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Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

REVISTERO
INTERNACIONAL

 

ORSON WELLES NO QUERÍA VER EN PARÍS A NINGÚN PERIODISTA. PERO JEAN CAU, DE "L'EXPRESS", PASO TRES DÍAS CON EL. Y OYÓ HABLAR DE MARLON BRANDO, DE TOROS, DE ORTEGA Y GASSET, DE MARCEL PROUST, DE RELIGIÓN, DE SUIZA, ETC., TODO ROCIADO CON INCONTABLES COPAS DE WHISKY Y DE COÑAC
Por JEAN CAU
TRES DÍAS CON ORSON WELLES

Revista Vea y Lea
1960

 




 

 

A MI MODO DE VER, "eso" debe pesar una tonelada y medir tres metros, pero parece que el terror me nubla la vista, y unos indígenas me afirman que eso no pesa mas de 127 kilos, ni mide más de un metro noventa de altura. Eso no camina: se mueve, rueda y avanza hacia usted como el inmenso bosque de Macbeth. Eso no se vuelve a uno u otro lado: vira con noble lentitud como un crucero de combate. No respira: sopla como un cetáceo. No habla: ruge como un volcán. No grita: lanza rugidos que aterrorizan a la población de los alrededores. No ríe: estalla en explosiones capaces de desprender las lámparas y quebrar los cristales. Si eso es un hombre, acepto que me cuelguen.
Ahora bien (¡que me cuelguen!), junto a Juliette Gréco y Bradford Dillman. Orson Welles rueda en los estudios de Boulogne "Crack in the mirror". film sacado de la hermosa novela de Marcel Haedrich: "Drama en el espejo". Zanuck produce la película que costará 800 millones de francos. El director es Richard Fleisher.

MOISÉS EN SMOKING
Todo está más o menos tranquilo sobre el escenario. Mr. Zanuck mordisquea apaciblemente un cigarro. Fleisher discute con la Gréco... Individuos de todos los sexos trajinan con cámaras, proyectores, cables, estuches de maquillaje, van y vienen, cambian de lugar esto y aquello. Todo lo que puede decirse es que parecen un poco pigmeos en ese decorado que representa la entrada, los salones y el comedor de un apartamento de dimensiones gigantescas.
Pero he aquí que, precedido por truenos, aparece Moisés en smoking caminando entre nubes. El bastón de mando es un puro con el que se podría matar a un buey. El pueblo de los asistentes, maquinistas, figurantes y "extras" se abre a su paso como el mar Rojo ante los hebreos. T se aplastan firmemente contra los tabiques, se apartan o desaparecen bajo tierra. Welles avanza. ¡Señor, lo has hecho poderoso y solitario! ¡Señor, qué gordo es!
De inmediato, se operan milagros: el gigantesco apartamento se empequeñece, el puro de Zanuck se convierte en una ramita, Fleisher se transforma en ratón, las cámaras son meros juguetes de mecánico, las voces se cambian en píos. Dillman se volatiliza y Juliette Gréco, muy valiente, se esfuerza por existir, con una temeridad que yo saludo. Me acerco. Gruñidos que vienen de muy lejos, de allá arriba, de la monstruosa cabeza rodeada por las brumas del cigarro, me hacen saber que no, que "eso" no tiene tiempo para hablar con periodistas, que "eso" lamenta... Mi suerte fué que el vaso de Mister Welles estaba vacío. Un Ganímedes barbudo que oficia de ayudante avanza con celeridad. " ¡Bring me another drink!". (Tráeme otro trago), retumbó el trueno, y me preguntó si tenía ganas de tomar un whisky. Afirmé con aplomo que un vaso de ese liquido (que aborrezco) me llenaría de placer. Bebimos. Se había roto el hielo. Nerón levantó el pulgar y aceptó mi irrisoria presencia a su fabuloso lado.
Lo llamaron para filmar. Viró noblemente, tiró de su chaleco, refunfuñó y se dirigió hacia la cabecera de la mesa, donde debía brindar por Juliette Gréco. Un mosquito cepillador se precipita sobre él y lo cepilla; un mosquito maquillador, armado, lo juro, con una piel de gamuza, le seca la frente, en la que brilla permanentemente una transpiración perfumada con whisky; un mosquito bombero apaga el puro; un mosquito camarero arregla la corbata de lazo. Comienza el rodaje. Algo me dice que Mister Welles declama el texto que quiere, actúa como quiere, y se preocupa tanto de la existencia de Mr. Fleisher como de la de su primer cigarro. En términos generales, no estoy equivocado. Filman...
La posteridad recordará que al fin de la jornada me hallaba en el camerino (dos piezas) de Orson Welles. Con la gracia sorprendente de los mastodontes, se apartó, me rogó que entrara, me invitó a sentarme... No, no, yo no lo molestaba, al contrario. ¿Tenía yo ganas de tomar un trago, eh? Coñac Napoleón, brandy, whisky, durante tres días, y gracias a la extrema urbanidad de Mr. Welles, fueron agua para mí. Los bebí por conciencia profesional. Agradezco al cielo que no haya inspirado a Mr. Welles la idea de ofrecerme esas especies de garrotes oscuros que él llama abusivamente "cigarros" y planta en su boca para extraer de ellos hongos atómicos de humo. Si yo me hubiera fumado esos garrotes, me habría enfermado, de seguro.
Un golpe seco, y ¡crac!. Orson Welles se arranca la nariz. Sin embargo, no sangra.
—¿Lleva nariz postiza? —le pregunto.
—En las películas sí, casi siempre. Porque tengo una nariz de bebé. 
—No —respondo yo—, una nariz muy bonita Tiene usted unos ojos terribles, pero una nariz muy buena. Toda su bondad está en su nariz. 
—¿No?
— ¡Yes!

