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Puede ponerse legítimamente en duda
que Roberto de las Carreras haya sido un "escritor". No están puestos en el
texto, en el lenguaje, en la literatura, su individualidad ni su talento: es probable que
nunca le interesara, como desdén último y genial, dejar obra ilusoriamente perdurable.
En pleno Novecientos (como la periodología tradicional uruguaya llama al cruce de estos
dos siglos), Roberto de las Carreras consumió personalmente la posibilidad literaria, se
convirtió él mismo en personaje, excéntrico, impar, increíble. La poesía y la prosa
que ha dejado son exabruptos de una sensualidad exacerbada, propios del
"libertino" que quería ser, y panfletos de feroz insolencia con los cuales
buscó abofetear, tan sonoramente como fuera posible, a la aldea burguesa de Montevideo.
Una época pictórica, vivísima para el arte a un punto que ya no volvió a darse en la
historia uruguaya, ese final del siglo XIX y ese comienzo del XX se encarnaron en la
poesía de Julio Herrera y Reissig, Delmira Agustini, María Eugenia Vaz Ferreira, en la
narrativa de Horacio Quiroga, Javier de Viana, Carlos Reyles, en el teatro de Florencio
Sánchez, en la prosa y el pensamiento de José Enrique Rodó y Carlos Vaz Ferreira.
Mientras tanto, las corrientes políticas, filosóficas y estéticas irrumpían con una
fuerza de novedad nunca vista: el Modernismo inaugurado por Rubén Darío en 1888
encontraba su expresión nacional en un texto de Roberto de las Carreras (Al lector,
1894); el anarquismo de raíz italiana y rusa venía a horcajadas del mayor aluvión
inmigratorio, el de comienzos de siglo; y el positivismo europeo comenzaba a reaccionar
contra la religión, imponiendo el materialismo ateo a la vez que la doctrina
evolucionista abría ventanas nuevas a la ciencia.
En un clima de exaltaciones y descubrimientos, que anunciaba el rechazo del pasado
petrificado en la estructura social, en la mores ciudadana, los poetas vistieron la
actitud del dandy y del bohemio, e hicieron de París el modelo, la meca, la sabia
maîtresse del amor y de la disipación. Quien quiera palpar por dentro el espíritu del
Novecientos no podrá dejar de lado al dandy Roberto de las Carreras, su mejor
representante, su epítome, aquel en quien están dadas por exageración las aristas más
gruesas y hasta las más sutiles del fin de siglo.
Roberto de las Carreras fue una figura divertida y trágica: experimentó la euforia
diurna y la sombra de la noche. Nació en la "Toldería de Montevideo" en 1875,
publicó su primer folleto a los diecinueve años (Al lector, 1894), hizo el previsible
"viaje" sentimental modernista (Sueño de Oriente, 1900), testimonió su
aventurerismo galante (En onda azul, 1905), le cantó a la casi legendaria Venus Cavalieri
(Psalmo a Venus Cavalieri, 1905), y hacia 1913 se apagó para ingresar en la demencia, en
la reclusión del hospicio, hasta morir medio siglo después, olvidado por sus
contemporáneos, sobreviviéndose absurdamente a sí mismo. Pero el hombre casi
nonagenario que desapareció en 1963 muy poco tenía que ver con el dandy finisecular de
ademanes altivos y costumbres escandalosas que había sacudido -por lo menos- la
conciencia de la beata y "miserable aldea".
Compartió gestos con Herrera y Reissig, de quien fue muy amigo hasta la polémica que los
distanció en 1906. Roberto de las Carreras quería dinamitar las instituciones burguesas
enquistadas en la existencia de letargo que consumía a Montevideo. Se definió
"quintaesencia del anarquismo, dinamita de rebelión, paradoja contra los
imbéciles". Proclamó el amor libre, se confesó "bastardo", y cuando supo
que su mujer lo engañaba, lejos de dolerse, hizo conocer como grata nueva la aparición
de aquella discípula que aventajaba al maestro. Otra vez, su libertinismo vocacional le
trajo consecuencias más graves: el hermano de una mujer casada cuyos favores pretendía,
lo hirió a balazos. Sintiéndose desangrado, de las Carreras exclamó: "Esta noche
cenaré con los dioses", y cuando ya estuvo restablecido, comenzó a exhibir, en
orgulloso desafío, aquel chaleco perforado.
