Volver al Indice
Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

REVISTERO
INTERNACIONAL

 


Hay vida en la luna

EL RECIENTE lanzamiento de los "Lunik" II y III ha actualizado un antiguo interrogante: ¿es realmente verdad que la Luna es un mundo muerto, privado del menor rastro de organismos vivos? He aquí lo que piensa del asunto un ilustre científico soviético, el profesor Jerusalimskij, vicedirector del Instituto de Microbiología de la Academia de Ciencias de la U. R. S. S.

 


con este imponente aparato óptico, los astrónomos soviéticos pueden seguir la faz inicial del lanzamiento de los Sputnik y de los Lunik


el profesor Gabrili Tikhov, fundador de la astrobotánica

el geólogo A. Khabakov examina algunas fotografías de la superficie lunar; a sus espaldas, se puede ver un mapa fotográfico de la Luna

 

 

"Los elementos esenciales para la vida, tal como nosotros la conocemos, son el agua, el oxígeno y la temperatura biológica, es decir, la que permite existir a los organismos vivientes. Tales condiciones se hallan en la Tierra. Es probable que se hallen también presentes en otros cuerpos celestes. En nuestro sistema solar, el planeta más indicado, después del nuestro, podría ser Marte. De todos modos, aunque las condiciones de vida (agua, oxigeno, temperatura biológica) no sean en otras partes idénticas exactamente a las de la Tierra, pueden producirse circunstancias adecuadas a la existencia de animales y vegetales. Útiles indicaciones nos suministran determinados ambientes terrestres, en los que la vida subsiste tenazmente a pesar de condiciones que podrían llamarse totalmente adversas. En los "geysers", por ejemplo, donde la temperatura llega casi a los cien centígrados, viven las más elementales formas de bacterias unicelulares y algunas especies de algas. No puede, pues, negarse que existen organismos capaces de adaptarse a condiciones análogas existentes en otros planetas, en particular en Venus. Pero, ¿qué puede decirse de la Luna? Hasta hace poco tiempo se la consideraba un cuerpo celeste privado de vida. Ahora ese punto de vista se ha modificado, en cierto sentido.
"En la noche del 3 de noviembre de 1958, en el observatorio astrofísico de Crimea, el astrónomo profesor Nicolai Kosyrev descubrió y fotografió por primera vez una erupción volcánica en la Luna, precisamente en el interior del círculo denominado Alfonso. Además, los estudios sobre la temperatura lunar efectuados en el observatorio astronómico de Pulkovo, bajo la dirección del profesor Alexander Marchov, permitieron recientemente confirmar que en el subsuelo lunar, a poca profundidad, la temperatura es constante, mientras que en la superficie varía entre los 120 grados sobre cero y los 150 bajo cero. Las grietas y hendiduras que en gran número existen en la Luna contienen probablemente humedad y bióxido de carbono. En tales condiciones la vida —no tal vez la de organismos complejos, pero por lo menos de formas primitivas— puede desenvolverse. Uno de los elementos en los que se basa la vida en la Tierra es el carbono. Sin embargo, ella puede ser también alimentada por otros elementos, como el silicio. Además, también en nuestro planeta es posible comprobar que los organismos tienen mil modos de derivar, de la descomposición los elementos orgánicos más dispares, la energía necesaria para su propio sustento. ¿No es acaso por este procedimiento que el "quemoautotrophos" —tal vez el más simple de los microbios— se procura la indispensable energía vital? Obtiene el alimento oxidando substancias minerales como el amoníaco, el sulfito de hidrógeno y las sales de hierro. Los organismos terrestres extraen su energía del Sol, a través de la fotosíntesis de las plantas. Los rayos solares alcanzan también a la Luna, pero no hay oxígeno en ella. ¿Cómo pueden, entonces, existir organismos vivientes? Puesto que en la Luna se producen erupciones volcánicas, debe haber bióxido de carbono. Y cuando aparece el bióxido de carbono, el oxígeno puede formarse. Aquí radica la base razonable para suponer que la Luna esté habitada, aunque más no sea que por formas de vida muy elementales".
