Revista Gente y la Actualidad
19.10.1967 |
Marta Lynch se quitó el abrigo negro, miró extrañada el sillón que
le tocaba en suerte y sus expresivos ojos hablaron como para dar por
comenzado el interrogatorio. Antes de abrir la boca pidió un
cigarrillo y jugueteó nerviosamente con un anillo.
—¿Cómo se siente?
—Nerviosa, muy preocupada por lo que me van a preguntar.
—¿Usted es peronista?
—No. Pero después de 1955 hice un serio replanteo sobre ese
movimiento, considerando que es el más importante que se dio en
América latina. Perón nucleó como nadie a las masas y les dio
conciencia de su papel histórico.
—¿En "Al vencedor" no hace la apología del peronismo?
—No exactamente, lo que sostengo es que el poder, por una vía u
otra, debe ir a manos de la clase trabajadora. Esta pregunta me
encanta porque me hizo hablar de mi novela más querida y
posiblemente la menos comprendida por los críticos.
—¿En la literatura como en el amor, la última obra es siempre la
mejor?
—Algo de eso hay, pero sacando mis recientes "Cuentos tristes". "Al
vencedor" es ese último amor de que hablaban.
—¿Gana dinero con su tarea creadora?
—No mucho, pero gano. Mi éxito comenzó cuando Losada compró dos
títulos y tuve una aceptación buena en el público. Inclusive los
cuentos han tenido mucha salida y eso que dos días antes de estar en
las librerías ya tenía una crítica gratuita en contra. Pero el
público la desechó y hubo mucha venta.
—¿Quiénes la combaten?
—Son dos o tres. Dejarlos criticar obras es como darle una
ametralladora a un enano, que enano y todo es peligroso con el arma
en la mano. Mejor les digo las causas. Me odian los que no me
comprenden, me envidian quienes no tienen la sinceridad de Marta
Lynch para comportarse en la vida.
—¿Alguien la decepcionó en su vida?
—Arturo Frondizi. En el 55 me afilié al entonces radicalismo unido y
en 1956 opté por la UCRI junto al grupo que trabajaba cerca de
Frondizi. Estaban, entre varios, Ismael Viñas, Félix Luna y otros
amigos. Después el presidente cambió totalmente su orientación y
optamos por retirarnos. Esto se unió a otra circunstancia
desgraciada de mí vida: la tuberculosis. Recién volví al país en
1960, después de estar 11 meses en Suiza, y todo pasó a ser un
recuerdo amargo. Comenzó la literatura.
—¿Estuvo enamorada de Arturo Frondizi?
—Eso es un chiste, no podría ser. Yo conquistando a esa impertérrita
cariátide..., no hay nada de verdad en esa inquietud. Además, vivo
en un matrimonio real.
—¿Nunca pensó en divorciarse?
—Tengo que empezar con una afirmación real, verdaderamente razonada,
como se merece la persona de la que voy a hablar. Si algo soy,
seguramente que le debo mucho al doctor Juan Manuel Lynch, mi
esposo. Desde curarme de mi enfermedad hasta mi realización como
mujer. En esto no acepto juegos y pienso que en todas las cosas hay
un orden de prioridades.
—¿No se separaría por los hijos?
—Mis tres hijos son algo más que una atadura matrimonial y los asumo
responsablemente. Nada se construye sobre la destrucción. En esto
soy tan sincera como en el resto de mis afirmaciones.
—¿No le molesta que la confundan con Beatriz Guido?
—Eso era antes, ahora tenemos nuestras individualidades ante el
público. Beatriz es una de las mujeres más lúcidas que he conocido;
su "Fin de fiesta" es una buena obra, de notables valores. Algo
similar me pasa con Silvina Bullrich a la que considero un ser de
tremenda autenticidad.
—¿Por qué escritores argentinos optaría?
—Sin duda por Ernesto Sábato, cuyo "Sobre héroes y tumbas"
constituye la mejor novela nacional. Me gusta también Julio
Cortázar, aunque su actitud me enoja y lo dejo de leer por un
tiempo. Pero cuando lo retomo reconozco su talento, aunque la
realidad argentina que él vive es la de 1951 y no tiene idea de
nuestros días. Borges optó por la evasión para no hablar de esto y
Cortázar eligió el juego. Los dos lo hacen muy bien, sin ninguna
clase de dudas, pero eso me revela contra ellos.
