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EL CUELLO DE LA BOTELLA
"No sé hasta cuándo vamos
a seguir así. ¿Irme de aquí? ¿Pero adonde y con qué?", suspiró Adriano Chara
(69) en su chacra cercana a Colonia Aborigen, a unos cien kilómetros de Resistencia, la
capital provincial. Chara estaba sentado bajo las ramas de un chañar, con una servilleta
al cuello y su casco de corcho colgado sobre el tronco del árbol; el peluquero ambulante
Juan Leguisa (27) le ofrecía sus servicios por cien pesos. "En el pueblo me cobran
el doble y no puedo gastar tanto para cortarme el pelo", explicó. Después, cuando
SIETE DÍAS le preguntó por su familia. Chara quedó pensativo:
"¿Cuántos hijos tengo?" -repitió-. Los que están vivos, querrá
decir; quedan dos, un varón y una guaina; los otros fallecieron. Dos con el pulmón picao
por la tuberculosis y una hija se me fue en el parto". Después, habló del viento
norte que en verano abrasa todo, de la sequía que desde hace tres años no deja de
apretar, de la polvareda que uno traga cuando el aire se llena de tierra y de los 48
grados a la sombra que suele hacer a la siesta. "Este año saqué 5 toneladas de
algodón pero apenas las vendí a 28 mil pesos cada una. ¿Por qué tan poco, si el año
pasado me pagaron hasta 45 mil pesos la tonelada? El algodón de este año es tan bueno
como el del año pasado."
Don Adriano tiene sangre India, bigote muy blanco y ojos claros: una buena mezcla
chaquefia. Tierra de frontera, Far West gringo, el Chaco aglutina 600 mil habitantes que
provienen, en su mayoría, de 13 colectividades europeas; aunque sólo el 5 por ciento de
la población (30 mil personas) integra las comunidades sobrevivientes de indios tobas,
matacos y mocovíes, algunos colonos tienen la piel bronceada del mestizaje. Territorio
nacional olvidado por todos los gobiernos, el Chaco fue provincializado en 1953; ello
explica hasta qué punto los chaqueños debieron aprender a arreglarse solos desde 1878,
cuando recibieron los primeros colonos, sin esperar que ningún político viniera a
negociar sus votos. Tierra de epopeyas que nada tienen que envidiarle a la saga
norteamericana de la conquista del Oeste, la provincia está cubierta, en buena parte, por
un monte espeso, casi selvático; en su sector sur, por el contrario, se extiende una
llanura rica para la agricultura, denominada Pampa del Cielo.
Actualmente, el Chaco produce más del 50 por ciento del algodón que consume el
país; aparentemente, pues, el colono Adriano Chara no tendría de qué preocuparse. Pero
a doscientos kilómetros de su chacra, en Florida Chica, SIETE DÍAS dialogó con los
hermanos Sander, quienes coincidieron con Chara. Los Sander venían sobre un carro
arrastrado por un tractor, cruzando una huella polvorienta; rubios, descendientes de
alemanes, parecían arrancados de una postal centroeuropea. Uno tocaba el acordeón y otro
golpeaba un bombo con parche de madera; aunque Iban a un casamiento, accedieron a saltar
del carro para demostrar al enviado de SIETE DÍAS cómo bailaban la polca alemana. Claro
que Genaro Sander (37, cinco hijos) advirtió después: "No se engañen, porque la
procesión va por dentro". Su hermano Anselmo (36, tres hijos) describió la
situación: "Entre los dos tenemos 150 hectáreas y este año perdimos 3 millones y
medio con la baja del precio del algodón. Entre los impuestos y la sequía hay muchos que
no pueden resistir". El panorama es agobiador: "Hay colonos -adujo Genaro
Sander- que levantaron todo y se fueron. Pelearon contra las inundaciones, la sequía, las
víboras, las plagas, la tuberculosis, el tigre, la vinchuca, los vampiros que trasmiten
rabia, la falta de médicos, la insolación, todo. Pero -concluyó Genaro- sacan cien mil
pesos por año a duras penas y en Buenos Aires, si toda la familia trabaja, juntan esa
cantidad por mes". Los Sander, por ahora, no se van: no quieren hacerlo. Sus padres
protagonizaron una típica saga chaqueña: llegaron hace 50 años a La Pampa, pero una
erupción volcánica en la cordillera hizo llover ceniza sobre sus cosechas, erosionó los
campos y arruinó sus vidas. Entonces, encabezados por un sacerdote. Iniciaron un épico
éxodo, en carro, desde el desierto pampeano hacia el Chaco, a la zona de Castelli. Eran
rusos alemanes, una extraña mezcla producto de los caprichos de los zares, que
abandonaron Odesa después de la revolución rusa. Desde 1930 viven en las cercanías de
Castelli, un pueblo que hasta tiene obelisco propio; allí, una extraña plaga de vampiros
gigantes diezman sus ganados. Pero los colonos del lugar se resisten a partir.
