Un solo objetivo para los negros en USA
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pie de fotos
-Evers, un tiro de revólver en su espalda y un hito en la revolución
-cuatro rostros, Wright, Cobb, Tyiska, Saxon
-una forma de protesta, con batir de palmas, tres mujeres negras cantan "Quiero ser libre", mientras la policía actúa en un disturbio
-Martin Luther King
-una imagen para el futuro y una conquista del presente: la niña de la derecha lleva un cartel que dice: "estoy integrada y me gusta"
-Kennedy y una luchadora negra. El presidente ganó respaldo

 

Este Informe Especial fue preparado con los materiales provistos por Newsweek y cuyos derechos exclusivos de reproducción en la Argentina adquirió PRIMERA PLANA. Esos materiales incluyen el despliegue de una vasta investigación llevada por Newsweek de la siguiente manera; 25 de sus corresponsales entrevistaron a 100 líderes negros y otros 44 periodistas completaron la información resultante de una encuesta —levantada por la empresa neoyorkina de sondeo de opinión pública que dirige Louis Harris— que se desarrolló en todo el territorio de los Estados Unidos (Ver Carta al Lector, pág. 1).
Ya es un lugar común, una frase que se ha convertido en lema: la Revolución de los Negros. En 1963, diecinueve millones de personas se lanzaron a pedir el cumplimiento de una promesa llamada la Proclamación de la Emancipación y sorprendieron a la población blanca de los Estados Unidos —y a la de todo el mundo— no sólo por su coraje o su sentimiento de unidad: la sorprendieron por el firme, poderoso, bélico anhelo de luchar por sus derechos, a cualquier costo y de cualquier manera: cantando spirituals por las calles, resistiendo a los perros y a los chorros de agua de la policía, llenando las cárceles. La última manera fue y es morir bajo las balas del odio.
Pero, ¿de dónde viene esa revolución? ¿Cómo son y qué piensan quienes la conducen y la sustentan? Las intimidades de la protesta negra yacen en un mundo tan remoto como inusitado, quizá igualmente velado como el de las conquistas espaciales con las que coincide esta ola de rebeldía. Las preguntas se suman: ¿quiénes son los revolucionarios? ¿qué quieren? ¿cuan profunda es su queja? ¿cómo continuarán su combate?
La encuesta realizada ofrece estas primeras comprobaciones:
• La ola de protesta es auténtica, honda y amplia. Ha ganado el favor de grandes mayorías de negros, vivan donde vivan y sea cuál fuere su edad y situación económica. Los líderes son militantes porque así lo han elegido o porque no les quedó otro camino que elegirlo.
• El negro no ambiciona que se ponga coto a la discriminación en todas sus formas. Quiere, además, mejores trabajos, mejores salarios, mejores viviendas. Quiere tener el derecho de estar junto al blanco —vivir en la casa de al lado si así se le ocurre—, trabajar a su lado, mandar a los chicos a las mismas escuelas, comer en sus restaurantes, parar en sus hoteles, rezar en sus iglesias. Quiere, en definitiva, gozar de su parte en los bienes de la comunidad, desde la aspiradora eléctrica y las vestimentas hasta los derechos civiles.
• Los héroes mayores de la revolución son Martin Luther King Jr., la Asociación por el Progreso de la Gente de Color y John Fitzgerald Kennedy. Nueve de cada diez negros anunciaron su decisión de votar por Kennedy, contra el liberal Nelson Rockefeller y el conservador Barry Goldwater.
• La revolución no va contra los blancos, sino contra los reaccionarios. Aunque el negro tiene dudas respecto de los blancos. Dos de cada cinco piensan que pretenden sojuzgarlos y uno de cada cinco no está seguro de pelear por los Estados Unidos en caso de guerra. Pero todos rechazan la tesis del separatismo antiblanco, pues la mayoría, finalmente, cree que el hombre blanco es mejor de lo que acostumbra y se halla en condiciones de ser mejor aún.
• La revolución adhiere a la no violencia, a pesar de que uno de cada cinco negros entiende que alguna violencia es necesaria. Aseguran que actuarán en las mesas de negociación y en los tribunales antes que en las calles.
• No obstante, los negros harán lo que sienten necesario para triunfar. Tres de cada cinco boicotearán un comercio, si eso se resuelve. La mitad se siente dispuesta a engrosar una manifestación e, inclusive, ir a la cárcel.