DON QUIJOTE NO HA MUERTO
La montaña es sacudida por un temblor de risa. Una risa que comienza siempre con una explosión. Califiquémosla de "homérica"...
—En mi "Don Quijote", el importante es Sancho. Sí, he terminado mi "Don Quijote". No el montaje. ¡Oh, no!... Lo rodé en México y en España, con mi dinero... ¡Oh!... ¡Es terrible! (Risas). Akim Tamiroff hace de Sancho Panza y un español grande, grande, flaco, flaco, el Quijote, ¡Señor, qué gordo es! Se desviste. Sus patas son columnas de grasa de una blancura deslumbrante. El vientre no acaba nunca de ocupar el espacio que lo rodea; los hombros taparían la vista a doce espectadores en un desfile del 14 de julio.
Supongo que de Welles se ha escrito que tiene una cabeza de bebé monstruoso. Es posible..., pero la frente soberbia, alta y bien modelada, es de una nobleza que nada tiene de infantil. Los ojos, largos, amarillos, ligeramente estirados hacia las sienes, filtran miradas de una pesadez insoportable. Mas la pequeña boca de comisuras caídas, expresa tristeza y amargura. La parte alta del rostro está "elevada" por la inteligencia y el orgullo. La parte baja se hunde en los ascos y los desprecios. Ese cuerpo se degrada de arriba a abajo, se desploma en las pasiones viles, los cansancios, los horrores... La inteligencia radiante y conquistadora que brilla arriba, se hunde en la grasa, se tiende en ella y se revuelca. Aquí se entabla el combate del día y la noche. Es el Quijote de cielo y de huesos invadido y sofocado lentamente por su doble de tierra y de grasa: Sancho Panza.
—El Quijote no ha muerto; permanece vivo de siglo en siglo. Se le verá en sus escenas clásicas... He sido fiel a Cervantes, así (Welles junta las manos). Pero a veces se le verá en medio de autobuses, de motocicletas...
—¿Con su caballo y su armadura?
—Yes —me responde Welles—. Es muy, muy "vanguardista"... ¡Oh! (Risas). Don Quijote va a la Luna, la Luna de Mélies. Sancho permanece sobre la Tierra, observándolo con un telescopio... ¿Qué hace en la Luna? Grita allí la frase más bella del mundo, la que se grita cuando los barcos naufragan, cuando las casas arden: "¡Las mujeres y los niños primero!".
Welles se pone una chilaba marroquí, se quita el maquillaje con grandes golpes de toalla que le lastiman las mejillas e inflaman la piel hasta enrojecerla. Camina por la habitación como en una jaula o en un palacio, arrastrando los pliegues de su chilaba. Con un whisky en la mano, el café sobre un sofá vacío, asisto a la toilette del monstruo. Todo cuanto sigue debe oírse intercalado de estallidos de risa, gruñidos, soplidos, bufidos de foca bajo los chorros de agua de colonia...
—Se escriben insensateces sobre mí. Todo lo que se ha escrito es falso. ¡Mons-truo sa-gra-do! ¡Horror! ¡Estupidez! Se dice que soy un monstruo sagrado porque represento papeles de monstruo sagrado. Además está la leyenda, los productores que tienen miedo... No hay ídolos. Hay ideas...

