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Antes de Quinquela, un manto gris y
neblinoso cubría piadosamente el rudo trabajo de los hombres de la Boca. Doblegados bajo
el peso de enormes bultos, los estibadores subían y bajaban las planchadas de
desvencijadas barcazas. Quinquela fue uno más de aquellos hombres, un frágil muchacho
que mientras cargaba grandes bolsas de carbón soñaba con darle un poco de luz a aquella
opaca rutina. Y como hay sueños que a veces se cumplen, Quinquela le puso color a un
barrio. A su barrio de la Boca. Pero hizo algo más: exaltó el trabajo, dándole
jerarquía de obra de arte; gracias a su paleta una dignidad nueva enalteció el esfuerzo
de aquellos anónimos trabajadores de la Boca, que, fijados en sus telas, entraron en las
más importantes galerías y museos del mundo. Fiel a su origen, Quinquela Martín
devolvió a su barrio y a sus hombres todo lo que ellos le dieron transformado en
inspiración. Las donaciones y la obra social realizadas por el pintor son un testimonio
de esa lealtad que aún hoy perdura, cuando Quinquela acaba de cumplir 85 años.
La vida de Quinquela Martín es una novela que arranca el 1º de marzo de 1890.
"Verdaderamente -dice el pintor- no estoy muy seguro de haber nacido en esa fecha. Mi
nacimiento se pierde entre las sombras de lo desconocido y nunca lo pude comprobar de una
manera irrefutable." Lo único seguro es que el 21 de marzo de 1890, un niño de
pocas semanas fue depositado en el umbral de la Casa de Expósitos de las Hermanas de
Caridad, junto al niño había un papel con estas palabras: "Este niño ha sido
bautizado y se llama Benito Juan Martín". El bebé estaba envuelto en telas de
calidad y nunca se supo quiénes fueron sus padres. Así arranca la historia de quien
sería después el más popular pintor de la Argentina. En 1896 un matrimonio de
trabajadores que desean un hijo que no. tienen, deciden adoptarlo. Sus. nuevos padres,
Manuel Chinchella, genovés y Justina Molina, criolla entrerriana, tienen una pequeña
carbonería en la calle Irala. Allí ese chico, huraño y de pocas palabras, descubrirá
la felicidad de tener un hogar y un barrio. "Los viejos -evoca Quinquela- necesitaban
compartir con alguien su pobreza, y me eligieron a mi. No había de ser y quien se quejara
demasiado de los mandatos del destino. Don Manuel Chinchella, mi padre adoptivo, era un
hombre fuerte, casi hercúleo. En la descarga de los. barcos carboneros se destacaba entre
todos por su fortaleza. Descargaba las bolsas de a pares y elegía las más grandes.
Levantaba dos bolsas de sesenta o setenta kilos cada una, se ponía una bolsa en cada
hombro y descendía del barco a tierra." A los quince años, luego de una fugaz
pasada por el colegio, que tuvo que abandonar, Quinquela debió hacer este mismo trabajo.
Durante mucho tiempo su profesión fue la de carbonero, aunque ya había despertado su
vocación: por las noches hacía unos rudimentarios dibujos, que no se atrevía a mostrar
a nadie. Un día ingresó en la Sociedad Unión de la Boca para tomar clases con el pintor
Alfredo Lazzari. "Fue el único maestro que tuve en mi vida -evoca Quinquela-. El me
enseñó los rudimentos del dibujo y la pintura. Tenia una virtud rara en profesores de
academia: dejaba en libertad al alumno para que éste explayara su temperamento, buscara
su propia expresión y hasta su propia técnica. Este respeto por la libertad en el arte
es uno de los mayores beneficios que saqué de sus enseñanzas."
Alternando con su trabajo de carbonero, Quinquela recorría la Boca en busca de
inspiración. Entre los obreros y marineros ya era bastante popular aquel
"carbonerito pintor", al que un día por casualidad descubrió don Pío
Collivadino, que además de artista era director de la Academia Nacional de Bellas Artes.
Collivadino notó su tremenda fuerza expresiva y su originalidad de "primitivo",
vaticinándole un gran porvenir y prometiéndole su ayuda. "Creí que aquello era un
elogio circunstancial, pero estaba equivocado. Quince días después entra mi padre a mi
pieza y me dice agitado: «Benito... Benito... ¡Te busca un señor de guantes!». Era
Eduardo Taladrid, secretario de don Pio Collivadino, que se convirtió en mi mentor y en
mi amigo." Gracias al entusiasmo de Taladrid, Quinquela Martín realiza su primera
exposición individual en la Galería Witcomb. La muestra fue un éxito. El público y la
critica descubrieron de pronto algo nuevo, casi insólito. Esas poderosas escenas de
trabajo en el puerto cautivaban a la mayoría, aunque eran censuradas por algunos
académicos. La segunda exposición se realizó nada menos que en los aristocráticos
