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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Los trastornos provocados por el déficit energético y la proliferación del terrorismo han creado condiciones que se asemejan a ¡as que esperaban Lenin y Trotsky en 1918, cuando creían en la inminencia de una revolución europea. Es una ilusión de ciertos grupúsculos de ultraizquierda que han adquirido insólita virulencia gracias a su amalgama con otros de mentalidad tradicionalista y reaccionaria. Los comunistas, que entre las dos guerras ocupaban el campo revolucionario, ya no se proponen derribar al Estado burgués, sino salvarlo, al menos ahora.

LA REVOLUCIÓN EUROPEA
Por OSIRIS TROIANI
1974

 

 

La confusión que azota a los pueblos de Europa Occidental ante el déficit energético el espanto en que la tienen sumida las acciones terroristas, forman. en principio, las condiciones necesarias para una revolución, social como la que esperaban Lenin y Trotsky en 1918.
Stalin, más realista, descreyó de ella en 1945. La experiencia le había enseñado que las grandes crisis sociales conducen más bien a fenómenos de signo opuesto. Los pueblos rodean a los hombres capaces de restituirles el mínimo de orden y concordia que requiere la vida civilizada.
En la actualidad, allí donde los comunistas tienen bastante fuerza —en Italia, por ejemplo—, procuran no ya derribar el Estado burgués, sino apuntalarlo momentáneamente, en el supuesto de que algún día podrán conquistarlo por dentro, con el asentimiento de la mayoría.
Es una ilusión, probablemente. Pero toda fuerza política de ciertas dimensiones, por revolucionarios que sean sus orígenes, tiende a volverse más o menos conservadora, desde que su preocupación dominante es conservarse, para aparecer como una posible alternativa en alguna crisis del sistema.

Folklore y terrorismo

Si el comunismo tradicional se ha replegado detrás de un repertorio de sutiles combinaciones tácticas, ese espacio ha sido ocupado por una profusión de sectas ultrarevolucionarias, que objetivamente no pueden tomar el poder en ninguna parte, pero tampoco tienen nada que perder.
Divididas al infinito por luchas de liderazgo que disimulan bajo abstrusas disquisiciones teóricas, sus matices más peculiares son el trotskismo, el maoísmo y un anarquismo ligeramente remozado.
Estos elementos resultan difícilmente asimilables, en estado puro, por los pueblos europeos, de fuerte personalidad y añejas tradiciones.
Pero el hecho nuevo es que se amalgaman con pequeños grupos de origen reaccionario: por ejemplo, el IRA irlandés y la ETA vasca, cuyos militantes alardean de su común ancestro celta.
Hay en Europa una cantidad de particularismos regionales o residuos folklóricos; paradójicamente, los virus ultrarevolucionarios los penetran con inexplicable facilidad.
En Irlanda, católicos y protestantes, cansados de asesinarse entre sí, ahora se dedican a sembrar Londres de artefactos explosivos. Un grupo vasco hizo volar el coche del primer ministro español. Vascos, bretones y corsos vuelven a levantarse contra el centralismo francés.
No falta sino que los flamencos y valones, en Bélgica, adopten los mismos métodos; o los italianos de habla alemana, que tiempo atrás practicaban un terrorismo de entrecasa.
O que los trabajadores extranjeros —yugoslavos, turcos, españoles, portugueses, argelinos—, al quedar sin empleo en los países que hasta ahora los acogían, recurran a la violencia, con o sin contenido ideológico.
"Europa es una gran patria despedazada, cosida por fronteras absurdas, que atiza odios sin objeto provenientes del fondo de los tiempos", se lamentaba hace veinte años el escritor francés Alfred Fabre-Luce. Ni él mismo pudo adivinar cuánta verdad decía.

