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La confusión que azota a los
pueblos de Europa Occidental ante el déficit energético el espanto en que la tienen
sumida las acciones terroristas, forman. en principio, las condiciones necesarias para una
revolución, social como la que esperaban Lenin y Trotsky en 1918.
Stalin, más realista, descreyó de ella en 1945. La experiencia le había
enseñado que las grandes crisis sociales conducen más bien a fenómenos de signo
opuesto. Los pueblos rodean a los hombres capaces de restituirles el mínimo de orden y
concordia que requiere la vida civilizada.
En la actualidad, allí donde los comunistas tienen bastante fuerza en
Italia, por ejemplo, procuran no ya derribar el Estado burgués, sino apuntalarlo
momentáneamente, en el supuesto de que algún día podrán conquistarlo por dentro, con
el asentimiento de la mayoría.
Es una ilusión, probablemente. Pero toda fuerza política de ciertas dimensiones,
por revolucionarios que sean sus orígenes, tiende a volverse más o menos conservadora,
desde que su preocupación dominante es conservarse, para aparecer como una posible
alternativa en alguna crisis del sistema.
Folklore y terrorismo
Si el comunismo tradicional se ha replegado detrás
de un repertorio de sutiles combinaciones tácticas, ese espacio ha sido ocupado por una
profusión de sectas ultrarevolucionarias, que objetivamente no pueden tomar el poder en
ninguna parte, pero tampoco tienen nada que perder.
Divididas al infinito por luchas de liderazgo que disimulan bajo abstrusas
disquisiciones teóricas, sus matices más peculiares son el trotskismo, el maoísmo y un
anarquismo ligeramente remozado.
Estos elementos resultan difícilmente asimilables, en estado puro, por los pueblos
europeos, de fuerte personalidad y añejas tradiciones.
Pero el hecho nuevo es que se amalgaman con pequeños grupos de origen
reaccionario: por ejemplo, el IRA irlandés y la ETA vasca, cuyos militantes alardean de
su común ancestro celta.
Hay en Europa una cantidad de particularismos regionales o residuos folklóricos;
paradójicamente, los virus ultrarevolucionarios los penetran con inexplicable facilidad.
En Irlanda, católicos y protestantes, cansados de asesinarse entre sí, ahora se
dedican a sembrar Londres de artefactos explosivos. Un grupo vasco hizo volar el coche del
primer ministro español. Vascos, bretones y corsos vuelven a levantarse contra el
centralismo francés.
No falta sino que los flamencos y valones, en Bélgica, adopten los mismos
métodos; o los italianos de habla alemana, que tiempo atrás practicaban un terrorismo de
entrecasa.
O que los trabajadores extranjeros yugoslavos, turcos, españoles,
portugueses, argelinos, al quedar sin empleo en los países que hasta ahora los
acogían, recurran a la violencia, con o sin contenido ideológico.
"Europa es una gran patria despedazada, cosida por fronteras absurdas, que
atiza odios sin objeto provenientes del fondo de los tiempos", se lamentaba hace
veinte años el escritor francés Alfred Fabre-Luce. Ni él mismo pudo adivinar cuánta
verdad decía.
El Red Eye
El Estado es impotente para desbaratar estos
grupúsculos de izquierda y de derecha (o de izquierda y derecha a la vez): la más
sofisticada tecnología bélica está hoy al alcance de los fanáticos y desesperados que
en otros tiempos resolvían sus frustraciones en la mesa de café.
El arma apropiada para sus golpes de mano parece ser el misil portátil Red Eye
(Ojo rojo), equivalente al SAM-7 soviético.
El gobierno belga informó días pasados que material de esa clase había sido
sustraído desde tiempo atrás de las bases "atlánticas" instaladas en ese
país. Es probable que lo hayan vendido los propios oficiales norteamericanos, tal como
ocurría en China cuando Mao destruyó a Chang, o en Vietnam, durante los últimos diez
años.
Otra fuente de provisión de armas es, sin duda, el gobierno libio. Muammar
Gaddafi, no contento con trasferirlas a Setiembre Negro y otras organizaciones palestinas.
declaró un día que consentía armar "a todos los pueblos que luchan por su
liberación nacional". No le faltan millones de dólares para hacerlo: es el quinto
exportador mundial de petróleo.
Los comandos judíos y palestinos que operan en Europa hicieron las primeras
experiencias con material moderno. Poco a poco, las sectas de extrema izquierda y las
núcleos regionalistas adoptaron los mismos métodos. Y hoy la mitad occidental de Europa
vive bajo el terror.
A fines del año pasado, cinco hombres asaltaron al aeropuerto romano de Fiumicino.