salones del Jockey Club de Buenos Aires. Otro suceso. Los diarios y las revistas comienzan
a ocuparse de los éxitos del carbonero-pintor de la Boca, relatan su vida azarosa,
mientras los críticos se trenzan en ásperas polémicas acerca de su arte. De todos modos
Quinquela Martín -que ya había castellanizado su apellido-, está definitivamente
lanzado al gran mundo artístico.
Lo que sigue después es una sucesión de triunfos internacionales, que quizá
ningún otro pintor argentino haya logrado. Su primera exposición en el exterior se lleva
a cabo en 1920 en la ciudad de Río de Janeiro. Asiste el presidente del Brasil, doctor
Epitacio Pessoa y el gobierno adquiere un cuadro, que es colocado en el salón de actos
del palacio de Guanabara.
El próximo paso de Quinquela Martín es Europa. El presidente argentino, Marcelo
T. de Alvear, le facilita la gira nombrándolo canciller del consulado argentino en
Madrid, con un sueldo de trescientos pesos mensuales. En noviembre de 1922 se embarca a
bordo del vapor "Infanta Isabel", con destino a Barcelona. En España, el ex
carbonero alternó con Alfonso XIII, con la reina Victoria y con la Infanta Isabel, con
destino a Barcelona. Durante el año que vivió en España estableció estrechos vínculos
de amistad con los prominentes miembros de la intelectualidad y el arte españoles. El
Museo de Arte Moderno adquirió dos cuadros suyos, y otros dos el circulo de Bellas Artes.
Quisieron condecorarlo por ser el primer argentino que figuraba en el Museo de Arte
Moderno de Madrid, pero Quinquela rechazó la condecoración. Lo mismo ocurrió cuando
quisieron nombrarlo "Cavallero Oficíale" en Italia o cuando lo propusieron para
la legión de Honor en Francia. "Yo me sentía, ante todo, pintor de la Boca, y por
mi sensibilidad de artista de barrio y mi condición de carbonero del puerto no me
consideraba preparado para aceptar tales homenajes." Al día siguiente de regresar de
España, Quinquela volvió a encerrarse en su estudio de la Vuelta de Rocha para preparar
nuevas exposiciones y su próximo viaje a Francia. "Con el dinero que gané en
España -recuerda Quinquela- compré la casa de la calle Magallanes 887, donde mis viejos
seguían atendiendo la carbonería, que por entonces estaba en estado de quiebra. La
cerré y regalé la casa a mis padres adoptivos. Aquella casa era un regalo que España me
había hecho a mi y que yo transferí a mis viejos. Habíamos realizado gracias a España
el sueño de la casa propia. Desde entonces puedo decir, con todo fundamento, que nuestra
casa era en verdad, la casa de España." En 1925, en la sala Charpentier de París,
se repite el éxito de España. Uno de sus grandes cuadros, "Tormenta en el
Astillero", fue adquirido por su director para el Museo de Luxemburgo. Vendió
numerosas obras entre acaudalados coleccionistas y argentinos radicados en París y fue
motivo de grandes homenajes. Críticos franceses de la jerarquía de Camile Mauclair
elogiaron su originalidad, su tuerza expresiva y lo saludaron como pintor de masas.
Dos años después el suceso se repite en las Anderson Galleries, de Nueva York,
donde vende varias obras a muy buenos precios. Dos cuadros suyos son adquiridos con
destino al Museo Metropolitano de Nueva York. Uno de los magnates del acero, Mr. Parrel,
le hace una oferta tentadora: medio millón de pesos para que decorara con murales sus
establecimientos siderúrgicos en Pittsburg. Quinquela rechazó la oferta con estas
palabras: "Yo sólo pinto en mi país, y aun dentro de mi país prefiero los motivos
de mi barrio, la Boca".
En 1929 expuso en el Palazzo delle Exposizione, de Roma. Sus gigantescas telas con
temas del trabajo portuario impresionaron grandemente a los italianos. El rey Victor
Manuel II dijo ante uno de sus cuadros: "Jamás he visto una riqueza tal de
movimiento en un cuadro". Por aquel entonces era el auge del fascismo en Italia, es
decir, un tiempo político de masas. Benito Mussolini, al ver sus telas, le dijo a
Quinquela: "Lei é il mió pittore". ¿Por qué? "Porque usted pinta el
trabajo", le contestó el Duce, que adquirió para el Museo de Arte Moderno de Roma,
un cuadro titulado "Momento violeta". En 1930 Quinquela Martín se presentó en
Londres, en la Galería Burlingthon. Le fueron adquiridos siete cuadros para museos del
Imperio Británico. Uno de ellos está en el Museo de Arte de Londres, tres en el Museo de
Nueva Zelanda y los restantes en los museos de Birmingham, de Sheffield, y de Swansea. Con
anterioridad a esta muestra ya había dos cuadros de Quinquela en Inglaterra: uno en el
Museo Cardiff y otro en el Palacio Saint James.
E! arte de Quinquela Martín surje justo en medio del tiempo político de las
