ABRIL 10, 1919
Asesinato de Emiliano Zapata

 

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pie de fotos
-Zapata (centro) y Villa (izq), tras invadir Ciudad de México
-Una de sus últimas fotos (1918)
-Con el "Presidente" Gutiérrez

 

 

Al rayar el alba sobre Agua de los Patos, sus hombres se levantan junto con él. Son treinta, los más aguerridos, los de más confianza. Cuando el sol castiga ya la tierra y los adornos de las armas, montan a caballo rumbo al Norte, a la hacienda de Chinameca. Emiliano Zapata, de 42 años, se ha decidido por fin a negociar con el coronel Jesús M. Guajardo, del Ejército constitucionalista, que quiere pasarse con sus tropas y bagajes a las debilitadas huestes del caudillo.
No le queda otro remedio: escaso de armas, de alimentos, de dinero, la suya es una lucha sórdida y desesperada. Venustiano Carranza lleva un año y medio como Presidente legal y ha logrado afirmarse; el general Álvaro Obregón, que terminó con Francisco Pancho Villa en julio de 1915, sigue limpiando de rebeldes y bandidos el territorio mexicano. En verdad, Zapata es el único sublevado: no ignora que su cabeza tiene precio (100.000 pesos) y cada día le resulta más difícil eludir el asedio del general Pablo González, su obstinado cazador.
Demoró algunos días en asistir a la cita propuesta por Guajardo; la oferta —traída por uno de los capitanes de Zapata a quien Guajardo sacara de la cárcel— no terminaba de convencerlo. Al partir hacia Chinameca, el10 de abril de 1919, tal vez pensó que iba a enfrentarse con la traición, con la muerte; sin embargo, en una década de combates, ni la traición ni la muerte pudieron con él. Arriesgar la vida era un viejo oficio de Zapata: hoy, su único método de subsistencia.
En el patio de la estancia vacía, Guajardo espera con una pequeña guardia, que rinde honores acaudillo apenas entra, seguido de sus montoneros. Los dos jefes abren su parlamento; un ordenanza de Guajardo lo interrumpe para anunciar la presencia, lejana, de una columna gubernamental. Zapata y Guajardo salen hacia la zona indicada, al frente de sus efectivos; entretanto, el regimiento que el coronel dejara oculto, a quince kilómetros, toma posiciones dentro de la hacienda. Zapata y Guajardo deciden regresar: no hay rastro alguno del enemigo.
Una y media de la tarde. Decenas de fusiles apuntan al caudillo desde todos los sitios, mientras él cruza el patio, a pie, con su escolta. Un estruendo infernal estalla en ese momento; Zapata y sus hombres se retuercen en el suelo polvoriento, sin defensa, como muñecos soltados de sus hilos. Tres horas más tarde, en Cuautla, donde ha instalado su cuartel, el general González recibe este telegrama: 'Le llevo a Zapata".

