Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Miguel Gila
Viaje alrededor de Gila
por Germinal Nogues

EN el departamento de la calle Ayacucho reina un cierto desorden, una cierta textura, un algo especial; uno no sabe bien si se va a encontrar con un perrito de cuento de hadas que lo sale a recibir o qué puede pasar; de ahí el encuentro con uno de los personajes que hoy y aquí pueblan Buenos Aires y del que habría que decir como dice un folleto que habla de Madrid: “Lo primero es conocer los distintos «Madriles»”. El plural no es un capricho del lenguaje, es una realidad. Hay un Madrid de los Austrias o Felipes. El de los Borbones o Carlos. El Madrid goyesco. El del Museo del Prado. El Madrid romántico, el isabelino, el de las novelas de Galdós. Hay el Madrid pintoresco del Rastro, de los toreros, los “bailaores” de flamenco, los anticuarios y los artistas. Y otros “Madriles”... los iremos conociendo. A Madrid hay que vivirlo antes de contarlo.
Así ocurre con Miguel Gila, ocasional y justamente madrileño; eso ocurría el 25 de marzo de 1919; Miguel Gila o simplemente Gila puede ser goyesco (por sus colores), puede ser triste, romántico, humano, “chinchudo”, mufado, deprimido; es un poco como su Madrid natal; no podemos hablar de un solo Gila, sino de muchos “Gilas”. Por ejemplo: su primer trabajo fue el de mecánico de aviación; luego ejerció el periodismo y la radio, y lo que quiso ser o pretende ser un reportaje se convirtió por momentos en confesiones, en monólogos, en monosílabos, en palabras unidas así, unidas por los varios “Gilas” que encierra Miguel Gila.
—¿Qué hacías en 1936?
—Trabajaba de mecánico de aviación.
—¿Cómo la pasaste?
—Fui a la guerra el 21 de julio y me hice toda la guerra, como republicano, aunque no entendía bien por qué me daban un fusil si no era cazador ...
—¿Conociste algún personaje famoso durante la guerra civil?
—Sí, estuve con Miguel Hernández en la prisión de Torrijas, en Madrid; pasamos 19 meses. Aunque hay muchas canciones de la guerra civil, yo dibujaba, escribía, proyectaba, temía.
—¿Y Miguel Hernández?
—Él escribía, pensaba y añoraba a su mujer, aunque era más optimista que muchos de nosotros.
—¿Qué pasó después de la guerra?
—Hubo mucho confusionismo, mucho lío; dependía de las posibilidades de cada uno...
—¿Sos religioso?
—Muy poco, no practico; creo en el Dios que yo tenía cuando era chico... Ya no... ¡Es una pregunta!
—¿Qué te sugiere la palabra franco con minúscula?
—Sincero. Honesto. Abierto.
—¿Qué te sugiere la palabra Franco con mayúscula?
—Caudillo: Eso quiere decir la máxima autoridad que gobierna a un país y que políticamente no puede definir a un Estado si como monarquía, imperio o dictadura; es muy particular y no comprometida su situación, al no tener que definirse sino como un “estado” personal o particular.
—¿Crees que volverán los Borbones?
—Yo no creo nada. En España hay una gran despolitización: seria muy difícil llegar a una conclusión del futuro político de España; yo siempre he pensado que los cargos políticos se tendrían que tener por conocimientos dentro de la materia y no por política. El ministro de Agricultura tendría que saber de tomates y zanahorias; el de Justicia, mucho de justicia y ser un gran jurista y aplicarla con todas sus consecuencias. No creo que un militar pueda ser un perfecto ministro de Justicia, como no creo que un juez pueda ser un buen militar, salvo en los casos que sean juristas castrenses.
—¿Es brava la censura en España?
—Creo que en lo que a mí se refiere, la censura la lleva uno consigo mismo, en su forma de vivir, en lo que uno escribe; en algunos casos la censura es necesaria; muchos se valen de la libertad para emplearla como libertinaje. Yo no necesito la censura para nada, me basta con mi educación. Cosas como el Quinto Mandamiento, en el que se prohíbe matar, no hace falta leerlas en un letrero para saber que no se debe matar... ¡O que me lo diga una religión!
