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A las 2.10 de la madrugada, el
primero de enero de 1959 quince años atrás Fulgencio Batista atrapó un
avión para dirigirse al exilio, después de haber sido dueño de Cuba desde 1933.
Mientras el ex sargento y ex dictador veía adelgazarse a la isla en una lontananza sin
retorno, estallaba una huelga general que paralizó el país y puso freno a los anhelos
continuistas de los batistianos. El 6 de enero entraba en La Habana el ejército rebelde
capitaneado por Fidel Castro, Ernesto "Che" Guevara y Camilo Cienfuegos. La
revolución había insumido dos años, un mes y cuatro días desde el desembarco del
Gramma en tierra cubana trayendo consigo a Fidel y sus huestes.
En realidad, la revolución como meollo y semilla fértil había
comenzado bastante antes. El suelo en que germinó estaba bien abonado para que brotara
con fuerza arrasadora. Cuba, sinónimo de azúcar, "tan dulce por fuera y tan amarga
por dentro" como cantara Nicolás Guillen, había llegado a una situación explosiva.
R1 monocultivo obsesionante gastaba las posibilidades de desarrollo del país, con un solo
gran cliente: los Estados Unidos, que fijaba la cuota que produciría Cuba, y manejaba
desde Washington los destinos políticos de la isla. Todo, hasta los artículos de primera
necesidad cuya materia prima abundaba en Cuba, se importaba del Norte a cambio del
engañoso azúcar. Mientras, La Habana descaderaba en una rumba macabra sus burdeles,
cafetines y garitos, y los opositores conocían la tortura y la muerte.
Según el censo de 1953, uno de cada cuatro cubanos no sabía leer y escribir. El
43 por ciento de la población era rural, sinónimo de miseria. El 54,1 por ciento de los
campesinos no tenía ningún sistema sanitario, ni letrina ni inodoro; el 90,5 por ciento
no conocía lo que era una bañera o una ducha; el 96,5 por ciento ignoraba, en la cálida
y húmeda isla, que existían aparatos llamados heladeras; el 85 por ciento bebía agua
contaminada o por lo menos de precaria salubridad. Abundaban los casos de malaria,
tuberculosis y sífilis; las infecciones parasitarias y las enfermedades de la nutrición
hacían estragos, especialmente entre los niños. Los trabajadores de la zafra estaban
ocupados sólo tres o cuatro meses por año; centenas de miles de seres humanos pasaban el
resto del larguísimo año con los brazos inertes y los estómagos hambreados. En este
cuadro desolador debía lógicamente brotar la rebeldía.
Fulgencio Batista, desde la "sublevación de los sargentos" de 1933,
verdadero amo del sino de Cuba, directamente o por medio de personeros, decidió dar
elecciones presidenciales, convocándolas para el primero de junio de 1952. El opositor
partido Ortodoxo (liberal-demócrata, reformista y anticomunista) pronto se perfiló como
el casi seguro ganador de la contienda comicial, abrumando así a Batista, también
candidato. Esto no podía ser tolerado: el 10 de marzo, un golpe de estado anuló la
convocatoria electoral, entregando a Batista la presidencia provisoria. Cinco días
después de la asunción del ex sargento a la primera magistratura, un joven abogado,
candidato a legislador por el .partido Ortodoxo, Fidel Castro Ruz, envió a Batista una
carta abierta reprochándole la flagrante ilegalidad de su gobierno. Como la misiva fue
ignorada, el mismo Fidel impugnó ante el boquiabierto Tribunal de Garantías
Constitucionales de La Habana todo lo actuado por flamante presidente provisorio,
reclamando que se le aplicaran cien años de prisión por haber violado seis basamentos
legales de la carta magna cubana.
Como era previsible, tal impugnación no prosperó, pero atrajo a su autor la
simpatía de la oposición, que comenzó a interesarse por ese hijo de buena familia
su padre era próspero negociante en azúcar y madera de 'la provincia de
Oriente' y educado por los jesuitas. Cuando al llegar a los claustros Fidel asumió
un papel activísimo en la lucha antibatistiana de los jóvenes universitarios, se pensó
que ese sarampión pasaría pronto, sobre todo porque su trajín al frente de la
Federación de Estudiantes de La Habana no le impidió casarse por la Iglesia y tener un
hijo en plena carrera de leyes. Se pensó entonces que con el título obtenido en 1950 y
con una familia a su cargo sentaría cabeza. Pero Fidel abrió un bufete de abogado
solamente para defender a los opositores al régimen.