MARLON BRANDO ES COJO
Tengo que renunciar a transcribir. Abrumado por el torrente de palabras, azorado por ese ciclón en chilaba, cuya risa sacude los muros, aturdido por esas ideas que caen como lava, en bloques informes, escucho y creo ahora recordar que Orson Welles me contó que pasó los primeros años de su vida en Pekín junto a un padre "play-boy" y una madre que empezó siendo católica y acabó budista. Después, estuvo en Inglaterra, Alemania, Italia, Francia, Estados Unidos, Irlanda. Brando cojea, me dice. Sí, está baldado. ¿Por qué? Porque piensa. El pensamiento consiste en representar. Un actor que piensa es como un bailarín que canta. Los actores, ¡ay!, quieren pensar. Coñac. Puro. Agua de colonia esparcida a chorros cuyo perfume se mezcla a los olores del cigarro y del coñac derramado. Yo no tenía vocación, sigue diciéndome Welles, cuando comencé a hacer teatro a los quince años, en Dublín. Yo pintaba. Mi vocación es la pintura. Esta cicatriz en el cuello, y ésta en el labio, se las debo a los toros. He toreado en España antes de la guerra. ¡Y no toros, sino novillos, "becerros"! Welles tiene una finca ganadera en México. Yes. La lengua española no permite la formación de ideas abstractas. Cuanto más, es una lengua para ensayistas a lo Ortega y Gasset. Estuve en Rusia en 1928, y en Alemania bajo el nazismo. Ahora Welles imita a Mussolini hablando con su chofer: "¿Eso es un Daimler? ¿Cuánto consume? ¡Bien! ¿Eso es un Rolls? ¿Cuánto consume? ¡Bien!". Imitación de Mussolini hundiendo la flota inglesa en formación sobre una mesa. He hecho tres años de estudios, continúa Welles, de los once a los catorce años. Mi padre era un viejo "play-boy", muy extravagante y muy rico. Cuando murió, buscamos el dinero. ¡Ni un centavo! Welles cambia de tema rápidamente: en una película hay que ser de todo, nos dice, actor, director, decorador, músico, si es posible. La especialización mata...

DETESTO LO "CHIC"
—Soy cosmopolita —dice—. Mi país está en todas partes. Tener su ciudad, su calle, su casa, es morir. Mi chaleco viene de Hong Kong. La televisión es muy buena para el reportaje, para el periodismo. Muy mala para el cine. Porque se instala en el cuarto. Con la televisión se acaba el público, la ceremonia, la respiración de mil personas en un salón. En los Estados Unidos, la televisión lo destruye todo. Whisky. Coñac. Gracias. Cigarro. Lo conformiza todo. Todo es conformista. Rusia, los Estados Unidos. Los Estados Unidos, era de prever. Pero Francia se acerca poco a poco a lo mismo. Es terrible. Polonia debe ser un país interesante porque está situada entre dos mundos. Iré el año próximo. A los cinco años, yo hablaba chino. La "nouvelle vague" en el cine es la falsa revolución. Es algo así como Trotsky en casa del rey Balduino. Bergman es fastidioso. ¡Aaaah! (enorme bostezo). Stroheim... es imposible ser alemán cuando se tiene tanto aspecto de alemán. Stroheim era un bávaro, un barroco. Su arte es barroco judío. Muy bello. ¡La "nouvelle vague" es Alejandro Dumas... hijo! El final imbécil del romanticismo. Prefiero Murnau a Stroheim. Detesto lo "chic", lo pintoresco y el exotismo. Hoy todo es "chic".
"Me hubiera gustado vivir a fines de la Edad Media, exactamente antes del Renacimiento. Nada era "chic" en esa época. Uno podía serlo todo, saberlo todo, interesarse por todo. ¡Vivir! He hecho tres campañas electorales con Roosevelt; la política me apasiona. Sólo eso es importante. No es seguro, nada seguro, que el cine sea un arte. Porque nadie puede decir hoy: "He aquí mi película, he aquí lo que yo he hecho". "El Ciudadano Kane" lo hice yo. De "Los Amberson", las cinco primeras bobinas, pero el resto.... No hice el montaje de "La Dama de Shanghai". Francia se ha vuelto esquizofrénica. París es la ciudad más importante del mundo... Es lástima que la enfermedad de Francia sea el "chauvinismo". Francia adora lo "chic" y el buen gusto. ¡Qué pena! Ahora, sólo me interesa Don Quijote...