Sobre todo, la revolución es una revolución de esperanzas. Ahora creen que la situación ha variado en su favor y que están comenzando a ganar. Algo más importante: se sienten capacitados para ganar.

Hacia las ciudades
La rebelión tiene profundas raíces en el universo del negro norteamericano, un universo que comenzó a existir en el sur rural donde todavía los negros viven en viejas y despintadas cabañas, con coles en el jardín, petunias en latas de café, un cuadro de Cristo y un almanaque clavado en la pared.
Pero el negro constantemente se ha transferido del campo a los pueblos, del Sur al Norte. Aunque los negros sureños no confían demasiado en que el Norte sea la otra ribera del Jordán, dos de cada cinco anhelan trasladarse allí. Pero el paso hacia las ciudades es simultáneo con su aislamiento en barrios, en verdaderos ghettos. A veces escapan de su confinamiento; otras —la mayoría— se hunden en los suburbios, donde el desempleo alcanza el 25 por ciento; las familias se disgregan; el delito deja pocos "dividendos (un traje robado, de 90 dólares, se vende a 5); los capitalistas de juego prometen fortunas y los traficantes de drogas distribuyen olvido.
No obstante, el negro piensa que puede construirse un nivel más limpio y estable. Actualmente —parece una ironía— no lucha por desesperación, sino por exceso de esperanza. La revolución negra, tras un siglo de humillaciones, está impulsada por la fuerza de sus recientes conquistas económicas, sus progresos en educación y las brillantes tentaciones que acucia el próspero panorama del blanco. De algún modo, es una revolución de televisión. Hay nueve receptores en cada diez hogares; sus antenas captan como nunca con enorme sensibilidad el sector de los blancos y sus actividades.
En un mundo hambriento, hasta un aviso de jabón puede originar chispas de rebeldía si ese aviso está encuadrado en la cocina de una moderna casa. Tal vez el negro estuvo siempre en rebeldía, pero las fechas claves en la trayectoria que lleva a 1963 fueron, en los Estados Unidos, la Segunda Guerra, la integración de las fuerzas armadas en 1948, la emergencia del África negra independiente y, más trascendental, la integración decidida por la Suprema Corte en 1954. Tres de cada cinco negros dudan de que la actual rebelión hubiera ido tan lejos sin aquella medida.
"Nosotros, los negros, no tenemos miedo ahora —dijo una almacenera de Alabama—. Nos hemos despertado." Y un escritor afirmó: "En los últimos 35 años se ha hablado del Nuevo Negro. Pues bien: el Nuevo Negro ya está aquí, no teme a nadie ni abandonará su camino."

La discriminación
Para muchos blancos, discriminación es sólo un sustantivo. Para los negros, un hecho incontrastable. Comienza temprano: "De niño, me odiaba a mí mismo por mi color —confesó Richard Macon, de Detroit—, porque mi color significaba el desván, la ciudadanía de tercera clase." Un médico recordó: "Tenía que caminar dos kilómetros hasta la escuela y pasaba frente a tres escuelas para blancos."
"En el servicio militar —comentó Charlie Jones, de Chicago—, los blancos me escupían y gritaban 'nigger' [es un término despectivo, por negro]. Me mandaron a ultramar, y la convicción de pelear y hasta morir por nada me llevó a sentir que iba a pelear sin causa." "Cuando tenía diez años —señaló la señora Ruth M. Baston, de Massachussetts— fui a comer a un restaurante de Boston. Me sirvieron salchichas crudas. Nunca olvidaré esa humillación."
Un ferroviario de Nueva Orleans metaforizó sobre la discriminación: "Es como ser castigado por algo que nunca hicimos." Se trata de algo difícil de llevar a la estadística; la encuesta demostró que un 12 por ciento de los negros están sin empleo ni trabajo (más del doble del porcentaje entre los blancos) y algunos se encuentran desocupados desde 1932. Pero resulta difícil saber dónde termina la discriminación directa y dónde comienza la indirecta. Por otra parte, la mayoría de los negros con trabajo actúan en bajas escalas sociales: servicio doméstico, "changas".
