Revista Siete Días Ilustrados
04-11.1968 |
Buenos Aires hospeda en estos días a una insólita galaxia de
titanes, heroínas supereróticas y niños y animales que enjuician al
mundo: la Primera Bienal Mundial de la Historieta -la más completa
muestra habida en su género- promete conmover, desde el instituto Di
Tella, tanto a especialistas como a profanos.
"¡Cuando Dios alzó el brazo en ademán imperioso, me pareció estar
contemplando a Tarzán!". Burne Hogarth, el célebre historietista
norteamericano de 57 años, que desde hace 30 unió su nombre al del
mítico hombre-mono, alude con humor a los frescos que ornan la
Capilla Sixtina, en Roma: "Miguel Ángel se adelantó allí a la
historieta moderna; hay que ver esas riquísimas secuencias, la
estrepitosa línea de dibujo. Si Buonarotti viviese hoy, ganaríamos
un extraordinario colega..." Hogarth, que gesticula con persuasivo
fervor, es uno da los participantes en la Primera Bienal Mundial de
la Historieta, que desde mediados de octubre último congrega una
bulliciosa procesión (un promedio diario de mil espectadores) en las
salas del Instituto Torcuato Di Tella, de Buenos Aires.
Tanto entusiasmo parece justificado: la muestra —surgida del
esfuerzo de David Lipszyc, director de la Escuela Panamericana de
Arte, y del equipo teórico del Di Tella, piloteado por Oscar
Masotta— derrama sobre el público unos 280 comics de ocho países:
Argentina, Estados Unidos, Brasil, España, Francia, Italia,
Inglaterra y Japón. No sólo refulgen allí las reproducciones en
grandes paneles de un metro cuadrado —o mayores aún, como el
gigantesco Tarzán que da la bienvenida desde el hall de ingreso—; se
logró reunir, además, el más importante conjunto de dibujos
originales que se hayan expuesto nunca. Ni siquiera se los pudo
admirar en la muestra realizada en el Louvre de París, en abril de
1967.
Una catarata de material bibliográfico y de revistas, un simposio
animado por maestros internacionales, films y conferencias, se suman
a la exposición, cuyos próximos pasos serán el interior del país y
luego San Pablo, Brasil. "Además, vamos a crear un museo y un grupo
de investigación estables, así como el diálogo con los restantes
medios de comunicación", anuncia el longilíneo Masotta. "La gente
podrá reconocer a sus viejos ídolos —agrega—, pero con otra
frescura, como si los vieran por primera vez."
Pasaron más de cien años desde que el alemán Wilhelm Busch sentó un
hito con su tira Max y Moritz. A partir de entonces, no sólo corrió
mucha agua bajo los puentes: empezó a desenvolverse también un
complejo universo que, junto a la aparente libertad expresiva, exige
rigor artesanal y vuelo creador. Quien transite esta Bienal
encontrará reflejadas sus variadas etapas, sus más altos
resplandores.
LOS SERES QUERIDOS
Por ejemplo, ese chico norteamericano calvo y orejudo nacido allá
por 1895, y cuyo estrambótico camisón sólo dejaba ver los pies
descalzos: aparecía de golpe en el patio de una casona tipo
"conventillo", en un barrio bajo de Nueva York; a su alrededor se
agitaba un pandemónium de gatos, y de hombres y mujeres colgados de
una cuerda para tender la ropa; cerca del lugar, varios muchachones
con grandes gorras empujaban una carretilla de madera, mientras
otros arrojaban al aire una gallina o se deslizaban sobre una verja;
simultáneamente, podía ocurrir que una anciana cayera desde un
balcón o que un caballo desbocado se abalanzara sobra un tímido
pastor protestante. Era la violencia de los bajos fondos y de la
voraz expansión capitalista, disecada por un auténtico pionero,
Richard Outcault, en un suplemento dominical de la cadena Hearst: el
New York Sunday World. El sensacionalismo y agresividad de esa tira
(El pibe amarillo) darían otro resultado: desde ese momento se llamó
amarilla a la prensa inescrupulosa.
Y nació el revolucionario "globito", destinado a enmarcar los
diálogos.
Los paneles dedicados a los Estados Unidos en la exhibición porteña
son más de 90, sobre un total aproximado de 300; es que su
desarrollo historietístico traduce las más arraigadas tendencias y
anhelos del pueblo estadounidense; y, por extensión, de todos: la
influencia norteamericana habituó desde un principio a los chicos de
cualquier latitud a tutearse con héroes tarzanescos, y con los
precursores de los vuelos cósmicos: Buck Rogers, de Dick Calkins, o
Flash Gordon, creado por Alex Gillespie Raymond. La fauna disneyana
les aportó sus criaturas altamente psicóticas: Donald, cascarrabias
pero incapaz de reaccionar ante nada; Mickey, un "blando"
excesivamente condescendiente.
