La realidad española de mañana
por Jorge Luque Lobos

ANTES QUE EL COMUNISMO INADAPTADO E INADAPTABLE, ASOMA CON CEÑUDA EXPRESIÓN EL ANARCO-SINDICALISMO

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Mientras esto escribo España continúa su lucha y su desangre; el espíritu liberal del mundo permanece suspenso, consciente de que en aquellos campos ardidos por la pasión generosa, de una parte, y ferozmente egoísta de la otra, juegan su última carta las avanzadas del pensamiento libre y las mesnadas sin espíritu de la reacción.
Al legalismo auténticamente ateneísta de Manuel Azaña se enfrenta la ofensiva conversada de los generales insurrectos, que no terminan de ganar batallas en sus tertulias con los corresponsales afectos.
Entre tanto, los políticos huyen, escondiendo las cabezas como duchos avestruces —allí, aquí y en todas partes—, y Mussolini e Hitler se restriegan las manos... El ardor jacobino de las masas hace divagar a varios corresponsales de guerra, gente de fantasía y pusilanimidad tradicional, que visita España como los golfos de Chamberí se deslizan en el tendido de la plaza de las Arenas, para ver... Sólo que los traviesos golfos, con un sentido cabal del toreo, jamás vaticinan la anécdota final del espectáculo, porque saben que su emoción mayor reside en lo imprevisto. Los corresponsales, en cambio, lo
programan todo, hasta su propio heroísmo, que les hace describir batallas desde la línea de fuego de sus prismáticos. El conservadurismo mundial, por su parte, esparce la original novedad de que, si son aniquilados los rebeldes, el comunismo taconeará fuerte con su obligada seguidilla de fusilamientos, expropiaciones, caos de la economía privada y pública, etc.... ¿No ocurrirá exactamente igual, o peor, si
triunfara la reacción? No lo mencionan; pero sostener lo contrario significaría llegar a la superación de la indignidad, en la mixtificación de sus proclamas...
LA esperanza de la restauración monárquica ha sido arrancada de cuajo en el sacudón tremendo de esta lucha. Frente al intento dictatorial se yergue otra fuerza que acusa extraordinaria vitalidad y fervor idealista insospechado: el proletariado. Se escucha en él el acento heroico auténticamente español, adquiriendo expresión y trascendencia de acción y de grito épico con resonancia universal. Valores y dolores humanos heterogéneos lo integran, desde el campesino andaluz jornalero de tres pesetas de sol a sol, hasta el obrero gallego estrangulado por el cacicazgo, sin mencionar tantos otros cuya rebelión desesperada unifica hoy su voz en un solo sonido y eco: el del fusil. Aquella heterogeneidad encierra un verdadero mosaico político y social, en el que aun no definen preponderancia efectiva unos u otros; luchan, antes que por logros materiales —que hoy todas son pérdidas—, obedientes al fatalismo histórico que gravita sobre el destino ibérico, haciendo de ese pueblo un ejército de leones o de estoicos.
¿Qué tendencia, grupo o credo puede significar un peligro, una vez aniquilados los insurrectos? ¿Qué rumbos tomará la nave cuando se enfunden los cañones y atalaye el horizonte el oficial de ruta?
La verdad es que ese momento de angustiosa orientación hacia el porvenir creará la misma expectativa que un cofre misterioso de cuyo interior se espera una revelación sorpresiva. ¿Cuál es ésta? ¿Qué esconde, en este caso, el doble fondo del mosaico proletario?
Mientras la acción generosa del pueblo da de sí todo su heroísmo, ¿quién actúa con reservas o se agazapa con prudencia?. . . ¡El comunismo!, vociferan los profetas que nada ven y todo lo temen: esto de hacer un cuco del pendón comunista es recurso de pícaros o de ignaros. ¿Acaso un régimen comunista superaría la barbarie actual con su balance de muertes, destrucciones y persecuciones histéricas? ¿O es que todavía no se posee una visión cabal del sangriento panorama, cuya contemplación, si es subjetiva, impresiona como catástrofe cósmica? ¿Es posible persistir ante la mixtificación, ante el patetismo de la expresión española? Hay, no cabe duda, tontos y ciegos, pero no tantos... Abundan más los vivos.
Convengamos entonces en que, tras el colorido dispar y la acción múltiple y fecunda de la masa proletaria, algo o alguien acecha. No ha sido visto y, si lo fué, impuso silencio. Y es que resulta bien capaz de hacer enmudecer a nuevos gansos del Capitolio, como hiciera volar por los aires fábricas, máquinas y hombres en las calles sombrías de Barcelona.
Temerario y temido animador de las grandes conmociones sociales, el anarcosindicalismo español, más real y auténtico que el comunista-fantasma, constituye hoy la incógnita, como fuerza en reserva condicionada por su probado sentido de la oportunidad. Su espíritu de disciplina, su tremendo fervor ideológico, que le hace dar con la frente en lo alto de una bóveda de heterogéneos ensueños reivindicadores, su desdén magnífico hacia los valores humanos y de todo orden cuando obstaculizan su acción, su aplomo de dominador que le crea perfiles de cacique cavernario, integran una individualidad poderosa y única; desplazarlo del escenario actual es no poseer noción exacta del complejo humano que presiona en el frente popular español, obediente éste a impulsos cuyo origen y proyecciones en muchos casos desconoce. Es que, por lo común, aquél no actúa en virtud de presencia, sino por la sola fuerza de su gravitación.
Tenemos a Buenaventura Durruti, el anarcosindicalista de fama aquí y en España, al frente de una legión catalana en las puertas de Zaragoza. ¿A título de qué el temido petardista toma parte activa en una contienda que, sabemos, no reportará, aparentemente, ventaja alguna a los de su ideología ultraavanzada?