El Red Eye

El Estado es impotente para desbaratar estos grupúsculos de izquierda y de derecha (o de izquierda y derecha a la vez): la más sofisticada tecnología bélica está hoy al alcance de los fanáticos y desesperados que en otros tiempos resolvían sus frustraciones en la mesa de café.
El arma apropiada para sus golpes de mano parece ser el misil portátil Red Eye (Ojo rojo), equivalente al SAM-7 soviético.
El gobierno belga informó días pasados que material de esa clase había sido sustraído desde tiempo atrás de las bases "atlánticas" instaladas en ese país. Es probable que lo hayan vendido los propios oficiales norteamericanos, tal como ocurría en China cuando Mao destruyó a Chang, o en Vietnam, durante los últimos diez años.
Otra fuente de provisión de armas es, sin duda, el gobierno libio. Muammar Gaddafi, no contento con trasferirlas a Setiembre Negro y otras organizaciones palestinas. declaró un día que consentía armar "a todos los pueblos que luchan por su liberación nacional". No le faltan millones de dólares para hacerlo: es el quinto exportador mundial de petróleo.
Los comandos judíos y palestinos que operan en Europa hicieron las primeras experiencias con material moderno. Poco a poco, las sectas de extrema izquierda y las núcleos regionalistas adoptaron los mismos métodos. Y hoy la mitad occidental de Europa vive bajo el terror.
A fines del año pasado, cinco hombres asaltaron al aeropuerto romano de Fiumicino. Asesinaron a treinta personas —que no tenían nada que ver con el conflicto del Medio Oriente— y huyeron con un Jet hasta Kuwait, donde se les entregó un salvoconducto, Ese comando árabe operó con Red Eye.
El misil vuela a dos veces la velocidad del sonido y destruye un avión a 3.000 metros de altura y 700 kilómetros por hora. Su tamaño reducido permite manejarlo con la mayor facilidad.
Hay constancias de que diversos grupos terroristas, por encima de sus diferencias ideológicas, han formado una especie de "fondo común" para el tráfico de armas.

Un tétrico invierno

Sin duda, los trastornos económicos y sociales que padecen los pueblos europeos de régimen capitalista ya produjeron dos consecuencias negativas:
1) Casi todos ellos gozaban de sólida estabilidad política y la han perdido.
En pocos meses, los partidos mayoritarios de Suecia, Dinamarca y Holanda sufrieron reveses electorales. Hace unos días, el gobierno tripartito belga (socialistas, social-cristianos y liberales) presentó su renuncia: aparentemente, la actual composición del Parlamento impide un nuevo acuerdo. En Gran Bretaña, Italia, Francia, se hace necesario convocar a elecciones anticipadas.
La última reorganización ministerial española fue de una magnitud sin precedentes, no obstante la tradicional parsimonia del régimen franquista. La dictadura griega arrestó a su propio jefe y la división de la fuerza armada continúa ahondándose.
2) La política europeísta, iniciada en los años 60 con la formación del Mercado Común, culminó en 1973 con el ingreso de Gran Bretaña. Pero hoy hace agua por todos los costados.
Los gobiernos europeos sólo coinciden entre sí en oponerse a los Estados Unidos, sin tener los medios ni la decisión para hacerlo. Tampoco están dispuestos a jugar la carta soviética, al menos mientras Brezhnev siga confiando en obtener más de su amistad con Nixon.
Jaqueados por los países productores de petróleo, sólo atinan a practicar el "sálvese quien pueda".
Francia ya concertó acuerdos con Arabia Saudita y con Libia. Emisarios ingleses, alemanes, italianos, recorren el Medio Oriente intrigando unos contra otros.
La invitación de Richard Nixon a los ocho mayores consumidores de petróleo para una cita en febrero y otra a los nueve mayores exportadores en mayo —ambas en Washington—, no ha sido bien recibida en las capitales europeas. Ni siquiera hay seguridad de que las acepten.


Lenin (circa 1921): Creyó que las condiciones revolucionarias estaban dadas en Europa en 1919. en 1945, Stalin, más realista desconfió de ellas.

