Anarquismo
el hombre que casi cambió al mundo

Protagonista de la guerra civil española y de la Semana Trágica, Diego Abad de Santillán -llegó a la Argentina en 1905- repasa los hechos más destacados de una vida apasionante.
Una cronología que arranca con la invención del colectivo y que trascurre entre encendidas polémicas con La Pasionaria y Severino Di Giovanni

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Su vida, trascurrida casi íntegramente en la Argentina, conoció pocos respiros. Enemigo acérrimo del anarquista violento Severino Di Giovanni (que lo amenazó de muerte y a quien él consideraba tan sólo un facineroso) y de Dolores Ibarruri, La Pasionaria (quien aún hoy lo vitupera), tuvo también entrañables amigos: un hermano republicano de Franco entre ellos. Alguna vez se topó con la familia Trujillo, que prometió sacarlo de una encrucijada, tuvo bajo su mando al escritor George Orwell (el autor de Rebelión en la granja y 1984) y su actividad política le deparó, incluso, una consecuencia lateral: la invención del colectivo.
Ahora, la amplia sala donde trabaja —en Lavalle al 1400— tiene partes proporcionales de santuario, de cubículo y de escritorio. Pasa los días en un silencio apaciguante vigilado por nutridas estanterías, sumergido en las revistas, documentos y recortes que cubren su mesa, en guardia permanente frente a su antigua máquina de escribir y encendiendo intermitentemente su pipa. A los 73 años la vitalidad no lo ha dejado en el camino: "Es que no concibo la vida sin trabajo —filosofa—; todo es trabajo, incluso tratar de cambiar el mundo".
El lo sabe bien, fue protagonista fundamental —y discutido— en una de las etapas que conmocionaron la historia mundial: la Guerra Civil Española. También vivió desde adentro la Semana Trágica. Y fueron sólo dos de los sucesos que conoció y protagonizó a lo largo de la historia. Hoy, Diego Abad de Santillán parece un anciano vivaz, inteligente, reposado, pero sólo hasta que comienza a recordar. Entonces es posible advertir que no ha olvidado ningún trozo de su propia vida y que, además, es capaz de interpretar cada paso de la historia que recorrió. La semana pasada hizo un alto en su trabajo (prepara una historia del movimiento obrero español) para recorrer con SIETE DÍAS su propia cronología.

COMO NACE UN ANARQUISTA
"Nací en España, pero en realidad soy tan argentino como Lanusse., Llegué al país en 1905, cuando era apenas un chiquillo de 7 años. No tenía edad para el trabajo, así que comencé bien temprano como campesino. En 1912, viendo que me gustaba mucho estudiar, mis padres decidieron que hiciera el bachillerato en Madrid. Ni bien me recibí de bachiller inicié la carrera de Filosofía en Madrid. En eso estaba cuando se desató una gigantesca huelga general. Fue en agosto del 17. Yo tenía algunos contactos con anarquistas pero no era todavía un militante. De cualquier manera anduve repartiendo panfletos y manifiestos y me llevaron preso.
"Pidieron 12 años de condena para mí, pero sólo cumplí uno, porque hubo una amnistía. Seguramente pensaron: A éstos que son nuevitos vamos a darles solamente un susto. La cosa es que salí de la cárcel siendo anarquista: como los presos políticos tenían un régimen especial y podían recibir todo tipo de lectura, aproveché y leí a todos los anarquistas."
El teléfono lo interrumpe varias veces. "Es casi para lo único que me levanto —reflexiona—. Como dice mi amigo, el padre Furlong, para trabajar hay que sacarse callos en las manos y en el c...". Luego vuelve a su pipa y a su memoria:
"Después de dejar la prisión me volví a la Argentina. Entré en La Protesta y al poco tiempo de estar allí se inició la Semana Trágica; yo estaba en la FORA (Federación Obrera Regional Argentina) del Quinto Congreso (anarquista ortodoxa); en fin, lo que pasó en esos días es bien conocido. Las masacres de obreros fueron algo infernal. Después de eso me di cuenta que, en realidad, estábamos bastante aislados aquí, y que nuestras luchas se daban sin comunicación con el resto del mundo. Así es que me fui a Alemania."