El astrónomo Gavrili Tikhov, que dirige una sección de la Academia de Ciencias en Alma Ata, Kazakhintan, se ocupa desde hace casi cincuenta años del apasionante problema de la vida en el Universo. Es el fundador de una nueva ciencia, la "astrobotánica", que investiga acerca de la vida vegetal de los planetas, de Marte particularmente. Interrogado acerca de la posibilidad de que exista en la Luna una forma de vida, ha declarado:
"Quien conozca hasta dónde alcanza la gran capacidad de adaptación de la vida vegetal, no puede excluir la posibilidad de que algunos tipos de plantas puedan desarrollarse y prosperar también en condiciones ambientales muy distintas de las terrestres. Hay que considerar que existen también en nuestro planeta fitobacterias (organismos vegetales microscópicos) que superan fácilmente temporadas prolongadas en aire líquido y que pueden soportar sin daño la permanencia en tubos sellados que contienen gases venenosos. Existen, además, organismos animales unicelulares que siguen viviendo aún luego de prolongada inmersión en los más potentes antisépticos. Personalmente creo que en la Luna y, más precisamente, en las márgenes del cráter Platón, puede existir una forma de vida inferior no sólo vegetal sino también animal. No puede excluirse que en la cara todavía desconocida de la Luna existan zonas (cráteres, hendiduras, etc.) en las que se hallen condiciones ambientales favorables para determinadas formas de vida elemental. Pronto tendremos oportunidad de lanzar vehículos espaciales hacia Venus y Marte. Por lo demás, está ya próximo el día en que sabremos, por fin, qué formas de vida existen en los planetas más cercanos a la Tierra. Marte posee una atmósfera seca con grandes variaciones de temperatura entre la noche y el día, entre verano e invierno. El oxígeno es muy escaso. Sin embargo, he podido demostrar con muchos ejemplos que entre nosotros, en la Tierra, hay regiones en las que rigen las mismas condiciones de Marte y que, a pesar de ello, poseen rastros de vida vegetal. Así, por ejemplo, el clima del Pamir es el clima de Marte. Resulta interesante destacar que la multiforme vegetación de alta montaña del Pamir tiene las mismas propiedades ópticas que las halladas en Marte. En la zona de Verkhojansk y en la de Oimjakon, en Siberia, el clima no es menos riguroso que en Marte y, sin embargo, crecen por lo menos doscientas especies distintas de plantas. Todo lo cual testimonia que la posibilidad de adaptación a condiciones de clima más riguroso es muy grande en las plantas. Los prolongados estudios que realicé me llevaron a la conclusión de que la vida es posible en Marte. Es función de la astrobiología descubrir las leyes que regulan la formación y el desarrollo de la vida en el Universo".
Otro astrónomo soviético, el profesor Félix Segal, docente de la Universidad de Kiev, a esta pregunta nuestra: ¿"Puede considerarse que el hombre constituya la forma de vida más elevada, única e irrepetible de todo el Universo?'', ha contestado así:
"Resulta tonto y presuntuoso excluir "a priori"' que exista, en otras regiones del Universo, una forma de vida más inteligente que la humana. El cálculo de probabilidades, aplicado a las leyes a las que estuvo verosímilmente sometida la formación del universo, indica que por cada millón de estrellas "debe" existir un sistema planetario habitado. Por consiguiente en nuestra Galaxia (una isla perdida en el inmenso universo) hay alrededor de "cien mil" mundos en los que existe la vida. En muchísimos de ellos está presente bajo formas inferiores, pero en algunos, seres vivientes superiores pueden haber alcanzado un grado de inteligencia y de civilidad muy por encima del humano. Acerca de la posibilidad de que exista vida en Marte, desearía decir que demasiado a menudo nosotros razonamos en términos conforme a medidas humanas. Se oye decir frecuentemente que "en Marte no hay, no puede haber vida animal", porque la atmósfera de ese planeta es muy rarefacta. Es este un razonamiento demasiado simple para ser válido científicamente. ¿Quién, en efecto, puede afirmar que la vida animal debe forzosamente basarse, como en la Tierra, en un metabolismo a base de carbono? Basta suponer, por ejemplo, que los eventuales marcianos pueden prescindir en buena parte totalmente del oxígeno: y he ahí que resulta posible deducir, contrariando las viejas afirmaciones, que el planeta rojo puede hospedar también una vida superior".
