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crónicas del siglo pasado

 

"La dulce vida"
requisitoria contra la nobleza romana


Revistero

 


 


El strip tease entre los nobles de Roma constituye uno de los episodios de la película. En el centro, Nadia Gray, en la extrema izquierda el galán Marcello Mastroiani


Papeles representados por aristócratas auténticos en un castillo romano


uno de los más tensos pasajes, Lex Baxter abofetea en plena calle a su amiga Sylvia (papel a cargo de Anita Ekberg)


Anita Ekberg


Vía Veneto, centro de reunión o lugar obligado de paso del gran mundo romano, tiene valor representativo en el relato. dos de los protagonistas aparecen en la foto: Anouk Aimée y a su izquierda, un poco hacia atrás, Mastroiani


Fellini, Ekberg y Mastroiani en el estreno de la película en Milán

 

 

LA PELÍCULA DE FEDERICO FELLINI, EL AUTOR DE "LA STRADA", HA PROVOCADO UNA VIOLENTA POLÉMICA EN ITALIA, DE LA QUE NO ESTÁN EXCLUIDOS LOS MISMOS CÍRCULOS CATÓLICOS, HABITUALMENTE MESURADOS.
Por ANTONIO F. CHIESA

CUANDO, hace más de un año, todo la alta sociedad romana y el gran mundo internacional que se mueve en torno a ella abandonaban sus lugares de esparcimiento nocturno para asistir a las cuatro de la mañana a una toma del nuevo filme de Fellini; o cuando algún ilustre aristócrata aceptaba un papel aunque fuera de extra que, siempre en busca de autenticidad, le ofrecía el director italiano; o cuando la policía tenía que proteger a toda la "trouppe" de la molestia de los turista, nadie podía imaginar que el "juez" Federico Fellini estaba dictando la más dura sentencia contra la falsa vida, la "dulce vida", que lleva la "haute" romana.
En "La dulce vida" (La dolce vita), la película que ha provocado un verdadero terremoto en toda Europa, el realizador, tomando como pretexto la historia de un periodista fracasado que es introducido por su amiga en la alta sociedad romana, planta al espectador en el centro de un ambiente que sólo se conoce a través de los títulos con que los diarios divulgan los periódicos escándalos de sus aburridos integrantes. Hechos ciertos de la crónica como el episodio de la actriz norteamericana que, ebria, se arroja en la fuente de Trevi, o como el del "strip-tease" con que se trata de alegrar el cumpleaños de una joven de la nobleza romana, o el de la lucha que los príncipes y duques sostienen con los reporteros gráficos para salvaguardar la intimidad de una estrella que baila descalza entre las mesas de un café en la vía pública, reviven ante los ojos asombrados del espectador. Las aventuras de aquel periodista, Marcello, e incidentes verídicos como los señalados, constituyen las excusas que sirven a Fellini para pintar la existencia tediosa y vacua de estos jóvenes aristócratas y para describir la atmósfera irreal en que se vive en ciertos ambientes de la capital italiana. Entre el hastío y la indiferencia se olvidan los límites de la moral, del decoro, de lo lícito. Es justamente porque ha tocado en lo vivo el tumor que corroe a la "élite" romana por lo cual es tan grande el estrépito alzado en Italia. Pero si la película muestra con crudeza, y a veces extrema, los vicios de los personajes, los rodea siempre con un marco fastuoso y altamente decorativo, como si el director hubiese querido jugar con el contraste entre los dos elementos inseparables de la vida de aquellos seres: lujo y corrupción.
En ese sentido, "La dulce vida" es una verdadera acusación contra aquel modo de vida. Y ello ha provocado una tormenta de tal magnitud que muchos no han vacilado en compararla con el tristemente famoso "affaire" Montesi. Hasta la esfera eclesiástica, siempre tan reservada, parece haber sido contagiada por la ardorosa polémica, ya que, mientras el Centro Católico Cinematográfico de Italia juzgaba oficialmente el filme "prohibido para todos", hay sacerdotes y hombres de la acción católica que ven en la obra un propósito moral y verdadera inspiración cristiana. Y mientras el "Osservatore Romano" intervenía en la disputa con un "basta" dirigido a éste y a todos los filmes que se complacen en reproducir ambientes malsanos, alguien de la curia, durante el preestreno de la película en el salón del centro cultural San Fedele dirigido por los jesuitas, definió "La dulce vida" con estas palabras: "Bajo el perfil ético. 
"La dulce vida" no admite confusiones ni debilidades de juicio. Jamás el cine había sellado el pecado con un sentido tan profundo de amargura, de hastío, de desventura y de desolación. No hay instante en el cual los personajes, tan diversos y sin embargo tan afines, no exterioricen la tortura interior del alma y el infinito tedio de la vida en que les ha tocado actuar y por la que han sido arrollados, Es una película, a mi juicio, que no puede hacer mal y que puede hacer bien a muchos".
Convendrá aclarar que estas palabras pertenecen a un prelado de la jerarquía eclesiástica milanesa.
Ante tal disparidad de pareceres, y después de que cuanta sala exhibía la película debió solicitar la protección de la policía, y después de que inclusive hubo un desafío a duelo porque "había que lavar con sangre la ofensa inferida a la nobleza romana", lo menos que se le puede reconocer a Fellini es la importancia de su requisitoria cinematográfica. Ya sus méritos intrínsecamente artísticos han sido admitidos en forma unánime por todos los críticos europeos.
Afortunadamente, el público argentino podrá dar su opinión dentro de muy poco. Se daba por seguro, en efecto, en los momentos de escribir esta crónica, que la película "La dulce vida" iba a ser presentada, fuera de concurso, en el Festival Cinematográfico que se desarrolla actualmente en Mar del Plata. 