—¿Qué pensás de la guerra?
—Ahí sí entra en juego mi autocensura: la guerra es lo que ha destruido mi juventud... La guerra es la lepra de la civilización.
—¿Y qué es la Navidad para vos?
—Es el día más amargo y más tremendo que se inventó en la humanidad para hacerla sufrir. Es allí donde se reviven todas las tragedias. Yo soy un hombre rebelde a las fiestas obligadas o impuestas; el hecho de ponerme un gorro y tocar un pito el 31 de diciembre y no cuando a mí me gusta, no lo acepto.
—¿Qué muerte elegirías?
—Cualquier muerte es mala. Opino que es un accidente... Lo malo es que es un accidente mortal...
—¿Qué vida elegirías?
—Una vida dentro de lo que ansío... que es el silencio total en esta época de anormales en que vivimos. ¡Con lo hermoso que es el silencio y hay gente que por su falta de personalidad se tiene que hacer notar tocando fuerte la bocina!... Por lo que puedes deducir que lo que más aborrezco es el ruido. Mi niñez fue muy hermosa... En cuanto a esa suerte de ruidos de vehículos y maquinarias.
—¿Qué batalla te ha llamado más la atención en la historia?
—Como desagradables, me parecen todas tan repugnantes; pero quizá la batalla de Lepanto fue la que más me impresionó porque Miguel de Cervantes perdió uno de sus brazos. Esto me recuerda lo que me dijo, viajando en tren, el escritor catalán Agustín de Foxá:
"Fue por gloria a la mar
y trajo rota la mano izquierda
de la enorme herida le brotaba
la sangre de su patria derramada
a la patria llamó con voz dolida
le viniera a salvar de la derrota.
La patria no le oyó y aquel soldado
que fue preso en Argel y galeote
paga el agravio en inmortal moneda
con la única mano que le queda
escribe el Ingenioso Don Quijote”.
¿Te das cuenta cómo podría una batalla haber acabado con un genio como Cervantes?...
—¿Qué es lo más lindo de España?
—España.
—¿Tenés nostalgias de Madrid?
—Hace mucho tiempo que Madrid dejó de gustarme. Coincido con Eduardo Zamacois (que volvió hace cerca de dos años): no es el Madrid que él conoció; el modo de comportarse de las gentes; es una ciudad que se ha puesto smoking; el café Jijón no tiene autenticidad.
—¿Qué opinás de Felipe II?
—Cuando se puso a hacer cositas, las hizo muy bien... ¡Si no, ahí está el Monasterio del Escorial!
—¿Leen mucho los españoles?
—Por las estadísticas se sabe que el español gasta al año tres pesetas en libros; se lee en Barcelona, Sevilla y Madrid; la televisión ha hecho mucho daño; lo de la paz ha llegado de tal manera que se la toma por comodidad; leer es molestia; hay un mal concepto de confundir paz con comodidad y no molestarse, por lo que la gente no lee para no molestarse; se lee algo de poemas de Lorca, de Machado (porque ahora los canta Serrat) y Bécker. Además, el sistema de venta de libros es malo y las librerías son lugares difíciles de entrar. Aquí, en Buenos Aires, se mira, se recorre, se elige; allí es como entrar en una sastrería. Además, se repiten mucho los autores: siempre Somerset Mougham, Vicky Baum. Eso sí, en diferentes ediciones: rústica, de tela, de papel, etc.
—¿Qué dejaste en España?
—Mi madre y mis hermanos; muebles, no. Sólo mis objetos, libros sobre mi vida artística recopilada. En estos momentos estoy en trámites para que me los manden; me quedo en la Argentina... Esos libros, esos papeles, son la labor de 18 años.
—¿Qué hacías en España?
—Televisión, cine, radio, nightclubs. ..
—¿Pero, tu profesión...?