Tradicionalmente se considera a la instrucción pública como el primer paso hacia la igualdad. Un 97 por ciento de los negros desea que sus hijos concluyan la enseñanza secundaria, pero la discriminación interviene en esta materia: una de cada cinco familias ha visto a sus hijos eliminados del ciclo secundario (de esas, una de cada tres por razones económicas). Sin embargo, el 47 por ciento cree que aun cuando no existan esas eliminaciones los niños y adolescentes negros reciben una educación peor que la de los blancos. Una madre sureña explicó: "Cuando un chico blanco vuelve de la escuela, trae cuatro o cinco libros. Un chico negro sólo trae un cuaderno y, tal vez, una guía para televisión."
Una de las más peligrosas consecuencias de la discriminación se advierte al tocar el tema de la posibilidad de una guerra: uno de cada cinco negros encuestados respondió que no tomaría las armas por los Estados Unidos, en caso de contienda. Cuando el escritor James Baldwin transmitió este sentimiento al ministro de Justicia, numerosos norteamericanos compartieron la incredulidad de Robert Kennedy. Un desocupado de Wichita trazó una frase simbólica: "No hay ninguna banda para los negros en la bandera estadounidense. Si combaten por su país deberían tener una banda."
Sin embargo, en ninguna respuesta fue tan elocuente la voz negra que al admitir entrañable cariño por la tierra que habitan. "Si los blancos estuvieran en nuestro lugar, casi seguro que no pelearían. Pero nosotros amamos al país; es nuestro, también. Lo queremos", dijo Frances Rembert, de Detroit. "En 1944 presté mi juramento con la boca, en 1954 con mi corazón, porque las fuerzas armadas quedaban integradas y yo dejaba de ser un teniente de color para transformarme en un teniente del ejército norteamericano", señaló el doctor Byron Briscoe, de Oklahoma.

Igualdad completa
Durante años, el negro estadounidense —está convencido de ello— fue el pilluelo subdesarrollado que atisbaba, con la nariz contra el vidrio, las bellezas y los progresos que abundan en el interior de la casa. Ahora quiere abrir la puerta con firmeza, entrar con confianza y participar. La encuesta demostró claramente que el negro nada intenta quitar al blanco. No ambiciona apoderarse de su casa ni de su trabajo ni de su escuela; ambiciona, en cambio, una casa mejor, un trabajo mejor, una escuela mejor. Ambiciona reunirse con su hermano blanco y compartir las bondades de la vida.
En una palabra, quiere que la integración deje de ser una orden legal y se convierta en una verdad. El 60 por ciento —vale decir, más de 13 millones— iría a vivir, si pudiera, en barrios de blancos. Son pocos los que preferirían quedarse en los suburbios o sectores aislados donde hoy residen, pero simplemente porque están habituados a su propia raza. "No sabría cómo actuar entre los blancos", dijo William Thornton, de Dallas.
Pero la mayoría de los negros desea vivir con los blancos porque eso significa la concreción de la integración. "Si nos conocieran bien —opinó Esther Simpson, de Nueva York— sabrían que no todos llevamos cuchillos y que somos tan buenos como ellos. Otro comentó: "Nos gustaría mostrarles que no somos inhumanos."
Lo mismo ocurre en los rubros trabajo y enseñanza pública. El 75 por ciento quiere trabajar junto a los blancos y el 71 por ciento enviar a sus hijos a las escuelas de blancos. En cuanto al trabajo, claman por iguales oportunidades, por que los dejen salir del estrecho y servil marco al que fueron confinados. "El negro cava los pozos de los cimientos y el blanco pone los ladrillos", comentó un asalariado. El 30 por ciento se siente capacitado para profesiones o empleos y el 28 por ciento para oficios estables y especializaciones.
No hay duda de que los medios masivos de comunicación y movilidad han avivado el apetito del negro por las comodidades de la vida moderna. En el Norte, el 80 por ciento de las familias poseen televisión y sólo el 31 por ciento bañadera o ducha, y el 21 por ciento calefacción central. En las regiones sureñas, estas cifras marcan un descenso. Adicionalmente, el 61 por ciento de los negros —sin distinción geográfica— tienen automóviles.
Al mismo tiempo que dirigen sus esperanzas hacia una verdadera integración, atienden a las necesidades de todos los días. El 93 por ciento dispone de agua corriente y el 99 por ciento de electricidad; el 62 por ciento cuenta con lavarropas. Pero sólo el 14 por ciento ha podido adquirir un secador de ropa y el 5 por ciento, un lavaplatos. Todos son unánimes en afirmar que estos adelantos también forman parte de sus aspiraciones.