Entre tanto, llegaban los detectives que oponían, al supuesto caos
de la sociedad de masas, la seguridad de una justicia inexorable
(Dick Tracy, pergeñado en 1931 por Chester Gould). ¿Qué chico normal
no tembló ante la alucinante fisonomía —damas provistas de cuernitos
estilo caracol, seres con ojos extrahumanos— común en los personajes
que acompañaban al expeditivo Dick? Es que, paralelamente, habían
quedada atrás los años locos de precrisis; el mundo se retorcía,
igual que las filigranas del historietista.
Ya mayorcitos (antes de convertirse en los adultos de hoy), aquellos
sugestionables niños se atiborrarían con superhombres más o menos
tecnocráticos. Mientras, los cowboys y justicieros (algunos,
equívocos como X-9; otros, aventureros o refinados, como Jungle Jim
y Rip Kirby, ambos de Raymond) siguieron esforzándose contra los
"malos"; pero la posguerra pedía nuevas distensiones: el atribulado
ex niño de ayer se desayunó después de 1950 con heroínas imbatibles
e interplanetarias, obviamente psicoanalizadas. Por fin, lo esperaba
el último recodo (hasta ahora): los supermanes se tomaron el pelo a
sí mismos, se impuso una nueva legión de antihéroes, que bien podían
ser nenitos neuróticos y reflexivos (la exitosa tira Peanuts trajo a
Charlie Brown, un párvulo melancólico, destinado a inmolarse por los
demás; Linus, adherido a su frazadita "como a un gran pecho
materno"; Lucy, que a la menor frustración responde con un golpe:
Pow...!). Hasta los perros pasaron a burlarse del mundo. La
política, el Vietnam, negros muy negros, blancos muy blancos,
comenzaron también a inundar la historieta.
HISTORIA CON TINTA CHINA
"Los superhéroes, el supratitanismo, fueron una reacción a la ola
depresiva de 1930 y al ascenso de Hitler; en un sentido histórico,
equivalen a los héroes de la epopeya griega". El efusivo Hogarth
revela a SIETE DIAS el resorte íntimo de Superman (1938) o Batman
(1939), en nada diferente del que catapultó a Héctor o Aquiles. Por
algo el recién
nacido Superman vendía, ya en 1940, un millón cuatrocientos mil
ejemplares desde el Superman Quaterly Magazine; y en 1942, cando
puso su ancho tórax al servicio de los aliados contra el Eje,
provocó el furibundo denuesto de Goebbels: "Díeser Ubermench is
Jude" (¡Este Superhombre es judío!).
Algo semejante ocurrió con Tarzán, que volaba en sus lianas desde
mucho antes, cuando Harold Foster lo diseñó en 1929 para cederlo
luego, hasta 1950, a Hogarth. Pero una nación que supo aspirar, a
través de los titanes "fuori serie", a la vulnerabilidad, quiso
además cantar una saga sobre sus orígenes: lo hizo con Li'l Abner
(EJ Chiquito Abner), de AI Capp, a quien el escritor John Steinbeck
comparó con Cervantes. Mientras Fantomas (1937) traducía las
esperanzas paternalistas de la nación ultra poderosa frente
al "salvaje" africano que la ayudaba a olvidar sus crisis, Mandrake
instrumentó otra fantasía: el ansia por atesorar poderes ocultos.
Hacia la misma época, El Príncipe Valiente entonó el diapasón
histórico: Foster creó allí una figura que envejecía, que convivía
con los trabajos de su siglo, arrostrando "al unicornio, al dragón y
al grifo, a negros y amarillos hombres...", como le predijo la bruja
adivina.
Tanta energía pareció decaer a fines de los años 50: irrumpió un
enfoque humanizador —que no excluye la parodia— de los titanes. Uno
de éstos, Spiderman, sufre por ser diferente, marginal. En la
actualidad existe toda una corriente rebelde cuyo público está
constituido por hippies, yippies y vietniks radicalizados (y que se
empeñan en iluminar los aspectos más críticos de su sociedad, en
desatar historietas tremendistas: El día que Ellos arrojaron napalm
sobre Harlem es el titulo de una de las más suaves). Quizás la
cúspide de este proceso desmitificador la marque Mad, magazine que
lleva al tope la ironía hacia los productos de esta civilización
"del televisor".
