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Las autoridades colombianas acaban de admitir, por primera vez, la existencia de guerrilleros armados, con equipo moderno y uniformes que llevan el brazalete del "Ejército de Liberación". Un grupo de ellos se apoderó de una población en el departamento de Santander, próximo a la frontera venezolana, y adoctrinó a los campesinos reunidos en la plaza. Cuando sintieron aproximarse al ejército, se retiraron en orden.
Esto sucedió inmediatamente después de la renuncia del ministro de Defensa, general Alberto Ruiz Novoa, reclamada por el presidente Guillermo León Valencia en medio de insinuaciones de la prensa sobre planes de ese militar reformista para incautarse del poder, con el fin de poner término a una lucha de quince años entre el régimen bipartidista y aquellos a quienes califica de "bandoleros". El ejército colombiano tiende a presentarse como arbitro de esa lucha, tal como hiciera una década atrás con el gobierno del general Gustavo Rojas Pínilla, quien, efectivamente, disminuyó la efusión de sangre. Pero el viejo dictador, que ha vuelto a la política sólo pudo ofrecer una demagogia paternalista, mientras que Ruiz Novoa —jefe del Batallón Colombia que actuó en la guerra coreana— es un estudioso de temas sociológicos, y con su experimento de Marquetalia, una zona que quitó a los guerrilleros el año pasado, probó que es posible privar al comunismo de apoyo popular, con obras de progreso y ciertas reformas sociales.
Lucha represiva y acción psicológica proponen los partidos tradicionales;. reformas, insiste Ruiz Novoa, apoyado con creciente entusiasmo por fuerzas situadas más a la derecha y más a la izquierda. En todo caso, ya no puede mantenerse la ficción de que quienes ocupan varias regiones del país y organizan la producción son pura y simplemente bandoleros. Los hay, sin duda, y se conocen por sus matanzas indiscriminadas; pero muchos de ellos pagaron con su vida, y los restantes se someten de más en más a la estrategia comunista, que no vacila en adoptarlos. "Es necesario una audaz política de frente único con otros grupos en armas", advertía recientemente un periódico clandestino: Resistencia. "Se establecerá la unidad de acción con esos núcleos, sin llegar a una sola organización. Lo importante es que se enfrenten cada vez más resueltamente con el enemigo, dentro de su propia organización y métodos; el movimiento guerrillero se esforzará por ganar autoridad ante ellos, hasta que la fuerza de atracción del Movimiento, y su influencia, los conduzcan hacia objetivos más conscientes."
Los bandoleros, aunque están más o menos reñidos con las directivas de los partidos, son de linaje liberal o conservador; en cambio, el llamado Ejército de Liberación está encuadrado por fuerzas comunistas; más definidamente, castristas. Aquellos se incrustan en zonas donde predominan los adictos a su misma ideología; los guerrilleros auténticos no toman en cuenta esa ventaja. Entrar en la despoblada y arcaizante Santander —feudo del bandolero Efraín Gutiérrez— era, hace poco, una ilusión para los comunistas; ahora, cuentan con suficiente apoyo entre campesinos de rancio espíritu conservador para convocarlos en la plaza pública y luego retirarse sin temor a ser delatados. El éxito más notable obtenido por ellos ha sido la adhesión del célebre "Tiro Fijo" (Manuel Marulanda Vélez), quien repudió su anterior militancia liberal y se pasó al MSRC (Movimiento de Solidaridad con la Resistencia Campesina).
Por otra parte, los guerrilleros colombianos han empezado a coordinar su acción con los de Venezuela. Los gobiernos de ambos países planean un programa de represión conjunta en las regiones fronterizas. Ambos presidentes, Valencia y Leoni, tomarán decisiones sobre este punto en una reunión varias veces postergada, pero que se llevará a cabo en los últimos días de febrero.
Luchar contra movimientos de origen marxista, con el objetivo de organizar a masas campesinas cuyas esperanzas han sido largo tiempo burladas, es más difícil que poner a precio la cabeza de bandoleros analfabetos. Los comandos móviles de los ejércitos colombiano y venezolano adiestrados en la escuela antiguerrillera de Panamá, atendida por instructores norteamericanos, no han podido evitar que vastas regiones de ambos países escaparan del control de los respectivos gobiernos. Los bandoleros practicaban el terror; los comunistas adoctrinan a la población rural.
El gobierno norteamericano solicitó a sus embajadas en Bogotá y Caracas legajos detallados sobre las guerrillas locales, con ficheros completos de los antiguos bandoleros, porque teme que allí surja un nuevo Vietnam. Es un hecho con el cual habrá que contar, tal vez, en adelante.