Cuando se les preguntó qué mejora harían en su vida actual, las respuestas variaron según las categorías: la clase baja suspira por más cuartos en sus casas, decoración, pintura. La clase media anhela, por ejemplo, aire acondicionado (alguno hasta pidió pileta de natación). Pobres y ricos, el 85 por ciento contestó que si se les permitiera elegir, preferirían una casa propia.

El hombre blanco
La idea que el negro tiene del blanco ayuda a una más honda visión del problema. La conclusión general obtenida por la encuesta indica que lo considera como su mayor carga, una carga que crece día a día.
En el más bajo nivel de la escala económica, el negro desconfía del blanco. Uno de cada cuatro cree que el blanco ansia verlo en una mejor posición. El 41 por ciento piensa que el blanco quiere mantenerlo en su lugar actual y el 17 por ciento entiende que al blanco nada le importa del negro.
En los niveles más altos, y entre los líderes, la fe aumenta aunque sin constituir un voto de confianza. La clase media y media superior del Norte conceden a los blancos un voto favorable del 33 por ciento; en el Sur, es del 45 por ciento.
Al expresar sus sentimientos, muchos negros juzgan que los blancos han sido empujados hacia la discriminación por miedo: miedo a tener que dar su trabajo al negro, miedo al casamiento interracial, inclusive miedo a perder una clase que los atienda. "El pobre blanco supone que deberá
dejar su empleo al negro", observó Morris Narcisse, de Nueva Orleans. "Los asustan los niños de dos colores", opinó John Fontenot, de Los Angeles. "Tienen miedo de quedarse sin sirvientas", argumentó Richard Harris, de Louisville. Otros calculan que al blanco lo único que le interesa es seguir siendo superior.
No obstante, esperan una futura convivencia con los blancos. El 52 por ciento piensa que la actitud de ellos hacia los negros ha mejorado en los últimos cinco años. Y el 73 por ciento, que dicha actitud se tornara aún más elogiable en los próximos cinco. Respuesta típica: "El hombre blanco norteamericano tiene conciencia, y nuestro método de la no violencia hace un llamado a esa conciencia." Los negros, en definitiva, confían más en las instituciones y los gobernantes blancos que en los meros individuos.
Entre aquéllos, los de mayor prédica son los sacerdotes católicos (55 por ciento). Contrariamente a lo que se supone, los negros tienen excelente opinión de los judíos, aunque no están exentos de prejuicios: el 20 por ciento opina que los portorriqueños son dañinos. Sus pensamientos están divididos respecto de la ayuda que prestan las iglesias (el 54 por ciento no sabe en qué medida es válida esa colaboración) y los sindicatos (el 30 por ciento considera que contribuyen a su causa).
A la pregunta sobre qué dirigentes blancos y organizaciones les producían disgusto y desconfianza, se registró esta escala: Ku Klux Klan, 31 por ciento; Citizens Council, 26 por ciento; Ross Barnett, gobernador de Mississippi, 8 por ciento; George C. Wallace, gobernador de Alabama, 8 por ciento; Barry Goldwater, 3 por ciento; Orval Faubus, 2 por ciento; Partido Nazi, 2 por ciento; John Birch Society, 2 por ciento.
En cuanto a los boicots como arma de combate, las réplicas fueron un tanto negativas. El 71 por ciento dijo que no dejaría de comprar en un comercio que no emplea a negros; el 71 por ciento admitió que no dejaría de comprar los productos fabricados por compañías adictas a la discriminación; y en cuanto a otras soluciones, el 63 por ciento está dispuesto a no comprar más en un determinado comercio antes que llevar contra él algún acto de violencia.
Ahora bien: si las protestas y las detenciones hacen estallar el conflicto, el negro-tipo no sólo luchará sino que calcula vencer al blanco a pesar de la desproporción (en los Estados Unidos hay un negro por cada diez blancos). Algunos, porque "Dios está de nuestro lado"; otros porque "déle a un negro un buen cuchillo y le traerá diez blancos". Claro que, aunque partidarios de la violencia, el 63 por ciento aguarda que los blancos utilicen la persuasión y el 22 por ciento —casi 4 millones— estima que sólo la fuerza decidirá la cuestión.

El futuro: ¿cuándo?
