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LA FRENÉTICA FUGA DE VERDUGOS
Mengele y Bormann,
las dos presas más codiciadas por los comandos de Wiesenthal, están vivos y se mueven
sin cesar por América Latina. El doctor de Auschwitz vivió en Buenos Aires y la reciente
información acerca de su muerte en Egipto no fue creída por los servicios de
inteligencia israelíes. Su vida, es una diáspora paradójica.
Un signo de interrogación
escrito con lápiz rojo apareció en el organigrama que el cazador de nazis Simón
Wiesenthal posee en sus oficinas de la Rudolfplatz, en Viena: las agencias internacionales
informaron que Joseph Mengele murió en El Cairo, aunque los comandos hebreos no se dan
por satisfechos. El escurridizo médico nazi, de 60 años, bien pudo haber fraguado esta
muerte para salvar una vida que ni el Lloyd de Londres se atrevería a asegurar. Nadie
como un coronel holandés, Antonius Franz van Velsen, explicó por qué tanta gente quiere
un Mengele realmente muerto. Van Velsen, ex prisionero de Auschwitz, contaba cómo Mengele
gustaba jugar con los niños judíos a un deporte llamado "camino del
crematorio".
Aunque Mengele está acusado de haber asesinado a unos 4 millones de personas, para
el ex prisionero holandés la cifra pasa a segundo plano cuando evoca las imágenes que lo
obsesionan:
-Mengele elegía a los niños que debían morir en las próximas semanas. Luego les
enseñaba un juego parecido a la rayuela. Los niños corrían en torno al "tío
Mengele". Uno gritaba: "pasa por la chimenea del crematorio" y otro
agregaba: "Pero antes entra a la cámara de gas". Cuando llegaba el momento de
llevarlos realmente a la cámara de gas, los niños lo sabían. Yo los vi correr alrededor
de Mengele mientras le rogaban: "Tío Mengele, tío Mengele, ¿no nos darás gas,
verdad?". El médico calmaba a los niños y los acompañaba cantando hasta las
puertas del crematorio. Cierta vez Mengele cuidaba a dieciséis pares de mellizos que
necesitaba para sus experimentos. Cuando decidió matarlos, los niños se pusieron a
llorar desesperados. Era desgarrador. Se habían dado cuenta de lo que les pasaría y se
resistieron a acompañarlo. Entonces, enfurecido, Mengele sacó su pistola y los mató uno
por uno.
Cuando van Velsen terminó de contar este testimonio, con voz entrecortada, ante un
tribunal de Francfort, se desmayó. Sin embargo, ésta es solo una de las muchas razones
por las cuales los comandos de Wiesenthal tienen peculiar interés por conseguir una
entrevista confidencial y exclusiva con Joseph Mengele, el ángel de la muerte o el
monstruo de Auschwitz o el doctor Jekyll del Tercer Reich, como gustéis.
LA VÍA DE RUTINA
Cuando terminó la guerra,
Mengele se escondió en Alemania escudándose bajo varios nombres falsos hasta que a fines
de 1949, siguiendo las clásicas rutas de Eichmann y Bormann cruzó Austria e Italia y
entró subrepticiamente a Buenos Aires.
Primero se hizo llamar doctor Gregory, pero pronto encontró que no hacía falta.
Nadie lo molestaba. En 1954 alquiló un chalet en Sarmiento 1875, Olivos, y después se
mudó a Virrey Ortiz 970 en Vicente López.
Practicaba la medicina y era representante de la firma "KarI Mengele e
hijos", que producía maquinaria agrícola y que su padre había fundado a principios
de siglo con domicilio en Gunzburg, Baviera. Su hermano Alois le envió con regularidad
grandes sumas de dinero hasta que en 1959 falleció. Entonces Joseph se casó con la viuda
de Alois. Todo marchaba muy bien. Mengele había engordado. Hacía abortos maravillosos.
Hasta dormía sin pastillas. Pero el 5 de junio de ese año su nirvana saltó en pedazos.
Ese día, el juzgado de Friburgo emitió una orden de arresto: por cable, la
justicia alemana pidió a la Argentina su extradición. Desde 1959 Mengele se estableció
en Asunción.
Cuando sus amigos alemanes le comunicaron que lo seguían buscando, comenzó una
fuga incesante. Su mayor respiro lo tuvo cuando el ahora fallecido jefe del gabinete
militar de Stroessner, el coronel Arganás, le concedió alojamiento no lejos de un
aeropuerto de su propiedad. Un accidente de aviación en 1965 provocó la muerte del
coronel y "don José" o "el doctor alemán" fue un fantasma con cara
de Mengele, que empezó viajes circulares entre Iguazú (Brasil), Encarnación (Paraguay)
y EI Dorado (Argentina). Mengele es un presente griego al que nadie quiere en casa. Es un
personaje demasiado conocido como para ocultarlo. Y con él pasa todo lo contrario que con
Martín Bormann, otro gran fugitivo al que sus ex camaradas protegen, ya que cuenta con
enorme influencia. Sólo esa protección fanática explica cómo Bormann pudo morir tres
veces y seguir viviendo.
LA PRIMERA MUERTE
Cuando estuve en la Argentina
descubrí documentos que probaban cómo Bormann en 1944 ordenó personalmente el traslado
de bienes a Buenos Aires. Este dinero fue usado por el delfín de Hitler al llegar a la
capital argentina junto con parte del tesoro del Reich (47 millones de pesos en el Banco
Central, 115 millones en el Deutsche Bank), que estaba congelado desde que Argentina
declarara la guerra al Eje y que desapareció del llano argentino. Muchos testigos
-algunos de los cuales entrevisté- juran que Bormann murió debajo de un tanque en llamas
en Berlín el 1 de mayo de 1945. Ya no hay dudas que esa primera muerte fue un gran bluff.
El 25 de junio de 1945 el escritor Heinrich Lienau lo vio en Schiesswig y en realidad la
organización "Die Schieuse" lo ayudó a llegar a Roma en 1946 desde donde se
fue a España. En 1947 la Falange preparó su viaje a Buenos Aires, adonde llegó con
pasaje de segunda en un buque italiano. Casualmente fue un médico de esa nacionalidad,
Pino Frezza, quien lo identificó en el restaurante de Lavalle 545 comunicando a su
embajada la noticia en un informe cuya copia llegó a manos de una organización judía,
pero muy tarde. Bormann se internó en la jungla, junto al río Paraná en la frontera con
Brasil. Vivió muy tranquilo hasta que en 1951 se refugió en las colonias alemanas de las
regiones de Blumenau y Florianópolis. Aún no se había quitado la cicatriz sobre la ceja
derecha. |