EL DIRECTOR CONTESTA EN ESTA ENTREVISTA A TODAS LAS ACUSACIONES QUE UNA PARTE DEL PUBLICO LE DIRIGE EN NOMBRE DE LA MORAL, DEL ARTE, DE LA PATRIA E INCLUSO DE LA FAMILIA.
Entrevista de GIORGIO BOCCA
(Derechos exclusivos adquiridos a L'EUROPEO).

El moralismo verbal italiano ha encontrado su gran tema, por todas partes se habla de "La dulce vida". ¿Usted preveía, Fellini, una polémica tan clamorosa?
Los equívocos no se prevén: se padecen. Hice un film y esperaba que fuera discutido dentro de sus límites. En cambio, ha surgido esta disparatada gritería. Quizás sea pura coincidencia, probablemente se buscaba un pretexto para salir, sea como fuere, del hastío nacional. Entretanto, aquí estoy, en el centro de una discusión que en gran parte no me concierne. Es molesto, ¿no le parece?

Suele ocurrirle a quien es popular. De cualquier forma, del famoso "affaire" Montesi, henos aquí en la dulce vida de Federico Fellini. Es un progreso.
¿Usted cree? Respecto a mi filme, se ha dado en hablar de religión, de patria, de luchas de clase, temas demasiado serios para ser discutidos en el café o en la calle. No quisiera que debajo de la gran gritería existiera el vacío.

¿Lo dice pensando en ciertas reacciones histéricas? ¿Qué siente ante los insultos y amenazas de los desconocidos?
En fin, cuando me escupen, como en Milán, se comprende. Otras veces me abandono a la comicidad de la situación. Después del estreno, en Roma, entro con los amigos en un nigth club. Está lleno de gente que ostentosamente me niega el saludo. "Que fastidio", digo. "Vámonos". Estamos en el guardarropa y un sujeto muy elegante se presenta haciendo entrega de los sacos. "Perdone", digo, mientras me ocupo de recoger mi sobretodo. El espera enhiesto. Luego me vuelvo y él dice: "Su film es una ofensa que debe lavarse con sangre. Lo reto a duelo". "¿Has oído?", le digo a Flaiano. Flaiano, muy serio, le pregunta al elegante señor: "¿Un duelo? Dígame, ¿cómo se hacen esas cosas?". "Pero váyase al diablo", exclama Mastroiani y el episodio termina en risa. Después está el llamado repudio nacional y eso no me hace reír. Lo escucho asombrado. Me había forjado ilusiones con respecto a una cierta mentalidad, la creía menos difundida. Qué tristeza da esa defensa caricaturesca de valores en los cuales ya no se tiene fe.

