El Papa Pablo VI en Palestina
4-6 enero de 1964


El peregrino en Nazareth: Primera escala de un largo viaje

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Enero 4-6, 1964 Pablo VI en Palestina
Los 2.151 testigos no podrán olvidarlo: a las once y veinte de la mañana, aquel miércoles 4 de diciembre, Pablo VI se caló sus anteojos de montura plateada, esperó a que subieran el micrófono a la altura de sus labios y clausuró la segunda fase del Concilio Ecuménico con un anuncio espectacular. "Hemos determinado, después de madura reflexión y no pocas oraciones —dijo con su voz monocorde, que parecía, como siempre, castigada por el cansancio—, trasladarnos el próximo mes de enero a Palestina, para honrar personalmente, en los Santos Lugares donde Cristo nació, vivió, murió, resucitó y subió al Cielo, los misterios de nuestra salvación, la encarnación y la redención." Era la primera vez, desde que San Pedro emigró de Jerusalén (hacia el año 40 de la era cristiana), que un Pontífice volvería a pisar la tierra sagrada.
"Un viaje sensacional", comentó Radio Moscú en la noche del 4. "El acontecimiento del siglo", exageraba Yedioah Aharonoth, matutino de Tel Aviv. Tres líneas aéreas compitieron para fletar el avión especial que trasladaría al visitante: Alitalia, por fin, ganó la puja. El directorio de Paris-Match estuvo reunido más de doce horas para planificar lo que sus redactores llamarían el Operativo Peregrino: decidió contratar un vuelo de Air France y ocupar hasta el último asiento libre con sus reporteros y fotógrafos. Luego, cuando el semanario Época alquiló un avión de Alitalia por los tres días que iba a durar la visita, Paris-Match amplió su proyecto: plagió la idea del alquiler, pero la perfeccionó instalando la redacción, con los correctores de pruebas y el laboratorio fotográfico incluidos, dentro del aparato. Time Life destacó sesenta enviados. La RAI (Radio-Televisión Italiana) fletó por barco cuarenta toneladas de equipo.
Cada paso del viaje fue medido al milímetro: en una Jerusalén dividida, las horas que Pablo VI permanecería en el sector árabe o en el judío empezaron a asumir un peso político. La elección de la Delegación Apostólica en el área jordana de Jerusalén como residencia estable del Papa sólo quedó resuelta tras una semana de cabildeos diplomáticos. El hecho de que el aeropuerto de entrada y salida fuera Ammán motivó explicaciones y cartas secretas. Pablo recorrió Tierra Santa durante 47 horas: excluidas las 16 que dedicó al descanso, trece empleó en su travesía por el territorio israelí, dieciocho en Jordania. La diferencia quedaba compensada por las forzosas cuatro horas de desplazamiento desde Ammán a Jerusalén, El protocolo dejaba sin resuello, día y noche, a los asesores pontificios.
Los tres mil quinientos periodistas —entre ellos el de Primera Plana, único enviado de la prensa argentina— concentrados a un extremo y otro de la puerta fronteriza de Mandelbaum, abierta por primera vez desde 1948, pudieron oír, en vísperas de la visita, los furtivos rasguidos de metralla que destrozaban las noches, vieron descender algunos fogonazos incidentales sobre la tensa Jerusalén, para la que ni siquiera Pablo representaría una tregua. La atmósfera caldeada se olía en todas partes; del lado árabe, sobre la misma Vía Dolorosa donde Pablo iba a tratar de repetir los pasos de Cristo con la cruz a cuestas, se alzaban letreros de advertencia, en inglés: Dont's forget, pilgrims, Jewish people killed Jesuss (No olviden, peregrinos. El pueblo judío mató a Jesús). En las librerías del lado israelí, El Vicario, la pieza de Rolf Hochhuth que denostaba las contemplaciones de Pío XII con el nazismo, subió al tope de las listas de ventas. Es que el Concilio Vaticano no había aprobado aún la declaración que relevaba a los judíos de las seculares acusaciones de deicidio, a pesar de los esfuerzos del Cardenal Agustín Bea y de su Secretariado para la Unidad de los Cristianos.
El 4 de enero de 1964, un mes después del anuncio, Pablo VI iba a vivir el mayor día de gloria de todo su Pontificado. Su mero descenso en Ammán inauguraba una actitud política que los observadores juzgaban definitiva: Palestina era la primera escala de una larga cadena de viajes que arrancarían al Vicario Católico de su reclusión romana y proporcionarían a la Iglesia, por fin, el carácter de universal que estaba implícito en su nombre pero no en los hechos. La entrevista con el Patriarca de Constantinopla, Athenagoras I, abriría el paso hacia la conciliación y la unidad entre los ortodoxos orientales (70 millones de fieles, excluidos los rusos) y sus 500 millones de hermanos católicos.
Un lustro más tarde, aquellos entusiasmos tienen el sabor de una quimera: las travesías a Bombay, a Nueva York (sede de las Naciones Unidas), a Fátima y a Bogotá contribuyeron a remontar los fervores religiosos locales, pero no expandieron su efecto mucho más lejos. El mundo se revelaba cada vez más vasto, y las actitudes pontificias, los discursos y las oraciones de la gente proporcionaban espectáculos de fe, sin que las consecuencias de la fe duraran demasiado. Los esfuerzos por la unidad de los cristianos tampoco fructificaron a corto plazo: Athenagoras era sólo uno de los Patriarcas ortodoxos, y no, por cierto, el más influyente.
De todas maneras, Pablo VI conoció aquel 4 de enero todas las formas de la exaltación popular; estuvo literalmente a punto de perecer asfixiado en las estrechas callejas de la Vía Dolorosa, compartió el llanto de miles de personas en el Huerto de Getsemaní, obtuvo el elogio unánime de la prensa mundial, incluido el de los comunistas italianos, sus más cerriles adversarios "En el viaje del Papa hay una solicitud de tolerancia", admitía L'Unitá, el diario del Partido.
En su discurso de la Puerta de Mandelbaum, al despedirse de Israel el domingo 5, violó toda prudencia al invocar la memoria de Pío XII junto al Presidente Zalmán Shazar. " Ante todos los pueblos sólo manifestamos sentimientos de benevolencia, como nuestro predecesor Pío XII —dijo, en francés—, quien durante la Segunda Guerra Mundial observó esta actitud en múltiples ocasiones." La réplica a Hochhuth y a la opinión de los intelectuales judíos no podía ser más clara. En la cúspide de su prestigio, Pablo VI no padeció ninguna mella por ese gesto de osadía política. "Hubo un claro movimiento de inquietud entre los funcionarios del Gobierno" fue todo el comentario que deslizaron los diarios de Jerusalén, al otro día.
Más de treinta mil peregrinos acompañaron a Pablo durante las 72 horas de su visita, que culminó el lunes 6, a las tres y veinte de la tarde. Unos veintidós millones de dólares gastaron los turistas del lado jordano; ocho a nueve los del sector israelí. Habían pasado cinco meses desde que el padre Gauthier, ex cura obrero de París y después fundador de las Fraternidades de Jesús Carpintero, en Nazareth, sugirió al Papa su peregrinaje. Las consecuencias parecían entonces inmensas. Ahora son apenas un rastro de humo que no olvidará la Historia, pero en el que los hombres ya no piensan.
revista primera plana
7 de enero de 1969