Volver al Indice

crónicas del siglo pasado

 

Los grandes de la tierra II

 


Revistero

 


 


Nikita Khrushchev


Francisco José de Liechtenstein


La reina Isabel II


Dwight D. Eisenhower

 

 

 

EN EL NUMERO anterior hemos echado un vistazo sobre la vida privada del emperador Hirohito, de Charles de Gaulle, de uno de los regentes de la República de San Marino, Forcellini IV, y del mariscal Tito. Hemos visto cómo estos protagonistas de la historia contemporánea, elevados por encima de los otros hombres, pasan las horas libres que sus compromisos de gobierno les dejan, cómo visten, qué comen, cómo se divierten, cuáles son sus ocupaciones favoritas, cómo se desarrolla su vida matrimonial, si pueden considerarse felices o no. Prosiguiendo la encuesta, nuestra atención se dirige hoy a la reina Isabel de Inglaterra, al primer ministro soviético Khrushchev, al presidente Eisenhower y al príncipe de Liechtenstein, Francisco José II; cuatro poderosos, cuatro personalidades diversas, unidas por el hilo de un mismo destino: reinar sobre sus pueblos.

NIKITA KHRUSHCHEV 
Su nombre significa "escarabajo"
"NO ME DEDICO a la pesca con anzuelo", declaró Nikita Sergejevich Khrushchev durante su reciente discurso en el Soviet Supremo. "Yo dejo en paz a los peces...". En realidad, si hoy ya no pesca tanto como en otros tiempos, sigue siendo un excelente y apasionado cazador. Cuando en febrero del año pasado el primer ministro británico McMillan viajó a Moscú en misión diplomática, Nikita Khrushchev invitó a su huésped a una cacería del oso, en el sur de Moscú. El programa era partir durante la noche con un tren especial, para llegar a la mañana temprano a los cotos de caza y comenzar con el primer albor. Khrushchev sufrió una profunda decepción al comprobar que el ilustre invitado tenía un fuerte resfrío y no parecía muy dispuesto a secundar sus planes.
El sucesor de Lenín y Stalin cumplirá este 17 de abril 66 años, pero sus manos no tiemblan. Con la misma tranquilidad y aplomo con que afronta el programa de su plan de gobierno, apunta con su escopeta a palomas y pavos. Recientemente, durante una cacería en Rumania mató a tres osos, un zorro y numerosas liebres.
Se dice que en su juventud Nikita Khrushchev cantaba, bailaba y bebía en abundancia. Tenía entonces una típica cabellera, negra y ondulada. Con respecto a la bebida, desde hace un tiempo se ha moderado considerablemente. El hombre más notorio del Estado debe dar el buen ejemplo a su pueblo de doscientos millones de almas. Además, los médicos, sin duda, le han prohibido las "cosas fuertes", y, por lo que puede apreciarse, Nikita se atiene al consejo. No baila más y canta raramente en público, salvo una que otra vez la Internacional.
Pero quién sabe si el abuelo Khrushchev, en la intimidad de su dicha privada, no entonará una canción de cuna a sus nietitos, o una sentimental melodía popular rusa... Pues Nikita pasa en compañía de sus nietos sus pocas horas de ocio, y éste es un dato seguro, ya que él mismo lo ha dejado escapar durante una recepción en la embajada británica. Hojea con ellos sus libros de cuentos, leyéndoles el texto y explicándoles el significado de las ilustraciones. Pero desgraciadamente, la alta política —se ha lamentado guiñando un ojo— le deja muy poco tiempo para ser hombre y abuelo.
La maciza figura del jefe supremo de todas las Rusias deja suponer que en la mesa de Nina Petrovna, su esposa, es un buen comensal. Su plato preferido —y también ésta es una confesión personal— es una genuina sopa ucraniana, borscht, rica en calorías, sobre la cual navegan los ojos de grasa de un vigoroso agregado de crema ácida. Dentro del líquido nada también una voluminosa albóndiga y, naturalmente, kapussta (repollo) en cantidad.
Cuántos trajes posee en su guardarropa el primer secretario del partido y jefe del gobierno de la Unión Soviética, es algo que se ignora. Una sola cosa se sabe con certeza y es que no hay en él ni frac ni smoking. Las concesiones de Nikita Khrushchev a las exigencias del protocolo diplomático llegan únicamente hasta el traje negro, que viste acompañado de una corbata de seda gris.
La renta de Khrushchev es, por supuesto, un secreto de Estado celosamente custodiado. Toda suposición sería absurda ya que no existe ningún dato sobre el valor en rublos que tiene para el Kremlin su personaje más importante. El jefe supremo del partido posee lógicamente una casa de campo privada en las afueras de Moscú, quizás dos, como los moscovitas pudientes. Tampoco es posible conocer con precisión a cuántos ascienden los automóviles —privados o del Estado— que están a disposición de Nikita Khrushchev. Las más de las veces viaja en el asiento posterior de una limousine negra SIL (la ex SIS, llamada así después de Stalin), provista de bandas grises y cortinas color torcaza. Pero actualmente, en el garage del que fuera campesino en Kalinovka, pueden verse también los últimos modelos de Chaika, que significa "gaviota". Cuando hace calor y brilla el sol, prefiere un cabriolet SIL abierto. De ese modo puede ser visto mejor y personalmente también ve más. Stalin era un trabajador nocturno. "En el Kremlin todavía hay luz", se susurraba entonces. Khrushchev, en cambio, prefiere trabajar de día. Comienza en las primeras horas de la mañana. Uno de sus proverbios favoritos —y se admite sin discusión que Nikita es el mayor conocedor viviente de proverbios de la Unión Soviética— es: "Si quieres hacer algo bueno, empiézalo a la mañana". Las personas que lo rodean aseguran que por lo general en las horas de la tarde está más nervioso e irritable que de mañana.
Stalin había establecido su residencia en el Kremlin. Khrushchev sólo concurre a él para trabajar. Pero no se sabe exactamente dónde vive en Moscú. Muchos sostienen que su casa es una de las villas ocultas tras un muro amarillo que fueran construidas tres años atrás en la colina Lenín, en la calle de los Gorriones. A sus pies serpentea la maravillosa ciudad de Moscú. Desde lo alto de esta colina, rebautizada con el nombre de Lenin, la contempló un día —hace ciento cuarenta y siete años— otro poderoso personaje de la historia mundial: Napoleón Bonaparte.
Hoy habita en ella el ex joven pastor de Kalinovka, más poderoso aún que Napoleón.


