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crónicas del siglo pasado

 

UN BALAZO LE CORTO LA CITA
Antonio Cafiero tenía entrevista con Bob Kennedy
la noche de su muerte.
(contada por él)

UNA ENTREVISTA FRUSTRADA
En noviembre de 1965 Robert F. Kennedy, en viaje por la América Latina, visitó Buenos Aires. El corresponsal de Time-Life en nuestro país, Mr. Gavin Scott, nos invitó a un grupo de políticos e intelectuales de distintas tendencias a conocerle y conversar sobre la actualidad argentina. La reunión tuvo lugar en la residencia de Mr. Scott en Belgrano. El Senador llegó acompañado por su comitiva. Richard Goodwin, uno de sus más cercanos asesores, se me acercó de inmediato y me destacó el especial interés de Kennedy por conocer el pensamiento de los justicialistas. Me presentó al Senador y éste distinguiéndome de la nutrida concurrencia me invitó a sentarme a su lado, en el jardín de la residencia, y allí, ante un calificado auditorio (recuerdo entre los presentes a Cueto Rúa, Martínez de Hoz, Mariano Grondona, General Aguirre, Enrique Oteiza, Javier Villanueva, José Miguens, etc.) me bombardeó a preguntas sobre el significado político y social del peronismo, las relaciones Estados Unidos-Argentina y otros temas similares. Después de una charla de aproximadamente una hora, Kennedy nos dejó más o menos abruptamente. Es que en la calle se había congregado un numeroso grupo de vecinos que vivaba su nombre y al aproximarse la medianoche comenzó a entonar "happy birthday to you": comenzaba el día en que Kennedy cumplía 40 años. Estrechó la mano de quienes le vivaban y saludaban, con inocultable satisfacción y al poco tiempo se retiró.


Revistero

 


 


 

 