Sin embargo, con un poco de buena voluntad se podía suponer que el doctorcito
Castro Ruz se limitaría al campo de la ley, y, a lo sumo, llegaría a convertirse en una
figura semifolklórica hasta que llegara la ineludible edad de la razón. Nadie podía
sospechar que en la década del sesenta convertiría a Cuba en el primer y único país
comunista del continente. Tampoco nadie sospechaba que el joven leguleyo ya estaba
entregado a preparar una sublevación contra Batista.
DEL MONCADA AL GRAMMA
El 26 de julio de 1953, Santiago,
cabecera de la provincia de Oriente, la segunda ciudad-reina de la isla, hervía en la
culminación paroxística de los festejos de Santa Catalina, Santiago y Santa Ana, durante
los cuales se bebía sin tasa y se juergueaba a toda hora. En esos momentos, el espíritu
militar de alerta, en el cuartel Moncada, en las cercanías de la ciudad, se esfumaba
entre vapores de orgía. Doscientos hombres y dos mujeres, adiestrados por Fidel durante
casi un año, se iban a jugar la vida, esa madrugada, para reducir a los soldados,
capturar el arsenal, y difundir por radio a toda Cuba la proclama de la revolución.
Empero, al ser llevado a la práctica, el plan tan cuidadosamente preparado sufrió
graves tropiezos, mostrando innegables fisuras. En el mapa del cuartel que poseían los
rebeldes, donde estaba ubicado el arsenal había en cambio una peluquería. El segundo de
los autos que debía entrar sigilosamente en el cuartel embistió con estruendo la vereda,
y el efecto de sorpresa quedó trunco. Tras dos horas de tiroteo, los sublevados fueron
vencidos.
Fidel y su hermano Raúl huyeron a la sierra con dos grupitos de fieles; tuvieron
la suerte de caer en manos de las huestes de Batista cuando el arzobispo de Santiago y
otros personajes de fuste ya habían obtenido del régimen que se salvaguardara la vida de
los que habían asaltado el Moncada. Fidel asumió su propia defensa, y su elocución de
cinco horas conocida luego bajo el título restallante de "La historia me
absolverá" catalogó en forma impecable todos los vicios batistianos. Fue
condenado a quince años de prisión, su hermano Raúl a trece, y los demás complotados
recibieron penas menores. A todos aguardaba la tétrica cárcel de la isla Pinos; los
salvó la amnistía que el 15 de mayo de 1955 promulgó Batista en pos de una inhallable
popularidad. Pero, aunque libre, Fidel se sentía cercado por mil ojos y oídos voraces;
el 8 de julio emigró a México, para preparar desde allí una invasión a Cuba. En la
isla quedaba una fuerza política creciente que le era adicta: el movimiento
revolucionario significativamente llamado MR "26 de Julio".
En México, Castro encontró una plataforma de operaciones inmejorable. Allí
tropezó con el coronel Alberto Bayo, que había peleado en la Legión Extranjera y en la
contienda civil española, y que conocía a fondo las técnicas de la guerrilla; en tres
meses adiestró a los 82 combatientes que enfrentarían a los 30 mil soldados de Batista,
hasta darles una gran capacidad militar y de supervivencia en los medios más hostiles.
Entre esos 82 hombres figuraba el médico argentino Ernesto Guevara.
El yate Gramma era lo mejor que Fidel había podido conseguir con el dinero
suministrado por la colonia de exiliados cubanos en los Estados Unidos. Pero bastó zarpar
el 25 de noviembre de 1956 hacia la isla para advertir que se adecuaba muy poco a su
cometido. Apenas era apto para ocho pasajeros y la tripulación, y se exigía trasladar a
los ochenta y dos guerrilleros y a gran cantidad de armas, víveres, medicinas y
combustibles. Sobrecargado, se bamboleaba y crujía con ruidos asmáticos en el mar
siempre turbulento: el motor tenía desperfectos, el agua entraba a raudales y la bomba no
funcionaba. Los tripulantes, mareados a perpetuidad, debían "achicar" sin
descanso mientras las náuseas los retorcían, metidos en una constante pesadilla en la
que la muerte mostraba su calavera con cada golpe de agua.