Francisco José de Liechtenstein
Soberano sin soldados ni pupitre

ANTES DE LA GUERRA, el príncipe de Liechtenstein, Francisco José, era considerado como uno de los hombres más ricos de Europa. Posee la mayor pinacoteca privada del mundo (los expertos más cautos estiman que vale más de dieciocho millones de dólares). Sin embargo, la mayor parte de su fortuna, que en un tiempo era fabulosa, quedó del otro lado de la cortina de hierro. La República Popular Checoslovaca, en efecto, ha expropiado las tierras que se hallaban dentro de sus confines. Con dos mil kilómetros cuadrados de superficie, eran aproximadamente trece veces más extensos que todo su principado. Hoy Francisco José vive de los restos —bastante míseros— de aquella opulencia: una propiedad con viñedos en la Baja Austria (administrada por un hermano del príncipe), otro viñedo de tres hectáreas en Vaduz, trescientas hectáreas de bosque en Liechtenstein, una participación bancaria, y finalmente la Contina, Sociedad Anónima, de Vaduz, que fabrica la máquina de calcular más pequeña del mundo, un aparato fotográfico y un objetivo universal; (empresas que, según hemos oído decir, da pérdidas).
No obstante ello, el príncipe no cuesta un céntimo a sus súbditos. No tiene a su disposición ni siquiera un coche de servicio. Costea él mismo sus viajes con una Mercedes-Limousine 200 y la princesa se contenta con un pequeño Dauphine. En verdad le pertenece, además, el país entero. Su predecesor, Juan Adán, llamado el rico, lo compró hace doscientos cincuenta años al príncipe-abate Rupert von Kempten.
Cuando fuimos a entrevistar a los príncipes, nos recibió en la puerta del castillo el administrador Kniser, el hombre que vigila cien habitaciones y veinte criados. Nos introdujo en la sala de recepción, decorada con muebles del Renacimiento. Explicamos al príncipe, de cincuenta y tres años de edad, y a la princesa Gina, el motivo de nuestra visita: nada de política, solamente aspectos de la vida cotidiana. El príncipe mira a su consorte. Es un hombre sensible, que hasta parece tímido y que raramente recibe a periodistas.
Me levanto a las siete y media —comienza—. Luego suelo ir a misa. El desayuno es a las nueve...
Tras el desayuno lee el correo y los diarios de Zurich. A las doce y media se almuerza, en círculo reducido. De sus cuatro hijos, sólo la princesita Nora está en la casa. Los tres mayores estudian en el gimnasio escocés de Viena, donde también lo hiciera el padre.
—¿Un plato preferido? —dice la princesa—. No sé... ¿tienes alguno? Probablemente el bistec a la tártara. ¡Por la línea!
Después de comer el príncipe se pasea o se dedica a algún deporte. Es un excelente esquiador y nadador y practica atletismo ligero. Como representante de su país ha sido invitado a formar parte del Comité de las Olimpíadas. Asiste a las sesiones "si no se encuentra en Japón o Australia". Por otra parte, es decididamente reacio a participar de cualquier otro tipo de club o asociación. Tras el deporte viene el trabajo. Sabemos que no pocas veces llegan delegaciones de la limítrofe República Austriaca o de Suiza para rendir homenaje a la pareja principesca. Francisco José no hace comentarios. Dice tan sólo: "Vienen visitantes y también sostengo algunas conversaciones con el jefe del gobierno".
