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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE TODAS PARTES


El otro Einstein

Revista Somos
octubre 1983

un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

Conocido universalmente por su aporte a la ciencia, el menos difundido legado filosófico del sabio alemán tiene la misma trascendencia.
Cuando Albert Einstein murió en el Hospital Princeton, a la una y cuarto de la mañana del 18 de abril de 1955, murmurando sus últimas palabras a una enfermera que no entendía el alemán, dejó un doble legado. El científico, que ha perdurado, y el filosófico, arraigado en su profundo compromiso con los valores humanos y especialmente con la paz. Este último, pese a su inmenso valor, continúa incomprendido.

Einstein con su mujer Elsa

 

 

Porque Einstein era más que un científico. Era también un dedicado humanista que escribió tanto sobre cuestiones éticas y sociales como sobre ciencia. "El conocimiento y las habilidades por si solas no pueden conducir a la humanidad a una vida feliz y digna", decía. "La humanidad tiene toda la razón de colocar a quienes proclaman las normas y los valores morales por encima de los descubridores de la verdad objetiva. Lo que la humanidad debe a personalidades como Buda, Moisés y Jesús sobresale, a mi criterio, más que todos los logros de una mente investigadora y constructiva."
Como dijo Bertrand Russell: "Einstein no fue solamente un gran científico; fue por sobre todo un gran hombre". Pero el mundo le ha prestado mayor atención a su ciencia que a su humanitarismo. Mientras los gobiernos de las superpotencias emplean decenas de miles de personas para transformar las ecuaciones de Einstein en bombas, sólo unos pocos han estudiado su opinión de por qué no debiera fabricárselas. Hay poco de nuevo en esto: ya era historia vieja cuando Arquímedes fue puesto para defender Siracusa con los instrumentos de guerra que inventó y detestaba. Lo que ha cambiado es el poder destructivo de las armas. "Todo nuestro elogiado progreso tecnológico —nuestra propia civilización— es como un hacha en manos de un criminal patológico", escribió Einstein. Esto fue en 1917. Desde entonces la tecnología de la destrucción se ha incrementado mil veces, pero no así la tolerancia entre las naciones. Un gran obstáculo para comprender a Einstein es pensar que ya se lo conoce. Era a la vez un científico de suéter arrugado, cabello blanco, ingenuo, sencillo y distraído, con una sabiduría incomprensible; y también un estudiante que abandonó la universidad porque falló en álgebra, pero que probó que sabía más que estirados eruditos. 
CAUSAS NOBLES. La paz fue el tema de cientos de sus ensayos, cartas y conferencias. Su última conversación con su amigo Otto Nathan, sólo unas pocas horas antes de morir, tuvo como tema las libertades civiles. El último documento que firmó fue una proclama contra armas nucleares. "El advenimiento de armas nucleares, mantuvo, ha transformado a la tolerancia y al entendimiento internacional de un objeto deseable, como eran, en una imperiosa necesidad práctica". Argumentaba además que la bomba no le había dejado al mundo otra oportunidad que renunciar a toda guerra que demandara el máximo esfuerzo y que él llamaba "la reliquia salvaje e inhumana de una era de barbarismo".
Su pacifismo provocó fuego en los políticos. El subsecretario de Estado del presidente Truman, Summer Welles, rechazó como "imposible" la propuesta de Einstein de un gobierno mundial. Cuando el nombre de Einstein apareció, incidentalmente y sin su permiso, en una solicitada abogando por la ruptura de relaciones entre los Estados Unidos y la España de Franco, el representante de la Cámara por Mississippi John Rankin, dijo: "Dirijo mi llamado al ministro de Justicia para que detengan a ese hombre". Einstein siguió opinando aún cuando sus amigos le advirtieron una y mil veces que estaba metiéndose en problemas. Siempre hizo caso omiso de las sugerencias sobre que su fórmula E = mc2 podría emplearse para fabricar armas. Pero fue rápido para comprender que las bombas, una vez construidas, significan el fin para la guerra total o para las sociedades que las libran.
Le eran extraños no sólo la belicosidad sino la competitividad y el materialismo por los cuales las sociedades occidentales tan a menudo abogan. En 1932 le pidieron que sugiriera cuánto quería ganar en el Instituto de Estudios Avanzados (Institute for Advanced Study). El solicitó 3.000 dólares al año y, casi tímidamente, agregó: "¿Podría vivir con menos?" El Instituto respondió pagándole 15.000 dólares anuales. Einstein gastaba poco de esa cantidad. Una vez ofreció pagar el sueldo de un colega a quien se le había rechazado el nombramiento en el Instituto, aduciendo que en realidad tenía más dinero del que necesitaba.