grandes masas en el mundo, de la organización poderosa de los trabajadores, y eso es lo
que él refleja en su pintura. No es ni el infierno ni el paraíso del trabajo: es
sencillamente el esplendor del trabajo, su dinamismo creador, la integración de hombres y
de máquinas. Sus cuadros ponen de relieve la dignidad del hombre que trabaja, y ellos
entran así por las puertas del arte como protagonistas del esfuerzo con que se construyen
los pueblos. En 1946 escribió el crítico José de España: "Así como ha logrado
Quinquela Martín el aparente milagro de que su arte llegara y emocionara a las masas.
Así ha realizado el artista su prodigio, sin paralelo en nuestra historia estética, de
que el nombre del pintor pudiera desbordar los círculos del amateurismo y de la
especialidad, difundiéndose con la latitud de los ídolos populares. Rapsoda plástico de
la gesta del trabajo, con amplio sentido humano, sin limitación de facción o de bandera,
ha refirmado con su vida lo que predicaba con su arte. Y toda su fortuna de pintor,
generosamente donada en fundaciones de asistencia y educación social, ha servido para
devolver al pueblo el calor y la inspiración que del pueblo había recibido. La
popularidad de Quinquela Martín no es un accidente aleatorio, un ocasional capricho de la
fortuna, sino la confirmación y el resultado expresivo de una posición fundamental que
define los caracteres de una obra y aclara los efectos de su resonancia en el público.
"Yo soy popular por la obra social, más que por la obra pictórica -sostiene
Quinquela-. En la Boca hay personas que me conocen aunque no hayan visto un cuadro mío
jamás." Con el dinero ganado con la venta de sus cuadros en Europa y los Estados
Unidos, Quinquela compró los terrenos donde se levanta el complejo de obras culturales,
escolares y sanitarias, único en el mundo. En estas obras, posibilitadas por sus
donaciones, se encierran la obsesión y los desvelos de más de 50 años. La escuela Museo
de Bellas Artes alberga una escuela primaria con espaciosas aulas y patios, en las que se
han colocado 18 grandes murales de Quinquela. En ellos desarrolló vastamente sus temas
del puerto, adecuando los motivos a las aulas. Todo es color en la escuela, e integración
del arte con la educación. Quinquela demostró que los murales no distraen a los niños,
sino que los tonifica espiritualmente, haciéndoles grato el estar y aprender. Además de
la escuela y del Museo, el complejo consta de un teatro, una escuela de artes gráficas,
un jardín de infantes, un lactarium y un instituto de odontología infantil.
Llueve sobre Buenos Aires y Quinquela debe resignarse a permanecer dentro de su
casa de la calle Suárez. Desde la ventana mira con melancolía las rosas de su jardín.
Hace ya bastante tiempo que no pinta en su estudio de la calle Pedro de Mendoza; sin
embargo, ahora que su salud se lo permite, ha vuelto a tomar los pinceles; sobre un
caballete está su último cuadro a medio terminar: uno de sus característicos temas
portuarios en el que resalta el tono celeste de una barca.
Evoca la creación de la República dé la Boca. "Se me ocurrió estando en
París -dice- cuando fui invitado a una comida de artistas en la República de Montmartre.
Entonces yo me dije: «Esta idea se la afano y la llevo a Buenos Aires». La idea prendió
en seguida y a los pocos meses de mi regreso a la Argentina, la Boca ya era una República
con todas las autoridades." En esta república de camaradería y humorismo, y de cuyo
gobierno "Quinquela fue y sigue siendo -porque el cargo es vitalicio- Gran Almirante
de Tierra y Mar, hubo memorables y divertidas reuniones que fueron presididas por e]
pintor luciendo su imponente uniforme y sus pintorescas insignias. "El arte no está
reñido con la sonrisa y estas reuniones fueron siempre un pretexto para divertirnos. El
mismo espíritu reinaba en la desaparecida "Peña de Arte y Letras", integrada
por escritores, poetas y músicos que sirvió con alegría a la cultura durante veinte
anos. Allí se instituyó la orden del tornillo, aludiendo al dicho común de que todos
los artistas tienen algo de locos o les falta un tornillo..." Quinquela, que es Gran
Maestre de esta divertida hermandad, cada vez que otorgaba una condecoración lo hacía
con estas palabras: "Este tornillo no los volverá cuerdos; por el contrario, los
preservará contra la pérdida de esa locura luminosa de la que se sienten
orgullosos". Esta orden fue impuesta a 320 personalidades de todo el mundo.
"Entre ellas -recuerda Quinquela- al ex presidente de Indonesia, Achmed Sukarno, y al
doctor Matera, y ¡qué sé yo a cuántos más! |