Por su parte, la trayectoria de las tiras argentinas ostenta una
similar riqueza, y va desde las primeras caricaturas políticas, en
el legendario periódico El Mosquito —año 1869—, pasando por Viruta y
Chicharrón, o Sarrasqueta —1912—, con su rostro sonriente y triste a
la vez, hasta los dibujantes José Luis Salinas, Alberto Breccia,
Hugo Pratt, Arturo del Castillo, Bruno Premiani, Joao Mottini,
estrellas de una constelación que brilla desde hace cinco décadas y
en la que se inscriben jalones remarcables: Raúl Roux ejemplificó la
influencia del modelo inglés, que puso su impronta en las primeras
historietas locales a través de Tit-Bits o El Tony. También Pif-Paf,
el suplemento en colores de Crítica, Patoruzú (1936), Rico Tipo
(1945) y las publicaciones más recientes, albergaron a decenas de
artistas argentinos o asimilados al medio.
No faltó el toque "surrealista" (el misterioso Arturo de la tira Don
Pascual, chispeante creación de Battaglia, hablaba siempre desde el
interior de una estufa; la rana Felipe enhebraba sus aventuras al
margen de la peripecia central), ni la observación costumbrista, en
la que descolló el desaparecido Calé. Basta releer las historietas
locales: se comprobará entonces que en ellas también late una
particular visión del mundo y de sus seres, sin excluir la bonhomía
algo prejuiciosa de un Patoruzú, que era, sí, valiente y altruista,
pero que al propio tiempo pintaba la imagen de un indio blanco,
gratamente civilizado.
¡BOOM, AAARCH, ZUUM!
"Considero o Pereré a coisa mais importante que ja fiz até hoje,
mais nao tenho condicoes de continúalo. . ." Zinaldo, creador
brasileño de un ser entre mitológico y folklórico —Saci Pereré—,
confesó recientemente sus problemas económicos, y la batalla con los
editores, que decretaron la muerte del simpático negrito. La carta
en donde baila esa confesión —que implica también una denuncia— es
otro de los documentos que restallan sobre las mesas de exposición
del Instituto Di Tella. El grupo de personalidades del Brasil
llegadas a la Bienal incluye nombres tan significativos como el del
teórico Alvaro de Moya, el del crítico Sergio Augusto, el del
periodista Naumin Aizen, el del fino ilustrador Jayme Cortez
("Nosotros, como ustedes, estamos imposibilitados de consagrarnos a
la historieta; hacemos publicidad, cine, televisión ...").
La delegación española reúne a hombres de la talla de Jesús Blasco
(48 años, padre de Zarpa de Acero), al estudioso Luis Gasca y
Francisco Macian. Este último apuntó un nuevo camino en sus films
'Dame un poco de amoooor' y 'El mago de los sueños' —con la Familia
Telerín—, proyectados como parte de la Bienal: mientras el clásico
dibujo animado propone imágenes simples que se mueven, Macian apela
a un difícil
mecanismo —incluye la reproducción por computadoras— para animar
ilustraciones de alta elaboración artística. España aporta, además,
una variedad de trabajos — cuyos creadores no pudieron llegar a
Buenos Aires— que sorprenden por su jugosidad estilística. Se
difunden, por lo general, fuera de la Península y son devorados por
las editoras belgas, inglesas, italianas.
Francia e Italia deslumbran: el erotismo (Barbarella, Scarlet Dream,
Xaga de Xam) fue decididamente "inventado" por los autores de ese
origen; ellos crearon la historieta para adultos. Sus incendiarias
muchachas estremecen a los analistas, que las tienen por síntomas de
un inminente matriarcado. Un vértice de la vanguardia europea lo
alcanza Neutrón, del italiano Guido Crepax: es el descendiente de
una raza subterránea y está envuelto en las formas gráficas más
modernas. Otra sorpresa: la presencia de la historieta nipona; llama
la atención su economía expresiva, pero más aún los extraños
grafismos japoneses que equivalen a las onomatopeyas occidentales:
Boom, Aaarch, Zuuum!...
CUANDO LOS HEROES MUEREN
Mort Cinder se hallaba conversando con su amigo, el anticuario Ezra
Wiston. De pronto desapareció entre unos olmos y, sin transición,
desembocó entre las alambradas de un frente bélico en la Primera
Guerra Mundial.
La recordada historieta de los argentinos Oesterheld-Breccia (1962),
que los entendidos consideran un modelo en el género, no sólo
trasponía las fronteras de tiempo y espacio: ayudaba a perfilar una
distinta dimensión de la tira dibujada, casi metafísica. La guerra
era allí, realmente, algo, cruel y sucio; el pasado perduraba en el
presente. Se destacaba, asimismo, un dibujante de no común
jerarquía, que forjó a recientes promociones.