Aunque había recibido el Premio Nobel de Física, omitía frecuentemente mencionarlo. No porque sintiera que no lo merecía, sino justamente por lo contrario: cuando en 1919 se divorció de su primera esposa, Mileva, le prometió como pensión alimentaria el dinero del Premio Nobel, que confiaba que pronto le caería en suerte. Pero parece que la actitud de Einstein era de auténtico desprendimiento. Su colega Leopold Infeld escribe que Einstein fue el único científico con quien trabajó a quien sólo le importaba el contenido de los descubrimientos científicos y en absoluto el hecho de que fuera él quien los había realizado.
UNA LARGA BÚSQUEDA. La física cuántica, en cuya invención Einstein colaboró, se ha extendido hasta abarcar la mayor parte de la ciencia física. Las teorías de la relatividad, consideradas como compendio de lo extraño cuando Einstein recién las liberaba sobre el mundo, han sido tan ampliamente aceptadas que hoy en día parecen casi prosaicas. Las ecuaciones de la relatividad especial se emplean a diario por investigadores que incrementan la masa de partículas subatómicas hasta aproximadamente la velocidad de la luz. La relatividad general, una obra maestra matemática, se ha vuelto enormemente popular como instrumento para investigar algunos de los más excitantes misterios de la física. Sin embargo, Einstein desconfió muchas veces de sus propias teorías. Durante años, por ejemplo, desechó la predicción de la relatividad general de que el universo se expande, que ya estaba verificada por la experiencia. También rechazó por un tiempo la predicción de la relatividad sobre la existencia de ondas de gravedad. Pero la teoría prevaleció, y los físicos de hoy se ocupan de diseñar telescopios con ondas de gravedad para buscar los fenómenos previstos por las teorías de Einstein, sino por él mismo.
Su fama parecía no significar nada para él. Winston Churchill escribió alguna vez: "Es mejor hacer las noticias que recibirlas; ser un actor que un crítico". Einstein disintió. "Mejor un espectador que discierne que un actor iluminado con luz eléctrica", dijo. A los 70 años escribió: "Mis realizaciones han sido sobrevaluadas por encima de todos los limites comprensibles. La humanidad necesita unos pocos ídolos románticos como punto de luz en el grisáceo campo de la existencia terrenal. Yo me he convertido en ese punto de luz".
Aunque tuvo algunos amigos íntimos, era un hombre solitario. "Es extraño, escribió, ser tan conocido universalmente y sin embargo sentirme tan solo". Cuando se le preguntó cuál podía ser el medio de vida ideal para un científico respondió: "guardafaro". A pesar de toda su indiferencia y de su voluntad de acero, era un hombre tremendamente cálido. Un demócrata, tanto en la práctica como en la teoría, que trataba del mismo modo amigable y sin pretensiones a conserjes y jefes de Estado, a estudiantes y a estrellas de cine. El periodista Banesh Hoffman siempre recuerda que cuando le presentaron a Einstein en los años 40 estaba intimidado y atemorizado. Ni bien empezaron a hablar, el científico le dijo: "Por favor, vaya despacio. No entiendo las cosas rápidamente". Cuando dijo eso, recuerda Hoffman, "todos mis temores desaparecieron. Fue mágico: nos trató a todos como iguales."
ARTISTA DE LA CIENCIA. Si bien habría tenido todas las excusas para retirarse a la intimidad que ansiaba, Einstein eligió sumergirse en los asuntos de este mundo. "Uno debe dividir su tiempo entre la política y las ecuaciones"', decía. Era, además, un gran artista intuitivo de la ciencia, pero por sobre todo un hombre excesivamente persistente. "Einstein nunca se entregaba", recuerda Hoffman. Strauss, ayudante del científico entre 1944 y 1948, recuerda haber tenido oportunidad de observar la tenacidad casi maniática de Einstein. Una vez habían terminado de escribir un trabajo en conjunto y estaban buscando un clip para los papeles. De repente encontraron uno, pero demasiado estropeado como para ser utilizado. Einstein estaba tratando de enderezarlo con una herramienta, cuando su ayudante encontró una caja de clip nuevos. Sin embargo, el científico continuó su tarea. "Cuando le pregunté qué estaba haciendo, recuerda Strauss, me dijo: Una vez que me fijo un objetivo se hace difícil apartarme".