Aún peor es la situación de los braceros: los peones de chacra o cosecheros son
cada vez más escasos: sus patrones no tienen cómo pagarles. Cerca de Machagai, a un
centenar de kilómetros de Resistencia, Juan Ferreyra (27), cosechero, trabajaba en un
algodonal. Sus dedos de largas uñas arrancaban con increíble velocidad el algodón de
los capullos, engrosando la carga de su bolsa de arpillera ceñida a la cintura. "Por
temporada -dijo Ferreyra- puedo sacar hasta un total de 30 mil pesos trabajando sin parar
de enero a junio, durante toda la cosecha." A pocos metros, una yarará cruzó el
surco. "Es cuestión de no pisarla", comentó Ferreyra agobiado por
preocupaciones mayores: "Imagínese, ando concubinao, tenemos cinco pibes ¿cómo van
a comer?" Tampoco Ferreyra habla de irse, pero advierte: "Mis tres hermanos no
se iban hasta que un día, chau, se fueron. Ahora están en Villa Dominico".
¿Cómo se explica la asfixia económica que sufre el emporio algodonero del país?
SIETE DÍAS obtuvo la respuesta en el centro geográfico de la provincia. Presidencia
Roque Sáenz Peña, una ciudad de 60 mil habitantes, virtual capital del algodón, ya que
en su zona de influencia se produjo buena parte de las 90 mil toneladas de fibra que este
año rindieron las plantaciones chaqueñas.
"Del mismo modo que los productores de lanas de la Patagonia tienen sus
lavaderos en Avellaneda, así también las hilanderías que elaboran nuestro algodón
están en la provincia de Buenos Aires", describió el intendente de Sáenz Peña,
suboficial mayor Adolfo Arce (51, dos hijos). Existe, teóricamente, una ley nacional, la
1007, que protege la actividad algodonera, pero todavía no se estableció su
reglamentación. De tal modo, los Industriales hilanderos porteños continúan fijando los
precios del algodón de acuerdo con su conveniencia. Esa sujeción de la economía
chaqueña a los centros de decisión de Buenos Aires, como es obvio, crea un verdadero
cuello de botella que impide la comercialización de los productos provinciales.
Sáenz Peña ofrece un dramático ejemplo de esa dependencia: carece de
infraestructura para montar fábricas y, como la mayor parte de las poblaciones
chaqueñas, ni siquiera tiene agua. SIETE DÍAS observó en los fondos de las casas,
prehistóricos aljibes de los cuales se extrae el "agua para beber", en tanto
existen depósitos con "agua para bañarse". Ello sería un síntoma -según los
chaqueños- de la falta de una política nacional para el algodón.
Mientras tanto, la persistente exigencia chaqueña para que el gobierno forme un
Fondo Nacional Algodonero aún no tuvo plena respuesta. Existe así una falta de
estructuración del mercado que, según Víctor Javkin (35, tres hijos, presidente de la
Cámara de Comercio de Sáenz Peña y vicepresidente de la Federación Económica
provincial) revela dos cosas: "una falta de comprensión del gobierno nacional sumada
a la acción de entidades que no tienen su genuina base en el interior y cuyos agentes de
relaciones públicas deambulan por los pasillos de los ministerios ejerciendo
influencias".