Héctor Oesterheld recuerda hoy ante SIETE DIAS: "La corriente
argentina ejerció innegable influencia a nivel internacional, al
inventar héroes que se casaban, comían y morían; al narrar los
conflictos de la gran ciudad y la campaña". Cobran vigencia así las
convincentes palabras de Hogarth: "La cultura de masas y los nuevos
lenguajes plásticos —movimientos múltiples, yuxtaposiciones de
color, distorsiones de la figura acordes con su significación
profunda— poblaron la historieta antes de ser aprovechadas por la
pintura llamada mayor". Es que, mientras "el siglo XIX creía en el
equilibrio y la estabilidad, ahora se asume el cambio y la
fragmentación: los tótem de la actualidad son los supersímbolos
sexuales y las grandes latas de sopa envasada del pop-art. El hombre
vuelve a ser un cazador en lucha con el mundo. Impera la acción.
Todo eso revierte
en la historieta: sus cuadritos encierran secuencias claves,
reflejan un siglo que descubrió el interior del átomo y la teoría de
los quanta. Aparecen en ellos el ingenuo que se desquita; el hombre
que extrema su poderío; las ganas de vivir..." El visitante señala,
también, su admiración hacia Salinas y su Cisco Kid.
El ensayista Enrique Lipszyc acepta estas disquisiciones, pero las
condensa en un lema: "Lo que importa es el ímpetu creador." Ese
empuje pareció alentar a El Eternauta, de Oesterheld, mientras huía
de los monstruosos gurbos; aunque — como expresión quizás de un
enfoque que revaloriza lo cotidiano— la carrera concluía por
llevarlo hasta un vagón del prosaico subterráneo. Su contemporáneo
Sargento Kirk (surgido de la colaboración con Hugo Pratt) era
también un iconoclasta, un desertor del ejército que prefirió a los
pieles rojas; pero sabía apelar a la poesía para referirse a una
muchacha indígena: "Es tan linda que duele..." Fueron algunos de los
protagonistas del auge que, hacia 1950, entronizó a la historieta
argentina: se vendían entonces 165 millones de ejemplares de
revistas dedicadas al género; el cincuenta por ciento del total de
material impreso en el país.
LOS MANES DE CORTAZAR
La ola está hoy en su faz descendente: prácticamente sólo se editan
historietas en las publicaciones de Editorial Columba, en las de
Dante Quinterno, y el exitoso Anteojito de García Ferré-Julio Kom,
que bate todas las marcas de venta con sus 350 mil ejemplares
semanales. La distribución masiva de ediciones mexicanas —centro de
irradiación de los comics norteamericanos para toda Latinoamérica—
asfixia la producción nativa, cuya jerarquía le confirió un decanato
mundial.
Luis Lucho Olivera (25 años), uno de los dibujantes formados por
Breccia —igual que Leopoldo Durañona—, se resigna a vender parte de
su producción a las empresas Charleston, de EE. UU., y Fleetway, de
Gran Bretaña; coincide con su colega Carlos Braxator (Mánnkem) en
que "si cesara el dumping mexicano, nuestro país conocería un nuevo
apogeo de la especialidad". No parece un pronóstico aventurado si se
piensa que, hace pocos años, los canillitas voceaban por la calle
las últimas hazañas de Hormiga Negra; o si se atiende al flechazo
popular de la hiperlúcida Mafalda.
Quizás, el próximo paso para ese resurgimiento sea la publicación,
por Editorial Sudamericana, de textos pertenecientes a Ernesto
Sábato, Julio Cortázar, David Viñas, Dalmiro Sáenz y Oesterheld, en
forma de historietas ilustradas por Breccia y con guión del mismo
Oesterheld. Puede ser la inyección requerida por un género que
preocupa a investigadores, congresos y sesudas mesas redondas, y que
en el plano mundial enfervoriza a públicos multitudinarios (Peanuts,
rebautizado en "La Prensa" como Rabanitos, alcanza a 770 diarios y
revistas de todo el planeta; es decir, unos 70 millones de
personas).
Por ahora, queda el fervor. Como el de ese historietista que, frente
a esta Bienal presentada en el Di Tella, murmuró: "Es posible que en
la muestra falten muchos valores jóvenes, que escasee visión de
futuro. Sin embargo, con lo que hay, basta para la maravilla. Yo, al
menos, siento un solo deseo: ir corriendo a mi tablero de dibujo,
para seguir trabajando".
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Burne Hogarth y su Tarzán


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