Los principales derechos constitucionales de Francisco José son: puede disolver el Parlamento de 15 miembros (constituido por los dos partidos que gobiernan juntos), debiendo, sin embargo, en ese caso convocar a nuevas elecciones en un plazo de seis semanas; puede vetar las leyes (nunca hizo valer este derecho, ni siquiera en los años críticos de la guerra).
—Y por la noche —continúa— nos sentamos en la salita de la princesa o en esta sala de la chimenea... El lee o mira hacer solitarios a su esposa.
Hacia el final de nuestra recorrida por el castillo, rogamos al príncipe que nos permita fotografiarlo sentado en su escritorio, mientras gobierna, por así decir. Con el teléfono en el oído, tal vez, o firmando algún documento que le presenta su canciller y frunciendo el entrecejo, tal como el lector se imagina a un príncipe mientras está reinando.
Francisco José II se muestra casi turbado.
—¿En mi escritorio? Claro... Pero el caso es... usted sabe...
La princesa sonríe:
—No tiene escritorio —confiesa.
Quedamos pasmados. Un príncipe reinante, con un castillo de cien habitaciones, con calefacción central, y sin soldados, puede pasar.
¿Pero sin escritorio?
—Usted verá —explica él mismo, riendo—, yo en realidad nunca escribo. Mi correspondencia, la dicto. Y cuando alguna que otra vez escribo algo, lo hago en el pupitre de mi mujer.
Escalera tras escalera, seguimos subiendo a través de corredores y estancias con soberbias vistas a los Alpes y al valle del Rin; pasamos ante fabulosos gobelinos, ante muebles antiguos y cuadros, muchos de los cuales tienen más valor del que posee un museo de mediana importancia.
El príncipe es un intrépido defensor de la libertad e independencia de su minúsculo reino. Si su predecesor logró resistir a Hitler, Francisco José II se resistió a Stalin negándose a entregar, después de la guerra, a 700 rusos desertores. No es de extrañar entonces que el principado más rico, más afortunado y envidiado del mundo se haya convertido en el sueño de todo aquel que desee eludir al fisco. Durante el período entre las dos guerras mundiales se podía adquirir la anhelada ciudadanía por cuarenta mil francos. Era entonces una suma considerable.
Más tarde, hallándonos en el hall del hotel "Vaduzer Hof", en la mesa vecina un norteamericano comenta sus impresiones. Las transcribimos: "He visto bastante mundo, pero el primer lugar donde me quedaría de buena gana es éste. ¿Los Estados Unidos? En Estados Unidos hay demasiados "sucedáneos". Yo vendría aquí...".
Vana ilusión. Ya no es posible "comprar" la ciudadanía. Inclusive se ha hecho difícil obtener un permiso de residencia permanente sin la ciudadanía. Entre estos muros del castillo, de 700 años de antigüedad, todo es quietud, belleza, paz y armonía. ¿De dónde deriva? ¿De la democracia? A propósito de democracia: el Parlamento de Liechtenstein, que es una "monarquía presidencial", cuesta sólo dos mil quinientos dólares a los contribuyentes de este Estado formado por quince mil almas. Un diputado, por su tarea legislativa, no recibe más sueldo que un obrero especializado. Y no hay ambiciones. ¿Dependerá de eso?