Quinquela Martin

El hombre que pintó con tanta fuerza y convicción la vida,
también dio unas pinceladas sobre su propia muerte. Aquí descansará algún día,
rodeado de color

Para el hombre que le puso color a su barrio, su estudio no
podía ser la excepción. Hasta la cocina de Quinquela tiene los colores de su paleta

Pintó miles de obras, incansable, vigorosamente "sueño
con un cuadro durante meses -Asegura Quinquela- pero luego lo pintó en solo dos días, a
veces en menos tiempo

Otro aspecto del estudio de Benito Quinquela Martin. A pesar de
la sencillez y austeridad de este baño tiene la colorida personalidad de su dueño

El casi monacal dormitorio de su estudio. Una colcha riojana y
su uniforme de Gran Almirante de Tierra y Mar de la República de la Boca, lo adornan

El pintor y su esposa Alejandrina Marta Cerruti. Ella fue su
fiel secretaria durante casi toda la vida. Se casaron hace un año.

Hace ya mucho tiempo que el maestro no va a su estudio de la
calle Pedro de Mendoza. Sin embargo ahora que su salud se lo permite, continúa pintando
en su casa. Este es el último cuadro de Quinquela que acaba de cumplir 85 años. Un fuego
que no cesa.

Este piano cuya compra se la aconsejó el maestro Arturo
Toscanini, se encuentra en el Museo de Bellas Artes de la Boca junto a 28 óleos de gran
tamaño donados por Quinquela Martín.

Sus cuadros no muestran ni el infierno ni el paraíso del
trabajo, sencillamente revelan su esplendor

Un tema clásico de Quinquela
Pero lo que es
seguro que la orden ha trascendido a las esferas universales. Hace poco tiempo recibí una
carta del órgano periodístico del Vaticano, el diario "L'0sservatore Romano",
pidiendo informe sobre la orden y sus características. Les contesté que perseguimos
finalidades de carácter espiritual y buscamos la hermandad de los cultores del arte y
enamorados del ensueño; lo que nos acerca a Dios. Vamos a ver qué pasa. En una de esas
entro a la Capilla Sixtina por la puerta grande..."
MANUEL CALDEIRO
Fotos: RICARDO ALFIERI |