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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Cuba
quince años de revolución
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Cuando despuntaba 1959, América latina descubría que un hecho revolucionario se terminaba de concretar en el Caribe. Desde entonces, el clima en que germinó esa lucha fue aplaudido o criticado, pero nadie se animaría hoy a discutir su real importancia

aniversario de la entrada de Fidel Castro en La Habana
por
Angelia Mirey
Siete Días Ilustrados
diciembre 1973

 

 

A las 2.10 de la madrugada, el primero de enero de 1959 —quince años atrás— Fulgencio Batista atrapó un avión para dirigirse al exilio, después de haber sido dueño de Cuba desde 1933. Mientras el ex sargento y ex dictador veía adelgazarse a la isla en una lontananza sin retorno, estallaba una huelga general que paralizó el país y puso freno a los anhelos continuistas de los batistianos. El 6 de enero entraba en La Habana el ejército rebelde capitaneado por Fidel Castro, Ernesto "Che" Guevara y Camilo Cienfuegos. La revolución había insumido dos años, un mes y cuatro días desde el desembarco del Gramma en tierra cubana trayendo consigo a Fidel y sus huestes.
En realidad, la revolución —como meollo y semilla fértil— había comenzado bastante antes. El suelo en que germinó estaba bien abonado para que brotara con fuerza arrasadora. Cuba, sinónimo de azúcar, "tan dulce por fuera y tan amarga por dentro" como cantara Nicolás Guillen, había llegado a una situación explosiva. R1 monocultivo obsesionante gastaba las posibilidades de desarrollo del país, con un solo gran cliente: los Estados Unidos, que fijaba la cuota que produciría Cuba, y manejaba desde Washington los destinos políticos de la isla. Todo, hasta los artículos de primera necesidad cuya materia prima abundaba en Cuba, se importaba del Norte a cambio del engañoso azúcar. Mientras, La Habana descaderaba en una rumba macabra sus burdeles, cafetines y garitos, y los opositores conocían la tortura y la muerte.
Según el censo de 1953, uno de cada cuatro cubanos no sabía leer y escribir. El 43 por ciento de la población era rural, sinónimo de miseria. El 54,1 por ciento de los campesinos no tenía ningún sistema sanitario, ni letrina ni inodoro; el 90,5 por ciento no conocía lo que era una bañera o una ducha; el 96,5 por ciento ignoraba, en la cálida y húmeda isla, que existían aparatos llamados heladeras; el 85 por ciento bebía agua contaminada o por lo menos de precaria salubridad. Abundaban los casos de malaria, tuberculosis y sífilis; las infecciones parasitarias y las enfermedades de la nutrición hacían estragos, especialmente entre los niños. Los trabajadores de la zafra estaban ocupados sólo tres o cuatro meses por año; centenas de miles de seres humanos pasaban el resto del larguísimo año con los brazos inertes y los estómagos hambreados. En este cuadro desolador debía lógicamente brotar la rebeldía.
Fulgencio Batista, desde la "sublevación de los sargentos" de 1933, verdadero amo del sino de Cuba, directamente o por medio de personeros, decidió dar elecciones presidenciales, convocándolas para el primero de junio de 1952. El opositor partido Ortodoxo (liberal-demócrata, reformista y anticomunista) pronto se perfiló como el casi seguro ganador de la contienda comicial, abrumando así a Batista, también candidato. Esto no podía ser tolerado: el 10 de marzo, un golpe de estado anuló la convocatoria electoral, entregando a Batista la presidencia provisoria. Cinco días después de la asunción del ex sargento a la primera magistratura, un joven abogado, candidato a legislador por el .partido Ortodoxo, Fidel Castro Ruz, envió a Batista una carta abierta reprochándole la flagrante ilegalidad de su gobierno. Como la misiva fue ignorada, el mismo Fidel impugnó ante el boquiabierto Tribunal de Garantías Constitucionales de La Habana todo lo actuado por flamante presidente provisorio, reclamando que se le aplicaran cien años de prisión por haber violado seis basamentos legales de la carta magna cubana.
Como era previsible, tal impugnación no prosperó, pero atrajo a su autor la simpatía de la oposición, que comenzó a interesarse por ese hijo de buena familia —su padre era próspero negociante en azúcar y madera de 'la provincia de Oriente'— y educado por los jesuitas. Cuando al llegar a los claustros Fidel asumió un papel activísimo en la lucha antibatistiana de los jóvenes universitarios, se pensó que ese sarampión pasaría pronto, sobre todo porque su trajín al frente de la Federación de Estudiantes de La Habana no le impidió casarse por la Iglesia y tener un hijo en plena carrera de leyes. Se pensó entonces que con el título obtenido en 1950 y con una familia a su cargo sentaría cabeza. Pero Fidel abrió un bufete de abogado solamente para defender a los opositores al régimen.
Sin embargo, con un poco de buena voluntad se podía suponer que el doctorcito Castro Ruz se limitaría al campo de la ley, y, a lo sumo, llegaría a convertirse en una figura semifolklórica hasta que llegara la ineludible edad de la razón. Nadie podía sospechar que en la década del sesenta convertiría a Cuba en el primer y único país comunista del continente. Tampoco nadie sospechaba que el joven leguleyo ya estaba entregado a preparar una sublevación contra Batista.