Estas entidades no son sólo las hilanderías de Buenos Aires; según economistas
locales existen también "grandes sociedades anónimas vinculadas a las firmas
Dreyfus o Bunge y Born, por ejemplo, que vienen al Chaco en tanto les convenga; son
empresas multinacionales que desarrollan su propia política". |
Obispo Di Stefano
Sin sufrir los
vaivenes de los productores provinciales, dichas "empresas pueden lógicamente
importar o exportar ya que, al ser multinacionales, no están obviamente consustanciadas
con el proceso económico chaqueño". Pero quien más fustigó a "los
responsables del drama chaqueño" fue monseñor ítalo Di Stefano (47), obispo de
Sáenz Peña; redactor de los documentos de Medellín, Di Stefano es, según observadores,
la figura de mayor influencia política en actividad (el otro es el caudillo peronista
Felipe Bittel, quien acaba de rechazar el ofrecimiento del gobierno nacional para ocupar
la gobernación provincial). Monseñor Di Stefano, un gigante rubio de manos enormes y
aspecto de campesino, reveló a SIETE DÍAS su interpretación d;el estancamiento
provincial. "El desarrollo del Chaco se basó en el monocultivo; hubo un crecimiento
extraordinario de población, que ahora no puede ocuparse. La desvalorización del
algodón -continuó el obispo- determinó un empobrecimiento general: comercio,
industria y servicios dependen de esa materia prima". Una estadística reciente
asegura que este año en la provincia, circularán 12 mil millones de pesos menos, debido
a la baja del precio del algodón: si se considera que el rubio algodonero sostiene el 46
por ciento de la economía provincial, la gravedad de la crisis actual resulta, según
especialistas locales, casi insostenible).
Según el obispo Di Stefano, la emigración de mano de obra se explica por la falta
de expansión agraria: "El problema de la tierra es inocultable -agregó- porque hay
millones de hectáreas que duermen en manos fiscales". Pero su tono calmo y preciso
se encrespó cuando sentenció: "La economía chaqueña, en gran parte, no les
pertenece a los chaqueños; desde el primer momento los monopolios disfrutaron
prácticamente de todo".
La salida inmediata reside, para muchos, en el fortalecimiento del cooperativismo;
en Sáenz Peña, por ejemplo, existen tres cooperativas pero no pueden competir con las
grandes compañías internacionales que influyen en la determinación de los precios. Sin
embargo. Di Stefano opina que "las cooperativas son la gran realidad social del
Chaco, aunque todavía no pudieron dar el gran paso para elaborar la materia prima y
culminar el ciclo hasta la venta del producto al público". Además, el obispo
chaqueño denunció: "La provincia marcha hacia un loteo; hay una política evidente
de constituir grandes establecimientos en todo el mundo;el Chaco, con mucha población
diseminada, es molesto para concretar ese proyecto. Se puede llegar fácilmente a eso
desalentando la radicación de la gente por dos razones: a) la tierra no pertenece a los
pobladores, y b) el valor de la producción disminuye. A ello se suman los múltiples
gravámenes impositivos".
Di Stefano reveló a SIETE DÍAS haber escuchado un diálogo de dos funcionarios en
relación con el éxodo: "Que se vayan ¿para qué los queremos?" "Esa
frase -recuerda- la oí no sólo en boca de funcionarios, sino también pronunciada por
representantes de los grandes intereses". Y con tono de anatema Di Stefano alertó
acerca de una sombría posibilidad: "El día que esto se despueble, vendrán los
personeros de las grandes compañías y gozarán de nuestras riquezas en medio de la
soledad: tiemblo al pensar en desiertos con caminos nuevos por los cuales no circula
nadie".
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