cámaras de gas en Auschwitz

Martin Bormann (izquierda)

Mussolini, Bormann, Doenitz, Göring, Tegelein y Louzen

Bormann en 1944

Radiografía del indio Hermosilla
En 1952 un judío
francés, Monsieur F., gracias a contactos con un oficial del servicio de inteligencia
galo, vio la copia de una carta del ex general S.S., von Leers, que ubicaba a Bormann en
el sur brasileño. Solo, quijotesco, tomó un avión y a la mañana siguiente iniciaba
sigilosos contactos en Río. No parecía judío, hablaba perfecto alemán y simuló ser
representante de una empresa germana que quería contratar ex jerarcas nazis, pero debía
hablar con el propio Bormann para cerrar trato. El precio de dos ex S.S. dispuestos a
llevarlo ante su presa, era de 10.000 dólares. Una cacería a través de Brasil, en
avioneta, en auto, en avión nuevamente, casi puso a Monsieur F. frente a Bormann, pero su
verdadera identidad se filtró apareciendo en el diario 0'Globo.
Obviamente el quijotesco F. fue amenazado de muerte y debió desistir. Bormann se
perdió en el Matto Grosso. Cuando comandos israelíes se lanzaron tras él fraguó su
segunda muerte. Las agencias internacionales informaban que en Asunción había muerto del
corazón. Eso fue en 1960. Pero como la versión no surtió el menor efecto, los amigos de
Bormann decidieron fabricar la tercera muerte del delfín de Hitler. El 7 de diciembre de
1962 se hizo pública la noticia bomba: Bormann había muerto de cáncer el 15 de febrero
de 1959 en la casa de un tal Bernard Jung en Asunción, Paraguay. El doctor austríaco
Otto Biss lo había atendido y su cadáver estaba enterrado en el pequeño cementerio de
Ita. Pero cuando un grupo de agentes secretos abrió la fosa, se encontró con el cuerpo
del viejo indio Emilio Hermosilla.
¿Dónde está hoy Bormann? Su hijo Adolf, misionero en África, no cree que esté
muerto. Periódicamente un sosias suyo es descubierto en algún lugar del mundo. Hace poco
el fiscal de Bonn, Fritz Bauer, afirmó que daría 25.000 dólares a quienes lo pusieran
sobre la pista del escurridizo heredero de Hitler. Pero al mismo tiempo negó que el
individuo capturado recientemente en Guatemala fuera Bormann. Lo cierto es que el heredero
de Hitler está obligado a recorrer una paradójica diáspora en una frenética fuga que
sólo culminará cuando, a la vuelta de cualquier esquina, un balazo en la nuca termine
con sus días. Tanto Mengele como Bormann asumieron como un inexorable castigo de la
historia el mismo papel de perseguidos que por su culpa sufrieron los millones de seres a
los cuales humillaron, torturaron y asesinaron. |