La reina Isabel II
Nada más que un símbolo de la tradición nacional
ENTRE TODOS LOS GRANDES de la Tierra, son pocos los que, como la reina de Inglaterra, están tan prisioneros del protocolo y de las tradiciones y son, al mismo tiempo, tan poco poderosos. El suyo es un poder puramente formal, es un símbolo de la tradición nacional y de la unión de todos los pueblos del Commenwealth —cerca de 539 millones de habitantes— de los que ella es el jefe. Los ingleses aman a su reina por y eso la miran, la observan y la juzgan, y ése es uno de los tantos motivos por los que Isabel II no puede hacer lo que quiere, sino que está obligada por la tradición y el conformismo: lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer es sabido, es intangible, es irremovible. Las críticas, cuando llegan, abarcan toda su vida, inclusive la privada, su manera de peinarse y de vestirse, su manera de hablar, de gesticular, de pronunciar los discursos. Debe ser conformista y estar a la moda, debe ser reservada y moderna, debe conciliar con frecuencia lo inconciliable, porque las costumbres evolucionan y los súbditos no aman a una reina demasiado distinta de ellos.
¿Puede considerarse feliz a la reina de Inglaterra? Ha sido educada para subir un día al trono, y tal vez el profundo sentimiento de estar cumpliendo una misión podrá darle esas satisfacciones que la vida, por cierto, no puede ofrecerle. El marido, Felipe de Edimburgo, no está dispuesto a ceñirse a una etiqueta tan rígida, y ello constituye motivos de desacuerdo. La jornada de la reina es pesada: por lo general Isabel se levanta por la mañana, sobre todo si está en su residencia londinense de Buckingham Palace, a las 7.30 o, a más tardar, a las ocho. Desayuna con Felipe en sus habitaciones, luego se dedica un poco a la lectura de los diarios (y, sentada frente al marido que la observa, se ruboriza si tropieza con alguna critica maliciosa respecto a él) y finalmente contesta, ayudada por el consorte, a las numerosas cartas privadas que le llegan diariamente. Luego viene la hora de prepararse para presentarse ante el público. Por lo general dos camareras le ayudan a ponerse el vestido y a peinarse.
Se llega así al cuarto de hora que el tiempo le concede para entretenerse con la hija Anne, antes de que la niña se dirija a sus lecciones privadas.
Hemos llegado así a las diez de la mañana. Es el momento en el que Isabel inicia la vida pública. Comienza por leer y firmar documentos y cartas oficiales, ayudada por tres secretarias, y a recibir a miembros del gobierno, gobernadores de las colonias de paso por Londres y diplomáticos extranjeros. A causa de su timidez, no es ésa una de las labores que le resultan más agradables, pero la realiza de buen grado por el concepto que tiene de su alta misión, aunque sin poder ocultar, al final de la misma, un suspiro de alivio. Ha llegado así la hora de la comida, que a veces efectúa en sus habitaciones, en medio de la familia, y otras veces en "lunches" oficiales. Una vez por mes la reina ofrece comidas "informales", o sea sin etiqueta rígida, a personas que se han distinguido en sus esferas de actividades: generales, diplomáticos, científicos, etc. (en general, los invitados no superan nunca el número de ocho). Isabel no tiene un menú típico: en sus comidas prefiere platos simples, seguidos de fruta y queso. Su plato preferido es el asado.
Durante la tarde se dedica, por lo general, a ceremonias públicas: visitas a hospitales, inspecciones en las escuelas o en las minas, "garden-parties", finales de fútbol por la copa anual, etc. Por lo general cena en su casa, muy pocas veces fuera de ella, contrariamente al príncipe, a quien le gusta salir. Después de la cena, a veces va al teatro, oficialmente o de modo privado, pero rara vez se acuesta después de medianoche. Para las ceremonias oficiales lleva vestidos de gala, largos y amplios, con tiara y la Orden de la Jarretera, y le gusta adornarse con retratos en miniatura, los "brooches" del padre y del abuelo.
Tiene a su disposición un Rolls-Royce, tres Daimler, dos convertibles y un Rover, mientras que Felipe tiene un Lagonda, el auto del deportista aristocrático. Isabel tiene un solo "hobby" serio: los caballos. Tiene caballerizas que dirige con verdadero interés, con mucha experiencia y conocimientos, y puede decirse que es la única propietaria de caballerizas que ha sabido hacer rendir con lucimiento a sus caballos. En efecto, con frecuencia ha logrado ganar premios muy importantes.
Su pensión es de 60.000 libras por año, alrededor de los 14 millones de pesos argentinos; tiene, además, 185.000 libras para los salarios del personal, 121.800 para el mantenimiento de sus residencias 13.200 para gastar en beneficencia y 95.000 libras para los eventuales aumentos del costo de la vida. En cambio, la pensión de Felipe es mucho menor.
Como ya se dijo, la reina Isabel ejerce su poder sobre 539 millones de habitantes, los que forman el Commonwealth, del que ella es el símbolo y la jefa. Tiene tres hijos, Carlos, Anna y Andrés, este último nacido el 19 de febrero de este año. 