Los trapos sucios se lavan en familia, usted denigra a Italia en el exterior, etc., etc. ¿Qué responde?
Por favor, no hablemos de esas miserias. ¿Qué tendría que contestarle? ¿Qué una de las pocas cosas italianas apreciadas en el exterior es justamente este cine sincero?

La sinceridad tiene sus límites, dice. También la descripción del mal puede provocar el mal.
Explico una vez y otra vez la moralidad de mi película, y mientras hablo ya sé que seré mal entendido. Soy el autor que da una conferencia sobre su libro, soy aquel que se hace demasiado el listo o demasiado el ingenuo; el arte por el arte es una lata y "La dulce vida" es un buen negocio de contrabando. ¿Es eso lo que piensan mis opositores? Está bien, que lo piensen, pero yo debo dar mis razones. ¿El que entre nosotros pronuncia un discurso sincero corre el riesgo de caer en la grosería? Está bien, seré grosero, pero hablo. El mío es un filme casto que describe el mal sin complacencias. Es el filme de una persona extraviada, desesperada, confundida. Es una autobiografía. Marcello me representa de la cabeza a los pies.

Los argumentos de los moralistas pueden ser seriamente discutidos, pero la ocasión de este moralismo parece extraña. Mientras se proyectan películas sobre la corrupción de la Roma popular nadie protesta, pero cuando se toca la corrupción de la Roma de vía Veneto se produce una indignación general. ¿Por Qué? ¿Debemos deducir que en Italia la moral es una cuestión de estratos sociales?
Yo no haría una cuestión tan importante. La protesta no ha partido de una clase, sino de un ambiente restringido y bien individualizado. Luego, al extenderse, ineluctablemente se ha caído en la política, es decir, en algo que no sé y que no quiero hacer. Volviendo al moralismo de cierto público, debo considerarlo por lo menos intermitente. En estos días se proyecta en Italia un diario cinematográfico que documenta los inteligentes placeres de una alegre cuadrilla de amigos romanos. Se ven hombres y mujeres acostados sobre el pavimento, los héroes de Rugantino en fotografías sobre las paredes y una jovencita bien nacida que declara su admiración por Anthony Steel. Es la "vida dulce" fotografiada de la manera más trivial. El público ríe, se divierte, no siente la menor indignación. Si yo presento las mismas cosas transfigurándolas y, pienso, purificándolas con mi arte, gritan que es un escándalo.

Es indudable que en medio de esa gran gritería se desahoga un cierto moralismo epidérmico y se hace demagogia. Pero el moralista y el político honestos tal vez tengan el derecho de preguntarle: "¿Por qué se limita a describir el mal? ¿Por qué no sugiere una solución?".
Yo he presentado el problema en la forma más eficaz. ¿Pero por qué habría de encontrar la solución? ¿Acaso soy un santo o un jefe de partido? La solución que la encuentren los demás, los pastores de almas y los reformadores de la sociedad. Yo soy un director y hago películas. Además, "La dulce vida" no tiene una precisa intención social. Es una fábula en clave de balada.
Será como dice usted, pero no espere que le crean. Nadie puede creer que usted ignoraba los lazos evidentes que tiene su fábula con una situación social verdadera. Hasta el punto de que algunos dicen: "Como fábula es demasiado, como documento es demasiado poco".
Si yo le dijera que ignoraba esos lazos obraría de mala fe. Cada artista vive en una realidad que no puede ignorar. A mí esta realidad no me gusta, y eso se ha comprendido. Pero mi filme no es solamente eso. También en "La dulce vida" observo al hombre con una atención distinta y, creo, más noble que la puramente social. Escudriño los misterios de su alma, las enfermedades de su espíritu, voy con él en busca de una luz que no puede faltar. Y sin embargo se presenta este absurdo: entre los que defienden mi película hay muchos que le niegan toda trascendencia y que juzgan falsos mis problemas. Mientras que los que me atacan, se llaman a sí mismos espiritualistas. Es una muestra de la confusión polémica: se aplaude o se silba por razones ajenas al filme, se dice que es hermoso para hacer rabiar a los fascistas, que es feo para hacer rabiar a los comunistas. Pero no exageremos: es un filme de Federico Fellini, y nada más.