—¿Le gustó conocer a Palito Ortega?
—Tuve el placer de tratarlo desprejuiciadamente y lo valoré en su
dimensión real. Es una buena persona, que si profundizara sus
canciones podría constituirse en el nuevo cantante de Buenos Aires.
Pero lo importante es que tiene valores humanos que los preconceptos
no hacen descubrir. Un buen tipo...
—¿No se enamoraría de Palito?
—¡Vamos!, tiene 25 años y yo soy una mujer que cumple pronto los 37.
Eso hay que dejarlo para mi hija de 16 años, ella está en la edad de
soñar. Yo me debo a lo mío, a ese amor que amasamos juntos con Juan
Manuel. Lo demás déjenlo para la señora Ordoñez, ella vivió una cosa
parecida.
—¿Quién es la señora Ordoñez?
—"La señora Ordoñez" es el personaje de mí novela que aparece en
noviembre; trata la vida de una mujer de clase media baja, una
"trepadora" que logra ascender en la escala social. Ahí, de alguna
forma, surge mi madre.
—¿Ella fue muy importante en su vida?
—Doña Emilia fue otro ser decisivo en mi vida. Siento por ella
muchas cosas más que las que suele motivar corrientemente una madre.
Me comunico plenamente, es una de esas personas que me llaman a las
8 de la mañana por teléfono para decirme: "Negrita, leí tus cuentos,
son una porquería". Con mi padre, que falleció, fue otra cosa. Doña
Emilia vive su viudez sola, con personalidad y habla con sus hijas
profundamente.
—¿Cuál fue el mayor dolor de su vida?
—Fueron dos. La muerte de mi hermano, Reinaldo Frigerio, y el
accidente de mi hijo Ramiro. Mi hermano fue un ser excepcional, el
verdadero cerebro de una familia, vulgar como eran los Frigerio.
Estuvo en la izquierda del peronismo y me hizo ver muchas cosas, mi
cuarta novela estará dedicada a él, porque las anteriores fueron
para mi marido, mis hijos y doña Emilia.
—¿Cree en la astrología?
—Contesto que no, terminantemente. Pero el accidente de mi hijo
Ramiro me pone en dudas. Soy muy amiga del escritor Héctor A. Murena
y él estudia e investiga acerca de estas cosas de los astros. Una
mañana, a eso de las 11, me habló para preguntarme si había ocurrido
algo importante en mi vida durante el día, especialmente un
accidente. Le contesté con chistes y a los 15 minutos insistió. Le
volví a reiterar las bromas, pero a las 12 un automóvil atropello a
Ramiro y casi lo destroza. Recuperé a mi hijo porque tengo medios
económicos, pero sufrí muchísimo. Gracias que ahora es un pibe
maravilloso, que no tiene ni rastros de esa cosa terrible que
ocurrió. Pero el asunto de la astrología desde ese día me intriga.
—¿Y algo que le impresionara?
—La muerte del "Che" Guevara. Era de esa clase de héroes que
necesitamos y desde hace ocho días no puedo sacármelo de la cabeza.
—¿Le gustaría escribir sobre el "Che"?
—No podría. Sobre una llaga no se puede crear. Algunos dicen que "La
alfombra roja" es mi experiencia política, contesto simplemente que
podemos crear solamente sobre las dificultades que superamos. Yo
entonces, como ahora con el "Che", no había superado mi frustración
frondicista. Además este guerrillero era un ser absolutamente
desinteresado en un mundo marcado por el interés y no justificaría
especulaciones sobre él.
—¿Usted vive al minuto?
—No podría. Pero reconozco que soy insegura y posiblemente eso
justifique la admiración por Juan Manuel. Pero contrariamente a lo
que se pueda pensar nunca temí a la muerte ni cuando tuve
tuberculosis. Inclusive sufro de asma y mi madre me veía con los
ataques e iba a buscar al confesor. Yo no dudé nunca de que me
superaría, pero de ahí a vivir sin horizontes es uno cosa distinta.
Soy existencial o, más bien esencial.
—¿Alguna vez mintió?
—Muy pocas veces, posiblemente a los chicos. Cuando necesité.
—¿Diciéndoles el cuento de la cigüeña?