Resultaría ingenuo esperar ahora una respuesta definitiva a cualquiera de estos interrogantes por parte del "Lunik III"; pero es innegable que la nueva empresa espacial ha acercado el día en que el hombre podrá saber si la vida es un prodigio exclusivo de la Tierra o no. La técnica del lanzamiento del "Lunik III", el carácter de su movimiento a lo largo de su trayectoria, su instrumental, los múltiples importantes fenómenos que se produjeron durante su vuelo de acercamiento y de rotación alrededor de la Luna, permiten sostener que actualmente existen bases totalmente reales para el desarrollo de las comunicaciones interplanetarias y que en el futuro próximo las estaciones automáticas y luego el hombre podrán realmente descender sobre la superficie de la Luna y de los planetas.
Para el lanzamiento del "Lunik III" fué necesario construir un cohete especial multifásico, teniendo en cuenta la experiencia acumulada con los "Sputnik" y los dos "Lunik" anteriores. Y fué perfeccionada la vinculación entre la radio con el último período del cohete y con la sonda espacial (a "container"); aparatos de distinta frecuencia transmitían a la Tierra los detalles inherentes al cohete durante su trayectoria; una "memoria magnética" especial (utilizada en algunos satélites artificiales y en las sondas espaciales norteamericanas) acumulaba los datos científicos para transmitirlos luego "a pedido" de la estación terrestre de control. En el interior del "container" habían sido creadas artificialmente las condiciones necesarias para el funcionamiento normal de todo el instrumental: durante el vuelo, en efecto, se mantuvieron la temperatura (oscilando entre los 25 y los 30 grados centígrados) y la presión dentro de límites establecidos. Lo cual es de extremada importancia. Efectivamente, si la ciencia y la técnica se hallan ya en condiciones de crear en el interior de un vehículo espacial el régimen especial para un funcionamiento preciso de los instrumentos, es evidente que en un futuro no lejano será posible crear las condiciones climáticas necesarias para la vida del hombre en el interior de una astronave.
La obra cumplida por el Lunik III ha excitado la fantasía de todos, desde el hombre de ciencia hasta el más modesto hombre de la calle. Pero, si para el primero es bastante fácil formarse una idea de las leyes que regularon ese maravilloso viaje, para el profano se trata de una empresa demasiado complicada.
El "secreto" del Lunik III comienza en Leningrado, en una de las silenciosas callejuelas de la isla Vassilievskij, en un modesto edificio de dos pisos que aloja al Instituto de Astronomía Teórica de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética. Con el auxilio de enormes calculadoras electrónicas, se efectúan los cómputos del movimiento de la Tierra en el espacio interplanetario, de la Luna, de los planetas, del Sol y de las estrellas más importantes. En base a estos cálculos son preparadas tablas que permiten determinar la posición de los cuerpos celestes en cualquier instante pasado, presente y futuro. En sus cálculos, los estudiosos del Instituto han previsto también el movimiento en el espacio de cuerpos artificiales como los Sputnik y los Lunik y las futuras astronaves. Ahora bien, desde el punto de vista astronómico, también un vehículo especial, cualquiera sea su dimensión, es un cuerpo celeste sometido a las mismas leyes que regulan el movimiento del Sol, de la Luna y de los planetas, leyes llamadas de "atracción universal".