Efectivamente, su película provoca reacciones extremas inclusive entre las personas más educadas. Se está en pro o en contra de una manera facciosa.
Mis películas han tenido siempre una carga de provocación. Lo digo sin jactarme, porque es un hecho que se produce independientemente de las intenciones. Están los fellinianos y los antifellinianos, lo cual en el plano artístico hasta puede producirme placer. Pero aquí el problema es otro. Aquí se ha creado una división entre los que aceptan un discurso sincero y los que lo temen; entre los que tratan, aunque sea equivocándose, de conocer la verdal y aunque sea una pequeña verdad, y los otros que, por pereza, rechazan toda búsqueda. El mío no es más que un nomadismo, pero es un nomadismo hecho con los ojos abiertos, para conocer la vida.

Sin embargo, algunos han dicho que lo que falta en su filme es justamente la vida. Los personajes aparecen todos en una especie de inmovilidad. Como están al principio, así están al final. ¿Tiene valor un relato hecho de inmovilidad?
Los personajes son inmóviles porque su sociedad, la nuestra, está quieta en un tiempo de espera. Están quietos, inclusive, en su frenética ronda. Es gente que vive de mitos que ya no tienen valor. La búsqueda de la verdad se confía a los reporteros gráficos, al ojo de vidrio de un aparato fotográfico. Este ojo está tan dilatado que ya no logra ver en la medida humana. La verdad huye, la ronda continúa y el monstruo se muerde la cola. Ya no hay silencio, nos aturde la música, todo el filme está dominado por esta obsesión sonora. La gente tiene miedo del silencio porque teme escuchar sus remordimientos. Siete días y siete noches de inmovilidad. El relato no puede existir, sólo puede existir el tiempo de espera.

La espera tiene sus riesgos: por ejemplo, que el filme "La dulce vida" se resuelva él también en vida dulce, o sea en algo estéril. Usted ha creado personajes que tienen la sinceridad de los malditos. Marcello y sus amigos se echan en cara, en voz alta, vicios y vilezas. Pero no pasa nada. ¿No será de la misma naturaleza la sinceridad de la película?
Hay que ser ciegos y sordos para no ver, para no oír el anhelo de salvación que prevalece en toda la película. ¿Qué se quería de mis personajes? ¿Que dijeran en alta voz su arrepentimiento? El que se está ahogando no grita su arrepentimiento: pide ayuda. Toda la película es un pedido de ayuda. Si luego este pedido no es escuchado, la culpa no es mía y, repito, no es una cuestión que me concierna.

El que pide ayuda espera recibirla. Pero en su película hay un episodio que parece indicar una condena inexorable. Se comprende la derrota de los holgazanes, de los ignorantes, de los viciosos. ¿Pero por qué fracasa Steiner, hombre culto que tiene la alegría de una familia perfecta? ¿Quiere decir que en esta Gomorra no hay salvación para nadie?
El episodio Steiner no tiene una explicación precisa, cada uno puede interpretada como le parezca. La tragedia en casa de Steiner es lo irracional, un meteoro que se precipita sobre Marcello y sobre el espectador. Yo, si fuera espectador, daría esta interpretación de Steiner: es un hombre que no soporta más la tensión de esta edad de transición; es un hombre que no soporta ni para sí ni para sus hijos este tiempo de espera; es un hombre inadecuado, tal vez un débil. La tragedia en el hogar de los Steiner debe hacer sentir a Marcello y al espectador que caminamos al borde de un abismo, que nuestra vida dulce está limitada con la catástrofe.