Honduras
Los campesinos chorreaban sangre
El domingo 14, cuando una proporción no revelada del cuerpo electoral hondureno (800.000 inscriptos sobre un total de 2.200.000 habitantes) acudió a las urnas para elegir una Asamblea Constituyente que confirmase el mandato presidencial del Coronel Osvaldo López Arellano, para legalizar su gobierno de jacto, no pocos ciudadanos elevaban su mirada hacia el chamuscado Hotel Prado, el más importante de Tegucigalpa. En sus azoteas, el 3 de octubre de 1963, los francotiradores que intentaban defender el gobierno constitucional de Ramón Villeda Morales fueron ametrallados sin piedad por la aviación militar.
Desde fines de la Segunda Guerra Mundial, dos partidos principales —el nacionalista, heredero de la dictadura del general Tiburcio Carias Andino, que gobernó el país por espacio de 17 años, y el liberal, cuyo mentor es el médico Villeda Morales— se disputan el poder bajo el celoso arbitraje de las Fuerzas Armarlas. Sólo una vez, en 1956, los militares se indispusieron con el partido nacionalista; el cual, dicho sea de paso, os exactamente lo contrario de lo que su nombre indica. Los vínculos entre ellos y la dictadura de Carias fueron tan íntimos que, a la espera de uno nueva generación de oficiales más obedientes a la Constitución, Villeda Morales —quien asumió el poder, por vía electoral, después de aquella reverta circunstancial entre militares y nacionalistas— creyó necesario organizar a sus adictos en una Guardia Civil (3.000 hombres) llamada a garantizar la independencia del gobierna ante el ejército. Pero ésa fue, precisan íente, la razón principal de su caída.
Con todo, el ejército había tolerado a la Guardia Civil durante seis años, a pesfir de que este cuerpo presionaba indebidamente sobre los ciudadanos. Si, finalmente, se decidió a intervenir, lo hizo dos semanas antes de las elecciones, en las cuales Villeda Morales intentaba prolongar su dominio mediante la elección de Modesto Rodas. El pretexto fue la presunta tolerancia oíAcial hacia el comunismo, a despecho de los buenos servicios que prestara el gobierno derrocado en la tarea de aislar y someter a Cuba. Que esa preocupación no era tal vez determinante en el espíritu de López Arellano y sus compañeros, podría probarse por el hecho de que ahora, según noticias oficiales, no pasa un mes sin que guerrilleros comunistas se infiltren en Honduras o la policía descubra algún siniestro complot urdido por simpatizantes de Fidel Castro, entre ellos el estudiante hondureno Gustavo Fontecha, que combatió en Sierra Maestra, Cuba.

Ahora o nunca
Más probable es que el ejército quisiera deshacerse de la Guardia Civil
mientras aún estaba a tiempo: un segundo gobierno liberal habría consolidado, sin duda, a ese segundo ejército, asociado también a un partido. Por lo demás, no debe perderse de vista la situación geográfica de Honduras: el país está rodeado por otros tres, Nicaragua, El Salvador y Guatemala, sometidos a sendos regímenes militaristas. La restante nación centroamericana, Costa Rica, disolvió hace años su ejército profesional, pero los militares hondurenos sentían una especie de complejo al ver que no conservaban, en la vida pública, un papel semejante al de sus colegas de los países limítrofes.
En todo caso, el desplazamiento de Villeda Morales no pudo llevarse a cabo sin lucha armada, que costó más de cincuenta vidas. El régimen de López Arellano, por haber surgido en esa forma, difícilmente pueda reconciliarse con los campesinos menos pobres y con la clase media que inspira el partido liberal. Por lo demás, una vez instituido el gobierno de fado, los oficiales más expeditivos predominaron decisivamente sobre aquellos otros que, durante los seis años de gobierno constitucional, habían revelado alguna inclinación hacia nuevas ideas sobre la misión del ejército. Y, por fin, aunque el presidente provisional insiste en presentarse como hombre sin partido, la adhesión de los nacionalistas a su candidatura tornó a encender la antigua rivalidad entre ambas fuerzas.
Para eludir todo riesgo, se decidió que López Arellano sería consagrado en elecciones de segundo grado, a través de una Asamblea de 64 miembros que debe redactar la nueva Constitución. Así. y todo fue indispensable clausurar las fronteras, rechazar a observadores internacionales que deseaban estar presentes, y arrebatar certificados de voto a miles de ciudadanos, sobre todo en las áreas calificadas como baluartes liberales Algunos campesinos se presentaron chorreando sangre ante un corresponsal norteamericano.

Primera Plana 
23.02.1965

Primera Plana 
23.02.1965