Los pioneros de la astronáutica, Constantin Ziolkovskij y Ari Sternfeld —primeros entre los rusos— ya se habían preguntado: ¿no se podría acaso, con los métodos de la mecánica celeste, calcular la trayectoria de un vuelo que permita a una astronave acercarse a la Luna, circundarla y regresar a la Tierra? Los investigadores del Instituto de Astronomía Teórica de Leningrado no han hecho más que perfeccionar los cálculos de Ziolkovskij y de Sternfeld sobre la base de la técnica electrónica más moderna, de las posibilidades ofrecidas por la potencia de los cohetes soviéticos y de la preciosa experiencia acumulada con los Sputnik y los Lunik. Así surgió el proyecto de lanzamiento del Lunik III. Los astrónomos sabían que el movimiento del nuevo vehículo espacial se produciría, en este caso, bajo el influjo de la atracción por parte de distintos cuerpos celestes, principalmente de la Luna, la Tierra y el Sol, y que, por consiguiente, el carburante (o mejor dicho, el impulsante, como dicen los técnicos) sería necesario únicamente en la partida, para imprimir al cohete la velocidad de más de 11 kilómetros por segundo. Es sabido que esta velocidad es indispensable para superar la fuerza de atracción terrestre.
Pero, ¿cómo puede explicarse el prolongado vuelo del Lunik III sin consumo de combustible? La cosa más simple es comparar el cohete con un "boomerang", el arma de los salvajes australianos, que tiene la virtud de volver a la persona que lo ha arrojado. Así, más o menos, se desempeñó el tercer Lunik, que, arrojado con fuerza enorme en el espacio interplanetario, se acercó a la Luna, la superó y se dirigió hacia la Tierra. Por supuesto que la semejanza del cohete con el "boomerang" no es más que aproximada y exterior. En un "boomerang", en efecto, lo mismo que en una piedra común arrojada al aire y en los mismos cohetes meteorológicos, ionosféricos, balísticos, etc., influye predominantemente la fuerza de atracción terrestre. En el Lunik III, en cambio, que se mueve a gran distancia de la Tierra, influyen distintas fuerzas de atracción: las de la Tierra, de la Luna y del Sol son las principales. Estas tres fuerzas, constantes en cuanto a potencia, son variables conforme al juego de los movimientos recíprocos de los tres cuerpos celestes. A cada instante, por consiguiente, influyen sobre el Lunik III de distinto modo. Por eso fué necesario que los astrónomos soviéticos calculasen perfectamente su influencia en sus constantes y en sus variables, de modo de obtener que el vehículo espacial pudiera cumplir la trayectoria prevista. Y, efectivamente, los cálculos teóricos obtuvieron una maravillosa confirmación práctica.
Lo más sorprendente para el profano en la aventura del Lunik III, es que el vehículo espacial pasó junto a la Luna sin caer en ella (como el Lunik II) o sin perderse en el espacio, hacia el Sol (como el Lunik I y el "Pioner IV"). La explicación es teóricamente sencilla, acercándose a la Luna, la sonda espacial poseía la velocidad y la dirección exactamente necesarias para no ser "capturada" por el campo gravitacional lunar, pero insuficientes para librarse totalmente de la atracción terrestre. Después de haberse alejado de la Luna, a alrededor de 470.000 kilómetros de la superficie terrestre, comenzó a experimentar de manera preponderante la atracción de nuestro planeta y por eso inició el viaje de regreso.
La realización práctica de este maravilloso vuelo, que acabamos de describir someramente, fué empero de una complejidad enorme, muy superior a la requerida para poner en órbita un satélite artificial de la Tierra. Los expertos soviéticos han resuelto brillantemente las dificultades que se les presentaron. Con extraordinaria precisión calcularon hasta en fracciones de segundo la trayectoria de los Lunik II y III. Los lanzamientos fueron efectuados a la perfección (sin que ello implique adentrarnos en la compleja cuestión de la potencia y seguridad de los cohetes soviéticos) y ello permitió imprimirles la velocidad y el derrotero exigidos. El éxito de estos dos últimos lanzamientos que han sorprendido a los propios técnicos occidentales se debió esencialmente al hecho de que los cohetes de los Lunik II y III eran teleguiados.
