MAYO 22, 1939
El Pacto de Acero

 

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pie de fotos
-Se firma el Pacto en la Cancillería del Reich: De aquí a la derrota
-Firmante Ciano: A. Berlín
-Los líderes: el espacio vital

 

En la mañana del 6 de mayo de 1939 —un sábado tibio, apenas cubierto por un vaho de niebla—, Joachim von Ribbentrop, Ministro de Asuntos Exteriores del III Reich, llega a Milán para conferenciar con su par en Italia, el conde Galeazzo Ciano. La ciudad está embanderada y todas las organizaciones del fascio se movilizan para brindar al huésped una acogida memorable. El despliegue de símbolos y consignas se realiza con el fasto y obsesiva pulcritud que exigen los nazis. Sin embargo, Ciano está intranquilo: dos semanas atrás, Attolico, su Embajador en Berlín, le ha telegrafiado que la intervención alemana en Polonia es inminente. Ahora, en medio de la ceremonia, teme no poder cumplir unas instrucciones escritas del Duce: frenar el ímpetu alemán. Es que Italia corre peligro de precipitarse a una guerra europea, para la que no está preparada. Por eso se adelantó el encuentro de los Ministros, planeado originalmente para un tiempo después.
No es el único cambio: la sede de las conversaciones iba a ser, en principio, la ciudad de Como, un recurso urdido por Mussolini para garantizar el marco de una población sumisa y entusiasta. Pero la prensa europea no malgasta la oportunidad de apuntar que se evita a Milán, un reducto hostil por los sentimientos antigermanos de sus habitantes. No es posible resistir el desafío: "Las entrevistas tendrán lugar en Milán —anota Ciano en su Diario, el 5 de mayo—. Así lo ha querido el Duce, para desmentir el rumor de sangrientas manifestaciones".
En Italia, sin embargo, nadie podía engañarse: la semana anterior habían estallado demostraciones de protesta en Bolonia, Roma, Nápoles y en la misma Milán. El semanario Giustizia e Libertá, —editado en París— señala que todas fueron reprimidas con una violencia salvaje. Como no desconoce la atmósfera de oposición, Mussolini ordena al Secretario del Partido, Starace, publicar una serie de circulares que invitan a los "fieles camaradas" a denunciar a los ciudadanos que manifiesten sentimientos hostiles hacia Alemania. La policía, por otra parte, se encarga de arrestar a los "agitadores" y alista sus cuadros para controlar el menor incidente. Es un momento demasiado grave para cometer un error.
A pesar de todo, Ciano tiene todavía algunas dudas; quizá por eso escribe, aliviado, en su Diario, la noche del 6 de mayo: "El recibimiento de Milán a Ribbentrop ha servido para disipar la leyenda de que el Norte de Italia era profundamente antialemán. La población milanesa, halagada también por el hecho de que, en fin de cuentas, la ciudad lombarda haya sido elegida como lugar de un acontecimiento importante, se manifestó con calor y espontaneidad. Yo mismo quedé sorprendido, más que del hecho en sí, del alcance de las demostraciones".
La verdad es que —a juzgar por los testimonios— la recepción ofrecida a Ribbentrop es resultado de una campaña de propaganda, no un síntoma de acuerdo. Pero ni Ciano ni Mussolini se preocupan: lo que cuenta es responder a las "calumnias" de la prensa francesa. En definitiva, el Duce opina que "la raza italiana es una raza de corderos. Debemos mantenerlos disciplinados y en uniforme de la mañana a la noche..."
El sábado, después de la cena en el Continental, Ciano y Ribbentrop coinciden en establecer una alianza. "He hallado por primera vez a mi colega germánico en una agradable distensión nerviosa —se alegra Ciano—. No pretendía cómo de costumbre, dar palos a ciegas. Al contrario, se mostró personalmente partidario de una política de moderación y de acuerdo, Naturalmente, dijo que dentro de algunos años tendremos que movernos y cosechar, pero aplazar su dinamismo es ya un notable acontecimiento."
La ingenuidad del Ministro italiano —yerno del Duce, casado con su hija mayor, Edda— es notable; así lo demostraron los acontecimientos futuros. Pero no estaba aún todo perdido: sólo el 22 de mayo de 1939 —hace treinta años— se firma el pacto bipartito que ata la Italia fascista al destino del III Reich; Mussolini lo define más tarde como el Pacto de Acero; no imagina, en su euforia, que lo llevará al fracasó y a la derrota.

