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crónicas del siglo pasado

 


Humphrey Bogart
está mejor que nunca
por Nanta Salvalaggio

 


Revistero

 


 


El "malo" del cine yanqui muestra una expresión mucho más humana junto a Lauren Bacall, su cuarta esposa, con quien contrajo enlace en 1945. De este matrimonio han nacido dos niños: Stephen, de 8 años y Leslie, de 5. Bogart, que inició su carrera de "gang" en "El bosque petrificado" y cumplió 57 años, dice de su mujer: "A ella le debo el noventa por ciento de mis alegrías y el noventa y cinco por ciento de la envida de mis amigos"

 

 

Si no murió, será cuestión de días —decían en Hollywood. Los mejor informados hablaban detalladamente de cáncer a la laringe. —Sufrió tanto... —suspiraban sus amigos más íntimos. —La última vez que lo vi ya era un esqueleto. Tres operaciones en el término de un mes: la última duró ocho horas.. . —En los talleres de composición de los periódicos de Los Ángeles estaban ya preparadas las notas necrológicas del "malo" de la pantalla norteamericana: Humphrey Bogart.
La noche del jueves la noticia trascendió a Nueva York. Llamé por teléfono a un par de sanatorios de Los Ángeles, donde se afirmaba que Bogart se había refugiado para morir de incógnito, como los elefantes. Pero las encargadas del conmutador contestaron que no había ningún Bogart entre los internados, ni vivo ni muerto. Al cabo de algún titubeo, a eso de las veintiuna horas, llamé a la casa del actor, en Mapleton Drive, West Los Angeles. Esperaba oír la voz sollozante de la mucama. En cambio me dijo:
—En seguida le comunico con el señor Bogart.
—Me siento perfectamente —declaró Bogart con alegre voz, sin dejarme siquiera tiempo para dirigirle la palabra—. Apuesto a que también usted me suponía con un pie en la fosa.
"Estoy preparando mis maletas —prosiguió—. Pasaré algunos días a bordo de mi yate, para reponerme. . . y mantenerme alejado de mis presuntos embalsamadores. Me temo que tan pronto como el "Santa Ana" suelte amarras, afirmarán que me he ido a morir en medio del océano. Así, porque sí, sin ninguna otra razón: porque soy un original. O acaso sostendrán que me volvieron a operar en alta mar, para mantener el asunto en secreto.
—Pero, ¿de dónde salió ese rumor de su enfermedad incurable?
—No lo sé. Seguro que no ha sido por maldad. He descubierto que éste es un momento favorable para las leyendas. Ahí tiene el caso de James Dean, el joven actor muerto en un accidente automovilístico. Que haya muerto, no cabe duda. Los periódicos publicaron las fotografías de su entierro. Sin embargo, la gente no se entrega. Millares de personas están convencidas de que James Dean está vivo, en algún lugar, con el rostro desfigurado por el accidente, resuelto a no dejarse ver más por nadie. Mi caso es justamente lo contrario. Estoy bebiendo un whisky, pero hay quienes me creen moribundo. No me aconseje que me deje ver por la calle: es inútil. Inútil que practique golf o que levante pesas en el Sunset Boulevard. Sostendrían que se trata de una escena preparada, un recurso para alejar sospechas. Dirían: publicidad. La gente quiere creer en lo que le parece. Esta es una época de espejismos.
Humphrey Bogart se embarcó en el yate poco después de la medianoche del jueves. Vestía un saco azul con botones dorados, "sweater" blanco y gorra con visera. El mar estaba calmo y sin viento. En el muelle no había ni un perro. Todo inducía a pensar en una partida misteriosa.
HOLLYWOOD: VILLORRIO DE PEQUEÑOS BURGUESES
En la mañana del día siguiente en Hollywood definieron el episodio como una "fuga". Al cabo de cuatro días de descanso y de sol, Bogart regresó a su casa. La mucama le anunció que había llamado por teléfono Joe Hyams, redactor de "Tribune". "Estaba muy preocupado —dijo la mujer—; quería saber cómo está usted en realidad...". "Llámalo", ordenó Bogart.
La sirvienta marcó el número de Hyams y después pasó el teléfono a Bogart. El actor se sentó en un sillón y fingiendo una voz debilísima, más del otro que de este mundo, dijo: "Joe, ven en seguida. No dejes de hacerle este favor a un viejo amigo". Hyams trepó a su automóvil y manejando como un loco corrió a la casa de Bogart. El actor estaba en un sillón reclinable, del tipo que se estila en los sanatorios; una manta de lana lo cubría de la cabeza a los pies.
Cuando Hyams entró, Bogart le señaló con mano temblorosa una carta. "Joe —dijo el actor con voz apagada—, ¿me prometes publicar lo que contiene ese sobre, sin quitar una sola palabra?". Bogart hablaba como quien confía un testamento. Profundamente emocionado, el periodista declaró que sí. Después, sentándose junto a la ventana, leyó: "Recientemente me fastidiaron bastante un sinnúmero de versiones infundadas que circularon acerca de mi salud. He leído que me fueron extraídos ambos pulmones; que no podría vivir media hora más; que estaba luchando contra la muerte en un sanatorio que no existe; que se me ha extirpado el corazón, reemplazándolo con una bomba de nafta. Prácticamente estuve en camino a todos los cementerios desde aquí hasta el Misisipi, comprendidos aquellos en los que únicamente se aceptan perros. La verdad es que padecí un tumor de esófago. Para que no pierdan tiempo en investigaciones les aclararé que se trata del tubo que va desde la garganta hasta el estómago. La operación tuvo feliz éxito. Hubo alguna preocupación durante un tiempo: no se sabía si sobreviviría yo o el tumor. Como dicen en Washington (alusión a Eisenhower), estoy mejor ahora que antes. Lo que me hace falta es aumentar unos quince kilogramos de peso que a alguno de ustedes molestan sin duda. Quizá convendría crear una especie de "fondo-grasitud-superflua-para-Bogart". Tengan la seguridad de que no me dedicaré a indagar de qué parte del cuerpo de ustedes proviene".