Dwight D. Eisenhower
Los años de la infancia signaron profundamente su carácter
EL PRESIDENTE DE los Estados Unidos de Norteamérica comienza su día oficial alrededor de las nueve de la mañana. Con paso aún joven, desciende del primer piso de la Casa Blanca, donde tiene su residencia, a la planta baja, destinada al despacho presidencial y a las salas de recepción, conferencias de prensa, etc.
Penetra en un recinto de forma ovalada, lujoso sin ostentación, cuyas paredes pintadas de verde claro prestan al ambiente cierta serenidad. Aquí y allá, grabados de Washington, de Lincoln, de Franklin, del general Lee. En la biblioteca, pocos libros, casi todos escritos por anteriores presidentes. Sobre su mesa de trabajo, las fotografías de su madre, de su hijo John, de su nuera y de sus tres nietos. Uno de los hombres más poderosos del mundo se dispone a enfrentar la tarea cotidiana.
Ike es un hombre dinámico. Ese dinamismo no se traduce solamente en la vivacidad de sus movimientos, sino también en su rapidez mental. Su hermano Earl recuerda haberlo visto tomar no menos de seis decisiones importantes en el curso de media hora. Según William E. Robinson, presidente de "Coca-Cola" y compañero de deporte del presidente, "éste posee una especie de intuición que le permite decidir sin dilaciones asuntos de gran trascendencia". Esa cualidad también fué destacada por sir Winston Churchill en sus "Memorias", en las que Eisenhower aparece como un hombre capaz de prever o presentir en determinado momento el curso de los acontecimientos. Los muchos amigos de Ike podrían atestiguar que éste también es capaz de realizar otras hazañas menores; por ejemplo, manejar un avión, pintar buenos retratos, jugar al golf como un campeón, pescar como un profesional y batir a todos sus adversarios en una mesa de bridge. Pero al margen de esas frivolidades, Dwight Eisenhower ha demostrado que sabe hacer cosas más importantes, como escribir libros (merece mención especial su obra "Cruzada en Europa"), ser jefe supremo de millares de hombres reunidos en un victorioso ejercito aliado, conducir los destinos de 50 estados, y ejercer la presidencia de una casa de estudios tan prestigiosa como la Universidad de Columbia.
Físicamente, Ike es un hombre alto y robusto, de rostro coloreado y penetrantes ojos azules. El escaso cabello que le queda se ha tornado gris, de rubio que era en otros tiempos. Viste con elegancia y sobriedad, según la tradición de la academia militar de West Point, donde se graduó. Quien hubiera conversado personalmente con él, habría observado su costumbre de repetir ciertos gestos y actitudes: mueve constantemente las manos, grandes y musculosas, y esboza a menudo el ademán de rascarse la oreja derecha; juguetea con sus anteojos y se lleva a la boca las patillas de carey. Para dar énfasis a ciertas afirmaciones, utiliza con frecuencia la palabra "especialmente".