UNA NOCHE EN MADRID
—Una noche en Madrid, yo volvía a mi casa. Acaso estaba un poco ebrio, un poco triste. Veo a un pobre que duerme sobre un banco, con la gorra cerca de la cabeza. Me detengo y meto cien pesetas en la gorra. Después me voy, y de súbito me digo: "¿Por qué cien pesetas? ¿Por qué no todo?". Vuelvo sobre mis pasos, me registro los bolsillos y encuentro que tenía mucho dinero encima. Acaso 200 mil francos. Lo pongo todo en la gorra, y el dinero rebalsaba, se caía.
"Entonces empieza a soplar el viento y los billetes vuelan en la noche. Dos marinos españoles que pasaban, corren tras los billetes, los recogen, los meten en la gorra, despiertan al pobre, y le dicen: "¡Esto es tuyo!".
El pobre contesta: "¡No, no es mío". Los marinos contestan: "Sí, es tuyo". Y yo, de pie en medio de la noche, apartado, miraba esa escena y lloraba, lloraba, "I was crying, crying...".
Welles se calla. Se encierra en un brusco silencio. Estamos en el automóvil que lo devuelve a su hotel. Miro el hocico del animal, las mejillas que sobresalen por encima del cuello del abrigo y forman un cojín sobre los hombros. Tiene la mirada perdida. De tiempo en tiempo, los párpados se levantan con lentitud y dejan pasar un resplandor cansado y soñoliento. Una luz como la que debía haber en los ojos de los Césares gordos de la decadencia cuando, con asco, miraban matarse a los gladiadores.
A la mañana siguiente, vuelvo al estudio. Welles me dice:
—He dormido dos horas. ¿Café?
—Café.
—Estoy cansado. Estoy muerto.
El barbudo Ganimedes aparece con los cafés, y se eclipsa. Welles gruñe, se levanta, bebe. Es sucio. No le importa nada. Se seca las manos en las cortinas, lanza los cigarros encendidos en las alfombras de los hoteles, donde siembra el terror, envía a su factótum a tirar de la cadena cuando sale del baño, se quita el maquillaje con una camisa si no tiene a mano una toalla. Le imparta poco todo eso. Está cansado, aburrido, gordo. Se llama Orson Welles. Es un genio. Experimenta el más perfecto desprecio hacia la gente que quiere triunfar y no lo consigue: hacia esa azotada humanidad de actores, figurante, productores y directores que se revuelca a sus pies en las cloacas de la estupidez, el dinero o el arribismo nervioso. En realidad, ni siquiera desprecia. No le importa. Lanza sobre toda esa miseria la mirada indiferente de un paquidermo centenario. A veces, levanta la trompa y barrita con una cólera espantosa. Como el otro día cuando abandonó la escena rugiendo injurias contra todo el conjunto, que temblaba de miedo. Un hora después, regresó, se volvió hacia los esclavos y masculló: "¡Excuse me, my name is María Callas!...". (Perdónenme, me llamo María Callas). Encendió un garrote. Se le odia. Se le admira. Welles se divierte observando, agazapado en su grasa, los vaivenes de odio y de admiración que provoca.
—Los actores son mujeres, dice. Hermafroditas. . . ¡Uah!... Ser director es la cosa más fácil del mundo. Cualquiera puede hacerlo. ¡Acción! ¡Si! ¡Corten! ¡Acción! ¡Corten! Ser un gran director es muy difícil. No voy al cine. Cuando veo una película, siempre me parece oír el ruido de las dos maderas cuyo golpe marca los "cortes", y para mi una película es buena cuando no los oigo. El cinemascope no vale nada. Es flojo en los bordes, carece de profundidad de campo, y ¿para qué cinta tan larga? El cine desaparecerá asesinado por la televisión. Películas como ésta que hacemos ahora, son los últimos dinosaurios antes de la era cuaternaria. Pronto desaparecerán de la superficie de la tierra. En el porvenir sólo habrá pequeñas películas baratas.

