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Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

REVISTERO
INTERNACIONAL

 

¿Asesinaron a Emilio Zola?
En París vuelve a afirmarse, después de medio siglo, que el autor de "Teresa Raquin" fue asfixiado en forma criminal.
Por José Ignacio Arcelu

Revista Vea y Lea
1954

 


Emilio Zola con sus dos hijas


Sobre una locomotora Zola se "documenta" para su novela "la bestia humana"

 

 

 

Emilio Zola era hombre de partido y de lucha hasta en el arte. El no fué creador del llamado naturalismo —la tendencia a pintar los aspectos bajos o repelentes de la vida es tan vieja como el arte, y las literaturas clásicas de Grecia, de Roma y de España rebosan de obras naturalistas—; pero Zola fué, en el siglo XIX, algo así como un profesional del naturalismo; el escritor más sistemáticamente aplicado a representar las debilidades del ser humano.
Tenía, desde luego, grandes cualidades literarias: vigor expresivo, por ejemplo, y elocuencia, de manera que sus obras —"La taberna" (L'assommoir), "Nana". "La tierra", "El desastre" (La débácle)...— se difundían rápidamente, promoviendo mucho ruido.
Emilio Zola, que en varias ocasiones se hizo fotografiar apuntando en hojas de papel las noticias e impresiones que iba recogiendo para sus libros, puede ser considerado, a veces, como un gran reportero sensacionalista.

POR Y CONTRA ZOLA
A esta actitud naturalmente polémica correspondieron vivas simpatías y, claro está, antipatías.
Ernesto Renán, una de las eminencias intelectuales de la época, mantiene con un periodista, Brulat, este diálogo respecto al posible ingreso de Zola en la Academia.
—¿Cree usted, maestro —pregunta Brulat—, que Zola tenga probabilidades de ser elegido?
—No —responde decididamente el autor de la "Vida de Jesús"—; no lo creo.
—Y, ¿más adelante?
—Más adelante, quizá. Hay que resignarse a que, de cuando en cuando, la Academia haga una tontería.
—¿Qué piensa usted de las obras de Zola? ¿Las ha leído?
—¿Leerlas? Me guardaré mucho...
El periodista le ofrece, de parte de Zola, ''El pecado del abate Mouret", que Renán admite, encogiéndose de hombros:
—Bien. Déjeme eso, y cuando tenga una crisis de reumatismo lo leeré.
Anatole France, habitualmente mesurado y sereno, ataca a Zola cuando publica "La tierra" con una violencia casi increíble en tan fino literato.
"Tal vez el señor Zola haya tenido antes no digo un gran talento, un talento gordo. Se puede suponer que le queden algunos residuos, pero confieso que a mí me cuesta trabajo creerlo. Su obra es mala y él uno de esos desdichados de quienes se puede decir que más valiera que no hubiesen nacido...".
Los entusiastas de Zola, que eran numerosos, replicaban a estos juicios agrios con no menor acidez.
Algunos atribuían los ataques a la envidia.
Incluso a la envidia económica: Zola, que reunió una fortuna de bastantes millones, vendía muchas más novelas que Daudet, Flaubert, Goncourt y todos los otros novelistas franceses. Naturalmente no tenemos la intención de sentenciar ese pleito aquí: lo mencionamos sólo con objeto de sugerir la atmósfera tempestuosa que rodeó siempre a Zola.

