Revista Gente y la Actualidad
27.05.1971 |
JORGE LUIS BORGES, EL MAXIMO ESCRITOR DE LOS
ARGENTINOS, DESLUMBRO DURANTE CUATRO NOCHES A LOS CHICOS DE PELO MUY
LARGO Y A LAS MUCHACHAS DE ROPAS ESTRIDENTES DE INGLATERRA, EN
CONFERENCIAS MEMORABLES. UN PUENTE A TRAVES DEL TIEMPO, LLENO DE
AFECTO, DE RESPETO, DE ENTENDIMIENTO.
Estaba allí, con las manos aferradas a la mesa, una sonrisa y un
temblor, y esa voz que sale muy despacio, entreverada entre la
realidad y los sueños.
—"Las palabras pueden alterarlo todo. Incluso a la persona que las
utiliza. .."
Hay más de mil jóvenes de pelo largo y ropas estridentes escuchando
al argentino Jorge Luis Borges, un genio de la literatura que a los
72 años ha roto todas |as barreras, todas las discusiones para
alcanzar el respeto universal. El "Institute of Contemporary Arts"
ha programado estas "Cuatro noches con Borges", estas cuatro
conferencias en el Central Hall, una amplia capilla metodista que se
yergue en el corazón londinense, a las puertas de Westminster, cerca
del sonido del Big Ben. Una ciudad que Borges ama a través de su
sangre y de su lengua, a través de los placeres de investigar cada
palabra, cada libro. La mirada acuosa distingue apenas esos rostros
que pertenecen un poco al presente y un poco al futuro. Chicos y
chicas que han leído a ese hombre legendario, que están allí con sus
obras en la mano.
—Me enamoré muchas veces — dice la voz de Borges desde algún valle
húmedo.
—¿De qué, de quiénes? —pregunta una cabeza roja, un cuello con
collares.
—De tantos libros, de tantos sueños..., de alguna mujer, de algún
recuerdo.
Lo escuchan los rebeldes, los preocupados, los que cuestionan. Hay
un río de afecto entre Jorge Luis Borges y ellos, los que se bañaron
en los admirables productos de su imaginación y su cultura
inconmensurable. El mundo de su fantasía, cuando llega a través de
su voz, es mucho más real que la realidad misma
—¿Dónde está mi vida? No sé bien. Creo que está en los libres. No en
los que yo he escrito, que jamás me parecieron buenos, sino en los
que fui encontrando desde la biblioteca de mi casa natal hasta hoy.
Los libros llegan a ser amigos muy queridos que existen sólo cuando
se los lee. Por eso he leído y releído tantos. Cuando se tienen 72
años no se sabe mucho acerca del futuro, y en orden a morir lo único
que importa es estar vivo. Yo quiero seguir leyendo.
—¿Qué libros le interesan? — dice una muchacha repleta de rulos y
con la cara dominada por dos ojos inteligentes.
—Quiero, repito, leer y releer lo leído, encontrar otra vez aquellos
universos maravillosos.
—Borges —otra voz llega desde el fondo—, ¿por qué sus libros hablan
siempre de las relaciones de los hombres con las cosas y no de las
relaciones de los hombres entre sí?
—No lo sé..., no lo sé..., es que toda mi vida he sido un poco
torpe. Y aunque por otro lado la justificación de mi vida es la
amistad, no he conseguido siempre narrarlo.
—¿La amistad? ¿Quiénes son sus amigos?
—Entre las obras que ahora me dan vueltas por dentro, habrá
probablemente una llamada "Los Amigos". Supongo que allí estarán
Cansinos Asens, Macedonio Fernández, Alfonso Reyes, y otros amigos
que ni siquiera conocí o que están muertos. Soy tan amigo de los
vivos como de los muertos: Chesterton, Stevenson, Kipling. Y, de
pronto, alguno que jamás vivió: soy muy amigo de Sherlock Holmes.
—¿Cómo juzga su obra, Borges?
—No la juzgo —dice con su inglés de inmejorables armonías—. Apenas
termino algo se lo doy a otros. Hay quienes sostienen que es buena,
pero yo estoy lleno de dudas.
La charla crece muy lentamente, se hace más cálida. Un poeta, un
cuentista, un imaginero que cruzó los setenta años se une
mágicamente con jóvenes que descreen de muchas cosas, pero siguen
creyendo devotamente en la poesía.
—Pienso a veces que la lectura obligatoria, a la que ustedes están
por lo que hacen, acostumbrados, no tiene valor. Es más importante
explorar los libros en soledad.
—¿Hubo algún libro imposible para usted?
Otra vez la sonrisa o el temblor. Mil jóvenes se sientan sin
formalidad en una vieja capilla de Inglaterra y escuchan, esperan.
—Claro. Por ejemplo, fracasé con "Madame Bovary", no pude leerla, me
aburrió.
—Y su aporte a la literatura de Sudamérica, ¿cómo podría explicarlo?
—Es un intento —tiembla Borges con el rostro cubierto por el bastón
y emocionado.
—¿Un intento de qué?
—De llevar a la gente, de invitarla a abandonar la realidad para
incorporarse a la fantasía. Claro que en algún momento uno no
distingue en qué lugar está cada cosa, la realidad, la fantasía.
Imagino que alguna antología dirá de mí, después de mi muerte, que
fui un autor de narraciones fantásticas.
Afuera hay una lluviecita transparente. Borges ha callado y bebe
agua fresca.
—Debo decirles que me siento dichoso de sentir que ustedes quieren a
Borges. Esto es algo parecido a la abolición del tiempo, al
desprecio del tiempo. Aunque en realidad el tiempo mana del futuro y
ustedes pertenecen ya al futuro.
Quizás no lo sepa, pero Jorge Luis Borges, un deslumbrante embajador
de su tierra, pertenece también al futuro. Para probarlo basta una
sola de sus líneas. Para hacerlo tangible, esta charla cálida con un
millar de jóvenes de ropas y pelos libres que lo conocen
profundamente. Algunos se han acercado. Borges los atisba, sigue
hablando pero ahora casi en un susurro.
Por ANA MARIA BEL. Fotos: SALVADOR GARCIA DE LA TORRE
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