Pero Einstein también tenía sus defectos. Según sus propias palabras, "no era un buen hombre de familia". Olvidaba con frecuencia los cumpleaños de sus hijos y confiaba a sus amigos que se había casado vergonzosamente en dos ocasiones y había terminado, como Mark Twain, cuidado como un niño por mujeres que le alcanzaban sus pantuflas y le negaban sus apreciados cigarros. Tampoco como docente era un hombre especialmente dotado. Indiferente a la retórica, daba conferencias en voz casi imperceptible, con la mirada perdida en un punto intermedio y con un estilo que un estudiante describió como "pensando en voz alta". Como señala Abraham Pais, autor de una biografía sobre su vida:"nadie obtuvo nunca el doctorado estudiando con Einstein". Era frecuentemente tan rudo como discreto. En una oportunidad asistió a un banquete en la Universidad de Ginebra con el que se conmemoraba el 350° aniversario de su fundación por Calvino. Einstein le dijo a un aristocrático caballero sentado a su lado: "¿Sabe usted qué hubiera hecho Calvino si aún hubiera estado aquí?. . . Nos habría quemado a todos por gula pecaminosa". Einstein fue adorado, pero también detestado. "Es posible que haya sido odiado de la misma manera en que fue amado a lo largo de su vida", escribe John Satchel. "Fue odiado como judío, demócrata, partidario de la teoría de libre albedrío en la esfera civil, radical, y en años posteriores socialista".
DIOS Y LA CREACIÓN. Era profundamente religioso. Pero si le preguntaban si creía en Dios su respuesta era que creía en el Dios de Spinoza, "porque se revela en la armonía de todo lo existente". Para Spinoza, así como para Einstein, Dios es naturaleza. El científico escribió: "Lo que veo en la naturaleza es una estructura magnífica que sólo podemos comprender de modo muy imperfecto y que debe llegar a un ser pensante con un sentimiento de humildad. Este es un sentimiento auténticamente religioso que nada tiene que ver con el misticismo. . ." Y agrega: "Mi religiosidad consiste en una admiración humilde del espíritu infinitamente superior que se revela en lo poco que nosotros, con nuestro entendimiento débil y transitorio, podemos comprender de la realidad".
"Deseo saber cómo Dios creó al mundo, decía Einstein. Deseo conocer sus pensamientos. El resto son detalles". Einstein sentía que la ciencia nunca podría reemplazar a Dios. "El conocimiento de lo que es,
no abre la puerta directamente a lo que debiera ser".
Einstein veía a Dios recubierto en preguntas, más que en respuestas: "Lo que en realidad me interesa, le dijo a su ayudante Ernst Strauss, es si Dios tuvo alguna oportunidad en la creación del mundo". Su personalidad estaba imbuida en un profundo sentido de lo oculto y de lo inescrutable. Decía siempre:"La más hermosa experiencia que podemos tener es lo oculto". Por declarar que "matar en la guerra no es un ápice mejor que cometer un crimen común", y por insistir que en la era nuclear "la humanidad podrá salvarse solamente por un sistema supranacional", Einstein fue llamado impráctico e ingenuo. La mejor respuesta a este cargo fue la suya: "¿Es realmente un signo de candidez imperdonable sugerir que los que están en el poder decidan entre sí que los conflictos futuros sean resueltos por medios constitucionales en vez de resolverlos mediante un sacrificio carente de sentido que consiste en grandes cantidades de vida?" "La carrera de armamentos difundida en todo el orbe, decía, que no sólo sofoca el progreso científico a través de las exigencias del secreto militar, sino que sirve para intensificar los temores de guerra, sólo se eliminará si la organización militar tradicional es sustituida por una autoridad militar supranacional que encuentre un exclusivo control de todas las armas detestables".
En 1945, cuando Einstein escribió estas palabras, habían pocas armas nucleares en el mundo. Hoy existen 50.000, con una fuerza destructora total de 4 toneladas de TNT para cada persona sobre la tierra.
Una declaración contra el empleo de armas nucleares, bosquejada por Bertrand Russell y firmada por Einstein, explicó así la situación: "Existen ante nosotros, si nosotros elegimos, progresos continuos en felicidad, conocimiento y sabiduría. ¿Elegiremos, en cambio, la muerte porque no podemos olvidar nuestras diferencias? Apelamos, a que los seres humanos recuerden su humanidad y olviden el resto".
En su lecho de muerte Einstein se negó a considerar la cirugía para el aneurisma de aorta que había ocasionado su colapso. "Es de mal gusto prolongar la vida por medios artificiales", dijo. "Yo he hecho mi aporte. Es tiempo de irme". Su cuerpo fue cremado sin ceremonia. Las cenizas se esparcieron en un campo abierto, de modo que nadie pudiera hacer un peregrinaje a su tumba. Frank Press, asesor científico del presidente Carter, dijo en Princeton en 1979, al conmemorar el centenario de su nacimiento: "Si Einstein estuviera hoy con nosotros, quedaría pasmado al saber que el mundo gasta hoy más de 350 billones de dólares al año en armas, y más de 30 billones de dólares en su investigación y desarrollo". 

 

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