EL ASUNTO DREYFUS
En 1897 Emilio Zola tropezó con el asunto Dreyfus.
Lo recordaremos muy sumariamente. El ejército francés había advertido que alguno de sus miembros facilitaba informaciones a la embajada de Alemania en París. Los investigadores decidieron que el espía era el capitán de artillería judío Alfredo Dreyfus. No existía prueba alguna contra él; él negaba la traición y por otra parte podía recelarse que la sospecha estuviera suscitada por el antisemitismo, entonces muy fuerte en ciertos círculos de Francia y también por la antipatía personal que inspiraba Dreyfus, hombre rico, de carácter retraído e inexpresivo.
Un consejo de guerra, evidentemente influido por los prejuicios del instructor del proceso, juzgó al capitán y como traidor lo condenó —diciembre de 1894— a la degradación y a prisión perpetua.
Varios años estuvo el capitán inocente sufriendo su martirio en la lejana isla del Diablo.
Su hermano y alguna que otra persona se afanaban por saber con exactitud qué había ocurrido.
Averiguaron ante todo que el juicio estuvo rodeado de absoluta oscuridad. Distinguieron, en seguida, moviéndose alrededor del acusado figuras con más aire de enemigos que de jueces. Luego, les fué imposible columbrar algo que precisara la culpa del capitán. Pero, entonces, ¿por qué se le había condenado? Se murmuraba que existían cargos definitivos de la traición, mas tan delicados que no se los podía exhibir... ¿Debía entenderse, llanamente, que el consejo de guerra había condenado sin pruebas?
El hermano del capitán Dreyfus descubrió algo todavía: que unos trozos de carta recogidos en la embajada de Alemania, atribuidos a su hermano, los escribió realmente un oficial que servía en el ejército francés, de origen extranjero, un tal. Esterhazy. ¡Era Esterhazy el autor de los trozos de carta sobre los que realmente se había edificado el proceso Dreyfus!

¡YO ACUSO!
En esta época —fines de 1897— Emilio Zola comenzó a interesarse por el asunto Dreyfus: hasta entonces había considerado justa, como casi todos los franceses, la condena del capitán "traidor".
Se ha dicho que el novelista-reportero se aplicó a poner en claro aquel error judicial atraído por cuanto tenía de dramático, como una historia espeluznante, de mucha emoción para el gran público.
También se murmuró que pretendía, convirtiéndose en paladín de Dreyfus, alcanzar la estatura política que había adquirido Víctor Hugo bichando contra Napoleón III.
Son interpretaciones ruines de un rasgo hermoso. El hecho es que Emilio Zola se precipitó con heroísmo a la lucha por la justicia.
En noviembre y diciembre de 1897 publica varios artículos en Le Fígaro proclamando la inocencia del capitán preso. En enero de 1898, cuando Esterhazy, denunciado por el hermano del capitán Dreyfus, es absuelto, lo que equivale a ratificar la condena del mártir de la isla del Diablo, lanza en el diario L'Aurore la acusación contra todos los jueces e inspiradores del proceso de 1894.
Él la había titulado "Carta al señor Félix Faure, presidente de la República", pero el director de L'Aurore, Clemenceau, mejoró el título cambiándolo por J'accuse... (Yo acuso).
Este grito pasional corresponde perfectamente al fervor y la violencia con que la carta está escrita. Más que exponer, Zola vocea, ruge sus razones contra los perseguidores de un inocente. "Yo acuso"... ''Yo acuso"... "Yo acuso"... "Yo acuso"... "Yo acuso"... Así grita siete veces Emilio Zola al final de su carta al presidente de la República. Acusa a ministros y ex ministros, al generalísimo, a la justicia que condenó a Dreyfus, a las figuras y a las instituciones más fuertes del país. ¡El naturalista toma de pronto un aire de Don Quijote desafiando a la tierra toda, en nombre del ideal!