Cuando hubo terminado la lectura de la carta, Hyams miró a Bogart con la sonrisa de quien sabe que se la han jugado. Entonces Bogart saltó de su sillón, dio un puntapié a la manta de lana y, apuntando el índice hacia el periodista, exclamó: "Lo has prometido, Joe. Ahora debes publicar la carta desde la primera a la última palabra".
Este episodio, que me fué confirmado telefónicamente por Joe Hyams, exhibe el aspecto más singular del temperamento de Bogart. Es un hombre burlón, espiritual, imprevisible. Junto con Frank Sinatra y Malon Brando trató siempre de diferenciarse de ese cenagal de mediocridad y de maledicencia en que se ha convertido la "Meca del Cinematógrafo". Hollywood, desde hace unos diez años a esta parte, se ha transformado en un villorrio de pequeños burgueses que echan vientre y piensan en el futuro. Ya pasaron los tiempos fabulosos de Eric von Stroheim, Gloria Swanson y Charlie Chaplin. En comparación con sus colegas de hace veinticinco o treinta años, los actores de hoy en día son un conjunto de funcionarios que concurren al estudio como si fueran al banco. No derrochan el dinero, no compran alhajas (a menos que se las ofrezcan en inmejorables condiciones y a pagar en mensualidades). Actualmente los actores "invierten" el dinero que no gastan en alquiler, viajes o alimentación. Lo "colocan" en el petróleo, el acero, el uranio. También la "divina" Greta Garbo, Mary Pickford y Mae West hacen lo mismo: juegan a la Bolsa, combinan negocios, abren comercios de sastrería. Humphrey Bogart no tiene compromisos ni contratos con ninguna compañía productora, es un "free lance". Esto le permite trabajar en las películas que le gustan, en los papeles que estima útiles a su carrera y adecuados a su personalidad. La avidez de ganancias no fué nunca característica suya. No tiene la ambición de vivir "permanentemente en los cartelones de anuncio". Declara: "Vale la pena vivir cuando nos queda tiempo para pensar". Su pasatiempo consiste en leer, hablar, inventar.
ES MAS IMPORTANTE RECHAZAR UN PAPEL QUE ENCONTRARLO
Humphrey tiene cincuenta y siete años. Se casó en 1945 con Lauren Bacall, con la que tiene dos hijos: Stephen, de ocho años, y Leslie, de cinco. Lauren Bacall es su cuarta esposa. "A ella —declara Bogart— le debo él noventa por ciento de mis alegrías personalísimas y el noventa y cinco por ciento de la envidia de mis amigos...".
Bogart proviene del teatro. Es uno de los pocos actores que hayan entrado en el cinematógrafo sin llevar consigo el enfático estatismo del escenario. Hollywood lo "descubrió" cuando intervenía en "El bosque petrificado". De la obra teatral fué realizada una película famosa, con la que Bogart inició su carrera internacional de "malo". Fué una carrera decente, seria. Humphrey obtuvo un "Oscar" con "La reina africana", pero su interpretación más convincente fué probablemente la de "El tesoro de la Sierra Madre".
Algunos alumnos de una escuela dramática le preguntaron recientemente si conocía una "regla" para llegar a ser buen actor. "Sí —contestó—, no es mía, pero lo mismo voy a decírsela: traten de no estar nunca disponibles. En un momento determinado de la vida de un actor resulta más importante rechazar un papel que encontrarlo". Los antiguos cronistas de Hollywood recuerdan que en una ocasión Bogart detuvo su automóvil al pie de una colina donde una "troupe" cinematográfica estaba rodando una película de aventuras. Bogart vio a Cary Grant que, bajo el sol y vestido de terciopelo, enarbolaba una espada contra un grupo de "enemigos".
—Cary —gritó Bogart una vez terminada la escena—, tú no haces más que trabajar. 
—A la fuerza —contestó Grant—; yo acepto todos los papeles que tú rechazas.
Quien conozca a Bogart superficialmente puede estar convencido de que se trata de un "ateo condenable", un "cruel enemigo de la fe". Pero también esto implica una postura. Forma parte de ese personaje insensible, duro, inhumano que Bogart ha creado artificiosamente con los años. "En realidad —afirma Louella Parson—, Humphrey es un "bueno". Así lo reconocieron sus amigos de Roma, cuando el actor concurrió a una audiencia con el Padre Santo. Frente a la dignidad de Pío XII, el "duro" de la Sierra Madre se humanizó. El Papa lo llevó a un aparte en determinado momento y le dijo: "Sé que es usted un gran actor". Pero Bogart tenía la lengua paralizada. El rostro pálido y los serenos ojos del Pontífice lo fascinaban. "¿Dónde vive?", siguió el Papa. En ese momento Bogart contestó de golpe y las palabras le salieron de la boca como un tapón de champán. "Lo malo —contó más tarde— es que mentí; afirmé que residía en San Francisco. Hollywood, no se por qué, me parecía una palabra inadecuada: pronunciarla en el Vaticano hubiera sido directamente un pecado".
revista vea y lea
10-01-1957
(Bogart falleció el 14.01.1957)