Asesinaron a treinta personas que no tenían nada que ver con el conflicto del Medio
Oriente y huyeron con un Jet hasta Kuwait, donde se les entregó un salvoconducto,
Ese comando árabe operó con Red Eye.
El misil vuela a dos veces la velocidad del sonido y destruye un avión a 3.000
metros de altura y 700 kilómetros por hora. Su tamaño reducido permite manejarlo con la
mayor facilidad.
Hay constancias de que diversos grupos terroristas, por encima de sus diferencias
ideológicas, han formado una especie de "fondo común" para el tráfico de
armas.
Un tétrico invierno
Sin duda, los trastornos económicos y sociales que
padecen los pueblos europeos de régimen capitalista ya produjeron dos consecuencias
negativas:
1) Casi todos ellos gozaban de sólida estabilidad política y la han perdido.
En pocos meses, los partidos mayoritarios de Suecia, Dinamarca y Holanda sufrieron
reveses electorales. Hace unos días, el gobierno tripartito belga (socialistas,
social-cristianos y liberales) presentó su renuncia: aparentemente, la actual
composición del Parlamento impide un nuevo acuerdo. En Gran Bretaña, Italia, Francia, se
hace necesario convocar a elecciones anticipadas.
La última reorganización ministerial española fue de una magnitud sin
precedentes, no obstante la tradicional parsimonia del régimen franquista. La dictadura
griega arrestó a su propio jefe y la división de la fuerza armada continúa
ahondándose.
2) La política europeísta, iniciada en los años 60 con la formación del Mercado
Común, culminó en 1973 con el ingreso de Gran Bretaña. Pero hoy hace agua por todos los
costados.
Los gobiernos europeos sólo coinciden entre sí en oponerse a los Estados Unidos,
sin tener los medios ni la decisión para hacerlo. Tampoco están dispuestos a jugar la
carta soviética, al menos mientras Brezhnev siga confiando en obtener más de su amistad
con Nixon.
Jaqueados por los países productores de petróleo, sólo atinan a practicar el
"sálvese quien pueda".
Francia ya concertó acuerdos con Arabia Saudita y con Libia. Emisarios ingleses,
alemanes, italianos, recorren el Medio Oriente intrigando unos contra otros.
La invitación de Richard Nixon a los ocho mayores consumidores de petróleo para
una cita en febrero y otra a los nueve mayores exportadores en mayo ambas en
Washington, no ha sido bien recibida en las capitales europeas. Ni siquiera hay
seguridad de que las acepten. |

Lenin (circa 1921): Creyó que las condiciones revolucionarias
estaban dadas en Europa en 1919. en 1945, Stalin, más realista desconfió de ellas.
En todas partes se
comprende que esta emergencia no se superará cediendo a las amenazas norteamericanas
contra los árabes, ni a la extorsión de los productores contra los consumidores. Europa
debería aprovechar la oportunidad para extraer de sí misma la voluntad y la inteligencia
de transformar sus estructuras económicas, sociales y políticas. ¿Es capaz de hacerlo?
¿Está dispuesta? Nadie lo cree.
El déficit mundial de energía es un estímulo para inventar una nueva sociedad;
pero Europa ya no responde al estímulo. Quince años le bastaron, después de 1945, para
recobrar su vigor y alcanzar una prosperidad jamás vista. Pero ya en 1965 comenzaba a
sufrir una inesperada depresión y actualmente bordea la catástrofe. Está viviendo un
tétrico, despiadado invierno, y si mira al porvenir no encuentra razones sino para el
pesimismo.
Las relaciones con Washington no se han clarificado después de la rápida
conversación que Kissinger mantuvo con los miembros de la NATO en Bruselas, entre uno y
otro de sus viajes al Medio Oriente.
Queda, por ejemplo, el viejo lastre de la "compensación de cargas"
(burden sharing. ¿Cómo solventar los gastos de las tropas norteamericanas en Europa? La
República Federal Alemana está interesada en que sigan allí, pero no puede costear por
su sola cuenta ese margen de seguridad, tanto más cuanto que se trata de tropas de lujo,
habituadas a un tren de vida que nunca conoció un Ejército alemán. Postula, pues, la
"europeización" del gasto. Pero Francia, que, hace tiempo despidió a los
soldados extranjeros apostados en su territorio, no pagaría un centavo, y otros miembros
de la alianza dirán francamente que, por su parte, no encuentran necesaria esa onerosa
presencia. ¿Cumplirá Nixon, entonces, su amenaza de repatriar las tropas?
