Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

GUERRILLEROS
Picnic en "El Plumerillo"

guerrilleros Ramos, Laredo y Berdinelli, maniatados

"Pero amigo, usted ve guerrilleros por todas partes." El inspector Juan Guerrero, a cargo de la delegación de la Policía Federal en Tucumán, sermoneó amablemente al corresponsal de La Razón en la provincia. Fue el martes pasado y, en realidad, el periodista no intentaba confirmar ninguna primicia: era víctima de una broma urdida por cuatro colegas. Cincuenta horas después, los protagonistas de la charla volvieron a encontrarse: el policía sugirió olvidar aquella frase.
Es que esa mañana —el jueves pasado—, una falange de sesenta policías provinciales, acaudillados por el propio Jefe de la repartición, mayor Ramón Eduardo Herrera, había recaudado un lote de guerrilleros en la zona de Taco Ralo, a 120 kilómetros al sudeste de la capital. Con celosa discreción, los guardianes tucumanos eludieron alertar a sus pares federales sobre el operativo; la misma ignorancia ha puesto en apuros a la sección local de la sede (Secretaría de Informaciones del Estado): sus sabuesos tienen asignada como misión primordial detectar conspiraciones, especialmente las de semejantes características. En las oficinas tucumanas de la SIDE se conoció la novedad a las 7 de la tarde del jueves, 12 horas después que los completados fueran detenidos. También el Ministro de Gobierno provincial, Ramón Gamboa, se enteró de la especie por las noticias periodísticas: como es notorio, el mayor Herrera no le dirige la palabra, dificultad que, al parecer, clausuró la posibilidad de establecer una comunicación oportuna. Al mediodía del sábado, decenas de militantes peronistas e izquierdistas permanecían en improvisados aguantaderos; para entonces, el temor de una razzia policial, generalizada a todo el país —a la búsqueda de las ramificaciones del brote abortado en Tucumán—, evaporó de sus domicilios a los activistas. "Hay que desensillar hasta que aclare —justificó uno de ellos ante Primera Plana—; no es cuestión de ir en cana con el sambenito de guerrillero."
Más allá de las estridencias que el caso ha detonado, los protagonistas de la aventura demostraron escasa solvencia para las lides guerrilleras. Su primer herejía al dogma fue elegir un sitio tan inadecuado como la quinta que les vendiera el lugareño Juan Antonio Bertelli (42), que también sirvió como correo y proveedor del grupo. Ubicada en un paraje de Taco Ralo conocido como La Cañada, la zona es llana, semidesértica y próxima a las inexplotadas aguas termales, que siempre atraen turistas curiosos. Además, a 600 metros del campamento, se realizan trabajos de perforación para obtener agua, un escaso elemento, en el lugar, por la falta de lluvias. La vecindad de los operarios resultó fatal a los conjurados.
Las sospechas se acumularon al poco tiempo de instalarse el vivac: nadie se convenció con el argumento de que la docena de muchachos se dedicaba a trabajar la tierra o desmontar el bosque; las manos, no mancilladas por el trabajo físico, y los relojes de oro de algunos campesinos, denunciaban un origen social no acuciado por tan duras necesidades. El sábado 7, la delación recaló en el Departamento Central de Policía de la capital tucumana; la certeza era, sin embargo, que se trataba de una banda de contrabandistas. Un dato que había escapado al grupo era que, meses atrás, un avión cargado de bagayos aterrizó en La Cañada y atrajo a la ley; desde entonces, los vecinos aguardaban otras llegadas. Es sabido que las denuncias de esta clase suelen reportar jugosas recompensas.
Revista Primera Plana
24/09/1968

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Jefe Herrera - Ferré Gadés ¿el comandante?

 

 

 

 

 

 

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