LA MUERTE
¿Whisky, coñac? El alcohol no embriaga a esa masa que es Welles, lo embota. Sólo el blanco del ojo se le inyecta de sangre y la mirada se recargan y pesa más fuertemente sobre los mosquitos que zumban, cepillan, maquillan, dirigen, y actúan alrededor de él. Desde hace 44 años vaga alrededor del mundo. China, India, África, Europa, América... Conoció la gloria en su adolescencia, fué un genio radiante con todos los prestigios, las mujeres más bellas lo amaron y todos los grandes hombres lo recibieron. Arrojó el dinero por las ventanas. Hoy, está gordo, oprimido por las deudas, pero el viejo orgullo le murmura que todavía es el más grande. Si él quisiera... Si se le dieran los medios... ¡Cuando entra en ese círculo de pensamiento, Welles reina! Poco después, súbitamente despierto, pronuncia sobre la escena una conferencia, cambia el guión de Fleisher y transforma los diálogos. Se le da la razón, porque la tiene. Zanuck se come un puro más, pero dice: "Orson tiene razón, así queda mejor".
—Venga a tomar un poco de aire —me dice Welles.
Durante más de dos horas, caminamos a pasos lentos en el patio del estudio —ida y vuelta, ida y vuelta— bajo la redonda mirada de los esclavos. El Ganimedes barbudo me dice: Tiene usted suerte. ¡Nunca he visto a Welles hacer eso con nadie!".
—El mal... El bien... El bien sale del mal, me dice Welles mientras paseamos—. El mal es el estiércol de donde brota el bien. Sí, la muerte es mi obsesión. Los Estados Unidos y Rusia quieren suprimir la muerte. Matan la vida. ¡Civilización del self-service! Todo va a hacerse "chic". ¡Odio lo "chic" ¡Odio el self-service! ¡Odio a Disney y a la fantasía industrial! Hay que leer a los místicos cristianos, a Shakespeare, a Montaigne. .. Montaigne es uno de los más grandes franceses. Proust es "chic". Montaigne no: ni Alejandro Dumas. ni el Hugo de "El hombre que ríe", ni Moliere. A pesar de todo, leo a Proust. Lo admiro pero no lo quiero.
—¿Es usted creyente?
—No puedo responderle. Existe la muerte... Pero detesto el protestantismo, el puritanismo. El protestantismo es el vicio sin caridad.
—Usted aterroriza a todo el mundo en la escena. Todos le tienen un miedo tremendo. Se preguntan quién es usted y todos llevan en el bolsillo un Welles que exhiben con embeleso.