El verano norteamericano contempló el estallido de la revolución negra. Pero la revolución no concluirá cuando comiencen a volar las hojas, en otoño, ni cuando la noche caiga temprano sobre Harlem: continuará. "Hemos implorado, suplicado, negociado —exclamó un ejecutivo de seguros—. Ahora estamos escribiendo nuestra Declaración de Independencia con pomada para zapatos en vez de tinta." Ofrecida la elección, el negro preferiría la tinta, vale decir, las tratativas, los tribunales, las urnas comiciales. Pero el blanco no siempre quiere conferenciar y los negros están perdiendo la paciencia. Además, la justicia es lenta y las urnas, restringidas.
El negro cree que las protestas masivas han hecho mover montañas: esto bastaría para que un hombre pueda caminar con la cabeza erguida. "Lo único que pido es respeto. Ahora los blancos me dicen señor a mí", observó Dane Vick, un jubilado de Oklahoma City. Creen firmemente en el valor de las manifestaciones.
La violencia permanecerá como un riesgo constante de la revolución. Sin ella, piensa uno de cada cinco negros, la causa fracasará. Esta actitud tiene mayores adeptos entre las clases pobres que viven en el Norte y que ven, en las demostraciones masivas, un intento desesperado. Las clases medias, los líderes —norteños y sureños— se inclinan por medios moderados, por la persuasión, la protesta seca. Ahora bien: a pesar de estas restricciones, sólo aceptarán una victoria auténtica y absoluta. Dicen que si la legislación sobre derechos civiles concebida por Kennedy sale intacta y aprobada por el Congreso, la revolución no se detendrá. Para la mayoría de los negros, con esa legislación no basta: cuando piden libertad, piden toda la libertad.
Para el futuro, el punto crucial de la crisis sobrevendrá cuando la fuerza irresistible de la protesta negra choque contra la inflexibilidad blanca. Si bien una enorme cantidad de blancos se muestra en favor de que la acción federal garantice los derechos del negro, tres de cada cinco no creen que esté listo, preparado para tener un empleo mejor o vivir en un barrio aceptable.
La resistencia del blanco se torna particularmente dura ante la perspectiva de un negro habitando la casa contigua (y eso es lo que los negros quieren tener el derecho de elegir). Esta oposición convierte al problema de la vivienda en la más explosiva de las consecuencias de la revolución negra.
La pregunta final no se refiere tanto a lo que el negro conseguirá sino a lo que el blanco le concederá. Los negros piensan que los blancos cambiarán, que comenzarán a tratarlos con más benevolencia, por miedo a su militancia, porque son norteamericanos quizá. Pero aunque el blanco se niegue a abrir la puerta, no por eso el negro cesará de golpear y golpear.
"Ahora deseo ser un hombre íntegro, en este mismo instante", declaró el dentista Daniel A. Collins, de California. Y Susie Huzzard, mucama en Cleveland, comentó: "Si la libertad es una flor, quiero esa flor antes de morirme."

Cuatro rostros
He aquí cuatro hombres representativos del mundo negro en los Estados Unidos de Norteamérica: 
• James Wright. Cuenta 43 años y tiene una "parrillada" en la calle 47, de Chicago, en el corazón de uno de los mayores ghettos de Norteamérica: 80.000 habitantes. "Lo triste es que esta es una gran ciudad, pero esté marchita y con cáncer. Los negros ayudan a matarla. Usan mal la libertad; piensan que emborracharse y pasarla bien es tener libertad" No recuerda a su padre ni tiende plácida opinión de su madre. En 1928 fue a vivir con sus abuelos maternos y allí soportó los terribles años de la depresión. A los 14 regresó a los extramuros de Chicago y a la compañía de su madre. "Mi lírica ambición, entonces, era ser honesto mientras los chicos de mi edad robaban botellas de leche." Las cosas cambiaron: un amigo de la madre le enseñó a ella el secreto de manejar una casa de tolerancia. Al poco tiempo, Wright también robaba "para vivir mejor, como un rey". Luego comprobó que más le valía regenerarse: hizo de todo, hasta que llegó a poseer su propio comercio. "Quisiera irme de aquí, pero prefiero quedarme y luchar". Su mayor desdicha consiste en que no puede volver a ver a sus esposas y a los tres chicos que tuvo. Está solo: "Hay que tener alguien a quien amar, alguien por quien trabajar".