—Bueno, el humorista tiene más de humanista; desgraciadamente al humor nadie se lo toma en serio.
—¿Cuándo empezaste?
—De cara al público, en 1951, accidentalmente en el desaparecido teatro Fontalba que, como de costumbre, lo derrumbaron para hacer un banco. Yo escribía monólogos para los actores, pero les parecieron algo subidos, mas como al empresario le gustaban me pidió entonces que los hiciera y dijera yo en el escenario...
—¿Qué es “La Codorniz'’?
—El decano de la prensa humorística, una revista española de la que dicen que es “la revista más audaz para el lector más inteligente”.
—¿Es cierto que en esa revista se dicen chistes contra Franco?
—En honor a la verdad, son mentiras, como las que han inventado alrededor de mi. Cuando alguien tiene un chiste que decir, dice que lo ha leído en “La Codorniz” o que se lo ha escuchado a Gila. La única vez que tuvimos problemas de censura con “La Codorniz” fue en una época que se hacía parodias con todos los periódicos, el “ABC”, etc. Un día hicimos una parodia del diario “Arriba” (diario de la Falange) y pusimos como símbolo una sartén y cinco
tenedores en lugar del yugo y las flechas. .. Hubo que pagar una multa... Excepto eso, no ha habido ningún problema.
—¿Conociste a Perón en España?
—Muy poco, en Torremolinos. Fue en una circunstancia muy especial: yo actuaba en Madrid y él quiso ir a verme, pero con los problemas que tuvo no pudo hacerlo y entonces me mandó a buscar para que actuara sólo para él... No trabajé, porque no puedo trabajar para una sola persona.
—¿Tenés libros de cabecera?
—Tengo libros predilectos; van por épocas; depende de mi estado de ánimo. Me interesan ahora la literatura sudamericana y un libro español que te lo recomiendo: “El español y los siete pecados capitales”, de Fernando Díaz Plaza.
—Ahora que estás en Buenos Aires, en la Argentina, hoy y aquí, ¿hacés lo mismo que muchos europeos que hacen un conglomerado sudamericano mezclando países?
—De Buenos Aires te diré que creo que está no solamente a nivel europeo en cuanto a su modalidad sino que está superando a Europa; está muy “Argentina”, se está creando un país; la mezcla de razas de antes ya está pronta a definirse. En ningún lugar del mundo hemos visto, ni mí mujer ni yo, la inquietud intelectual de los argentinos. Ahora sí sabemos las diferencias de Sudamérica. Además, en España se sabe muy poco, se da una visión política nada más que por sus pequeñas revoluciones o cambios de gobierno, pero no se tiene en cuenta su nivel cultural o social; claro, las ciudades hay que vivirlas para conocerlas, ir al mercado, convivir, estar, salir, comprar. Estuve en México casi dos años... y también en Cuba.
—Perdón, Gila, pero, ¿en qué época estuviste?
—Cuando estaba Castro, en 1959-1960.
—¿Conoció Gila a Fidel Castro?
—Sí, a él y al Che Guevara; fue en el Hilton; ellos me conocieron por mi popularidad de la televisión...
—¿De qué hablaron?
—Hablamos de caza submarina; yo soy miembro del Centro de Investigaciones Acuáticas de Valencia desde hace unos años, y a Castro le interesa el tema y también parece que se dedica él mismo a la caza submarina.
Hay, durante la charla, algunos cigarrillos, algún café, alguna palabra “española”; hay unas paredes blancas, un afiche dedicado de Raúl González Tuñón, un mueble “comprado en un remate” y decorado por Gila, un “poof” profundo y rojo como la sangre, donde de vez en cuando se sumerge Gila, o uno de los varios Gilas; uno piensa en su infancia feliz, en su prisión junto a Miguel Hernández, y aunque no sea terco, ya que ambos. Hernández y Gila, se llaman Miguel, surge terco aquello del Miguel Hernández:
“Me llamo barro, aunque Miguel me llame
barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame’’.
Revista Extra
12/1970
 

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