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"En mi grupo de amigos soy el menos
cómico. No me parezco en nada al típico gracioso de la barra: cuando llega la hora de
contar chistes, yo me quedo callado. Si no, creen que uno sigue trabajando cuando baja del
escenario."
Verdaguer no es simpático. Más aún: aunque personalmente resulta más Cordial
que en televisión, su presencia tiene siempre un aire seco, tajante, cuando no
resueltamente antipático. Siempre adusto, Verdaguer no explota en absoluto su "cara
de cómico", pues no la tiene. El físico no lo ayuda como a Jorge Porcel o al
legendario Fidel Pintos: en su rostro afilado baila siempre una sonrisa irónica, muy
lejos de la simpatía desbordante de Alberto Olmedo o del calor humano de Juan Carlos
Altavista. He aquí otro factor que Juan Verdaguer no utiliza: la ternura. Este eximio
monologuista no se emociona, no "vende" humanidad. Siempre frío, sobrio,
rotundo, puede decirse que practica un estilo cool. No es exuberante como Marrone ni
"orre" como Adolfo Stray. Su vida privada es desconocida para todo el mundo. Se
le hacen pocos reportajes. No especula con nada, ni siquiera con el cariño del público,
un cariño que Verdaguer no busca porque carece de toda ansiedad. de todo desborde. No
mueve un músculo: en su show no hay morisquetas, guarangadas. mímica, apelaciones al
costumbrismo. Nada.
Y sin embargo Verdaguer hace reír. Posiblemente sea el humorista más puro y
limpio del ambiente. El monólogo verdagueriano -tal vez emparentado cori otro legendario
monologuista, aunque de estilo diferente; Pepe Arias- responde a una depurada técnica, a
una manera de decir, un tempo, un juego de pausas y palabras donde ni siquiera aparecen
los recursos de un actor, que no lo es. Eximio artesano del monólogo, orfebre finísimo
de la risa: eso sí es Verdaguer.
Y sin embargo se crió en
un circo, donde todo es desborde, payasada y cabriola.
-En un circo, sí. Terminé sexto grado en la escuela Juan Enrique
Pestaloztí. Mi padre, que era acróbata, trapecista, equilibrista y clown, me llevo de
gira con el entonces famoso Circo Jockey Club. Yo hice de todo durante dos anos. Ayudaba a
armar y desarmar la carpa, daba de comer al elefante, limpiaba la caballeriza. Incluso le
enseñé a pararse en dos patas a un perrito, pero mas importante fue cuando yo mismo
empecé a pararme sobre las manos. Mi padre me enseñó trapecio, acrobacia, malabarismo,
equilibrismo. Un domingo de 1933, en Cruz del Eje, Córdoba, debuté en la sesión
matinée haciendo equilibrio sobre una escalera. Este mismo numero, perfeccionado, fue mi
tarjeta de presentación en todas partes, y la base de mi carrera.
-¿Cómo es posible que, con un origen circense tan clarito, usted tenga un
estilo que se caracteriza por la sobriedad e incluso por la inmovilidad?
-No crea, de vez en cuando hago malabares. Pero tiene razón. El caso es que yo
quería salir del circo, hacer un humor totalmente distinto. Por eso acentué el
contraste, y es cierto que mi comicidad no tiene nada de circense. Yo trataba de quitarle
dramatismo a mis pruebas de equilibrio hilvanando chistes parado arriba de una escalera y
alternando el monólogo con las pruebas acrobáticas. Hilvané tantos chistes que ahora me
puedo pasar horas deshilvanándolos, sin escalera y sin nada.
-Dicen por ahí que usted es un cómico "inteligente". La palabra
en sí no dice nada, pero en el fondo nos entendemos. ¿Cómo explicaría su técnica?
-No sé si soy inteligente. NI siquiera sé si soy cómico: no puedo considerarme
actor ni humorista. En todo caso soy un "dicente", un monologuista. Creo que la
gracia está en lo que se dice, en el cuándo y en el cómo se dicen las cosas. Hay que
hacer la pausa Justa. A veces uno la hace y no da resultado. Pero hay una cuestión de
ritmo, de compás. Usted cuenta un chiste y no causa gracia. Pero si el chiste viene como
final de toda una ilación de cosas, levanta carcajadas. Por eso me gusta enhebrar el
monólogo. Empalmar un tema con otro, y el empalme (yo lo llamo puente) es una especie de
reflexión. Por ejemplo: mi abuelo vivía al lado de un cementerio. Era un sitio donde la
gente se moría por ir (puente). Eso me recuerda que los cementerios..., etc.
-¿Cómo aprendió esa técnica? Sin duda no se trata sólo de un invento
suyo, personal. ¿En quién se inspira? ¿Keaton. Chaplin, Bob Hope, Red Skelton, Pepe
Arias, Tati. . .?
