JULIO 13, 1954: EL OCASO DE LA MAFIA

 

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Vizzini

 

La ambulancia atraviesa el portal de la clínica Las Velas, en Palermo (Sicilia); sus neumáticos rechinan al girar hacia la ruta y se aleja, seguido de una caravana de automóviles negros. Giuseppe Calogero Vizzini, capo supremo de la Mafia, agoniza en la camilla que sostienen un enfermero y dos de sus hijos. Durante tres meses se ha intentado en vano reanimar su corazón vencido: ahora Vizzini sabe que va a morir: y, respetando la vieja tradición siciliana, quiere hacerlo en el mismo lugar donde ha nacido. "¡Qué maravillosa fue la vida! —le dice a uno de sus vástagos—. Continúen adelante con la Honorable Sociedad." No tiene, esta vez, tanta fortuna: en un temblor final se derrumba, a ocho kilómetros de la casa paterna, en la montaña que domina Villalba, un pueblito de 5 mil habitantes. Es el 13 de julio de 1954 —hace 15 años—. "Hay que enterrarlo mañana", ordena Salvatore, su hermano, un sacerdote de 64 años, encargado, además, de rezar las oraciones del funeral.
Por la tarde, el féretro está cubierto de flores, llegadas dé toda Italia. Pero ninguna ofrenda puede competir con las enormes coronas, que, por cable, encargan sus amigos desde los Estados. Unidos; media docena de mensajeros se afana por colocarlas junto a las paredes. Un grupo de plañideras —viejas desdentadas, cubiertas de mantos negros— berrea sin pausa y pugna por espacios libres donde golpearse las cabezas. A la derecha, mezclado con la multitud de deudos que se inclina para besar por última vez ese rostro cetrino, donde la boca gruesa parece devorarse al ligero bigote, Giuseppe Genco Russo aguarda. Todos saben —aunque lo oculten con prudente respeto— que es el sucesor designado por el zio Caló.
Al día siguiente, un millar de acólitos acompaña el cortejo. Algunos reprochan una ausencia: la de Charles Lucky Luciano, un hampón deportado de USA. Ni siquiera se ha visto una ofrenda suya. Pero nadie como los mafiosi para entender las cosas del honor: Caló ha despreciado a Luciano, jamás quiso recibirlo. "Somos enemigos de los delincuentes —ha dicho—. La verdadera Mafia tiene las manos limpias." Es, por supuesto, una frase hueca: Vizzini desdeñó a sus colegas norteamericanos porque había descubierto una fuente de provecho distinta, la mediación en las contiendas políticas.