Pero ¿qué ocurre si Durruti, con sus disciplinados voluntarios, vence en Zaragoza y regresa triunfante a Barcelona? ¿Quién detiene al torpedo lanzado de punta sobre el oleaje revuelto? ¿El legalismo ateneísta? ¿El socialismo contemporizador? ¿El agrarismo económico? ¿Las tropas de asalto? A éstas, las legiones de Durruti pueden dictarles cátedra de disciplina, moral del combatiente y táctica. Entonces, ¿quién?
He ahí la interrogante tremenda, planteada crudamente, porque tal crudeza nunca superará la realidad de mañana, si antes el buen sentido español no desvía el rumbo del torpedo. Sin duda son incontables los Buenaventura Durruti — ¿lo recuerda el lector festoneando de balazos las aceras porteñas?— que hoy atalayan el horizonte español desde las alturas de Monjuich, a la espera del instante neurálgico en que se inicie la discriminación de partidos, inmediata a la victoria del frente popular.
Disciplinados, resueltos, temerarios siempre, los anarcosindicalistas marchan rectamente hacia la realización del objetivo propuesto con su estrategia particular, ayudada por un desprecio absoluto hacia la vida humana. Poseen el espíritu del jugador desesperado que arriesga el porvenir a una carta; copan todos los destinos, con el propio, apuntando sus pistolas. En nada inferiores a los grandes capitanes de la historia, nacieron fuera de época: si reducimos a su verdadera dimensión la personalidad del corso Bonaparte, nos enfrentamos a un ambicioso que tuvo la especial fortuna de encontrar clima propicio para desarrollar sus impulsos de pistolero.
EL diputado comunista español Juan Hernández, director de "Mundo Obrero", órgano de aquel partido en la península, reunió días pasados a los corresponsales extranjeros en Madrid, formulando declaraciones un tanto ingenuas y, en general, anodinas, por poseer tal origen. Dijo por ahí, con evidente desconocimiento de la realidad social española: En cuanto a los anarquistas, que prefieren la retaguardia a las líneas de fuego, no hay que darles importancia. Sus intenciones no son muy claras, pero el pueblo español, con sus organismos oficiales, se volverá contra ellos; al día siguiente del triunfo serán puestos en razón.
¡Admirable apreciación negativa de un espíritu obligado a demostrar discernimiento y visión de positivos enfoques y alcances. En la apariencia intrascendente del anarcosindicalista de retaguardia, reside casualmente su trascendencia: no hay que olvidar sus características bien definidas de astuto elemento de acción, implacable e irreductible. ¿Cuál es su táctica actual? Esperar, mientras se produce el desgaste del frente popular en los puestos de vanguardia. Está en acecho, como lo estuvo en su edad primaria de la gran guerra, cuando inició el sabotage en las fábricas que trabajaban para los aliados. Durante meses, los establecimientos industriales elaboraban febrilmente cantidades de productos destinados a Francia; terminados ya y preparada su remisión, una noche volaban por los aires o un día cualquiera amanecían inutilizados. Entre tanto, iban cayendo oscuramente en las encrucijadas del Paralelo barcelonés, o en sus viejas calles suburbanas, aquellos obreros conceptuados técnicos maestros en la industria saboteada. Del sabotage de la guerra se pasó al sabotage social: grandes organizaciones obreras aceptaron los servicios, bien pagos, de temibles anarcosindicalistas. Barcelona, y en general Cataluña, vivió momentos de agudo terror bajo la amenaza de las pistolas, que imponían su ley sin el más leve temor a lo que hoy llama el diputado Juan Hernández organismos oficiales que se volverán contra ellos. ¿No existieron siempre, más poderosos que los actuales, porque obraban con menos criterio legalista? Se necesitaron, en las calles de la ciudad catalana, más de veinte mil soldados para silenciar las pistolas de dos mil anarcosindicalistas que, materialmente, señoreaban sobre un pueblo de cientos de miles de almas. ¿Y es a estos hombres, irreductibles en su rebeldía desesperada, a quienes el diputado de marras aconseja no dar importancia como elementos de acción? Escasa visión política y social revela don Juan Hernández, jefe comunista. ¿No será oportuno —ante tal demostración de incapacidad objetivadora— negar toda importancia a la entidad que él preside, por vivir al margen de la enseñanza y de la realidad histórica? A cargo del anarcosindicalismo estará a última hora la sorpresa del cofre misterioso, como último acto de la horrenda tragedia de España, la dolorosa, siempre en marcha, sin embargo, bajo el agobio de su dramático destino.
Revista El Suplemento
1936

pie de fotos
-Francisco Largo Caballero, el veterano líder obrerista visita el frente de operaciones.
-Ramón C Caballero o Buenaventura Durruti (a) "Gorila", el celebérrimo pistolero, en un retrato que le tomó la Dirección General de Orden Público de España.
-El lamentable saldo de la lucha fratricida.
-Un cañón, bautizado con el nombre de "Lenín", marcha al frente.
-Los insurrectos, en Ceuta, aprovechan una licencia para refrescarse por adentro.
-En los pueblos del trayecto, los habitantes saludan a las tropas gubernistas que se encaminan al combate.
-Manuel Azaña, presidente de la República, cuyo ateneísmo no pudo evitar el estallido de la insurrección.
-Para precaverse contra lo que pudiera ocurrir, los residentes extranjeros en Madrid usan grandes brazaletes, iguales a los que llevan estos británicos.
-Desde un balcón, Durruti arenga a las tropas leales que se dirigen al ataque de Zaragoza.