LA MUERTE DE ZOLA
Alargaríamos demasiado esta nota deteniéndonos a detallar lo que sucedió después del "Yo acuso". Zola fué procesado y condenado; las muchedumbres fanáticas lo acosaron; tuvo que huir a Inglaterra. Después se revisó el proceso del capitán Dreyfus, cuya pena fué reducida primero y suprimida en seguida. Por último, ya a principios de este siglo, Dreyfus quedó enteramente rehabilitado y volvió al ejército, donde alcanzó a servir como teniente coronel en la primera guerra mundial... El gran obrero de la buena obra fué en primer término Zola. Su "Yo acuso" levantó la emoción sin la cual difícilmente el inocente habría salido de la isla del Diablo y de seguro no hubiera podido recobrar del todo su honor.
Para entender lo que vamos a seguir diciendo importa recordar que, tras el "Yo acuso", el asunto Dreyfus tomó en los tribunales y fuera de ellos un aspecto patético y que corrió la sangre.
Hubo algunas muertes súbitas. Hubo accidentes y suicidios.
La imaginación popular no aceptó en todos los casos las noticias que se dieron respecto a las desapariciones de ciertos personajes. Se sospechó que algunos habían sido víctimas de asesinos. Y se aventuraron en privado y hasta en público relatos tenebrosos. Nosotros no podemos responder, por supuesto, del fundamento que tuvieran esas murmuraciones: nadie las probó.
Una de las muertes digamos misteriosas ocurridas durante el proceso Dreyfus —el ex capitán estaba ya en libertad, mas no rehabilitado aún— fué la de Emilio Zola.
El día 28 de septiembre de 1902 Emilio Zola y su esposa, que habían pasado el verano en su finca de Medan, regresaron a París. De madrugada la señora de Zola, sintiéndose indispuesta, se levantó para tomar un momento el aire. Su marido se quejaba de un fuerte dolor de cabeza.
—¿Llamamos? —propuso ella.
—No vale la pena —replicó Zola—. Se conoce que hemos comido algo que nos ha hecho daño. Ya ves que hasta el perro (uno que dormía con ellos) se siente mal.
—Debíamos llamar —insistió ella.
—Es inútil molestar a nadie. Se nos va a pasar en seguida.
Un rato después la señora se volvió a despertar, muy mareada. Se le iba la vista, pero entrevio que su esposo tenía el cuerpo fuera del lecho y la cabeza caída. Balbuceó:
—¡Emilio! ¡Emilio! Acuéstate...
No pudo continuar. Se desvaneció...
A la mañana siguiente los criados, que no oían llamar, como de costumbre, al matrimonio, llamaron ellos a la puerta del dormitorio.
Nadie les contestó.
Cuando rompieron la cerradura de la habitación encontraron a la señora en el lecho sin conocimiento. Zola estaba en medio del dormitorio, como si arrastrándose hacia el balcón cerrado se hubiera abatido finalmente. La señora pudo ser reanimada pronto por los médicos. Él estaba muerto. ¿Quién lo había matado?

¿QUIEN?
El óxido de carbono, evidentemente.
El 28 de septiembre había mucha humedad y los esposos Zola mandaron encender la chimenea de su dormitorio. Al criado que lo hizo le pareció que ardía mal y abrió de par en par el balcón para ventilar la pieza. La cerró al cabo de un rato, cuando ya creyó el aire limpio y la chimenea funcionando con normalidad. Los esposos Zola se retiraron a descansar al calor del fuego encendido.
Pero seguía ardiendo mal. La chimenea —luego se vio— estaba obstruida por unos cascotes y el óxido de carbono que no encontraba salida iba envenenando el aire del dormitorio...
Se supo cómo se había obstruido la chimenea: habían caído sobre ella escombros de cierta obra hecha en el piso de arriba, en el verano.
Un accidente, concluyó el juzgado que intervino en el caso.
Sobreviniendo todavía en medio del asunto Dreyfus y después de tantas peripecias, el tal accidente pareció sospechoso a muchos.
Se habló de suicidio. Se habló de atentado de los monárquicos o las derechas. Se habló de ejecución ordenada por el Servicio Secreto.
Igual que en el caso de otras muertes súbitas ocurridas durante el asunto Dreyfus, nadie prohijó resueltamente ni trató de probar los chismes callejeros, que se fueron desvaneciendo poco a poco.
Resucitan al cabo de mas de medio siglo y por eso traemos a VEA y LEA la vieja historia. En 1953 y 1954 circula por París unía nueva versión de lo que llaman "el asesinato de Zola".
Un señor Hacquin, amigo de un patrón fumista ya difunto, ha divulgado la confidencia que asegura recibió de su viejo amigo el estufero: "Zola fué asfixiado voluntariamente. Taparon la chimenea el día 28, y al siguiente, aprovechando el desconcierto en la casa, la destaparon"... Dejando, sin embargo, algunos cascotes de residuo.
Según el escritor Armando Lánoux, autor del libro "Buenos días, señor Zola", se habría tenido, más bien que la intención de matar al autor de Naná, la de gastarle una broma pesada.
Estas noticias e hipótesis se dan con aire muy serio y al parecer encuentran crédito en París. Por nuestra parte, no ocultaremos cierta desconfianza de principio respecto a una información que descansa en un fumista desconocido. 'Fumiste' en francés significa, además de "operario de chimeneas", "bromista", "cachador". ¿No será una 'fumisterie' lo que nos entregan de parte de ese 'fumiste' ignoto?