PREFIERO A SUIZA
Una tromba de risa cae desde las nubes.
—Eso pasa porque no trabajo con ellos. Si trabajaran conmigo me reconocerían ... Aquí no soy más que un actor.
Después me dice que su personaje Arkadin, es Stalin. No es Arkadin, ni Kane. ni Macbeth, ni Otelo.
—Usted dice en una película: "En pocos años la Italia de los Borgia produjo maravillas en medio de crímenes, orgías, incestos y envenenamientos. En setecientos años Suiza ha producido el reloj de cuco.
—Sí —contesta Welles—. Pero voy a confesarle algo: prefiero a Suiza.
—En otra película, usted relata el cuento del escorpión que pide ayuda a la rana para atravesar el río. "No, me vas a picar", dice la rana. Si te pico, me ahogo", contesta el escorpión. "Es verdad", dice la rana, "puedes montar sobre mi espalda". En medio del río el escorpión pica a la rana. "Estás loco", dice ésta antes de morir, "te vas a ahogar'". "Es verdad", responde el escorpión. "Pero no puedo evitarlo. Es mi carácter"
—Sí, pienso así —dice Welles—. He escrito eso.
Caminamos bajo el sol. Welles fuma un puro. Nada de whisky ni de coñac.
—Una vez escribí un guión para Chaplin y Greta Garbo: "Los amores de d'Annunzio y la Duse". Dos monstruos locos. El hiperromanticismo degenerado... La pasión ridícula y teatral. Chaplin y Garbo no quisieron filmarlo.
—Señor Welles, lo esperan en escena.
Tres, cuatro, cinco veces, víctima de una crisis cardiaca, el gran abogado Lamorciere (alias Welles) se derrumba por tierra ante la cámara. Con evidente placer. Esta escena le gusta. Pone los ojos en blanco, respira fatigosamente... A las siete, estaremos bebiendo obra vez. Nueva sesión de chilaba en el camerino. Welles me ofrece una imitación de Napoleón tirando de las orejas a los veteranos de su ejército.
—Fué Napoleón quien inculcó el gusto de lo "pequeño" a los franceses. Casita, mujercita, soldadito, traguito... Ese italiano astuto lo rebajó todo para ser más grande...
Después de estas reflexiones sobre Napoleón, Welles se declara dispuesto a tomar un curso de lingüística para probarme que Shakespeare sólo puede ser representado en las lenguas "góticas"' y no en las lenguas románicas.
—Escuche esto: "¡Essere o non essere! ¡Ecco e la questione!".

GULLIVER DE NIÑO
El bulldozer hace unas cuantas muecas, reúne sus dedos en una especie de ramo, imitando el usual gesto itálico, y ruge de risa. Después, con el tono de un general francés de vodevil, que riza su bigote, exclama:
—"Etre ou ne pas etre! Voila la question!"
Pero luego, solemne, grave, los ojos semicerrados, la voz profunda, lanza:
—"Sein oder nicht sein! Das ist die frage!'.
—Me pregunto —continua Welles— cómo se puede ser mal actor de teatro en alemán. "Sein oder nicht sein...". ¿Ve usted la diferencia?
Dos horas más tarde, mi gentil compañero Orson Welles me deja en la puerta de mi casa. Antes de despedirnos me confiesa algunas cosas más: no comprende cómo se han podido descubrir en Yucatán frescos y petroglifos que representan elefantes. ¡Sí, elefantes! Es un misterio. Me informa también que él desciende de la ilustre familia italiana de los Orsini, por la línea femenina. Orson, quiere decir "Orsino". Uno de sus antepasados fué embajador en la Corte de Saint James. Por tradición, todos los muchachos de su familia se llaman Orson. Hasta mañana, Welles.
* * *
—¡Oh! —me dice el Ganimedes barbudo—. ¿No le han advertido? ¡El señor Welles no recibe hoy a nadie! ¡No quiere ver a nadie! Por lo demás...
Aparece el ogro y me dice:
—Entre... ¿Quiere café?
—Sí, café. ¿Durmió bien?
—Yes. Casi me suicido. —Welles hace un gesto de echar un kilogramo de pastillas de dormir en el hueco de la mano y de tragarlas—. He dormido —me dice— pero estoy embrutecido.
—¿Qué le parece si lo dejo en paz por hoy?
—Podemos vernos el lunes —dice Welles—. Si usted quiere. Estoy muerto de cansancio, de todo.
Emite un gruñido, y hace un sordo ruido con la garganta. Pone los ojos vidriosos. El monstruo juega conmigo y representa la muerte del monstruo. Después se yergue, himaláyico, abre e ilumina sus ojos amarillos, coge un cigarro y lo enciende. Se sienta, con dos Kieenex alrededor del cuello en forma de babero para que el maquillaje no le ensucie la camisa, y el cigarro plantado entre ambas mejillas como un biberón. Cierra los ojos. Entonces, se produce la ilusión. Parecería Gulliver durmiendo, Gulliver niño. ¡Que la paz sea contigo, gigante! ¡Déjame recoger mis bártulos y volver a Liliput!...