Vendetta, honor y silencio
Aunque la mitología popular se solaza en atribuirle cinco o seis siglos de vida, no hay evidencias de que la Mafia haya existido antes de 1850. "Es un error creer que instituciones de aspecto arcaico vienen de muy antiguo —advierte Eric Hobsbawn en 'Rebeldes primitivos'—. Pueden haber surgido hace poco tiempo, por razones modernas, por más que se funden en un material antiguo, o que lo parece."
La Mafia no brotó sólo en Sicilia: otras regiones de Italia (Calabria, Cilento) y de España (provincia de Córdoba) tuvieron movimientos semejantes. Ninguno, es cierto, alcanzó la longevidad del siciliano; tampoco su fortaleza: "Es la más poderosa asociación secreta de malhechores —sostiene Raymond Miliet en Le Figaro—. La Mafia es un Estado dentro de otro Estado o, más aún, es un Estado contra otro Estado."
Hay, por lo menos, dos razones que explican el arraigo. Una deriva de la particular situación política de la isla: alejada siempre de los poderes políticos centrales (cuando existieron), tuvo que darse un sistema de autoridad propio. Así nace el código de honor autóctono; uno de sus artículos, precisamente, prohibe informar o recurrir a las autoridades "oficiales", cualquiera sea el motivo del reclamo.
La otra razón tiene que ver con la situación interna: a mediados del siglo XIX, los 'gabellotti' —la clase media adinerada— alquilan las tierras de la aristocracia y, a su vez, las arriendan a los campesinos. Es una burguesía rural y mercantil (distinta a la del Norte, empresaria e industrial) que se abre paso entre dos sectores: los terratenientes, a quienes intenta quitar una porción mayor de sus ganancias, y, por otro lado, a sus arrendatarios, a los que impone cargas cada vez más pesadas, implacablemente.
De este sector intermedio nace la Mafia, al principio reducida a un sistema de lealtades entre tres o cuatro familias que controlan un latifundio a un municipio. Muchas veces actúan como bandoleros románticos: atacan a los poderosos, para ayudar a los pobres. Los ritos de iniciación —probablemente de influencia masónica— disponen que el candidato perfore su dedo pulgar y embadurne con sangre la imagen de un santo, la que luego se quema (o, según una variante, dispara un pistoletazo contra una imagen de Cristo). Entonces ya está sellado el compadrazgo, una suerte de parentesco artificial que supone obligaciones de ayuda mutua y la adopción del puntilloso código de honor: muerte a quien seduzca a la madre, novia o esposa de un miembro, al que ataque a la Mafia (o no se someta a sus mandatos), al que colabore con las autoridades.
La sociedad, a pesar de la violencia que ejerce, garantiza cierto orden; quizá por eso no es repudiada por los sicilianos: "Al débil —opina Hobsbawn:— le proporciona, por lo menos, alguna garantía de que las obligaciones entre él y sus iguales se cumplan... Para los señores feudales se trata de un medio de salvaguardar su propiedad y su dominio; para la clase media rural es un instrumento para obtener ambas cosas al mismo tiempo".
Después del apogeo —hacia fines del siglo—, la Mafia se convierte progresivamente en una fervorosa cruzada antisocialista. Es lógico: el avance de la izquierda debilita sus posibilidades de clientela política, el recurso favorito que utilizan los copos para obtener beneficios y prebendas. Allí comienza la era de Calogero Vizzini.

Calogero Vizzini, gran mafioso
Vizzini nace en 1885, en el Pueblito de Villalba. Como su padre es un rico agricultor, puede rechazar la escuela sin peligro para su futuro: se dedica a administrar las tierras paternas. Tiene que esperar hasta 1914 para obtener popularidad; la consigue cuando realiza su primer gran negocio: el Gobierno le entrega cárneos para distribuirlos entre las gentes, pero Caló se cuida de obedecer; aplica la generosidad consigo mismo y se queda con los predios. Quizás el éxito lo empuje a presionar, un tiempo después, sobre los terratenientes; temerosos de las represalias, los propietarios aceptan compartir con él una parte de sus beneficios. En 1924, Vizzini es elegido, en un ritual secreto, jefe supremo de la Mafia; su reinado va a durar treinta años, hasta su muerte.
Su habilidad política no desmerece el cargo: Mussolini —gran represor de la asociación— lo hace procesar dos veces; siempre lo absuelven por falta de pruebas.
El período posfascista inausura una cruenta rivalidad entre la Mafia y las organizaciones socialistas y comunistas. Calogero en persona irrumpe, con sus secuaces, en el mitin organizado por el Diputado Girolamo Li Causi y el sindicalista Pantaleone, notorios izquierdistas, en setiembre de 1944. También hay matanzas y atentados contra sindicatos y ligas agrícolas.
El 5 de julio de 1950 cae fulminado; por una andanada de 'lupara' (escopeta de cañón recortado, arma típica de la organización) Salvatore Giuliano, un bandido famoso; lo mata su primo, Pascual Pisciotta, miembro de la Mafia: Giuliano había matado a uno de sus miembros. Como Pisciotta amenaza con hablar, lo envenenan con café en su celda; se cree que la pócima se la dio su propio padre.
La muerte de Vizzini disgrega, por fin, al "sistema paralelo"; la Mafia no pasa, desde entonces, de ser un grupo de presión poderoso. Por supuesto que no despreciable: en 1963, cuando se inició un operativo para extirparla, un funcionario italiano alerto: "Es mejor no hacer nada. Que estén todos juntos en la isla —al fin de cuentas han estado allí por decenas de años— y no desparramados a lo largo de todo el país".
8 de Julio de 1969
PRIMERA PLANA