No obstante, lo peor de todo fue llegar. No abordaron en el lugar de la costa donde
los esperaba el campesino revolucionario Crescencio Pérez para orientarlos en sus
operaciones; encallaron cerca de la ciudad de Niquero, y tuvieron que abandonar a toda
prisa el Gramma con su cargamento de armas y pertrechos, que fatalmente alertaría a las
fuerzas batistianas y las lanzaría a la caza de los invasores. Pero la mayor catástrofe
fue que llegasen a Cuba con dos días de retraso. En efecto, Fidel y los revolucionarios
de la isla habían acordado que el 30 de noviembre se catapultaría un movimiento
insurreccional en las principales ciudades, en el mismo momento en que los invasores
iniciaban su campaña. Pero el Gramma tocó tierra recién el 2 de diciembre, cuando ya la
insurrección urbana había sido cruentamente aplastada. |

Fidel Castro flanqueado por su hermano Raúl (izq.) y Camilo
Cienfuegos

El Che con Fidel
El 5 de diciembre, un fuerte
ejército batistiano atacó a los ochenta y dos hombres y los hizo trizas. Una decena
sobrevivió lánguidamente en las prisiones del régimen; otros doce lograron huir y se
diseminaron en pequeños grupos perdidos en los cañaverales de la Sierra Maestra, sin
agua y sin víveres: durante varios días engañaron el hambre mascando caña de azúcar.
Por fin se reunieron todos y ascendieron al pico más alto de la sierra, el Turquino.
Frente a sus once compañeros, Fidel exclamó: "¡Los días de la dictadura están
contados!". Alguno de sus oyentes temió entonces que Fidel se hubiese vuelto loco...
DE LA SIERRA MAESTRA A LA HABANA
El año 1957 resultó muy duro, y
la gran victoria de los guerrilleros fue sobrevivir al acoso de los batistianos. Pero
desde un comienzo ya manejaban el as de triunfo; trataban a los campesinos con
consideración y cordialidad, pagaban cuanto consumían y respetaban a las mujeres. Poco a
poco, el núcleo inicial iba reclutando adeptos: algunos candidatos a guerrilleros huían
de las ciudades para engrosar las filas de Fidel; otros eran humildes rurales conquistados
en cuerpo y alma por los doce apóstoles de la lucha contra Batista. Cada día se volvían
más numerosos los grupos urbanos de apoyo a la guerrilla; obtenían dinero, ropas, armas
y múltiples equipos, que hacían llegar secretamente a la Sierra Maestra.
Con el correr del tiempo, los barbudos uniformados de verde oliva fueron levantando
hospitales de campaña y escuelas, pero también aunque los rubros salud y
educación eran primordiales en la Sierra Maestra un rudimento de vida económica.
Así surgieron panaderías y carnicerías, una fábrica de zapatos, otra de uniformes y
una tercera de mochilas, amén de una armería. El principal gestor de estos logros era el
Che Guevara, que sin saberlo se iba haciendo la mano para su futuro desempeño como
ministro de Industrias de la isla.
Antes de terminar 1957, los rebeldes consiguieron los elementos para imprimir un
diario mimeografiado. Se lo llamó Cuba Libre y circuló solapadamente por todas las
ciudades, mientras en las anfractuosidades serranas los campesinos que sabían leer
comunicaban las nuevas del periódico a sus compañeros iletrados. Si las masas rurales
eran el gran baluarte de las huestes sublevadas, sobre todo cuando se inició con brío la
reforma agraria en las haciendas de la sierra, también en las urbes la guerrilla
conquistaba cada vez más partidarios y simpatizantes. Al despuntar el año 1958, a la
base campesina se había sumado e! apoyo de obreros, estudiantes e intelectuales.
En efecto, la rudimentaria burguesía industrial se veía relegada y semiasfixiada
por el reinado abusivo del azúcar, y hacía responsable a Batista de su situación de
minusvalía; los terratenientes aun los de menor envergadura no ocultaban su
fastidio por el favoritismo que el régimen dispensaba a los capitales estadounidenses en
desmedro de los productores nacionales; se consideraban poco o nada protegidos por el
Estado frente a la alarmante competencia mundial que significaba el azúcar de remolacha;
la jerarquía católica empezaba a aterrarse por el auge del vicio, y consideraba que este
mal estaba estrechamente ligado a la presencia de Batista en el poder; los militares,
indisciplinados y descorazonados, comenzaban a no encontrar más motivos válidos para
sostener el gobierno; hasta sectores estadounidenses de gran prestigio abominaban del
dictador cubano y sus métodos. La técnica de "golpear y dispersarse" era cada
día más eficaz como medio de afirmar la omnipresencia de la guerrilla, y los soldados de
Batista no tenían ningún interés en seguir luchando.