Semejante sistema de conducción a enorme distancia presupone excelentes soluciones en el campo radiotécnico. Uno de los más destacados expertos soviéticos en la materia, el profesor Juri Khelebischevich, ha afirmado lo siguiente:
"Investigaciones de muchos años y la elaboración de métodos de radiotelecomando para el estudio del espacio cósmico y de los cuerpos celestes más cercanos, Luna, Venus, Marte, nos permiten llegar a la conclusión de que actualmente es éste el único medio para realizar los vuelos interplanetarios. De fundamental importancia para el buen éxito es, sin duda, la solución de los problemas ligados con la precisión de la velocidad y de la dirección de los cohetes a distancias astronómicas. La estructura esencial para obtener esto consiste en alrededor de cien grandes antenas parabólicas dispuestas a lo largo de un círculo con un diámetro de diez kilómetros. Ellas están ligadas por líneas radio-"relais" con una orientación dispuesta conforme a un programa especial. Hay que tener también en cuenta que gran parte de las operaciones de conducción o de corrección de la ruta, telecomandadas, va confiada a aparatos electrónicos de cálculo ultra rápido, que "leen", interpretan y vuelven a elaborar los resultados de los registros y de las observaciones efectuadas por el instrumental instalado a bordo del vehículo espacial y enviadas desde él, por radio, a la Tierra. Toda la numerosa y compleja estructura de dirección esta concentrada no lejos de las antenas, en un grupo de edificios construidos expresamente. El complemento de estructuras preparadas por nosotros para la guía y el telecomando, podrá dirigir otros vuelos de cohetes, enviados no solamente a la Luna, sino también a Marte y Venus.
Según el profesor Khelebischevich, el programa espacial soviético de 1957 a 1975 ha sido planeado en ocho etapas. La primera, la representada por el lanzamiento de satélites artificiales de la Tierra, ya se ha realizada: por supuesto, su empleo recién se halla en el principio. Segunda etapa: vuelo de cohetes a la Luna, con envío a la Tierra de informaciones por radio y luego por televisión. Esta etapa tuvo comienzo con los viajes de los tres primeros Luniks. Tercera etapa: lanzamiento a la Luna de estaciones científicas automáticas del tipo de las meteorológicas arrojadas con paracaídas en las zonas polares. Empresa llena de dificultades pero próxima ya, luego del viaje del Lunik III, que podrá ser cumplida dentro de los próximos dos años. Cuarta etapa: instalación de laboratorios permanentes en la Luna, reaprovisionados mediante cohetes regularmente enviados desde la Tierra. Plazo máximo, año 1964. Quinta etapa: envío a Venus y a Marte de cohetes provistos de aparatos electrónicos capaces de comunicar a la Tierra informaciones acerca del estado físico de los dos planetas y de la eventual presencia de formas de vida. Esto ocurrirá no después de 1965. Sexta etapa: vuelo sobre Venus y Marte de cohetes que se transformarán en satélites de esos planetas y nos mantendrán informados regularmente, ya sea por radio o por televisión. Plaxo máximo, 1967. Séptima etapa: aterrizaje en Venus y en Marte de cohetes que transportarán laboratorios móviles con deslizamiento a oruga. Se obtendrán así teletransmisiones directas respecto de las condiciones físicas y biológicas existentes en los dos planetas. Será realizada a partir de 1970. Octava etapa: creación de estaciones permanentes en Venus y Marte. Para alrededor de 1975.
Uno de los aspectos más interesantes de las etapas preliminares para el descenso del hombre en la Luna y en los planetas, está constituido por los satélites artificiales extra terrestres. A propósito de este tema, resulta casi forzoso hablar de los proyectos elaborados por Ari Sternfeld, uno de los más distinguidos especialistas en astronáutica, conocido en todo el mundo científico.