DEL MONCADA AL GRAMMA

El 26 de julio de 1953, Santiago, cabecera de la provincia de Oriente, la segunda ciudad-reina de la isla, hervía en la culminación paroxística de los festejos de Santa Catalina, Santiago y Santa Ana, durante los cuales se bebía sin tasa y se juergueaba a toda hora. En esos momentos, el espíritu militar de alerta, en el cuartel Moncada, en las cercanías de la ciudad, se esfumaba entre vapores de orgía. Doscientos hombres y dos mujeres, adiestrados por Fidel durante casi un año, se iban a jugar la vida, esa madrugada, para reducir a los soldados, capturar el arsenal, y difundir por radio a toda Cuba la proclama de la revolución.
Empero, al ser llevado a la práctica, el plan tan cuidadosamente preparado sufrió graves tropiezos, mostrando innegables fisuras. En el mapa del cuartel que poseían los rebeldes, donde estaba ubicado el arsenal había en cambio una peluquería. El segundo de los autos que debía entrar sigilosamente en el cuartel embistió con estruendo la vereda, y el efecto de sorpresa quedó trunco. Tras dos horas de tiroteo, los sublevados fueron vencidos.
Fidel y su hermano Raúl huyeron a la sierra con dos grupitos de fieles; tuvieron la suerte de caer en manos de las huestes de Batista cuando el arzobispo de Santiago y otros personajes de fuste ya habían obtenido del régimen que se salvaguardara la vida de los que habían asaltado el Moncada. Fidel asumió su propia defensa, y su elocución de cinco horas —conocida luego bajo el título restallante de "La historia me absolverá"— catalogó en forma impecable todos los vicios batistianos. Fue condenado a quince años de prisión, su hermano Raúl a trece, y los demás complotados recibieron penas menores. A todos aguardaba la tétrica cárcel de la isla Pinos; los salvó la amnistía que el 15 de mayo de 1955 promulgó Batista en pos de una inhallable popularidad. Pero, aunque libre, Fidel se sentía cercado por mil ojos y oídos voraces; el 8 de julio emigró a México, para preparar desde allí una invasión a Cuba. En la isla quedaba una fuerza política creciente que le era adicta: el movimiento revolucionario significativamente llamado MR "26 de Julio".
En México, Castro encontró una plataforma de operaciones inmejorable. Allí tropezó con el coronel Alberto Bayo, que había peleado en la Legión Extranjera y en la contienda civil española, y que conocía a fondo las técnicas de la guerrilla; en tres meses adiestró a los 82 combatientes que enfrentarían a los 30 mil soldados de Batista, hasta darles una gran capacidad militar y de supervivencia en los medios más hostiles. Entre esos 82 hombres figuraba el médico argentino Ernesto Guevara.
El yate Gramma era lo mejor que Fidel había podido conseguir con el dinero suministrado por la colonia de exiliados cubanos en los Estados Unidos. Pero bastó zarpar el 25 de noviembre de 1956 hacia la isla para advertir que se adecuaba muy poco a su cometido. Apenas era apto para ocho pasajeros y la tripulación, y se exigía trasladar a los ochenta y dos guerrilleros y a gran cantidad de armas, víveres, medicinas y combustibles. Sobrecargado, se bamboleaba y crujía con ruidos asmáticos en el mar siempre turbulento: el motor tenía desperfectos, el agua entraba a raudales y la bomba no funcionaba. Los tripulantes, mareados a perpetuidad, debían "achicar" sin descanso mientras las náuseas los retorcían, metidos en una constante pesadilla en la que la muerte mostraba su calavera con cada golpe de agua.
No obstante, lo peor de todo fue llegar. No abordaron en el lugar de la costa donde los esperaba el campesino revolucionario Crescencio Pérez para orientarlos en sus operaciones; encallaron cerca de la ciudad de Niquero, y tuvieron que abandonar a toda prisa el Gramma con su cargamento de armas y pertrechos, que fatalmente alertaría a las fuerzas batistianas y las lanzaría a la caza de los invasores. Pero la mayor catástrofe fue que llegasen a Cuba con dos días de retraso. En efecto, Fidel y los revolucionarios de la isla habían acordado que el 30 de noviembre se catapultaría un movimiento insurreccional en las principales ciudades, en el mismo momento en que los invasores iniciaban su campaña. Pero el Gramma tocó tierra recién el 2 de diciembre, cuando ya la insurrección urbana había sido cruentamente aplastada.