"Si Adelita se fuera con otro"
Los periodistas y muchos de sus secuaces gustaban llamarle "el Atila del Sur"; bravío, indomable, Zapata acabó por convertirse en sinónimo de la Revolución Mexicana, un baño de sangre que se extendió durante casi 25 años, entre 1910 y 1934, fecha de asunción del Presidente Lázaro Cárdenas. Para sus compatriotas, que lo han revestido del necesario barniz mitológico, Emiliano Zapata figura en el reducido panteón de los grandes héroes, y es absurdo negar que ganó su derecho a esa gloria.
Desde la plaza de Cuautla, donde su cadáver fue expuesto por sus asesinos, para certificar la muerte del caudillo, creció la leyenda de Zapata.
Hoy, una estatua lo recuerda: a caballo, dos revólveres en la cintura y el máuser en la silla, Zapata palmea el hombro de un campesino.
Había nacido en Anenecuilco (estado de Morelos), mísera aldea cercana a Cuautla, un año después que Porfirio Díaz iniciara su larga Dictadura. La familia gozaba de cierto bienestar: tenían un campo a orillas del río Ayala; exiguo como era, logró salvarse de las confiscaciones ordenadas por Díaz. Emiliano, el segundo varón, creció al lado de Eufemio, su hermano mayor; con él aprendió a ser un jinete eximio a manejar el lazo, a valerse de la Naturaleza.
Con él —que habría de transformarse en su fiel lugarteniente— descubrió también que las mejores tierras, las más fértiles, eran de unos pocos: altos cañaverales defendidos con alambre de púas y vigilados por los rurales, la policía que financiaban los grandes propietarios. Emiliano fue a la escuela —en Ayala— sólo durante dos años; luego volvió al trabajo en el campo. Medio indio, la juventud lo encontró, sin darse cuenta, hecho un líder de los desheredados: por las noches, ellos se le reunían, a escuchar sus extrañas parábolas sobre la justicia.
A los 28 años, Zapata encabeza una delegación de tres pueblos que visita a Díaz, en Chapultepec, para solicitarle la devolución de los bienes arrebatados. El Dictador los recibe; los peones, endomingados, con espuelas de plata, los enormes sombreros en la mano, dejan hablar a Emiliano. Díaz promete su intervención, pero pide a los campesinos que retornen a verlo con un censo minucioso de las propiedades. Desde luego, Zapata dirige el censo: ha movilizado hombres y mujeres y hasta la banda de música. Los rurales disparan contra la caravana. Zapata se adueña de una ametralladora, huye. Las autoridades lo catalogan, entonces, como delincuente. Durante un año, se esconde en la sierra Puebla; un amigo de la familia obtiene su absolución en 1906. A partir de entonces, y hasta que Francisco Indalecio Madero incita al alzamiento contra Díaz, en 1910, Zapata es un conspirador y la Policía no le pierde pisada. No obstante, el caudillo alecciona a sus futuros soldados, aprovecha las ferias para mantener contactos con los demás grupos de conjurados; así, en los mercados de Cuautla, en los barrios bajos de Cuernavaca, el nombre de Zapata corre de boca en boca unido al lema que él ha forjado: "Tierra y Libertad".
De ahí en adelante, la historia de Zapata se confunde con la historia de la Revolución. Es en El Nido, en noviembre de 1910, cuando los agentes de Madero le comunican la inminencia de la sublevación; el infatigable liberal, encarcelado en julio por Díaz y liberado un mes y medio después, había lanzado en octubre, desde su refugio de San Antonio (Texas), el llamado a la subversión: "...he designado el domingo 20 del entrante noviembre para que de las seis de la tarde en adelante, en todas las poblaciones de la República se levanten en armas..." (Plan de San Luis).
El 20, González en Chihuahua, Orozco en San Isidro. Blanco en Santo Tomás, Villa en San Andrés y Baca en Parral, comenzaron la revolución contra Díaz. El 14 de febrero de 1911, Madero entró en México; tres días antes, Emiliano Zapata había dado su primer golpe: a la cabeza de 60 hombres armados con machetes, pistolas Colt y carabinas ocupa Ayala.
Poco después envía un emisario a Madero, en busca de instrucciones; Pablo Torres vuelve con una valija llena de billetes de diez pesos y esta orden: "Tome el control de Morelos, derrote a los federales". En marzo las huestes de Zapata suman 700 guerrilleros. El 25 de mayo, cuando Díaz renuncia —obligado por los propietarios y los militares, sus máximos apoyos—, los hermanos Zapata guían ya a 4.000 hombres, que imperan en el Sur de México cantando Adelita.
La caída del Dictador, que debía poner fin a la revolución, no sirve sino para desatar la guerra civil: es un desenlace obligatorio. Madero, un burgués democrático, sólo ansía reponer las libertades cívicas, la Constitución de 1857, el voto universal; los campesinos, en cambio, desean la tierra, nada más que la tierra. Con todo, el Plan de San Luis establecía la devolución de las propiedades usurpadas, el fin del latifundio.
Pero los mismos terratenientes y militares que forzaron la renuncia de Díaz, socavarán la estabilidad de Madero; se trata de impedir que aplique los puntos radicales de su programa de gobierno y de aislarlo, así, de sus defensores y partidarios. Tres hábiles jerarcas se ocupan de esa tarea: el Presidente interino Francisco León de la Barra, el Secretario de Guerra y Marina, general Bernardo Reyes, y el general Victoriano Huerta.
El primer conflicto estalla, precisamente, con Zapata. La mayoría de los líderes revolucionarios se había llamado a sosiego; algunos, como el grotesco Pancho Villa, prefirieron los galones del Ejército regular (cuyos cuadros seguían siendo porfiristas). Zapata, sin embargo, continúa acuartelado en Cuautla, sin desarmar a sus mesnadas; el Gobierno le pide que licencie a las tropas, y el caudillo responde que lo hará sólo cuando se cumpla la reforma agraria fijada en el Plan de San Luis. En agosto de 1911, dos meses antes de las elecciones que consagrarán su triunfo, Madero se entrevista con Zapata y lo convence.
Los campesinos recibirán las tierras cuando él asuma la Presidencia; su hermano Raúl Madero será comandante militar de Morelos, y el general zapatista Eduardo Hay ocupará la Gobernación. El caudillo cede y comienza la desmovilización: ese mismo día, 27 de agosto, Huerta avanza sobre Cuautla con órdenes oficiales de copar a Zapata, "a sangre y fuego", pues el Gobierno "no pactará con bandidos". Los guerrilleros que abandonan sus máuseres y revólveres a los pies de Madero, vuelven a adueñarse de ellos; Madero los ve partir a caballo, otra vez hacia la sierra. Es el principio de un calvario que no terminará con el crimen de Zapata.
Huerta se apodera de Cuautla, Yautepec y Ayala, sin encontrar resistencia. Escribe Jesús Silva Herzog:
"Frecuentemente, los zapatistas no presentaban combate. Cuando el enemigo era superior en número de gente y en armamento se dispersaban ocultándose en los caseríos o en los barrancos. A veces no se ocultaban; escondían el rifle y se ponían a trabajar pacíficamente la tierra. El guerrillero se transformaba en labriego y las fuerzas federales no encontraban al enemigo. Pero cuando las circunstancias parecían favorables a los zapatistas, se reunían rápidamente centenares de hombres y daban la sorpresa, aparecían donde menos se sospechaba. Así, con suerte varia desde el punto de vista militar, con éxitos y fracasos, lucharon durante algo más de nueve años por conquistar para el trabajador del campo el derecho a un pedazo de tierra". Ellos también tienen un programa: es el Plan de Ayala, que Emiliano Zapata firma el 25 de noviembre de 1911 —¡apenas doce meses después del alzamiento maderista!—, junto con sus seis generales, 27 coroneles y demás oficiales. Refirmación del Plan de San Luis, el documento desconoce a Madero como Presidente de la República (había asumido el 6) y otorga la jefatura de la "Revolución Libertadora" al general Orozco; "en caso de que no acepte este delicado puesto", lo ejercerá Zapata.