La vida de Roberto de las Carreras está repleta de anécdotas como éstas, de desplantes
insolentes. Su apariencia misma era desafiante: usaba ropas vistosas "jaquet gris y
chalecos y corbatas fantásticas que había traído de París", recuerda Alberto Zum
Felde-, paseando por las calles montevideanas, o instalándose en el Café Moka donde
había constituido el centro cenacular de su artillería. |
reto a venus
cavalieri

Púgil del sensualismo, te desafío a la lid
amorosa!
¡El genio griego ha inflamado mi alma por la gloria de los lechos!
¡Anhelo más que el triunfo en los juegos olímpicos del Arte, más que el oro y
los trofeos y las gemas de Bizapur, contemplar, después de la lucha hirviente, los ojos
de una amante, llorosos y agradecidos!...
¡La moribunda lasitud de un cuerpo ablandado por el placer, me sonríe mejor que
la ambrosía; me embriaga más dulcemente que el Falerno apurado en ánforas etruscas!
¡En la noche de Venus yo canto a los deleites soberanos un himno de fatigas!
¡Yo vivo en las súplicas de la agonía de los besos la eternidad de la tumba!
¡Yo recojo en el seno batiente de las locas derrotadas el laurel de los triunfos
venusinos!
Yo seguiré la ruta de tus convexidades: ¡Intrincaré tu cuello, tus brazos, tus
senos, tu cintura, tus muslos, tus pies de lotus, con hilos de perlas de besos!
¡Yo tachonaré tu cutis de nácar con las manchas moradas que enseña el libro del
amor indostánico!
jSerán tus incensarios las alcobas hervorosas de sándalo consagradas al
arrobamiento de Kama!
¡Se desvanecerán sobre tu ara la mirra y el incienso, el sándalo y el almizcle,
el cinamomo y el ámbar, todas las notas de la música del Perfume! .
¡Yo haré fulgurar bajo tus párpados volteados el centelleo de los goces
trémulos que entonan sus cánticos de gloria en los Paraísos del Profeta!
¡Yo ceñiré a tu cuello la sierpe del placer afanoso! ¡Yo abismaré tu razón
con filtros salomónicos!
¡Yo poseo el Olvido y de Propercio el secreto de rendirte!
(Del Psalmo a Venus Cavalieri, de Roberto de las Carreras, publicado en Montevideo
en 1905). |
Era
también un gran polemista, de lengua rápida y temible. Uno de los insultos mas
"suaves" que le endilgara al poeta Alvaro Armando Vasseur en respuesta a su
ofensiva 'Silueta' publicada en 1901, fue "producto miserable de la inercia conyugal,
en cuya fisonomía 'hébetée' está escrito el bostezo trivial con que fue
engendrado". Y no dudó, cinco años después, en reclamar la propiedad de una
metáfora acusando de "robo" literario a su mejor amigo, Herrera y Reissig.
Como buen dandy ácrata, de las Carreras despreció la sociedad que lo rodeaba y trató de
injuriarla de cuantas maneras pudo: con palabras y con hechos, al grado de que sus
aparentes concesiones eran revertidas en actos de rebeldía (como el matrimonio con su
amante, para salvarla del correccional de menores). De todos modos, esa rebeldía nacida
de un anarquismo estético y moral antes que social o político, se estrelló contra una
organización que siempre termina haciendo del rebelde individual un marginado, por
admirables, vitales y corrosivos que hayan sido sus ademanes de insolencia. Fuego que el
individuo enciende y la sociedad apaga. Por eso Ángel Rama supo sintetizar la
significación de este dandy, de este seudo escritor, de este iconoclasta encandaloso,
diciendo, con motivo de su muerte, que había sido un "fogonazo sobre la aldea".
Jorge Ruffinelli
Revista Crisis junio 1974 |