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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Las raíces del nazismo
Por JORGE L. GARCÍA VENTURINI

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La cúpula nazi se pavonea en Munich, el 9-11-38
Esa noche se producía el primer gigantesco progrom antisemita

Tal vez sin proponérselo Federico Hegel auspició las mayores perversiones políticas de nuestra época. Su ala izquierda originó el marxismo; su ala derecha, el nacionalsocialismo. Y como señala Alfred Stern, " las dos facciones hegelianas opuestas se encontraron en el abrazo mortal de Stalingrado".

revista redacción
1975

 

 

A diferencia del fascismo, el nacionalsocialismo (o nazismo) presenta un nivel ideológico de mayor envergadura filosófica, y son varios los pensadores de primera línea que pueden mencionarse como antecedentes de esta concepción política. Claro está que se suele colocar al fascismo como modelo del nazismo (debido en gran parte a que se da antes en el tiempo); más aún, el nazismo es fascismo, aunque el fascismo no es nazismo. Incluso hasta puede aceptarse que Mussolini tenía más ideas que Hitler. Pero todo esto no quita la mayor envergadura filosófica del nacionalsocialismo, que surge justamente en el área donde la filosofía había hallado más cultores en los dos últimos siglos.

Antecedentes

Para no alejarnos demasiado, Hegel (1770-1831) es el primer gran pensador moderno que constituye un hito en la formación de la ideología nazi. No olvidamos a Fichte (Discursos de la Nación alemana, especialmente), pero es más importante Hegel, con su filosofía del Estado (él y no nosotros escribimos esta palabra con mayúscula), con su "espíritu de pueblo" (Volksgeist) y esa suerte de fatalismo histórico dentro de un riguroso inmanentismo que tipifica toda su filosofía. A partir de la llamada derecha hegeliana, estos elementos se desarrollarían en el sentido indicado.
A los elementos hegelianos, Nietzsche (1844-1900), crítico de Hegel y de su concepción del Estado ("el más frío de los monstruos", lo llama), añade la idea racial y la postulación del superhombre ("la bestia rubia"), tan caras al nazismo, mientras que Spengler (que se opuso a Hitler) teorizó el "socialismo prusiano" (diferente del marxista) y exaltó la decisividad de "la sangre", a la vez que profetizaba el gran destino de Alemania, tras el "derrumbe de Occidente" y del liberalismo.
Con estos elementos y dentro de la tradición racista tan arraigada en Alemania, se fue constituyendo la ideología nazi, que halla una suerte de síntesis en ese libro increíble que es "El mito del siglo XX" de A. Rosenberg, y en ese no menos increíble alegato autobiográfico, escasamente doctrinario pero sí un apasionado llamado a la acción, que es "Mi lucha" de A. Hitler.

 

El líder carismático

La grandeza de la Nación, el poder   del Estado, la pureza y supremacía de la Raza y otras perversiones morales hallan su resumen y su portavoz en un extraño sujeto, cabo y pintor de brocha gorda, no precisamente buen mozo ni elefante, bastante alejado físicamente del arquetipo germano, de gestos histéricos y voz chillona, llamado Adolfo Hitler, un caso de estudio. De los varios líderes carismáticos que han asolado este siglo veinte, Hitler es sin duda el número uno. Sabemos que autores como Max Weber y otros han afirmado que el "charisma" es un don que no corresponde a personajes como Hitler. Estamos de acuerdo, pues si "charisma" es lo que tuvo Cristo o por participación los santos, no correspondería adjudicarlo a los diversos déspotas, embaucadores de multitudes y de tontos. Pero lo cierto es que el término se ha impuesto también para estos casos y en tal sentido lo empleamos. ¿Quién o qué era Hitler? Dice Rosemberg: "Llegó entonces el gran escalofrío de felicidad. Yo le miré a los ojos y él me miró a los míos, y no tuve más que un deseo: entrar en mí para quedarme solo con esa impresión inmensa que me abrumaba". Tal la magia que por lo visto, poseía este supremo paranoico de la historia.

Romano Guardini, en "El mesianismo en el mito, lo revelación y la política", analiza cómo Hitler ocupó el lugar de Dios. Su retrato por todos lados (los argentinos sabemos de esto), incluso en los altares, el saludo que invoca la salvación ("Heil Hitler") o la oración que se hacía rezar a los niños alemanes: "Juntar las manecitas / inclinar la cabecita / pensar con devoción en el Führer / que nos da trabajo y pan / y nos libra de toda miseria", son todas muestras de un largo catálogo de perversidades, y de destrucción o inversión de todos los valores.

Los hechos

Y Hitler llegó al poder, y llegó por elección popular. Ah, los votos. 1933 marca el comienzo de una pesadilla sin precedentes. Los actos vandálicos de las juventudes hitlerianas (como aquellas hogueras que vieron arder los libros de Freud, de Thomas Mann y tantos otros), las concentraciones masivas (!!), como los Juegos Olímpicos de 1936 o las delirantes y nibelúngicas noches de Nürenberg, la sistemática persecución de los judíos, después de los católicos y, en general, de todo aquel que se atreviera a oponerse al régimen, a no "identificarse con el proceso de liberación". Y luego Dachau, y Belsen, y Treblinka y tantos otros infiernos en la tierra creados para edificar el Reich de mil años y la gloria de su conductor. Y también la guerra y la conquista, el dominio del mundo, el desprecio por el otro. Y los retratos, y la svástica y los estandartes y la voz de Goebbels, genio de la propaganda totalitaria mediante el control absoluto de los medios. Y la Gestapo, y las SS, y Goering y Himmler y Bormann y otros tantos psicópatas apoderados del poder. Finalmente, el derrumbe, el suicidio del Führer el tribunal de Nürenberg y la huida de multitud de criminales de guerra para refugiarse en donde hubiera regímenes adictos. Muchos de ellos, como Eichmann, ingresaron en nuestro país después de 1946.
El imperio milenario había llegado a su fin después de 15 años. Pero un dolor infinito, un infinito mar de sangre y un infinito sin sentido habían quedado incorporados a la historia del linaje humano, innecesariamente.

Otra vez el mito

Terminábamos nuestra nota sobre el Fascismo haciendo referencia al mito. Acá, nuevamente, cabe la misma observación, el mismo lamento. Porque el nacionalsocialismo (o socialismo nacional, según las latitudes) fue otra de las grandes mitologías de la historia, expresión cabal de ese irracionalismo político que parece ser un signo de nuestra época. En este caso fue un país culto, de elevada filosofía, de nobles tradiciones. Sin embargo, allí llegó el mito y arrasó con todo, para terminar en la ruina de Alemania. ¿Qué mueve a los pueblos a estas actitudes? ¿Qué extraña y maligna influencia ejercen en las conciencias -individual y colectiva- estos personajes carismáticos, que siempre vienen a salvarnos, a liberarnos, a reconstruirnos, y que sólo logran esclavizarnos y humillarnos? ¿Por qué, de pronto, se apaga la voz de la razón y sucumbe el sentido común? ¿Cómo han sido posibles el nazismo y otros ismos similares? ¿Por qué estamos condenados a vivir la estafa permanente de estas políticas mitológicas?

 

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