-Hay un cierto parecido con Bob Hope, en el sentido de que él también hace
monólogos. Pero nada más. Admiré mucho a Pepe Arias, que además era un gran actor,
cosa que yo no soy. El tenía un dominio de las pausas y la ironía que lo ubican entre
los más grandes del género. Pero no creo que mi manera de actuar tenga mucho que ver.
Arias tenia otro "timing". Mire, eso de la pausa y la manera de decir. Incluso
el mismo corte de los chistes, es algo innato. Uno lo siente con el público y sabe cuando
tiene que arrancar y cuando tiene que hacer un silencio.
-Para ser cómico es usted una persona demasiado seria. Por otra parte se
apoya un poco en la imagen del humor inteligente. ¿Se diría que es un intelectual?
-Ni remotamente. No soy nada intelectual. Pero nada. Al contrario: yo diría que
soy un artesano. Tenga oficio, creo que bastante. Pero nada de intelectual. Salvo que se
me considere intelectual porque leí "Tratado de la risa", por Henri Bergson;
"Los chistes y su relación con el subconsciente", de Freud, y "El placer
de la risa", por Max Eastman. Entre los tres nos explican qué es lo cómico y por
qué. Pero ninguno de los tres fue capaz de subir a un escenario para hacer reír a la
rente.
-Esto nos lleva al tema de sus lecturas. ¿Qué hace para abastecerse de
chistes? ¿Lee revistas o libros?
-Todo. Leo todo lo que se publica en materia humorística, desde los chistes de
"Playboy" hasta las publicaciones españolas, que son muy buenas. Pero sobre
todo anoto reflexiones y situaciones de la vida diaria, aunque sea en servilletas, y las
guardo. Además, conservo todos mis guiones de radio y televisión.
-Una especie de archivo.
-No. Hay cómicos que tienen un archivo temático. Por ejemplo. una carpeta sobre
el tema "Mi suegra", y de ahí van sacando gags. No es mi caso. Yo soy más
desordenado. Voy enhebrando los temas un poco caprichosamente y a veces rescato
situaciones de hace 10 anos que siguen siendo graciosas.
-¿Quién lo hace reír actualmente en la Argentina?
-Nadie. Y no lo digo con maldad. Cuando uno es cómico profesional conoce la
mecánica del chiste, entonces sabe qué va a venir. No hay sorpresa, y sin sorpresa
tampoco hay risa. Eso no quiere decir que yo no aprecie lo que es un buen cómico, tipo
Gordo Porcel o Adolfo Stray. Incluso a veces me río con ellos. Pero eso no quiere decir
que me causen gracia.
-¿Y cuando la gracia radica precisamente en que el cómico se sale de la
mecánica, olvida el guión y arma un lío bárbaro, como Alberto Olmedo?
-Claro, lo suyo es pura espontaneidad y una simpatía desbordante. Reconozco que
Olmedo me hace reír. Es que tiene autoridad para salirse del libreto. ¿Sabe? A él se lo
admiten. A otros no se lo perdonarían. Cada uno tiene autoridad para hacer cierto tipo de
cosas, porque es su punto fuerte.
-Eso tiene algo que ver con el encasillamiento.
-Claro. Los productores te adjudican un papel porque saben que uno es eficaz en esa
especialidad. Y listo.
-Pero a veces encasillan mal. De pronto, por una casualidad, se descubre
que Ernesto Bianco es un gran cómico, que Ricardo Lavié y Beto Gianola .son comediantes
de primera...
-Es lógico. Los promotores de espectáculos van a lo seguro y no quieren correr
riesgos.
-Se supone que la gente de oficio, como usted, tiene otra amplitud de
miras. ¿Nunca se le ocurrió descubrir gente? ¿Escribir para otros?
Descubrir significa sacar a un tipo de lo que está haciendo y decirle: esto va
mal. Tenes que hacer esto y esto. Ninguna figura consagrada lo acepta. Sólo se puede
hacer con chicos nuevos.
-¿Y usted no tiene ganas? Porque su carrera ya está hecha. Ya no va a
llegar más arriba. ¿No sueña con nada?
-Eso que me dice lo pienso constantemente. Por ejemplo... ¿Qué haré dentro de
cinco años? ¡No voy a estar presentando el mismo show en el teatro La Cova! La idea es
superarse siempre. Ahora, por ejemplo, hago un recital de humor que dura hora y media.
Salgo del esquema del monólogo de 30 minutos. Un largo recital donde a veces entra mi
mujer para traerme algo, o bien otro personaje para romper la monotonía. Es una novedad.
