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crónicas del siglo pasado

 


Alfredo Zitarrosa: "toda la música vive en la guitarra"

Fue locutor, periodista, viajero y animador. Hoy, sus grabaciones y tournées no le impiden criar un zorrino, un papagayo, una lechuza y una colección de finos canarios. Mientras se apronta a cumplir importantes contratos en Europa, el juglar oriental da su veredicto: "la guitarra sugiere, ella solita, que milonguees. En su diapasón cabe toda la música del presente y del futuro"

 


Revistero

 


 



 

 

Lo conocía hacía mucho tiempo, claro. Desde los primeros discos donde brotaba ese acento tan particular: una entonación de voz que no desdeña los timbres más profundos y —al mismo tiempo— ricos en matices. Como esa tierra uruguaya que lo vio nacer algo más de treinta años atrás. Después vino el trato personal, mano a mano. La complicidad de compartir una copa o un bife "bien 'jugoso, amigo". O los momentos vividos, al lado de la familia: su mujer Nancy, sus hijitas Moriana y María Serena. Por eso, este reportaje al notorio cantante uruguayo debe recurrir a hitos más carnosos que los de la simple pregunta y respuesta. El hombre sensible que por culpa de un pudor excesivo se esconde a veces tras el creador popular, mostró sus aristas hace algunas semanas: al llegar a Montevideo lo llamé y él no vaciló en invitarme a una celebración familiar, en una casona del balneario Las Toscas: "Venite no más; vas a ver qué duelo nos mandamos con las barajas mi suegro y yo". La picardía gauchesca brilló esa noche en cada maniobra del juego. En la casa del cantor, entre un paisaje de altos pinos y arena, no faltó nada para la cordialidad. Pero algo estuvo ausente: la guitarra.
Es que como él mismo argumenta —con franqueza nada común entre sus colegas—: "fíjate que yo en mi casa no canto, economizo mi voz; será porque fumo demasiado. Por la vida que hago . . .". Pero esta versión no hay que tomarla al pie de la letra: lo que pasa es que "cada vez me siento más responsable; yo tengo diez años de cantar y aportar cosas a mi pueblo y a mi gente; es decir, que he sido útil. Y a esa función me debo".
Por fin días pasados nos reencontramos en Buenos Aires. El cabello enérgicamente partido hacia los costados y el traje oscuro con chaleco le daban un aire tradicional. La raíz campestre de muchas de sus canciones parecería confirmar esta impresión. Sin embargo, basta oírlo para rechazar cualquier encasillamiento arbitrario. Tenía interés en que me narrara cómo había nacido uno de sus temas más memorables: el de aquella 'Dulce Juanita, dulce / Juanita, mi tierna pajarita / cómo pudo caberte / en el cuerpecito / toda la muerte, / Quietecita y helada / empollando nada...' y que apareció muerta en el nido al amanecer de un 28 de diciembre.
Ese diálogo mostró otro ángulo del cantor: "Juanita era una canarita. Yo había comprado un pájaro cantor muy bueno que se llamaba Parménides. Era un Roller de voz grave que cantaba maravillosamente. Un día decidí brindarle una compañera, le regalé a Juanita, pero resulta que el pajarito salió infecundo. Acaso era muy joven, era pichón. Lo cierto es que Juanita se empeñó en poner huevos que no se abrían. Ponía, ponía y ponía; llegó a hacer seis posturas de cinco huevos, ¡una barbaridad! Y una madrugada que llegué a casa de actuar —por esa época yo tenía seis canarios pero estos dos vivían juntos—, la encontré esponjadita. Como si tuviera frío. Como yo venía con sueño no se me ocurrió que no podía desovar; es una cosa que se arregla fácilmente. Y bueno, me acosté a dormir. Era preciosa, Juanita color naranja ...".
De pronto empezaron a gotearle unos gruesos lagrimones. Ni intentó limpiárselos. En cambio recordó su infancia cuando "juntaba animales y tenía mi pequeño terrario donde criaba escorpiones y arañas. Los encontraba en el campo, entre las matas. Además tenía una linda colección de coleópteros y hasta hace poco canjeaba mariposas con una entomóloga chilena". Y como si tal cosa, cuenta que compró un zorrino para sus hijas y que lo alberga en un jaulón de su casa, en el barrio montevideano El Prado. Antes ya les había llevado un papagayo y una lechuza. "También voy a conseguir un mono para cuando vuelva a mi ciudad la próxima vez, un mono capuchino... ¿Te imaginas qué embrollo para pasarlo por la Aduana?", ríe.