Historia de unas malas relaciones
Esta amistad política, que entonces culmina, data de 1933, cuando el nacionalsocialismo accedió al poder en Alemania. Mussolini creyó ver "en el movimiento fascista que se desarrolla más allá de las fronteras de Italia -declaró en su mensaje al Fuhrer- la afirmación de un espíritu nuevo que, directa o indirectamente, se alimenta en aquel complejo sólido de doctrinas e instituciones, para lo cual Italia ha creado el Estado Moderno". 
Pero, después de tan auspicioso comienzo, las relaciones entre las potencias pierden el empuje inicial: Mussolini no ve con buenos ojos las pretensiones alemanas sobre Austria. Y hasta se enfrenta indirectamente con su futuro aliado enviando tropas al paso del Brennero.
En el verano de 1936 se invierte la tendencia: la guerra de España y la común participación junto a los falangistas —además de la congénita afinidad ideológica— favorecen el acercamiento entre Roma y Berlín.
A fines de setiembre de 1936, llega a Roma un emisario de Hitler, quien propone al Duce una visita oficial a Berlín; la nota reitera el propósito alemán de "considerar al Mediterráneo un mar italiano". El 22 de octubre, un par de meses después, Ciano y von Neurath firman un protocolo secreto que enuncia las coincidencias ítalo-germanas sobre la Sociedad de las Naciones, Abisinia, España, Austria. En este último punto, Hitler miente a ojos vistas, pero Mussolini finge creerle: no puede hacer otra cosa. Y el 1º de noviembre define el nuevo acuerdo como "un eje en torno del cual pueden gravitar todos los Estados europeos animados por la voluntad de colaborar en favor de la paz..." : La doblez del Duce sólo es comparable a la de su colega alemán: a los cinco días, el 6 de noviembre, después de acordar con Alemania y Japón un tratado para reprimir la infiltración comunista (los tres países se comprometen a intercambiar informes y consultas acerca del movimiento bolchevique), conversando con Ribbentrop en el Palacio Chigi, declara: "Estoy cansado de servir de centinela de la independencia austríaca". Afirma que, en caso de una nueva crisis en Viena, "Italia no haría nada". Es lo que Hitler espera: antes de tres meses, las tropas nazis se apoderan de la capital de Austria.
Aún vacila Mussolini cuando, en mayo de 1938, Alemania le propone una alianza militar. Es que aún no ha perdido del todo la esperanza de acordar con Francia una expansión colonial conjunta. Tampoco desconoce la germanofobia de los italianos: las plazas de Italia están pobladas de monumentos de héroes antialemanes; los libros de primera enseñanza exaltan a los discípulos contra el enemigo secular. El mismo Ciano no simpatiza con los alemanes; según se desprende de los agresivos comentarios de su Diario, es decididamente antialemán. Por eso, las conversaciones del 6 de mayo sorprenden a suegro y yerno en un desacuerdo crucial: Mussolini quiere firmar un pacto militar con Alemania, aunque no se hayan establecido fecha y modalidad; Ciano —preocupado por la invasión de Checoslovaquia— reclama seguridades antes de ligarse definitivamente al Gobierno de Berlín.
Pero, aunque Ribbentrop no lo hubiera convencido —como efectivamente ocurrió-—, no le quedaba otro camino que aceptar el compromiso, firmado dos semanas después: "El conde Ciano no era hombre que careciera de dignidad personal ni de valor físico —escribe Sumner Welles, enviado personal del Presidente Roosevelt a Roma—. Sin embargo, en el caso de una entrevista con Mussolini, lo vi temblar al menor signo de irritación del Dictador". La voluntad del Duce es ley; nadie, ni siquiera sus colaboradores cercanos— se atreve a desafiar sus mandatos.

Los lazos de acero
El Pacto de Acero se firma en la Cancillería del Reich, en Berlín. Ciano, que ingenuamente deja en manos de los nazis la redacción del tratado, concede a Ribbentrop el Collar de la Anunziata. "A Goering —se sorprende Ciano—, cuya posición es siempre altísima, se le llenaron los ojos de lágrimas cuando vio el Collar de la Anunziata alrededor del cuello de Ribbentrop."
Lo esencial del pacto está contenido en el artículo III: "Si, contra los votos y las esperanzas de las partes contratantes —reza—, una de ellas se viera arrastrada a complicaciones militares con otra potencia, u otras, la otra parte contratante intervendrá inmediatamente como aliada a su lado y la sostendrá con todas sus fuerzas militares, por tierra, mar y aire".
En la eventualidad de un conflicto armado, el artículo V prohibe a las dos potencias concluir un armisticio o una paz por separado. Hitler se encarga de añadir un preámbulo agresivo: "Las dos naciones, unidas por una profunda afinidad ideológica —proclama—, están resueltas a actuar juntas y unir sus fuerzas para obtener el espacio vital que les es necesario". La masacre europea tiene pasaporte.
Indeciso durante un año, Mussolini se ata irrevocablemente al régimen nazi; es un paso decisivo que conduce a Italia a la derrota. El artífice, Ciano, no tiene mejor suerte: cuatro años más tarde, el mismo Duce resuelve fusilarlo. "Las cabezas de los acusados o las vuestras", le dice al Presidente del Tribunal, Tringale Casanova, y hace matar por la espalda —como un traidor— a su yerno. Uno de los hijos de Ciano, acongojado por la decisión del abuelo, se tira de un balcón; sólo se rompe las piernas.
Ciano intenta una explicación cuando ya es tarde: en una celda de la cárcel de Verona, 20 días antes de ser fusilado (11 de enero de 1944), prologa con tristeza su Diario: "La tragedia italiana tuvo principio, en mi opinión, en agosto de 1939, cuando habiéndome trasladado a Salzburgo, me encontré, de improviso, frente a la fría y cínica determinación alemana de desencadenar el conflicto. No existía, a mi juicio, ninguna razón para ligarnos a vida y muerte a la Alemania nazi. Fui, en cambio, favorable a una política de colaboración porque, dada nuestra posición geográfica, si bien uno puede —y debe— detestar a la masa de 80 millones de alemanes, brutalmente plantada en el corazón de Europa, no es posible ignorarla".
Aunque sus palabras descarguen toda la maldad en los nazis, Ciano olvida un hecho capital: más que en los objetivos —compartidos por dos regímenes que se funden en una sola ideología—, Hitler anticipa el momento de lanzarse a la conquista. Ciano se lamenta de su fracaso, de haber contribuido a la ignominia que devastó a Europa.
En todo caso, de haber sido más lúcido —o menos obsecuente—, debió resistir cuatro años antes. No tuvo, en realidad, mucho tiempo para reparar el error: dos días después de la firma del pacto militar, el 24 de mayo de 1939, Hitler congrega, en secreto, a sus jefes militares. El tema de la reunión: la invasión de Polonia.
primera plana
20 de mayo de 1969