En todas partes se comprende que esta emergencia no se superará cediendo a las amenazas norteamericanas contra los árabes, ni a la extorsión de los productores contra los consumidores. Europa debería aprovechar la oportunidad para extraer de sí misma la voluntad y la inteligencia de transformar sus estructuras económicas, sociales y políticas. ¿Es capaz de hacerlo? ¿Está dispuesta? Nadie lo cree.
El déficit mundial de energía es un estímulo para inventar una nueva sociedad; pero Europa ya no responde al estímulo. Quince años le bastaron, después de 1945, para recobrar su vigor y alcanzar una prosperidad jamás vista. Pero ya en 1965 comenzaba a sufrir una inesperada depresión y actualmente bordea la catástrofe. Está viviendo un tétrico, despiadado invierno, y si mira al porvenir no encuentra razones sino para el pesimismo.
Las relaciones con Washington no se han clarificado después de la rápida conversación que Kissinger mantuvo con los miembros de la NATO en Bruselas, entre uno y otro de sus viajes al Medio Oriente.
Queda, por ejemplo, el viejo lastre de la "compensación de cargas" (burden sharing. ¿Cómo solventar los gastos de las tropas norteamericanas en Europa? La República Federal Alemana está interesada en que sigan allí, pero no puede costear por su sola cuenta ese margen de seguridad, tanto más cuanto que se trata de tropas de lujo, habituadas a un tren de vida que nunca conoció un Ejército alemán. Postula, pues, la "europeización" del gasto. Pero Francia, que, hace tiempo despidió a los soldados extranjeros apostados en su territorio, no pagaría un centavo, y otros miembros de la alianza dirán francamente que, por su parte, no encuentran necesaria esa onerosa presencia. ¿Cumplirá Nixon, entonces, su amenaza de repatriar las tropas?
Los Estados Unidos suprimieron en 1973 el servicio militar obligatorio y todos sus aliados europeos pretenden reducir sus efectivos. Entonces hay que arbitrar medidas que hagan más eficiente y menos caro el potencial actual. Esto supone enormes inversiones que Europa no puede hacer, como su aliado ultramarino. Y no es posible mantener una estrategia común entre fuerzas equipadas en un "nivel 1960" y otras en un "nivel 1975".
Las diversas reacciones del gobierno de Washington y los de Londres, París y Bonn acerca de la cuarta guerra árabe-israelí demostraron la necesidad de intensificar las consultas políticas y, al mismo tiempo, la ineficacia del mecanismo que ofrece para ello la alianza atlántica.
Lo que ha minado la "credibilidad" de la NATO es, desde luego, la colaboración cada día más estrecha entre las dos superpotencias, tanto en el terreno de la política como en el de la estrategia. En realidad, la primera potencia ya no trata esos temas con los miembros de la alianza, sino justamente con el "enemigo eventual" contra el cual había sido organizada.
Finalmente, la rivalidad comercial y monetaria entre los Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea —así como entre los propios asociados entre sí—, alcanzó en las últimas semanas una tensión inigualada.
Ante este panorama, ¿tiene razón la agencia china Sinjua, para vaticinar "un gran desorden en el mundo" y alegrarse de que nunca las fuerzas revolucionarias hallaron "una situación tan excelente"? A su juicio, "es la hora de las fuerzas nacionales y revolucionarias", no sólo para el llamado Tercer Mundo, sino, incluso, para Europa.
Aparentemente, los propagandistas de la agencia china poseen un conocimiento de la realidad europea tan elemental como el que nosotros, comentaristas occidentales, podemos tener de la realidad china.
El hecho real de la disgregación política de esos pueblos y de la Comunidad que los agrupa, el de las crecientes dificultades económicas ante las audaces bandas terroristas que le quitan la calma, no implica que Europa se encuentre en vísperas revolucionarias, si esta palabra tiene la misma acepción que en los tres continentes subdesarrollados.
La extrema izquierda y sus inesperados apéndices de cuño reaccionario pueden ubicarse en el sitio que ocupó, entre las dos guerras mundiales, el comunismo revolucionario, pero con posibilidades aún menores de insertarse en las áreas de poder. A falta de amenazas suficientemente poderosas en el polo opuesto —donde se situaban los fascismos—, suscitan un reflejo social defensivo, del que participan hasta los partidos comunistas, que a su modo integran el Establishment en casi todos los países occidentales de Europa.
Es ingenuo suponer que esos países se dejarán vietnamizar para sumarse a la catastrófica estrategia de nuestro compatriota Ernesto Guevara. La Revolución Europea —si esta expresión conserva algún sentido— no puede ser otra cosa que los oportunos reajustes de cada país en particular a las nuevas realidades del mundo.
A nadie se le ocurriría calificar de revolucionaria, por ejemplo, una decisión que acaban de tomar las 141 empresas suizas que forman la Swiss-Petrol Holding: constituirán una compañía mixta para librarse de las grandes sociedades multinacionales de las que el país depende para su abastecimiento de petróleo. La Swisspetro pedirá al gobierno de la Confederación que participe con el 25 por ciento del capital, adquirirá directamente el petróleo a los países productores y lo transformará en productos terminados a través de una red de refinerías independientes. Una política de precios fijos eliminaría las ganancias exageradas de las sociedades multinacionales.
Decisiones de esta clase van a transformar radicalmente las estructuras socioeconómicas y, a la postre, el régimen político de cada país europeo. Pero surgirán del propio sistema capitalista, tal vez con la colaboración de los partidos comunistas italiano y francés. Es el sistema capitalista el que llevó a cabo en Europa el viejo proceso de acumulación económica, tecnológica y cultural.
Ese proceso no lo tuvieron Rusia ni China; tampoco los países afro-asiáticos y latinoamericanos, cuyos réditos se incorporaron a la economía de las naciones industriales. La Revolución es posible y necesaria en los países subdesarrollados. pero siempre que se la entienda no a la manera de los aficionados como la subversión permanente, sino como una tarea sustitutiva de la acumulación capitalista. Los "cordobazos" sean bienvenidos, si se trata de frustrar los sueños reaccionarios de algún gobernante; pero hacer el Chocón o Apipé es más revolucionario.
En cuanto a la Revolución Europea, la única posible consiste en un arduo proceso espiritual que auxilie a sus pueblos en la búsqueda de su identidad política. La otra es un cuento chino.
revista Redacción

 

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