"Allí, ya que estaba, me puse a estudiar Medicina. Entre eso y la política trabajaba 20 horas por día. En Alemania formamos la Nueva Internacional; yo representé allí a Argentina, México y Chile. Hoy, lamentablemente, sólo quedamos vivos dos de los fundadores: el alemán Souchy y yo. El día que él se muera sólo quedaré yo, si es que quedo, claro. Diablos, no puedo creerlo. A veces recuerdo todo lo que hacía yo en aquel entonces y me parece imposible haber podido con tantas cosas. Hace poco un viejo compañero me acercó una colección completa de un suplemento de La Protesta que hacía yo y era así no más, aunque no pudiera creerlo: yo la escribía, la armaba, traducía, hacía todo. Además, desde Alemania, llenaba diariamente una página del diario. No pude recibirme en Alemania: acá había polémicas internas en La Protesta y tuve que volver.

¿DI GIOVANNI, UN BANDOLERO?
Apenas se permite respiros. Una vez que inicia un tramo del relato avanza por él con seguridad, una seguridad que, a menudo, reemplaza a la propia emoción: ni resentimientos ni afectos lo traicionan, aun cuando recuerda a sus adversarios: "Volví, pero aquí no todo era fácil. Había un bandolero italiano que se hacía pasar por anarquista. Se llamaba Severino Di Giovanni y emprendió contra mí una guerra a muerte porque La Protesta no lo apoyaba como él quería. Siempre me mandaba emisarios a amenazarme y hasta la propia policía me mandó a llamar. Fue Garibotto, el jefe de Orden Social, que conocía toda la historia, y me llamó para decirme que anduviera armado. Vea que Di Giovanni quiere matarlo y yo no quiero líos, me dijo. Por fin una noche mataron a mi compañero López Arango: entraron a la casa y lo balearon, con el mismo Di Giovanni a la cabeza. Claro, yo era más conocido a nivel internacional y no lograron la misma trascendencia que si me hubieran matado a mí".
"Hicimos muchas cosas desde La Protesta. Por ejemplo, en el 28 hubo una gran crisis de los taxis y ya no se sabía qué hacer. Los taxistas querían pedirle soluciones al gobierno, pero nosotros decíamos que no había que hacer nada con el gobierno. Yo lancé en el diario la idea de tener paradas y recorridos como los tranvías y llevar varios pasajeros por viaje. Eso se hizo y así surgió el colectivo. También desde el diario me cansé de advertir acerca del golpe de Uriburu. La conspiración militar marchaba y yo estaba bien informado. Había que evitar ese golpe, no faltaban razones, aparte de que siempre es más barato un gobierno civil que uno militar, aunque sea honrado. Había que luchar, resistir. La huelga general era posible y hubiera creado las condiciones para que los militares retrocedieran. Pero no se hizo, nada se hizo. Yo tuve algunos roces ahí con la FORA, porque ellos decían que el problema de la conspiración militar no era un problema de los obreros y no había que meterse. Hoy el país todavía sigue pagando la era que se inició con aquella dictadura."
"Después fui nuevamente a España y me quedé. Allí comenzamos a hacer 'Tierra y Libertad', un periódico anarquista que tiraba de 45 a 50 mil ejemplares. Siempre era requisado y nos perseguían, vaya si nos perseguían. Lo que hacíamos entonces era distribuirlo primero y anunciar su salida después. Sólo dejábamos un paquetito con algunos ejemplares para que pudiera ser requisado por la policía. Yo con el periódico tenía un proceso por semana, pero hecha la ley hecha la trampa. Había una ley por la cual cuando uno llegaba a tener 30 años de condena ningún nuevo proceso podía aumentarla. Entonces desde las cárceles todos los anarquistas que tenían 30 años me lo hacían saber y cuando a mí me procesaban por el periódico yo iba dando los nombres de ellos como autores de los artículos. Se les hacían nuevos procesos, pero no se podía aumentarles la condena que ya tenían. ¡Hicimos un lío! Los presuntos autores a veces no sabían ni leer."