Los problemas de salud (un ataque al corazón en 1955, una operación intestinal al año siguiente, y serios inconvenientes en los últimos tiempos), no parecen disminuir la vitalidad de un hombre cuya infancia ha transcurrido en el campo y que ha heredado de su padre una sólida constitución. El hermano mayor de Ike, Edgar, recuerda una emotiva anécdota acerca de la salud del presidente. Tenía éste dieciséis años cuando una herida en la rodilla le provocó un grave envenenamiento de la sangre. El médico, desesperado de salvar la pierna, habló de amputar. En el estado de semiinconsciente en que se hallaba, Ike captó la situación y llamando a su hermano Edgar, le suplicó que montara guardia junto a su cama para impedir la operación. Dos días y dos noches Edgar permaneció al lado de Ike, sin dejar que el médico interviniera, salvo para administrarle remedios bucales. Al tercer día, la juventud del enfermo ganó la batalla: Ike se recuperó totalmente del accidente.
Nacido en Texas, el 4 de octubre da 1890, el presidente Eisenhower guarda un imborrable recuerdo de su infancia en la ciudad de Abilene, junto a sus cinco hermanos: las peleas amistosas con Edgar, las excursiones con Roy para vender los productos de la huerta de su casa, los cuidados del pequeño Eearl, ocho años menor que él. Los primeros tiempos de la vida del futuro presidente parecen indicar que éste tenía un espíritu movedizo y travieso. Diferentes anécdotas lo muestran defendiendo el prestigio de su Estado sureño frente a un forzudo representante del Norte que no logra vencerlo, obligando a su hermano Roy a realizar saltos mortales sobre un montón de paja, emborrachando a una gallina con cerveza, trayendo animales al hogar paterno (el perrito Flip había de ser recordado cariñosamente por toda la familia), etc.
El régimen de la casa era espartano: los seis hermanos recibieron una educación sana y severa, en la que no faltaron ni los merecidos castigos corporales, ni los abundantes platos de polenta, chorizos fritos y budines holandeses, que la tradición conservó en Pensilvania. La lectura de la Biblia era obligatoria, y tal vez de aquellos primeros años le queda al actual presidente una sólida formación religiosa, canalizada por el culto presbiteriano.
El día en que se graduó teniente primero, Dwight Eisenhower se casó con Mamie Geneva Doud, a la que había conocido poco antes en San Antonio. De los dos hijos del matrimonio, el primero murió de escarlatina a los tres años de edad, y el segundo, John, siguió la carrera militar de su padre: actualmente es mayor del ejército y ejerce las funciones de secretario particular en la Casa Blanca.
Quienes conocen de cerca al presidente lo tienen por un hombre de buen talante, pero muy serio en cuanto se trata de problemas políticos Sus colaboradores hablan de su buen humor y su sonrisa, pero también recuerdan sus memorables "explosiones" de carácter. Cuando pierde la paciencia, Eisenhower se irrita en alto grado: tal cosa ocurrió en una conferencia de prensa en la que un periodista le faltó al respeto. El presidente, con el rostro congestionado, avanzó hacia el impertinente y tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse en el gesto y el lenguaje.
El hombre que habita la Casa Blanca, sobre la que flota el pabellón norteamericano y el gallardete presidencial (blanco sobre fondo azul oscuro), tiene un sueldo de 100.000 dólares anuales, sujetos a impuestos. Además, el Parlamento le acuerda 50.000 dólares en concepto de gastos de representación, más 40.000 dólares para viáticos y atenciones oficiales.
Pese a los múltiples y gravísimos problemas que se le plantean diariamente, Dwight Eisenhower practica la virtud napoleónica de olvidarse de su abrumadora tarea a la hora de dormir y de aprovechar íntegramente las horas de sueño.

revista vea y lea 
14/04/1960