Hay otro episodio que censuran los críticos: el del falso milagro. Es un trozo que revela gran talento, se dice, pero ajeno al tema de la vida dulce. ¿Tal vez usted ha querido demostrar que la superstición es un punto de contacto entre la Roma popular y la de vía Véneto?
Le vuelvo a repetir que es un error interpretar el filme desde un punto de vista puramente social. Puede ser que la superstición religiosa sea un signo característico de algunas capas sociales, pero yo pensaba en otra cosa. El tema dominante de mi película era el tiempo de espera: quise subrayarlo con la espera del milagro. Bajo ese aspecto, pobres y ricos son iguales. Marcello y el obrero, la pintora y la mujer de pueblo corren al lugar donde aparece la Virgen. Corren para decirle: "Virgen, explícanos tú, dinos qué cosa es esta vida nuestra, dinos qué es lo que nos espera". Pero es un falso milagro; el tiempo de espera continúa.

Fellini el sacrílego. ¿Se enteró de lo que le reprochan? De haber filmado algunas escenas irrespetuosas en San Pedro.
Dicen que soy un hombre sin nervios, pero reproches como éstos me hacen reventar de indignación. ¿Pero qué tienen de irrespetuoso esas escenas? Son irrespetuosas, me parece, sólo para la esbelta norteamericana que se disfraza de sacerdote para visitar San Pedro y estampar su firma. San Pedro es más que respetado: allí está con su milenario poder, por encima de las miserias de los hombres y de las divas de poco cerebro.

Parece que también los reporteros gráficos lo acusan de haber desacreditado el oficio, de haberlos mostrado bajo una fea luz.
No puedo creerlo. Antes de hacer la película, invité a cenar gran cantidad de reporteros gráficos y les pedí que me contaran episodios reales de su profesión. Me contaron hechos increíbles, con los cuales podría haber realizado otros tantos filmes. Elegí los menos violentos. Creo haber descripto a los reporteros con simpatía. La cólera de Los filisteos es una vieja historia. Desdeñan a los fotógrafos, pero exigen fotografías cada vez más sensacionales.

Igual que los reporteros gráficos, otros personajes reales (intelectuales, nobles, artistas, se han prestado a una dura autocrítica, ¿usted cree que todos lo hicieron conscientemente?
Aquí hay que distinguir entre el coraje inteligente y la vanidad. Laura Betti, por ejemplo, aceptó el papel porque es una muchacha valiente e inteligente. Un día yo estaba cenando con ella y con Mastroiani. Ambos se hablaban con una antipatía notable. Les propuse a quemarropa de transportarla, tal cual, al filme. Aceptaron. Otros interpretaron lo que son en la vida con el descaro que tienen en la vida. Y hubo también los que cedieron a la vanidad. El cine es una sirena a la que poquísimos pueden resistir. Conozco personas de rara inteligencia que capitularon ante esa sugestión. Por lo demás, la clave de ciertos personajes está en una frase de Marcello: "Usted querría que yo escribiese su nombre en los diarios". El deseo de la publicidad, de ser alguien cuando no se tiene ningún mérito.