El baño de sangre
El 25 de marzo de 1912, como titular del "Ejército Nacional Revolucionario", Pascual Orozco declara la guerra a Madero en el llamado Pacto de la Empaquetadora, suscrito en Chihuahua. Ni él ni Zapata necesitarán actuar, al menos contra el Presidente: el país arde en 1912 por los cuatro costados, y el Alto Mando resuelve acabar con Madero. Su mejor aliado es el Embajador Henry Lane Wilson, de los Estados Unidos; a sus dólares y sus consejos se deben los golpes del general Félix Díaz (octubre) y del general Manuel Mondragón (febrero, 1913). El primero fracasa; el último cuesta, sólo en la capital, 2.000 muertos y 6.000 heridos.
Huerta, jefe de las fuerzas oficiales, arresta a Madero y al Vicepresidente José María Pino Suárez, el 18 de febrero; cuatro días más tarde, los manda asesinar. Él toma la Presidencia y desata una masacre de los líderes campesinos, que se unen detrás de Carranza y del Plan de Guadalupe (marzo) y adoptan 'La cucaracha' como su himno. El 20 de agosto de 1914, luego de diecisiete meses de pelea, una intervención de los marines norteamericanos y 200.000 muertos, Carranza entra en México.
Aún no había llegado la hora de la paz. Villa y Zapata desconocen a Carranza, designan Presidente a Eulogio Gutiérrez e invaden la capital en diciembre, al frente de 60.000 guerrilleros. Carranza se traslada a Veracruz, y Obregón organiza las tropas que defenderán al Gobierno. En enero del 15, ocupa Ciudad de México, de donde los dos caudillos han salido, ante la inferioridad de sus recursos y efectivos. Sus estrellas se apagan ese año: Pancho Villa es definitivamente derrotado por Obregón en la batalla de Agua Prieta; a fines de 1915, cuando Carranza se dispone a instalarse en la capital, domina los dos tercios del territorio nacional. Sólo Zapata se resiste a su autoridad.
Pero Carranza sabe qué clase de adversario tiene por delante, y espera. Dedica el 16 y el 17 a consolidar su dominio; y en 1918 encarga al general González la captura de Zapata. Desde entonces, no hay piedad para los seguidores del caudillo: se incendian sus aldeas, se los fusila; sometidos al hambre, a la falta de municiones, el acoso rinde beneficios y cunden el desaliento y las deserciones. Con todo, será necesario que un aventurero sin escrúpulos, el coronel Guajardo, se encandile con los 100.000 pesos de la recompensa y entregue al último revolucionario. 
PRIMERA PLANA
8 de abril de 1969