Pero tengo otro espectáculo en carpetas; es una idea, nada más. Se llamaría Varíete,
pero no seria exactamente una varíete. Equilibristas, malabares, atracciones mezcladas
con todo tipo de sátiras. Ya llegará.
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-Le sigue gustando el
circo...
-¡Muchísimo! Siempre voy. No tiene gracia porque conozco perfectamente la
técnica del malabar, la carrerita del salto mortal, todo. Pero me gusta porque me siento
otra vez "en casa". Adoro el clima del circo.
-Es raro, porque usted no parece adorar nada. ¿Le gusta el fútbol, el
cine...?
-Las dos cosas. Soy hincha de Independiente. Desde muy chico. Confieso que ya no
voy a la cancha. Me cansé. Muchas incomodidades: estacionar, hacer cola, todo eso. Si
tengo un amigo que me lleve en coche y tiene una platea, fenómeno. Pero si no...
-Entonces... ¿Qué hace los domingos?
-Sencillísimo. Ya le dije que no soy nada intelectual. Salgo a almorzar por ahí
con toda la familia y después me vengo a ver la tele.
-¿Por necesidad profesional o por gusto?
-Para entretenerme o para dormir. ..
-¿Y el cine?
-Me gustan las del oeste. Cuanto más tiros y muertos, mejor.
-En los últimos años se ha registrado un auge del humorismo argentino.
¿Hay alguien que le atraiga especialmente?
-Sobre todo se ha superado el público. Hay chistes que antes no caminaban y ahora
veo que la gente los pesca. La juventud "agarra" todo. Lo noto en el teatro,
donde por primera vez tengo un público de 18 ó 20 anos. Antes me venía a ver la gente
madura. Estos chicos tienen ganas de divertirse y creo sinceramente que la gracia está en
ellos. En cuanto al humorismo gráfico, está en un gran momento. Landrú, Caloi,
Garaycochea. Hay muchos, y todos son excelentes.
-¡Por favor, reconozca que esa gente lo hace reír!
-Perdóneme, pero tampoco. Me paso la vida leyendo chistes, todos los chistes, y es
aburridísimo. Una novela por lo menos me atrapa, porque tiene trama. Pero tragarse
centenares de chistes inconexos es algo terrible. Lo hago por necesidad.
-Además de ser sobrio en su estilo, usted se regatea mucho. O sea: trabaja
seis meses y después "se borra"... ¿Es a propósito?
-Claro. Fíjese que las grandes figuras internacionales vienen una vez cada dos
años y siempre tienen su público. Yo resido en Buenos Aires; por lo tanto no puedo
aparecer tan esporádicamente. Entonces hago giras por América latina. Gusto mucho en
México. También suelo actuar en Bogotá: grabo 13 programas en 4 semanas. Venezuela,
Puerto Rico, etc. Luego vuelvo y me gradúo para no saturar. Porque cansar al público es
horrible. Mire: en los últimos tres años sólo he realizado tres espectaculares al año
por TV. Como se dice en el ambiente, dejo que "descanse la plaza".
-Usted sabe perfectamente que los artistas tienen rachas de popularidad y
períodos de declinación. Por ejemplo, ahora Verdaguer está de moda. ¿A qué se debe?
¿Hay alguna relación entre sus momentos de éxito y su propia conciencia de estar
trabajando bien?
-¿Por qué no me lo explica usted a mi? Las rachas son simplemente rachas. Se
trata de un problema de oportunidad, lugares, gente que corre la bolilla. Estuve una
temporada entera en Sans Souci, plena calle Corrientes. El espectáculo anduvo bien, pero
nada más. Ahora resulta que estoy en un teatro de Martínez, a 30 kilómetros de la
Capital, actuando sólo viernes y sábados (por suerte; es comodísimo) y todo el mundo
habla del show. Vienen chicos jóvenes, hay comentarios... no sé.
La charla con Juan Verdaguer se
prolongó durante largo rato. A último momento hubo que preguntarle algunos datos
elementalísimos que se habían quedado en el tintero. Nació en 1920, en Montevideo, pero
desde los tres meses es porteño por adopción. Está casado con una mujer de 28 años,
llamada Nevia. Tiene cuatro hijos: Jorge (ya mayor) y María Eugenia (13 años), de su
primer matrimonio. Virginia y Valeria (3 y medio, 1 y medio), de su unión con Nevia.
Durante sus largas giras por México, Puerto Rico y Venezuela se lleva a toda la familia,
incluyendo a la perrita chihuahua Tequila, que le fuera regalada en México y tiene un
carácter insufrible. No tuvimos tiempo de decirle gracias. Por el whisky, por el café,
por no mandarse la parte, por no ser demasiado ególatra, por no vender ternura, por ser
simplemente el señor Juan Verdaguer. |