"ESTE OFICIO DE CANTAR"
Casi una decena de longplays e innumerables giras y recitales no pueden equipararse, sin embargo, a la actuación que brindó tiempo atrás en el Teatro Solís de Montevideo: llegados desde todas partes de ese suelo pequeño y fecundo, hombres y mujeres de distinta condición social se apretujaban entusiastas para escuchar un recital de Zitarrosa. Una mujerona con un pañuelo en la cabeza hacía pensar en Doña Soledad; ésa que 'Para conversar / hubiera querido estudiar. / Cierto que quiso querer / pero no pudo poder. / Porque antes de ser mujer / tuvo que ir a trabajar. La carne y la sangre son / de propiedad del patrón ...'
Es el mismo entusiasmo que él pone cuando habla de su "arma de guerra sonora", la guitarra. "Cuando vos te asomas a la guitarra te ponés a pensar que en esos sesenta y algo de centímetros de tensión del diapasón está toda la música —está todo cerquita—, toda la música del pasado y toda la del futuro... Que la guitarra, por serlo, te sugiere ella solita que milonguees, porque milonguear consiste en apoyar el pulgar en las bordonas y puntear con los otros tres dedos en las tiples; entonces llegas al conocimiento maravillado de que todo es milonga en la guitarra. Yo soy un fanático de la milonga, ¿para qué negarlo?" La charla que siguió (mejor sería decir las charlas) exige una condensación; no hay otra forma de encerrarla en los límites de un artículo periodístico. 
—A ver, explicame mejor eso: ¿la milonga sería como un denominador común de distintos ritmos? 
—¡Así es; la milonga está en el Duerme negrito de don Atahualpa Yupanqui (aquí Zitarrosa se pone a tararear la canción) como en las décimas que improvisa un payador argentino u oriental. Es lo milonga, diría yo. La milonga es lo afro en América latina. En general casi todas mis canciones son milongas; la que no, es habanera o anda por ahí. Aunque también grabé 'El camba', que es un taquirari, polcas, estilos, huellas, zambas y otros ritmos. En un reportaje que yo le hice una vez a Don Atahualpa, él me dijo: "En América, cada cincuenta kilómetros cambia la milonga". Y es cierto. La milonga está en los llanos venezolanos, y está en la isla de Cuba, y está en el 'tondero' de los negros de la costa peruana como en el departamento de Tacuarembó en Uruguay o en Río Grande del Sur, en Brasil. La 'Milonga pájaro', que figura en uno de mis discos, tiene familiaridad con el son cubano por la línea melódica y una caída regular que altera el ritmo, como los cantantes cubanos cuando improvisan por "punto guajiro".
—¿Has viajado mucho por América latina?
—No demasiado; pero mi debut profesional ocurrió en 1962 en Lima, en el Canal 13. Más tarde realicé un ciclo en Radio Altiplano, de La Paz. En el Perú he vivido un año entero y allí tomé contacto con la realidad latinoamericana; en el Canal 13 me introdujo un amigo, hoy ya muerto, y me pagaron en dólares para poder volver. Porque yo había dejado mi empleo: trabajaba como periodista en Siete Días del Perú, y antes de eso había estado en Oiga. Y había dejado el empleo para irme con un gringuito en un automóvil por la Panamericana hacia México; pero a este muchacho a último momento no le dejaron sacar el auto del país. De modo que lo vendió, se tomó el avión y se fue. Y yo me quedé en banda.
—También tenés fama de andariego, y de haber hecho otros viajes que parecerían el fruto de un interés puramente humano; digamos, en estilo explorador.
—Una vez participé de una expedición que hacía un arqueólogo al desierto de Atacama en busca de unos petroglifos que se filmaron, y al fin se hizo un documental con todo eso. Anduve por las provincias argentinas de Córdoba, Catamarca, Santiago del Estero, Jujuy. En Bolivia estuve dos meses; me interné en la selva. Hice una vez, asimismo, un viaje a Iquitos con un poeta amigo, César Calvo, que precisamente nació en Iquitos y ambulamos también por la selva.