• Frank Cobb. A los 54 años, y encadenado a la tierra de Carolina del Sur, suspira por una existencia mejor. Trabaja desde el alba hasta la noche, lee un diario y se siente unido a la causa de sus hermanos. "Los blancos se han guardado el dinero y tienen a los negros esclavizados." Vive de lo que gana con cultivos dé granja, pero se lamenta de que todo cueste ahora más caro que cuando él y quince hermanos se criaban con el esfuerzo de su padre. Cobb y su esposa no disponen de agua corriente ni de calefacción; en su pequeña casa, la única diversión es una radio. Creen que los negros necesitan enseñanza y oportunidad de una vida mejor; por eso enviaron a su hijo —adoptado— a la escuela secundaria: ahora es maestro y dicta clases en Batesburg, Carolina del Sur. La mayor ambición de Cobb es ser propietario de su tierra y de su vivienda.
• Cornet Tyiska. En un escalón más alto que Wright y Cobb, Tyiska, de 46 años, dueño de una pequeña empresa de recolección de residuos, en Los Angeles, llega a ganar 125 dólares en las buenas semanas; su mujer, que posee un instituto de belleza, suele reunir unos 360 dólares mensuales. Pero Tyska no parece demasiado interesado en la cuestión de los derechos civiles; Los Angeles constituye un lugar aparte en los Estados Unidos, y allí el golpe de la segregación suena distante. "Para ser francos, no creo que deba mezclarme en las manifestaciones. La mejor manera de solucionar las cosas es que unos y otros se sienten, discutan y lleguen a un acuerdo." No obstante, simpatiza con las aspiraciones de los negros: "Hay que darles la posibilidad de mejorar, que puedan votar y mandar los chicos al colegio". A él le ha ido bastante bien: hace 2 años y medio compró por 14.500 dólares la casa de tres dormitorios que ocupa en un suburbio de Los Angeles y que está arreglada con gusto (alberga un piano y un receptor de TV). Tiene 46 años y dos hijos.
• Charles D. Saxon (hijo). Elegante, de porte distinguido, alto empleado del Correo de Atlanta, contratista de construcciones, Charles D. Saxon (h), de 50 años, gana unos 9.300 dólares al año (descontados los impuestos). "Los imitamos, muy bien a los blancos", suele afirmar con una sonrisa. Y tiene razón: su chalet, edificado en 1945 por encargo, fue pagado en 36 meses; en el garaje puede verse un Chevrolet modelo 1962 y en los cuartos, el visitante encuentra muebles de calidad, confortables armarios y placards y algunos objetos de arte. También abundan los libros y los discos de jazz. "Soy el más grande fanático de Ellington", dice Saxon. Su mujer, maestra de tercer grado, lo ayuda a reunir la importante renta de que disponen; pero aunque el futuro se presenta brillante para Saxon, le molesta la segregación: "Si no fuera por el color de mi piel, hubiera ido más lejos en la vida". En la escuela secundaria aprendió fútbol y se despertó su amor por los deportes, que ha inculcado a los hijos: Charles, de 21 años, es un astro del tenis; Robert, de 19, del béisbol; y Eric, de 13, promete ser un experto en basquetbol. "Siempre les digo a mis amigos blancos: «Ustedes esperan de mí que sepa más con menos educación, que sobreviva con menos derechos políticos, que viva mejor con menos oportunidades económicas.» Esto no es el nivel de un hombre inferior: es el de un hombre superior."

Kennedy
Ningún partido y ningún político hicieron tanto por los negros como Abraham Lincoln y los Republicanos al liberar a los esclavos en 1863. Un siglo después, los negros, en Estados Unidos, vuelcan todo su apoyo al presidente John Fitzgerald Kennedy y los Demócratas. La encuesta demostró que el 89 % votará por Kennedy en la próxima elección, contra un 3 % que lo hará por Nelson Rockefeller y un 8 % de indecisos. Si el enfrentamiento es Kennedy vs. Barry Goldwater, el primero recibirá el 91 %, el segundo, 2 %, y el margen de indecisos alcanzará al 7 %. Si la alternativa es Kennedy o George Romney, el primero conseguirá 89 por ciento, el segundo, 3 %, con 8 % de indecisos. En los comicios que consagraron al actual presidente sufragó por él el 85 % y por Nixon el 11 %; el 4 % no recuerda el candidato elegido. La encuesta indicó, también, las siguientes preferencias políticas: el 74 %, por los demócratas; el 11 %, por los republicanos, y el 9 %, independientes.
