lugar en la pantalla. Esto puede tener que ver con algo que sucede en el
cuerpo político (aunque dudo que alguien esté respondiendo a El exorcista a causa de
Watergate, como lo indica el doctor Greenson), pero sí temo que va a ser necesaria una
donación de la Fundación Ford y un equipo de investigadores para llegar a una
conclusión racional. Una de las reacciones excesivas es ciertamente, la del doctor
Greenson, quien se basa en una pareja de casos de histerismo como motivo para un ataque
nacional de endemoniados.
Entre mis conocidos cuento con un grupo de respetados psiquiatras y psicoanalistas,
y preguntándoles he llegado a comprobar que ninguno tiene pacientes que hayan sido
perturbados por El exorcista. Uno de ellos mencionó que un paciente vio el film y sintió
náuseas. La Warner Bros, productora de la película, tiene una política de honestidad
con los medios de difusión sobre el efecto del film en el público. Sí, hubo algunos
casos de náuseas en los cines durante las primeras semanas de exhibición. Uno de los
funcionarlos de publicidad de la empresa me confió que durante la primera prefunción en
Hollywood, no menos de tres damas se desmayaron. Este tipo de cosas el publicitario lo
sabe: significa gran atracción para la taquilla.
Pero ninguno de los de la compañía Warner conoce la existencia de una
investigación que muestre qué cantidad de gente ha vomitado y se ha desmayado, según lo
manifiesta el doctor Greenson.
Los cines que fueron elegidos para exhibir primero el film, son los conocidos como
"cines prestigiosos" y ellos atrajeron un relativo y educado patronato. Luego el
film se encontró con gente joven.
Fue exhibido en áreas donde el público está integrado por gente obrera o
residente en los "ghettos". Con esta composición del público asistente cambia
también la gran línea sectorial de la gente que va al cine (algunos lo hacen raramente),
y en consecuencia el público tiende a ser menos educado. El propietario del cine París
estaba feliz de ver las largas colas que se extendían hasta dar la vuelta manzana para
ver El exorcista, pero no estaba tan contento con lo que sucedía adentro. "Están
destruyendo la sala", se quejaba. Pero cuando pasa una película sensiblera
extranjera en este pequeño cine, situado al lado del Plaza Hotel, las colas son más
cortas, el cine no queda lleno de colillas y papeles de caramelos y hay menos daños en
los asientos.
La cosa es que el film se convirtió en una sensación y una atracción. Todo lo
más sugestivo oído acerca de los desmayos y el vómito (mucho de ello difundido por
espectáculos televisivos) fue prontamente vomitado y desvanecido. Cualesquiera sean los
excesos del film en sí mismo, son suaves ingredientes comparados con algunos de los
latigazos de horror y violencia que son moneda corriente en millares de nuestros cines.
Además, millones de personas ya han leído El exorcista en sus versiones encuadernadas y
rústicas; están bien preparadas para ver lo que ocurre en la pantalla. No hay demasiado
peligro para ellos, pues obtienen lo que ya esperaban.
Pero el doctor Greenson formula el cargo de que la vista es pornográfica.
Aparentemente no se molestó en realizar una simple investigación para determinar qué
significa pornografía en el diccionario. Pocos de los que tienen mentalidad de censor lo
hacen, según lo he comprobado. Mi diccionario define como pornografía lo siguiente:
"1) originariamente, una descripción de las prostitutas y su comercio; 2) escritos,
figuras, etcétera, que procura estimular el deseo sexual". No vi prostitutas en el
film y no conozco a nadie que haya sentido estímulo sexual viendo esta película.
Sin embargo, si se observa cuidadosamente, se puede inferir que la pobre pequeña
Regan se entrega a una sangrienta masturbación con un crucifijo. La misma escena estaba
en el libro, algunos lectores sabían lo que estaba pasando, y otros millones de
espectadores lo sabían ya antes de ver la película. El film por otra parte fue hecho con
el asesoramiento, consejo y cooperación de algunos miembros de la Compañía de Jesús, y
muy poca objeción a esa escena provino de ese sector. La Oficina Católica del Cine
calificó la película A-4 lo que significa "apta para adultos con reservas".
La Oficina no especificó las reservas y esa calificación probablemente
contribuyó a la falta de "X" para la vista ("X" significa: no apta
para menores). Si los católicos, que están fuertemente inclinados a censurar películas
con implicaciones eróticas, no vieron eroticismo en el film, entonces no debe haber mucho
de ello en esta película. ¿Pero por qué sangre en el crucifijo? Bien, Willlam Friedkin,
el director, un maniático del detalle, parte del punto de vista de que Regan debe ser
virgen. Ergo, la sangre. Quizás debería haber omitido el símbolo.
Pero donde el doctor Greenson se equivoca gravemente es cuando considera el film
como la historia de una niña que desarrolla síntomas equívocos, como una enfermedad. De
ninguna manera. Es una historia que se refiere al Diablo, al Demonio, de orígenes
precristianos (el prólogo en Iraq, no fue puesto para darle color local), el que usa a
una criatura amorosa para su tarea malevolente. No se trata de una criatura neurótica o
psicópata. No es un caso para ser sometido a un tratamiento. Ese es el núcleo del asunto
y fue groseramente pasado por alto por el doctor Greenson.
Guste o no guste, el film fue diabólicamente bien hecho. Es verdad, nadie
consultó a Freud. Pero un buen número de especialistas fueron consultados, con el fin de
hacer la fantástica historia algo creíble, destinada a envolver al público en lo
posible. En eso los responsables de la película obviamente casi lo consiguieron. Hicieron
un detonante. Pero a nadie se lo esposa y se lo lleva al cine a verla. Hay autodecisión.
Tengo algunos amigos, unos pocos casos dispersos, que creo que fueron dañados, no
ayudados por el tratamiento psiquiátrico. Pero por todo lo que oigo, ¿debo andar
gritando que los psiquiatras son peligrosos?
HOLLIS ALPEHT |