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Fidel Castro flanqueado por su hermano Raúl (izq.) y Camilo Cienfuegos

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El Che con Fidel

El 5 de diciembre, un fuerte ejército batistiano atacó a los ochenta y dos hombres y los hizo trizas. Una decena sobrevivió lánguidamente en las prisiones del régimen; otros doce lograron huir y se diseminaron en pequeños grupos perdidos en los cañaverales de la Sierra Maestra, sin agua y sin víveres: durante varios días engañaron el hambre mascando caña de azúcar. Por fin se reunieron todos y ascendieron al pico más alto de la sierra, el Turquino. Frente a sus once compañeros, Fidel exclamó: "¡Los días de la dictadura están contados!". Alguno de sus oyentes temió entonces que Fidel se hubiese vuelto loco...

DE LA SIERRA MAESTRA A LA HABANA

El año 1957 resultó muy duro, y la gran victoria de los guerrilleros fue sobrevivir al acoso de los batistianos. Pero desde un comienzo ya manejaban el as de triunfo; trataban a los campesinos con consideración y cordialidad, pagaban cuanto consumían y respetaban a las mujeres. Poco a poco, el núcleo inicial iba reclutando adeptos: algunos candidatos a guerrilleros huían de las ciudades para engrosar las filas de Fidel; otros eran humildes rurales conquistados en cuerpo y alma por los doce apóstoles de la lucha contra Batista. Cada día se volvían más numerosos los grupos urbanos de apoyo a la guerrilla; obtenían dinero, ropas, armas y múltiples equipos, que hacían llegar secretamente a la Sierra Maestra.
Con el correr del tiempo, los barbudos uniformados de verde oliva fueron levantando hospitales de campaña y escuelas, pero también —aunque los rubros salud y educación eran primordiales en la Sierra Maestra— un rudimento de vida económica. Así surgieron panaderías y carnicerías, una fábrica de zapatos, otra de uniformes y una tercera de mochilas, amén de una armería. El principal gestor de estos logros era el Che Guevara, que sin saberlo se iba haciendo la mano para su futuro desempeño como ministro de Industrias de la isla.
Antes de terminar 1957, los rebeldes consiguieron los elementos para imprimir un diario mimeografiado. Se lo llamó Cuba Libre y circuló solapadamente por todas las ciudades, mientras en las anfractuosidades serranas los campesinos que sabían leer comunicaban las nuevas del periódico a sus compañeros iletrados. Si las masas rurales eran el gran baluarte de las huestes sublevadas, sobre todo cuando se inició con brío la reforma agraria en las haciendas de la sierra, también en las urbes la guerrilla conquistaba cada vez más partidarios y simpatizantes. Al despuntar el año 1958, a la base campesina se había sumado e! apoyo de obreros, estudiantes e intelectuales.
En efecto, la rudimentaria burguesía industrial se veía relegada y semiasfixiada por el reinado abusivo del azúcar, y hacía responsable a Batista de su situación de minusvalía; los terratenientes —aun los de menor envergadura— no ocultaban su fastidio por el favoritismo que el régimen dispensaba a los capitales estadounidenses en desmedro de los productores nacionales; se consideraban poco o nada protegidos por el Estado frente a la alarmante competencia mundial que significaba el azúcar de remolacha; la jerarquía católica empezaba a aterrarse por el auge del vicio, y consideraba que este mal estaba estrechamente ligado a la presencia de Batista en el poder; los militares, indisciplinados y descorazonados, comenzaban a no encontrar más motivos válidos para sostener el gobierno; hasta sectores estadounidenses de gran prestigio abominaban del dictador cubano y sus métodos. La técnica de "golpear y dispersarse" era cada día más eficaz como medio de afirmar la omnipresencia de la guerrilla, y los soldados de Batista no tenían ningún interés en seguir luchando.