A algunos les parece que usted se ha complacido en la descripción de estos tristes ejemplares de la humanidad. Lo acusan de gustos decadentes, el vicio de "La dulce vida", dicen, es alejandrino, empapado de falsa literatura.
Acepto la discusión en el plano del arte. Yo creo en el mío, y los demás son muy dueños de creer menos o no creer. Pero me opongo a quienes usan esta discusión para llegar a la condena moral. Yo niego categóricamente mi complacencia en la descripción del vicio. Es una acusación absurda en un país que ha soportado, admirado y cuestionado como el más hermoso producto nacional la inmoralidad idiota, trivial, sin la menor justificación de las tantas bellezas físicas que pululan por aquí. No tolera que los retóricos de las curvas ampulosas se indignen. Y me disgusta sinceramente que haya mucha, demasiada gente dispuesta a aplaudir las vulgaridades de cuartel, y a condenar luego lo que es solamente un discurso sincero. Hablo sobre todo de ciertas personas cultas, de ciertos hipócritas que han pasado su vida coleccionando obscenidades y que ahora adoptan la actitud de virtuosos padres de familia. Durante estos días he hecho una interesante experiencia personal. He perdido algunos amigas y he encontrado otros. Creo haber ganado con el cambio.

¿Es verdad que la TV le ha rehusado hospitalidad en el programa que presenta los nuevos filmes?
Es verdad. Yo había pedido que me dejaran hablar sobre mi filme. Quería aclarar los equívocos, quería llevar la polémica a sus justos términos. El director del programa me negó la palabra. Para nuestra televisión, una crítica eclesiástica equivale a un veto.

Sin embargo, se dice que el cardenal Siri ha aprobado la película. Y también le es favorable el padre jesuita Arpa, muy allegado al cardenal. Los mismos críticos cinematográficos católicos han expresado opiniones positivas. ¿Cómo se explica semejante contradicción en el campo católico?
Yo no sé por qué algunos católicos condenan mi película. Pero sé por qué la aprueban otros. La aprueban porque es un filme católico. Pasolini tiene razón cuando dice que observo a mis personajes "con amor". Pero sería más exacto decir que los observo con piedad cristiana.

¿Piensa que la gente lo comprende?
El filme está obteniendo un éxito de público anormal. La gente corre a verlo pensando encontrar quién sabe qué. Algunos, lo que no encuentran lo inventan. El otro día, en un café, había uno que decía: "¿Viste cómo se intercambiaban las mujeres en el filme?".
Y otro: "Sí, pero aquella escena de amor en la iglesia es exagerada". En el filme no hay intercambio de mujeres y no hay escenas sacrílegas. Así son las cosas. Temo que muchos vean en "La dulce vida" lo que quieren ver. Tal vez más adelante haya un examen más meditado.

¿Cuándo se proyectará en el exterior?
Creo que en mayo. Primero irá al festival de Cannes. Yo no estaba muy de acuerdo, pero luego consentí.

¿Está preparando ya otra película?
Quisiera contar la historia de un provinciano que vuelve a su tierra de la gran ciudad, donde se ha aclimatado. Sus desilusiones, los falsos mitos, la melancolía. Si, quiero volver a los inútiles, con los que puedo decir las mismas cosas de la vida dulce sin provocar escándalos nacionales. Luego deberé ocuparme también de la producción. Estamos preparando dos películas de directores jóvenes. Una será una especie de "western" entre los montañeses de Belluno. Vistos tal cual son, con sus virtudes y sus defectos, no los proletarios-símbolo de ciertas películas. La otra se desarrollará en una familia de la burguesía lombarda. Tengo confianza en los directores. Los ayudaré dejándoles la más amplia libertad.

Veo que la gente lo reconoce y lo observa. ¿Le gusta o le molesta esa popularidad?
Seamos sinceros, son cosas que causan placer. Pero aquí, en el norte, no es como en Roma. En Roma hay desconocidos que me llaman por mi nombre, aquí se contentan con observarme por el rabillo del ojo. Parece como si pensaran: no es tan fiero el león como lo pintan.

¿Conoce ya algún juicio extranjero sobre su película?
Tennessee Williams está entusiasmado con ella. En general, los comentarios de los extranjeros que viven en Roma son favorables. El cine es un oficio extraño. Uno hace una obra amarga, poniendo en ella lo mejor de sí mismo, y a lo mejor obtiene el efecto de incrementar el turismo. Y terminemos ya con esta vida dulce. Venga, vamos a tomar un aperitivo.

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marzo 1960