Los Estados Unidos suprimieron en 1973 el servicio militar obligatorio y todos sus
aliados europeos pretenden reducir sus efectivos. Entonces hay que arbitrar medidas que
hagan más eficiente y menos caro el potencial actual. Esto supone enormes inversiones que
Europa no puede hacer, como su aliado ultramarino. Y no es posible mantener una estrategia
común entre fuerzas equipadas en un "nivel 1960" y otras en un "nivel
1975".
Las diversas reacciones del gobierno de Washington y los de Londres, París y Bonn
acerca de la cuarta guerra árabe-israelí demostraron la necesidad de intensificar las
consultas políticas y, al mismo tiempo, la ineficacia del mecanismo que ofrece para ello
la alianza atlántica.
Lo que ha minado la "credibilidad" de la NATO es, desde luego, la
colaboración cada día más estrecha entre las dos superpotencias, tanto en el terreno de
la política como en el de la estrategia. En realidad, la primera potencia ya no trata
esos temas con los miembros de la alianza, sino justamente con el "enemigo
eventual" contra el cual había sido organizada.
Finalmente, la rivalidad comercial y monetaria entre los Estados Unidos y la
Comunidad Económica Europea así como entre los propios asociados entre sí,
alcanzó en las últimas semanas una tensión inigualada.
Ante este panorama, ¿tiene razón la agencia china Sinjua, para vaticinar "un
gran desorden en el mundo" y alegrarse de que nunca las fuerzas revolucionarias
hallaron "una situación tan excelente"? A su juicio, "es la hora de las
fuerzas nacionales y revolucionarias", no sólo para el llamado Tercer Mundo, sino,
incluso, para Europa.
Aparentemente, los propagandistas de la agencia china poseen un conocimiento de la
realidad europea tan elemental como el que nosotros, comentaristas occidentales, podemos
tener de la realidad china.
El hecho real de la disgregación política de esos pueblos y de la Comunidad que
los agrupa, el de las crecientes dificultades económicas ante las audaces bandas
terroristas que le quitan la calma, no implica que Europa se encuentre en vísperas
revolucionarias, si esta palabra tiene la misma acepción que en los tres continentes
subdesarrollados.
La extrema izquierda y sus inesperados apéndices de cuño reaccionario pueden
ubicarse en el sitio que ocupó, entre las dos guerras mundiales, el comunismo
revolucionario, pero con posibilidades aún menores de insertarse en las áreas de poder.
A falta de amenazas suficientemente poderosas en el polo opuesto donde se situaban
los fascismos, suscitan un reflejo social defensivo, del que participan hasta los
partidos comunistas, que a su modo integran el Establishment en casi todos los países
occidentales de Europa.
Es ingenuo suponer que esos países se dejarán vietnamizar para sumarse a la
catastrófica estrategia de nuestro compatriota Ernesto Guevara. La Revolución Europea
si esta expresión conserva algún sentido no puede ser otra cosa que los
oportunos reajustes de cada país en particular a las nuevas realidades del mundo.
A nadie se le ocurriría calificar de revolucionaria, por ejemplo, una decisión
que acaban de tomar las 141 empresas suizas que forman la Swiss-Petrol Holding:
constituirán una compañía mixta para librarse de las grandes sociedades multinacionales
de las que el país depende para su abastecimiento de petróleo. La Swisspetro pedirá al
gobierno de la Confederación que participe con el 25 por ciento del capital, adquirirá
directamente el petróleo a los países productores y lo transformará en productos
terminados a través de una red de refinerías independientes. Una política de precios
fijos eliminaría las ganancias exageradas de las sociedades multinacionales.
Decisiones de esta clase van a transformar radicalmente las estructuras
socioeconómicas y, a la postre, el régimen político de cada país europeo. Pero
surgirán del propio sistema capitalista, tal vez con la colaboración de los partidos
comunistas italiano y francés. Es el sistema capitalista el que llevó a cabo en Europa
el viejo proceso de acumulación económica, tecnológica y cultural.
Ese proceso no lo tuvieron Rusia ni China; tampoco los países afro-asiáticos y
latinoamericanos, cuyos réditos se incorporaron a la economía de las naciones
industriales. La Revolución es posible y necesaria en los países subdesarrollados. pero
siempre que se la entienda no a la manera de los aficionados como la subversión
permanente, sino como una tarea sustitutiva de la acumulación capitalista. Los
"cordobazos" sean bienvenidos, si se trata de frustrar los sueños reaccionarios
de algún gobernante; pero hacer el Chocón o Apipé es más revolucionario.
En cuanto a la Revolución Europea, la única posible consiste en un arduo proceso
espiritual que auxilie a sus pueblos en la búsqueda de su identidad política. La otra es
un cuento chino.
revista Redacción |