—Eso no, las mentiras se refieren a circunstancias dolorosas que hay
que ocultar por piedad a un niño. El caso de un abuelo que no viene
a la cena familiar o el de un amigo que desaparece súbitamente. Pero
en el resto siempre la verdad. Mis hijos no fueron educados con
mistificaciones.
—¿Ni tampoco oculta su verdadera edad?
—De ninguna manera, pero mi madre siempre tiene 60 años, es una
forma de hacer feliz a doña Emilia...
—¿Usted es un ser implacable?
—Nada más que conmigo. Yo me exijo al máximo y analizo profundamente
mis errores. Con los demás trato de tener comprensión, ser piadosa,
de lo contrario no podría vivir en sociedad.
—¿Qué libros tiene actualmente en su mesa de luz?
—"La barra de hielo" de Eduardo Mallea y "Un kilo de oro" de Rodolfo
Walsh.
—¿Qué escritores son sus preferidos?
—Graham Greene, Ernest Hemingway y Carson Mc Cullers. Aunque no
desecho infinidad de obras que en tren de elegir postergo.
—¿Leyó "Cien años de soledad" de Gabriel García Márquez?
—Sí, me pareció imaginativa, por momentos brillante, pero muy
difícil de terminar. Con los escritores sudamericanos suele ocurrir
que se los publicita mucho pero los lectores no llegan a la última
página. Algo parecido a "El banquete de Severo Arcángel", todos
hablaban de su dimensión, pero pocos pasaron de la página 60. A mí
me gusta el escritor que me atrapa y me mete sostenidamente en su
mundo. De lo contrario no pasa nada.
—¿Es vanidosa?
—No.
—¿Le gustaría conocer a Onganía?
—No.
—¿Le interesa la realidad argentina?
—Escribo constantemente sobre ella, lacerantemente, con total
conciencia de lo que ocurre.
—¿Usted saludó la asunción de Onganía?
—Sí, como alguna vez vi a Frondizi como el conductor audaz,
inteligente y revolucionario que el país soñaba.
—¿Usted se juega?
—En las cosas que sirven. Si hubiera rehusado a responder sobre
Guevara sería una intelectual repudiable, agua con azúcar. Pero si
me preguntan si dejaría a mi marido para irme con Richard Burton los
dejo con la pregunta, no respondo frivolidades...
—¿Va al Di Tella?
—Muy poco, lo último que vi fue la exposición de Julio Le Parc. Me
pareció sensacional y creo que tiene la misma vinculación al arte
que alguna vez significaron los vitreaux a la pintura de caballete.
—¿No visita "El Moderno"?
—Lo vi una sola vez, pero creo que es algo así como una jaula donde
están tipos raros, una especie de zoológico humano. Esa gente no me
interesa.
—¿Qué le regalaron sus hijos para el Día de la madre?
—El grande, un disco del concierto de Aranjuez diciendo que era
grave tener una madre guerrillera (en broma), la segunda, una
historieta de Graham Greene editada en italiano hace muchos años y
el tercero, una composición llamada "El mensaje", escrita por él
mismo.
—¿Fue al cine últimamente?
—Vi una película excepcional, "Un camino para dos" y otra que me
gustó mucho, "Rey por inconveniencia". Pero debo ir más al cine y al
teatro.
—¿Qué piensa de Nené Cascallar?
—Soy de las que a las 22.30 ven las evas y los adanes. Nené utiliza
un lenguaje y situaciones de hace, exactamente, 35 años. No avanzó
en ese período y es muy cómico ver como las mujeres son sacrificadas
y los hombres engañadores. Además, todos son ricos, inclusive ocurre
la extraña combinación de que hay condes y marqueses en la
Argentina. Pero pienso que esa fantasía responde a la necesidad de
escapar que tienen las amas de casa. Y prendo el televisor...
—¿Le gusta el tango?
—Mucho, pero está perdido. Hay que inventar otra cosa para esta
Argentina que vivimos. Los brasileños se metieron en la "Bossa nova"
y lograron un impacto musical que los pone como ejemplo. A cambiar
los esquemas.
Surgió la última sonrisa de la lluviosa tarde y Marta Lynch se puso
su negro tapado. Habían quedado muchas cosas para escribir y la
sensación de una mujer que enfrentó honestamente el cuestionario.
Ir Arriba
|
|
|