—¿Y qué andaban haciendo por allí?
—Estuvimos paseando. En realidad yo te diría que no soy un hombre sensible a lo antropológico sino que me gusta ver las cosas desde otro punto de vista. Más filosófico, diría. Yo veo en un indígena a un ser similar a mí mismo o a ti...
Repentinamente Zitarrosa evoca cuando iba por la calle y un indio, semidesnudo, le extendió la mano y le reclamó los fósforos; a cambio, le entregó un pichón de lagarto: "ese canje fue un hecho muy curioso, digno de ser contado. Pero a mí lo que me importa es aquel indio y poder comunicarme con él, aprender alguna palabra de su idioma, cómo siente, por qué hace eso, cómo vive, qué piensa del sexo, una infinidad de cosas".
—¿Cómo vivís hoy tu oficio? ¿Admitirías definirte como un "cantante de protesta", te sentís emparentado con un George Brassens o con un juglar como el catalán Raimón, para citarte sólo otros dos ejemplos de cantantes-poetas?
—Son personajes muy distintos. Brassens habla, se tutea con esa guitarra tan simple y decidora. A Raimón lo conocí en Cuba. Cada uno de los que estamos en este oficio de cantar empezamos por sufrir un problema fundamental: que somos profesionales: cada cual en su medida, en su ambiente, en el grado en que es capaz de defender su condición de profesional frente al empresario, a los medios y la competencia, vive esa disyuntiva.
Y muy pocos sobreviven a su condición de profesional. Hacen falta grandes agallas y una permanente autocrítica y saber si uno sigue cantando porque se ha convertido en su medio de vida, o si lo hace porque lo que a él le importa es cantar. En mi caso personal, yo no sé realmente a esta altura de mi vida si canto porque vivo de eso o si vivo para cantar. Eso si, cuando subo al escenario doy todo. Pero hoy estoy más nervioso, más responsable de lo que hago.
—¿Hoy sentís menos alegría que antes al cantar?
—No se puede hablar de alegría. Sí se debe hablar de pathos, de emoción. Cuando tú ves una platea aplaudiéndote puesta de pie, vivís esa satisfacción. Y es algo que me sucede a menudo (no debiera ser yo quien lo diga). En cuanto a ser cantante de protesta ... ¡Protestar, lo hace mi mujer cuando va al mercado! Yo soy un cantor popular. Y quiero que el pueblo me entienda. Que me muestre las señales del camino: "Hay que ir para allá". Renovarme permanentemente.
—Vos tenés una temática muy variada. Tanto planteas canciones muy políticas como esas otras que nombran a la muerte, o a una niña a quien se le aconseja no seguir amando, ya que "puedo enseñarte a volar / pero no seguirte el vuelo." ¿La gente se identifica con esos distintos matices?
—Yo creo que lo que identifica es un color de voz, un timbre de voz, que parece que gusta.
Habla de la grabación de las Contracanciones con el conjunto Huerque Mapu: cabalgando a la música, poemas del propio Zitarrosa. De su inminente gira a Europa entre mediados de agosto y fin de septiembre: Francia, Italia, Inglaterra, España y la URSS. Del local artístico que abrirán él y otros colegas en cooperativa en un barrio de Buenos Aires. Así, quien conquistó a los veinte años el Premio Municipal de Poesía de Montevideo —aparte de haber sido actor, locutor, animador, cuentista y periodista— insiste en su meta. Esa resumida en sus Coplas del Canto: Cante el cantor sus coplas de tal manera / que al cantarlas reviva su vida entera... / Hay algunos que cantan mejor que otros / pero todos los cantos son de nosotros.
O como él mismo escribió, alguna vez: "Y nada más. Mi agradecimiento a nuestro pueblo por seguir engendrando canciones, pues suyas son, en último caso, las que algunos de nosotros logra concebir, de vez en cuando, en su cálido seno". 
Jorge Madrazo
revista siete días
julio 1974