Otros datos curiosos: el 48 % señaló a Dwight Eisenhower como el mandatario que menos hizo por los negros desde 1932. Sólo el 4 % cree que los Republicanos se preocuparán más por el problema en los próximos cinco años; en cambio, entre los líderes, el sentimiento pro-republicanos es mayor, duplica aquel porcentaje: uno de cada cinco se considera republicano. Aquí sucede lo mismo que con otras minorías: tienden a favorecer a ese partido cuando ascienden de nivel social.
De todas maneras, la popularidad del actual presidente reputa abrumadora. A la pregunta: Si Kennedy es reelegido en 1964, ¿ayudará a los negros, volverá atrás las cosas o las dejará como están?, el 82 % contestó que su progresista campaña seguirá adelante. En cuanto a. la labor ya desplegada por el dirigente demócrata, el 62 % la califica de excelente y el 27 % de muy buena. Pero quienes creen en la dinastía Kennedy, las cifras también son reconfortantes: la obra efectuada por el ministro de Justicia la considera excelente un 55 %, y muy buena, un 27 %.

Líderes
El liderazgo, en reglas generales, proviene de una cerrada unión de sus jefes con la población negra. Los líderes respaldan los mayores objetivos de la masa —igualdad económica, completa integración—; oreen en la eficacia de los medios preconizados para llevar la causa adelante —no violencia, legislación, negociaciones con los blancos— y coinciden en que la necesidad de progreso es urgente. Los líderes tienen, por fuerza, que hallarse en un todo de acuerdo con sus seguidores; de lo contrario, según la encuesta, éstos los abandonarían y encontrarían pronto otras personas que los conduzcan.
Una compulsa realizada prueba que al tope de la lista de preferencias se halla el reverendo Martin Luther King (h) y la Asociación por el Progreso de la Gente de Color (NAACP). "No hay más grande amor, para él, que luchar por sus hermanos bajo cualquier condición", opinó Earbie Bledsoe, obrero de la construcción. En cuanto a la NAACP, con 54 años de existencia, la señora Ruth Batson dijo: "Cuando nadie hacía nada, la NAACP ya estaba peleando, peleando, peleando." Contrariamente, el negro desconoce o rechaza a la organización Black Muslims y a su teoría: un estado negro, separatista. El disc-jockey Holmes Daylie, de Chicago, respondió: "No creo en ninguna forma de segregación, sea cual fuere la raza segregada." Luego de la NAACP, los votos favorables van a la Urban League, el Congress of Racial Equality (CORE) y el Student Nonviolent Coordinating Committee (SNCC). Tales diferencias muestran que las raíces de la revolución negra se hunden en la conciencia de la masa más que en la fuerza de los líderes y las organizaciones.
Otros dirigentes de prestigio son, por orden decreciente: Jackie Robinson, James Meredith, Medgar Evers —votado con el 78 % aun después de su asesinato—, Roy Wilkins, Thurgood Marshall, magistrado judicial; Ralph Bunche, Dicky Gregory, actor; Harry Belafonte, Lena Horne, Floyd Patterson, Adam Clayton Powell, el escritor James Baldwin y Elijah Muhammad.
Los líderes saben que la victoria no será fácil y, en oposición a sus adherentes, creen que en una guerra con los blancos, éstos vencerán.


Danza Política
La semana pasada, cuando tres balazos disparados contra un grupo de muchachotes de color hirieron de muerte, por error, a Serina Taylor, de 14 años, la causa de la segregación racial sufrió una nueva derrota moral y psicológica, acaso más grave que la provocada por la muerte del líder integracionista Medgar Evers. El hecho ocurrió en las calles de Jersey City, estado de Nueva Jersey, que no es uno de aquellos entre los cuales se practique corrientemente la segregación. En esa ciudad, la repulsa pública fue vigorosa, ayudada por los medios de comunicación (prensa, TV), que mostraron insistentemente al frágil cuerpo de la doncella negra en un charco de sangre.