El 24 de febrero de 1958 comenzó sus trasmisiones la Radio Rebelde que desde la Sierra Maestra llegaba a todos los oídos, iletrados o cultos por igual. En marzo, el hermano menor de Fidel, Raúl Castro, abrió un segundo frente atravesando la provincia de Oriente de Sur a Norte; Camilo Cienfuegos atacó al ejército batistiano en Bayamo, y Juan Almeida con una avanzadilla asaltó destacamentos del régimen en El Cobre, cerca de Santiago. Estas acciones extendieron exitosamente el campo de acción de la guerrilla, pero una huelga general convocada por los insurgentes para el 6 de abril fracasó en forma estruendosa. El ensoberbecimiento de Batista vino a compensar este traspié: el 5 de mayo decidió enviar doce mil soldados de las tres armas, con gran despliegue de aviones y morteros, para aniquilar definitivamente a la guerrilla, entonces con un total de trescientos efectivos. La desproporción de fuerzas era abrumadora: cuarenta batistianos contra cada guerrillero de Fidel.
Sin embargo, lo que desde La Habana se vislumbraba como mero "paseo militar" de las fuerzas del régimen marcó el principio del fin para Batista. Los soldados gubernamentales no sabían pelear en la sierra selvática; desertaban en gran número o luchaban a desgano, dispuestos a rendirse en cuanto llegara la ocasión propicia. Los barbudos insurgentes lograron echar mano sobre el código secreto de las operaciones enemigas, y se beneficiaron astutamente enviando órdenes de bombardear las propias posiciones gubernamentales, o bien de lanzar alimentos en paracaídas tras las filas rebeldes. Tres meses más tarde, la "campaña de exterminio" se había trasformado en restallante derrota y fuga de los doce mil batistianos.
Entre tanto, en el plano político había ocurrido un importantísimo acontecimiento: el 20 de julio la gran mayoría de las organizaciones partidarias de la isla eligieron la oposición abierta al régimen gubernamental y trabaron un pacto con el movimiento revolucionario "MR 26 — 7" de Fidel; en ese frente unido no había hallado cabida el partido Socialista Popular (comunista), y la tónica de las entidades políticas coligadas era predominantemente democrático-burguesa.
Pero ante todo era necesario separar la capital de la ciudad de Santiago, dividiendo al país en dos.
El Che y Cienfuegos fueron puestos al mando de dos columnas (doscientos cincuenta aguerridos veteranos en total). Las huestes del Che avanzaron paralelamente al eje de la ruta central; las de Cienfuegos costearon la parte Norte de la isla. Marchando sólo de noche, avanzaron penosamente a través de pantanos, reclutando nuevos soldados voluntarios a cada paso. En Nochebuena, Guevara y sus hombres capturaron Sancti Spiritus; Cienfuegos ya había tomado Yaguaguay, y controlaba el Norte de la provincia de Oriente. Entre la noche del 31 y la madrugada del primero de enero de 1959, el Che conquistó Santa Clara; las columnas de Raúl ya habían capturado Guantánamo, y las de Fidel estaban por apoderarse de Santiago. Lo demás, hasta la entrada triunfal en La Habana, fue muy sencillo: los guerrilleros atravesaron la isla sin más trabajo que acoger las rendiciones masivas de los batistianos.
Cuando todavía las acciones se circunscribían a la provincia de Oriente, Batista no se atrevió a aguardar peores nuevas que las que le relataban las defecciones constantes de sus fuerzas, y huyó de la isla. Faltaban muy pocos días para que Cuba entera se tiñera de verde oliva, y para que los barbudos de la Sierra Maestra abrieran un nuevo capítulo en la historia de la "Perla de las Antillas".
Fidel Castro tenía entonces treinta y dos años.

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