"Así como son utilizados para observar y conocer mejor nuestro planeta, los satélites artificiales pueden resultar útiles para el estudio de cuerpos celestes lejanos como la Luna y los planetas. Para conquistar el espacio interplanetario, hay que crear satélites artificiales que giren, no solamente alrededor de la Tierra, sino también alrededor de la superficie lunar, de la de Venus, Marte, Mercurio, etc. Para observar la superficie de la Luna a vuelo de pájaro, resultaría muy cómodo un satélite artificial que girara sobre un plano que atravesara los polos lunares. Gracias a él, en cuatro semanas (período de rotación de la Luna alrededor de su propio eje) se podría fotografiar desde el satélite toda la superficie de la Luna iluminada por los rayos solares. El período de revolución del satélite alrededor de la Luna a una altura de 30 kilómetros, será de una hora, 51 minutos y 13 segundos; a la altura de 100 kilómetros, ese período aumentará en 6 minutos y medio. El movimiento de los satélites de la Luna que giren a una altura de algunos centenares de metros será casi cinco veces más lento que el de los satélites que vuelan a la misma altura sobre la superficie de la Tierra (a causa de las pequeñas proporciones de la Luna y de su pequeña masa). Esta circunstancia facilita notablemente la observación de la superficie lunar. Desde una altura de 30 kilómetros se podrán observar incluso a simple vista los objetos que se hallan sobre la superficie lunar, con tal que tengan un tamaño no inferior a.3,8-4,7 metros, según la agudeza visual. Pero a la velocidad de movimiento correspondiente a esta altura (más de 1.600 metros por segundo) y dado el diámetro del campo visual, relativamente reducido (cerca de 650 kilómetros), el objeto observado desaparecerá rápidamente de la vista. Por eso resultaría más cómodo para el observador un satélite que girara a mayor distancia, por ejemplo a 50 kilómetros de la Luna. Entonces, a una velocidad de vuelo bastante menor, el diámetro de la superficie lunar que se puede abarcar con la mirada resultaría notablemente más vasto (824 kilómetros).
"Para acelerar la observación de toda la superficie de la Luna, no será necesario esperar pasivamente que la Luna cumpla media vuelta (o una completa) alrededor de su propio eje. Luego de haber efectuado una revolución alrededor de la Luna con motor apagado y después de haber observado una superficie de una amplitud determinada, los astronautas podrán, volando sobre el polo lunar, encender el motor del cohete y dirigir su observatorio volante hacia otra órbita. De este modo, en la siguiente revolución del satélite alrededor de la Luna conforme a la nueva órbita, los astronautas observarán zonas completamente nuevas. Cuanto mayor es la altura a la que vuela el satélite, tanto más amplia es la superficie visible y menos frecuente debe ser la mudanza del plano de órbita del satélite. Así, a una altura de vuelo de 10 kilómetros, habrá que efectuar esta operación 14 veces, mientras que a una altura de 50 kilómetros sólo habrá que efectuarla seis veces. Empleando este método se podrá observar toda la superficie de la Luna desde una altura de 10 kilómetros en un día, 3 horas y 20 minutos; desde la altura de 50 kilómetros será menester la mitad de ese tiempo."
Hace poco más de dos años, los lanzamientos de satélites artificiales de la Tierra y de sondas espaciales eran considerados casi imposibles e incluso fantásticos, no solamente por vastos sectores de científicos y de ingenieros, sino también por muchos especializados en el campo de la técnica de los cohetes. Ahora, todavía es difícil pronosticar las perspectivas, los descubrimientos que tenemos por delante. Una cosa es innegable: que éxitos ulteriores serán posibles únicamente si la paz reina en la Tierra. El desarrollo de la astronáutica y la realización de sus grandiosos proyectos exigen la colaboración internacional. Los científicos que participaron del reciente Congreso Astronáutico de Amsterdam, opinaron que tal colaboración es no sólo posible, sino necesaria. Ella contribuiría a desviar los esfuerzos realizados, tanto en los Estados Unidos de Norteamérica como en la Unión Soviética, en provecho de la técnica militar, para orientarlos hacía un terreno más noble: el pacífico trabajo de investigación acerca del misterio del Universo.
revista vea y lea
11/1959