El presidente Kennedy está dispuesto a obligar al Congreso a pronunciarse sobre el problema negro; sus adversarios se lo reprochan, porque con ello "pretende distraer a la opinión pública de otros problemas más", como el de Cuba, que no es ventajoso para él. Sea como fuere, aunque todos los presidentes, desde Roosevelt, habían abogado por la supresión progresiva de los barreras raciales, ninguno como él ha puesto en juego su prestigio personal, su porvenir político y el de su partido en una campaña semejante.
Como es sabido, quienes ofrecen mayor resistencia a la integración racial son los demócratas sureños, de modo que en las elecciones del año próximo Kennedy posiblemente pierda esos estados, cuyo voto le fue propicio en 1960 gracias a la compañía de Lyndon Johnson (el actual vicepresidente es tejano). El jefe de la Casa Blanca calcula que esa pérdida será compensada con creces por el electorado liberal de los estados del Norte. Además pondría fin al "doble juego" de los republicanos, que medran con los votos negros y forman coalición en el Congreso con los demócratas del Sur.
El 25 de julio se reunió en Miami Beach una conferencia de gobernadores para tratar sobre los derechos civiles y los "derechos estaduales" a la vez. El grupo de Nueva Inglaterra (4 demócratas y 2 republicanos) obtuvo la firma de 37 gobernadores para un texto que los comprometía a "eliminar los vestigios de discriminación racial que subsisten en la vida norteamericana". A su vez, el gobernador Brown, de California, agrupó a 28 de sus colegas que apoyarían explícitamente el programa de derechos civiles propuesto por Kennedy al Congreso: con ellos votó un "presidenciable" republicano, George Romney, de Michigan. En cambio, Nelson Rockefeller declaró que no podía asociarse a ninguna de las dos declaraciones, enajenándose, sin duda, el electorado negro de Nueva York. A última hora, los sudistas, conducidos por el gobernador de Carolina del Sur, Donald Russell, aprovecharon numerosas ausencias para dejar sin quorum a la asamblea.
Fue entonces cuando se lanzó el llamado para una impresionante "marcha negra" sobre Washington, fijada para dentro de ocho días. Esa manifestación, que promete ser grandiosa y movilizar también a una buena proporción de blancos, someterá a dura prueba la firmeza del bloque sudista. Juntó con el reciente llamado de los jefes de las tres principales religiones de USA (protestantes, católicos y hebreos), brindará a Kennedy una posición inexpugnable para la fase final de la campaña.

Carta al lector
NEGROS: Recientemente, la revista Newsweek decidió trazar una placa radiográfica del mundo de color de los Estados Unidos, como una más apropiada manera de conocer la esencia de lo que ya todos —menos sus propios interesados— llaman "la revolución nacional de los negros", un movimiento que ha estallado en los últimos meses, tras decenas de años de pasividad, y que tendrá uno de sus mayores símbolos el 28 de este mes, con la anunciada "marcha sobre Washington".
El artículo de Newsweek se desarrolló de la siguiente manera: se encargó a un instituto neoyorquino de sondeo de opinión pública, dirigido por Louis Harris, una encuesta entre representantes de la población negra en todo el país. Así, un cuestionario de 252 preguntas fue sometido a más de 1.250 personas, de edades diversas (a partir de 18 años) y diferentes condiciones económicas y sociales. Cada entrevista demandó un promedio de dos horas y cuarto, un total de 3.000 horas-hombre. Las respuestas fueron enviadas por avión a Nueva York donde, finalmente, la computadora gigante IBM 7094 tabuló el material en 18 minutos. Por su parte, Newsweek envió a cuarenta de sus redactores a reforzar los efectivos de la organización Harris y veinticinco corresponsales visitaron a cien líderes negros (elegidos, por su importancia, entre quinientos). Otros cuatro periodistas tuvieron a su cargo el retrato de cuatro miembros típicos de la comunidad negra en Chicago, Atlanta, Carolina del Sur y Los Angeles.
De las respuestas a la encuesta se extrajeron tres mil frases, las más dignas de ser citadas; una vez ajustadas las estadísticas y concluidos los reportajes adicionales, cinco altos redactores escribieron la nota definitiva, bajo la dirección del corresponsal en jefe de Washington, PRIMERA PLANA adquirió los derechos exclusivos para la reproducción en la Argentina de este artículo —el más completo que sobre la materia ha publicado la prensa norteamericana— y lo condensa en las páginas 18 a 22 del presente número.

Revista Primera Plana
20 de agosto de 1963