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El lunes 7 de julio 816 soldados de
infantería de los Estados unidos abandonaron para siempre la pesadilla de Vietnam; fueron
despedidos con gran pompa por dignatarios survietnamitas y norteamericanos, y recibidos en
su patria por el propio general William Westmoreland. En medios oficiales se destacó que
"la fecha del 7 de julio tiene repercusión histórica como iniciación de la
desescalada". En la prensa y la opinión pública la medida produjo manifestaciones
de alivio, pero reticentes. Algunos comentaristas indicaron que ochocientos dieciséis
infantes de regreso constituían una cifra demasiado pequeña como para considerarla algo
más que meramente simbólica.
Todo indicaba que la desescalada prevista se llevaría a cabo parsimoniosamente,
con cuentagotas. En los corrillos del Senado norteamericano los opositores a la guerra,
especialmente los vinculados con el kennedismo, protestaban con impaciencia: "Con
medidas tan insignificantes como ésta el presidente Nixon no logrará que olvidemos los
múltiples y trágicos errores cometidos en Vietnam, y sobre todo la inútil matanza de la
colina 937".
Se referían a un cruento episodio bélico ocurrido dos meses antes en esa colina,
que los vietnamitas llaman Ap Bia y que se levanta en el noroeste del valle de A Shau,
tramo importante en la vía de infiltración que contacta las dos mitades sur y norte de
Vietnam. Todo comenzó el 11 de mayo, cuando uno de los nueve batallones aerotransportados
el día anterior al valle de A Shau descubrió que la colina 937 estaba ocupada por
fuerzas enemigas, y recibió de inmediato la orden de desalojarlas a cualquier precio. Al
frente de ese batallón encargado del operativo, el N° 3 de la División Aerotransportada
101, se encontraba el teniente coronel Weldon Honeycutt, un militar para quien las
órdenes se cumplen y no se discuten jamás.
Los días 12, 13 y 14 el batallón N° 3 lanzó tres ataques sucesivos, que fueron
rechazados con grandes pérdidas. El infierno de balas y sangre se mezclaba con otro
infierno, de lluvia, lodo, insectos feroces y temperatura insoportable. La tropa gruñía:
"Esto es insensato". Se decidió incorporar al batallón N° 3 otros dos
batallones estadounidenses, y uno survietnamita; los ataques recomenzaron. Hasta el 19 de
mayo se habían lanzado ya diez ataques, todos sangrientos e infructuosos. El teniente
coronel Honeycutt, tres veces herido, seguía férreamente dispuesto a cumplir, las
órdenes recibidas. El 20 de mayo se lanzó el undécimo ataque: los norvietnamitas, que
además habían tenido que soportar 155 devastadores raids aéreos en menos de una semana,
se retiraron con terribles pérdidas. Pero también las bajas estadounidenses habían sido
muy graves.
Los soldados que llegaron a la cima de la colina 937 no tuvieron ganas de festejar
el triunfo. Se limitaron a cambiarle su nombre vietnamita de Ap Bia por el de Hamburger
Hill, la colina del picadillo, dolorosa burla que aludía a los 86 camaradas muertos (de
los cuales sólo se pudo rescatar 60 cadáveres) y a los 480 heridos, alguno gravísimos,
cuyos ayes se oían entre el monótono martilleo de la lluvia.
En el Capitolio, los senadores opuestos a la guerra se indignaron, y Edward
Kennedy, en nombre de un importante sector de sus colegas, calificó el episodio como
"insensato e irresponsable", protestando porque "se continuaba enviando a
los muchachos al matadero para capturar posiciones que carecen de relevancia para el
desarrollo de la guerra". El Pentágono replicó de inmediato que la toma de Ap Bia
era "una tremenda victoria", pues la colina 937 "tenia gran importancia
estratégica en el control de la ruta de infiltración a través de Laos de las tropas de
Hanoi". Los militares llegaron a señalar que sus servicios de inteligencia les
habían informado que la colina tan sangrientamente conquistada, "seria utilizada
próximamente por los norvietnamitas para lanzar un ataque contra la ciudad de Hue".
Sin embargo, una semana después la colina trágica era abandonada por las tropas
estadounidenses, por orden de su comando. Los voceros del Pentágono, que pocos días
antes habían defendido la importancia fundamental de controlar Ap Bia, evidentemente
habían hablado con imprudencia, presionados por las críticas. A los congresales
opositores les fue fácil llevar un ataque a fondo contra la estrategia de capturar y
abandonar posiciones, en un vaivén macabro que mantiene en muy alto nivel las pérdidas
de vidas de soldados estadounidenses. Ocurre que después del desastre de la ofensiva del
Tet, la Casa Blanca y los militares habían replanteado el diagrama de las futuras
acciones. Cuando Lyndon Johnson era aún presidente se decidió una estrategia de máxima
presión.