El 24 de febrero de 1958 comenzó sus trasmisiones la Radio Rebelde que desde la
Sierra Maestra llegaba a todos los oídos, iletrados o cultos por igual. En marzo, el
hermano menor de Fidel, Raúl Castro, abrió un segundo frente atravesando la provincia de
Oriente de Sur a Norte; Camilo Cienfuegos atacó al ejército batistiano en Bayamo, y Juan
Almeida con una avanzadilla asaltó destacamentos del régimen en El Cobre, cerca de
Santiago. Estas acciones extendieron exitosamente el campo de acción de la guerrilla,
pero una huelga general convocada por los insurgentes para el 6 de abril fracasó en forma
estruendosa. El ensoberbecimiento de Batista vino a compensar este traspié: el 5 de mayo
decidió enviar doce mil soldados de las tres armas, con gran despliegue de aviones y
morteros, para aniquilar definitivamente a la guerrilla, entonces con un total de
trescientos efectivos. La desproporción de fuerzas era abrumadora: cuarenta batistianos
contra cada guerrillero de Fidel.
Sin embargo, lo que desde La Habana se vislumbraba como mero "paseo
militar" de las fuerzas del régimen marcó el principio del fin para Batista. Los
soldados gubernamentales no sabían pelear en la sierra selvática; desertaban en gran
número o luchaban a desgano, dispuestos a rendirse en cuanto llegara la ocasión
propicia. Los barbudos insurgentes lograron echar mano sobre el código secreto de las
operaciones enemigas, y se beneficiaron astutamente enviando órdenes de bombardear las
propias posiciones gubernamentales, o bien de lanzar alimentos en paracaídas tras las
filas rebeldes. Tres meses más tarde, la "campaña de exterminio" se había
trasformado en restallante derrota y fuga de los doce mil batistianos.
Entre tanto, en el plano político había ocurrido un importantísimo
acontecimiento: el 20 de julio la gran mayoría de las organizaciones partidarias de la
isla eligieron la oposición abierta al régimen gubernamental y trabaron un pacto con el
movimiento revolucionario "MR 26 7" de Fidel; en ese frente unido no
había hallado cabida el partido Socialista Popular (comunista), y la tónica de las
entidades políticas coligadas era predominantemente democrático-burguesa.
Pero ante todo era necesario separar la capital de la ciudad de Santiago,
dividiendo al país en dos.
El Che y Cienfuegos fueron puestos al mando de dos columnas (doscientos cincuenta
aguerridos veteranos en total). Las huestes del Che avanzaron paralelamente al eje de la
ruta central; las de Cienfuegos costearon la parte Norte de la isla. Marchando sólo de
noche, avanzaron penosamente a través de pantanos, reclutando nuevos soldados voluntarios
a cada paso. En Nochebuena, Guevara y sus hombres capturaron Sancti Spiritus; Cienfuegos
ya había tomado Yaguaguay, y controlaba el Norte de la provincia de Oriente. Entre la
noche del 31 y la madrugada del primero de enero de 1959, el Che conquistó Santa Clara;
las columnas de Raúl ya habían capturado Guantánamo, y las de Fidel estaban por
apoderarse de Santiago. Lo demás, hasta la entrada triunfal en La Habana, fue muy
sencillo: los guerrilleros atravesaron la isla sin más trabajo que acoger las rendiciones
masivas de los batistianos.
Cuando todavía las acciones se circunscribían a la provincia de Oriente, Batista
no se atrevió a aguardar peores nuevas que las que le relataban las defecciones
constantes de sus fuerzas, y huyó de la isla. Faltaban muy pocos días para que Cuba
entera se tiñera de verde oliva, y para que los barbudos de la Sierra Maestra abrieran un
nuevo capítulo en la historia de la "Perla de las Antillas".
Fidel Castro tenía entonces treinta y dos años. |