EN mayo de 1968 visité los Estados Unidos invitado por un programa de Intercambio Educativo y Cultural del gobierno de ese país. Destaqué mi especial deseo de observar "in situ" la campaña electoral primaria del Partido Demócrata, en pleno curso entonces, y de entrevistar a los precandidatos presidenciales: especialmente a los senadores Kennedy y Mc Carthy. Mi pedido era muy difícil de satisfacer. El cúmulo de tareas a que los candidatos se veían abocados y la frecuencia e indeterminación de sus viajes, hacía prácticamente imposible fijar con antelación la fecha y lugar de una entrevista. No obstante, se me indicó como probable lugar de la misma el hotel de la ciudad de Los Ángeles, donde los candidatos tendrían establecidos sus respectivos "head-quarters" o cuarteles generales. La fecha: la noche del 4 de junio, día de la elección primaria demócrata en el Estado de California.
Con ese propósito fundamental viajé de Nueva York a San Francisco el sábado 1 de junio. Esa noche, desde esa ciudad, los senadores Kennedy y Mc Carthy mantuvieron, ante las cámaras de televisión, un largamente esperado debate, Mc Carthy puso de relieve su personalidad predominante intelectual, su clara y fina inteligencia y la agudeza de sus reflexiones sobre los males que aquejan a la sociedad americana: el racismo, la guerra de Vietnam. Kennedy fue, sin embargo, el político triunfante. Sus ideas no diferían de las de su ocasional contrincante, pero estaban incluidas en un contexto más humano, menos racional, pero más mágico. Eran ideas expuestas y personificadas por alguien con "pathos", con el inconfundible carisma que distingue a los políticos de raza. No tuve dudas, entonces, que Kennedy sería el triunfador. Dudaba, sí, de sus posibilidades de llegar a la presidencia de los Estados Unidos. Este joven titán estaba arremetiendo contra muchos de los valores "tabú" de la sociedad norteamericana; contra las maquinas partidarias; contra los poderosos medios que modelan la opinión pública; en fin, contra el poderosísimo "stablishmont" que sostiene y se sostiene del actual sistema americano.
Al día siguiente, domingo 2 de junio, los diarios de San Francisco se hacían eco del debate de la noche anterior y entre sus noticias divulgaban que ambos senadores se alojaban en el mismo hotel y que durante el día emprenderían viaje a Los Ángeles. Decidí que esta circunstancia me permitiría asegurarme el lugar y la hora de las proyectadas entrevistas. Me dirigí en consecuencia al Fairmont Hotel de San Francisco. El senador Mc Carthy se había ya retirado, pero el senador Kennedy aún se alojaba en el hotel, aún cuando en esos momentos se encontraba fuera del mismo.
Un grupo de jóvenes universitarios oficiaba de secretaría privada del senador. Acogieron mi presencia con simpatía e interés, una vez que me identifiqué y recordé la breve, pero sugestiva relación, que me había ligado al senador en Buenos Aires. Eran aproximadamente las diez de la mañana. La señora Ethel Kennedy bajó de sus habitaciones y la mantilla blanca que llevaba en su mano sugería su asistencia a la misa dominical. Un halo de profundo encanto femenino recortaba su figura joven y alegre, su espléndida maternidad. Aguardó brevemente la llegada de su esposo en la puerta del hotel, y luego decidió dirigirse a la iglesia católica vecina. A los pocos minutos, Kennedy, acompañado de su field Freckless (un magnífico lanudo, objeto él también de controversia de sabor político) enterado de que su esposa le esperaba en el templo, se dirigió hacia allí a paso apresurado.
San Francisco es una ciudad edificada en gran parte sobre colinas empinadísimas, cuyo recorrido a pie requiere dotes de alpinista. "Old St Mary's Church" está aproximadamente a cinco cuadras del Fairmont Hotel, pero cuesta abajo. Hay que pisar firme y "agarrarse"" fuertemente al terreno si se quiere evitar una rodada o recorrer cinco cuadras en pocos segundos. Los Jóvenes kennedystas me invitaron a acompañar al senador. En la mañana de pleno sol californiano su figura rubia por la calle era un imán que atraía el interés y la adhesión cordial de la gente que encontraba a su paso. A cada uno un apretón de manos y una inconmovible sonrisa. Cuando me acerqué a él me tendió también la mano, casi mecánicamente y me reconoció cuando le recordé la circunstancia en que nos habíamos conocido en Buenos Aires. Le dije del interés que su figura había despertado en toda América Latina, como también de la devoción que inspiraba la personalidad de su hermana. Sus ojos proyectaron una levísima y fugaz sombra. Chanceando remarqué: "Al ver esto, estoy seguro que en Argentina las masas del pueblo votarían por usted... Usted es uno de los nuestros..." Sonrió. Ya habíamos llegado a la puerta del templo. "Nos veremos después de misa", dijo. Y entramos juntos al que habría de ser su último encuentro terreno con el Dios de nuestra fe.
El sacerdote que dirigía la homilía a los asistentes, descubrió su presencia y la saludó con una festejada alusión que provocó carcajadas entre los asistentes. Al momento de la Comunión se acercó a la Mesa Eucarística. Era una de sus prácticas diarias.
"Ite Missa est". El problema era, ahora, remontar la cuesta hacia el hotel. Un automóvil, al cuál subió su esposa, le aguardaba en la puerta. Pero lo desechó con un leve gesto. Prefirió subir caminando. Uno de sus jóvenes asistentes me abrió camino a su lado. Y repechamos el camino juntos. "¿Si usted fuese electo Presidente de los Estados Unidos, podemos confiar en que la política de cambio que usted propugna será también apoyada en nuestros países?"... "Por supuesto..." Y seguían los apretones de manos, los aplausos y los vivas y mi creciente jadeo promovido por el esfuerzo de la "escalada". Después que uno de sus asistentes nos sacara una fotografía convinimos en mantener una entrevista, al día siguiente a la elección, es decir, el miércoles 5 de junio en Los Ángeles.
Un apretón de manos y un hasta muy pronto y muy buena suerte. El titán rubio quedaba en manos del destino. Entre mis papeles guardo la hoja de ruta que se distribuía en el hotel, cuyo último ítem dice: "Martes 4 de junio de 1968, Hotel Ambassador, Los Ángeles".
Ese domingo, por la tarde, por invitación de los jóvenes acompañantes de Kennedy, visité el "cuartel general" en San Francisco. De una de las paredes extrajeron un cartel con la inscripción "Viva Kennedy", en castellano, y me lo obsequiaron, así como distintivos usados en la campaña. Todo el equipo electoral allí presente y trabajando era predominantemente juvenil. Era perceptible el "olor a comicio", y él me despertó nostalgias de las campañas que había vivido en mi país, cuando los argentinos votábamos.
Por un momento hubiera querido ser uno de ellos. Es que empezaba a no sentirme observador neutral ni ajeno al proceso. Volví a mi hotel seguro que cuando me encontrara con Kennedy, sus ambiciones presidenciales tendrían el aval de su triunfo en esta elección. A esas mismas horas el asesino practicaba con su arma...
La entrevista acordada jamás tuvo lugar. A las puertas del Good Sammaritan Hospital de Los Ángeles, confundido entre la multitud acongojada y sombría, me limité a recitar una plegaria y a decir mi adiós. Comprendí también que había definitivamente dejado de ser un observador imparcial de la política norteamericana. Ni lo sigo siendo hoy... Nixon o Humphrey podrán ser presidente de los Estados Unidos. Poco importa. Debajo de una magnolia y entre los héroes yace una esperanza que no está muerta. A pocos metros arde una lámpara votiva. Algún día resplandecerá en toda América.

revista extra
septiembre 1968