ESPAÑA, HORA CERO
El libro se llama 'Por qué perdimos la guerra', un título que fue tomado prestado, con autorización, de una obra homónima de Abad de SantilIán. Es una minuciosa recopilación de información e interpretaciones acerca de la Guerra Civil Española y que España, a más de tres décadas de la conflagración, acaba de conocer. Un capítulo gráfico de la obra está dedicado, precisamente, a Abad de SantilIán. Se lo ve en traje militar portando una pistola ("Una fotografía de la que ni yo mismo me acordaba, vea usted") , con ese mismo traje participando en el entierro de un obrero muerto o dirigiendo concentraciones y mítines. No es casual: en Cataluña, centro crucial de la Guerra Civil, él acaudilló durante tres años una experiencia de combates y colectivizaciones que marcaron una clave dentro de la guerra. "Fue algo único en el mundo; allí pudo haber cambiado la historia universal", gusta decir el propio Abad de Santillán. Así recuerda esa época:
"En Cataluña fuimos fuertes siempre, Cataluña fue nuestra desde el principio: teníamos fuerza en los sindicatos, en el trabajo, y eso fue importante. Yo organicé y dirigí el Comité Central de Milicias. Teníamos problemas terribles con la falta de armamentos y municiones. La resistencia era muy difícil y finalmente hubo que ceder. Pero en esos tres años las colectivizaciones funcionaron, los obreros conocieron algo nuevo, fueron sus protagonistas, no había más patrones, y si era necesario trabajar más se trabajaba, si era necesario producir más se producía, si era necesario recibir menos se recibía. Hubiéramos necesitado armas, eso hubiéramos necesitado. Como España tenía un convenio con Francia para la compra de armamentos en exclusividad, fuimos a verlo a León Blum, el jefe del gobierno francés, pero él nos dijo llorando que no podía vendernos ni siquiera la chatarra que le pedíamos: estaba preso del militarismo. Cuando se enteraron de que Francia no nos daría armas, ahí mismo Inglaterra y EE. UU. formaron el Comité de No Intervención; mientras tanto Alemania e Italia abastecían a nuestros enemigos. En esas condiciones, poco a poco hubo que ceder. Está visto que Dios sólo ayuda a los buenos cuando éstos están mejor armados que los malos."
"Los rusos nos prometieron ayuda, pero nosotros no nos entusiasmamos mucho: cuando ellos entregaban armas querían tener poder de decisión. Después, algo nos consiguieron: unos cazas, que fueron rápidamente derribados en cuanto el enemigo alargó el alcance de sus ametralladoras. Y también unos fusiles suizos de 1880, que había que limpiar luego de cada tres disparos y para los cuales no había munición. Y unos viejos fusiles norteamericanos de antes de la guerra del 14 y cañones de varios calibres, con lo cual las municiones no nos servían. Yo, en mi desesperación por tener armas, aceptaba todo."
"Por otra parte, nosotros inventamos nuestras propias armas. Hicimos unos tanques, pero utilizamos acero en lugar de ferroníquel y las balas los traspasaban. También fabricamos granadas: las granadas FAI, que al revés de las comunes —que hacen grandes pozos pero no se propagan en su onda— eran de efecto rasante: no quedaba nada en 50 metros a la redonda. La receta me la proporcionó Ramón Franco, hermano de Francisco. ¡Pobre Ramón, teníamos tantas coincidencias! Pudo haber combatido de nuestro lado si no fuera porque la carta en que él mismo lo pedía cayó en manos de Manuel Azaña (uno de los presidentes de la República) y no en las mías. Después Ramón se mató cuando volaba con su avión; a mí no me engañan: o fue sabotaje o fue suicidio, pero nunca accidente. Luego del Comité Central de Milicias yo pasé a la dirección de la economía. Eso fue porque se había aprobado una ley de colectivizaciones. Yo no estaba de acuerdo. ¡Cómo una ley! Aquello quitaba la espontaneidad y la iniciativa del pueblo. Y sin iniciativa del pueblo no hay revoluciones posibles."