Semejante estrategia multiplicaba los embates llevados a cabo por unidades menores,
y procuraba anular posiciones del enemigo, para luego abandonarlas. Como eran menos
numerosos los soldados comprendidos en las acciones, la contabilidad bélica parecía
demostrar que la ofensiva estadounidense había decrecido, y que el alto número de bajas
se debía a una renovada combatividad de los comunistas. Pero, en verdad, el número de
acciones de limitada envergadura se había triplicado. Nixon, quien heredó la estrategia
de máxima presión instaurada en la presidencia anterior, no intentó modificarla.
Tampoco se modificó el cuadro de bajas, que en lo que va de este año parece tan
impresionante como el correspondiente al año anterior. La nueva administración
republicana, siempre parsimoniosa, parecía no haber elaborado aún una estrategia propia
frente al problema de Vietnam.
EL TRIUNFO DE VAN THIEU
La matanza de la colina
Hamburguesa no sólo agitó el Senado sino también la opinión pública y buena parte de
la prensa, por lo menos a través de sus más calificados representantes. Nixon se vio
compelido a actuar: por una parte, no sólo lo presionaba la oposición sino también los
líderes del partido Republicano que temían una derrota para las elecciones, legislativas
del año próximo, si el problema vietnamita seguía empantanado; por otra parte, el
gobierno de Saigón reclamaba un diálogo al más alto nivel para unificar criterios.
Así fue como el 8 de junio, en el atolón de Midway, perdido en el centro del
océano Pacifico, Nixon y el presidente survietnamita Nguyen Van Thieu se encontraron para
conferenciar. Las sonrisas ostentadas frente a las cámaras de la prensa y la televisión
no lograron ocultar que el diálogo fue, en verdad, un áspero regateo. |



La revista Newsweek
puntualizó el resultado más importante de la conferencia de Midway: desde ese momento,
la guerra de Vietnam no era ya más la carga heredada de la administración Johnson, sino
que se había convertido en el compromiso de Nixon, y los futuros tropiezos entrañan en
la cuenta de la administración republicana.
Nixon y Thieu tuvieron cada uno que ceder; ciertos observadores examinan la
declaración conjunta de Midway y afirman que quien más cedió fue el jefe de la Casa
Blanca. Por de pronto, se anunció un retiro en fecha próxima de 25 mil soldados
estadounidenses en vez de los 50 mil anunciados previamente en Washington (con la
agravante de que sólo un quinto de ese contingente estaría integrado por verdaderos
efectivos de combate, según afirman algunos expertos). Se garantizó el máximo apoyo
logístico, material y técnico de los EE. UU. para lograr el definitivo robustecimiento
del ejército survietnamita, meta que muchos analistas consideran diluida en un futuro
borroso e imprevisible, pese a las alabanzas tributadas desde Washington y Saigón a las
tropas de Survietnam.
Estos fueron dos tantos a favor que supo anotarse el hábil Van Thieu; además
logró implicar a la administración Nixon en un aporte sustancial a un plan de desarrollo
económico ideado por las actuales autoridades de Saigón; por fin, obtuvo que el
comunicado conjunto de Midway volviera a poner sobre el tapete la exigencia de una
retirada conjunta de los norvietnamitas y los estadounidenses. En cambio apenas logró un
empate en un punto clave del comunicado: el que afirma que "no se impondrá un
gobierno de coalición contra la voluntad del pueblo survietnamita", el cual deberá
ser consultado "a través de elecciones libres y debidamente garantizadas",
párrafo donde implícitamente queda cuestionada la legitimidad y representatividad del
actual gobierno de Saigón. Pero donde Van Thieu tuvo que capitular fue en el parágrafo
que dice: "Ciertos puntos de la solución global presentada el 8 de mayo por el
Frente Nacional de Liberación parecen bastante cercanos de las posiciones de Saigón y de
Washington, y por lo tanto pueden ser discutidos en París".
Sucede que Nixon no quiere un estancamiento definitivo de las negociaciones, y con
ese párrafo les da nueva vida, mientras abre la opción de futuras elecciones que
podrían significar el fin del régimen de Nguyen Van Thieu. Pero, por ahora, parece
decidido a seguir apoyando a las actuales autoridades de Saigón, mientras procura llegar
a la meta que es su principal obsesión: vietnamizar la guerra. Jacque Decornoy, experto
francés de Le Monde, señala: "Nixon se equivoca; lo que hay que vietnamizar no es
la guerra, sino la paz. Su enfoque conservador y simplista del problema lo condena a
continuar debatiéndose en un pantano sin salida". Asesores de Edward Kennedy agregan
una critica candente: "La lentitud política de Richard Nixon, que lo hace festejar
como un éxito el retiro de ochocientos dieciséis soldados a los seis meses de haber
asumido la presidencia, .permitirá que jóvenes estadounidenses sigan muriendo
inútilmente en descabelladas empresas, como la captura por una semana de la colina
Hamburguesa, donde la lluvia todavía no ha logrado diluir la sangre en el barro"
agosto 1969
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