"Así es que poco a poco me fui alejando cuando vi que el asunto no marchaba. Hubo un momento en que los de Franco me hubieran fusilado. Y también los del gobierno republicano. Cuando me enfrenté al gobierno de Cataluña, que encabezaba Juan Negrín, me fui a un pueblito cerca de Barcelona. El jefe del gobierno nos convocaba siempre a reuniones, pero yo nunca quise ir. Una vez, por fin, opté por aceptar, todo para no dejar sólo al otro representante nuestro, pues era muy chiquito y lo llevaban por delante. Fui rodeado de mi gente y allí me sentaron entre Negrín y La Pasionaria, Dolores Ibarruri. ¡Demonios, pensé entonces, igual que Cristo, entre los dos ladrones! Aquella reunión fue infame. Negrín trataba de mostrar como un triunfo una operación en la cual prácticamente habíamos terminado de perder la guerra. Es una mentira, dije yo. Tú lo que debes hacer es callarte y obedecer al gobierno, me contestó Cordero, un diputado socialista. Pues, vea, aquello fue peor que si me hubiera dicho hijo de perra. ¿Cómo iba yo a obedecer al gobierno? Me fui encolerizado y Negrín me siguió para preguntarme: Oye, ¿por qué te enfadas, hombre? Le grité: ¡Pues, porque tú has mentido! Y entonces me dijo: Es que si digo la verdad éstos se me desbandan; pero no te preocupes que ya tengo medios en el extranjero para subsistir en los primeros tiempos tras que esto termine".
Con La Pasionaria fui enemigo siempre, si bien yo nunca me tomé el trabajo de escribir una línea sobre ella. Ella sí, aún hoy, me insulta de arriba abajo en cuanto puede. Es muy sectaria, muy en la línea del partido y no hay peor comunismo que el del Partido Comunista. En España quisieron liquidar a todos los trotskistas y a los libertarios, pero en España eran muchos. No se trataba de Rusia. El embajador Antón Ovschenko, que había tomado el Palacio de Invierno durante la Revolución de Octubre, fue enviado para eso. En mayo del 37 hubo en Cataluña una matanza terrible; tuvimos 1.500 muertos y casi 4 mil heridos. Yo alcancé a pararlo a duras penas y fui a hablar con Ovschenko. Discutimos. Por fin. él casi llorando de desesperación me dijo: ¡Tienes razón, España no es Rusia, España no es Rusia! Luego fue llamado por Stalin. Antes de irse me llamó y me dijo: Yo sé que desconfías de mí, pero nací revolucionario y voy a morir revolucionario. Esa frase me impresionó pero la entendí recién después: cuando llegó a Rusia Ovschenko fue eliminado por Stalin. Allí, en Cataluña, también conocí a George Orwell. Estuvo en una de mis milicias. No era famoso entonces, qué va; se trataba sólo de un muchachito tímido, callado, que escribía, escribía, todo el tiempo escribía. Bastaba un breve alto, aun en el combate, para que comenzara a hacerlo." "Hasta el final intentamos defendernos, pero ya no había nada que hacer. Fui, finalmente, a los campos de concentración del sur de Francia. Eran terribles. No hacíamos nada allí, salvo recoger los muertos por la mañana. Fugar era imposible: había guardias senegaleses y argelinos, algunos de ellos con unos sables que usaban para rebanar la cabeza de un solo tajo a quien quisiera fugar. A mí y a otros nos ayudaron a fugar. Nos metimos en una cuba de agua y así nos sacaron. Pero luego no teníamos adonde ir. Hasta que encontramos a un hermano de Rafael Trujillo que necesitaba plata para los caballos o para no sé qué juego. Nos dijo que si le dábamos 200 dólares nos permitiría llegar a la República Dominicana. Eso hicimos, pues. Pero cuando íbamos, al pasar por Estados Unidos, un cónsul chileno nos preguntó si estábamos locos, si no sabíamos lo qué era la Dominicana, Nos mandó entonces a Chile. Bueno, y después llegué nuevamente a la Argentina. Eso fue en el 40 y desde entonces no he vuelto a levantar vuelo. Me dedico a trabajar, nada más: llevo traducidos más de 200 volúmenes de medicina, historia, política, filosofía, qué sé yo cuántas cosas. He escrito, también, una Enciclopedia Argentina de ocho tomos. Mi primer trabajo, al regreso, lo tuve en la Editorial Sopena. Querían hacer una gran enciclopedia y alguien me propuso a mí, pero cuando se enteró de que el vicegerente había sido jefe de policía de Barcelona temió que no me aceptaran. Sin embargo, al conocer mi nombre el vicegerente dijo: Ah, sí, es buena persona; lo llevamos preso muchas veces, pero es bueno."
revista siete días ilustrados
1972