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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
INTERNACIONAL


Robert Woodruff
de un jarabe hizo un imperio
Coca-Cola

La fascinante historia del fundador de Coca Cola
Durante cincuenta años manejó la compañía más famosa del mundo desde el virtual anonimato

marzo 1985


con su mujer en Cody Wyoming, su estancia que perteneció a Buffalo Bill

los días finales en Atlanta

 

 

 

Robert Woodruff tomó a Coca-Cola de la mano cuando era nada más que una empresita incipiente que vendía un jarabe oscuro con burbujas y escalón por escalón la hizo subir hasta sentarla en la cumbre: junto con las "Stars and Stripes" (Estrellas y rayas) de la bandera de los Estados Unidos. De ser la patente de un vendedor de medicamentos en 1886, Coca-Cola es hoy sinónimo de la mayor potencia del mundo.
Se necesitó a Robert Woodruff para conseguirlo. Multimillonario casi desconocido para el público, miembro del evasivo círculo de poder de los Estados Unidos, Woodruff murió el jueves 7 de marzo, a los 95 años, en el hospital de la Universidad de Emory, en Atlanta. Georgia, su ciudad natal. Hacía alrededor de diez años que había decidido relegar la conducción directa de Coca-Cola. Sin embargo, su tenacidad y su dinamismo quedaron para siempre impresos en esta compañía, que es la esencia de todo lo que representa Norteamérica: el éxito económico rotundo a través del trabajo sin tregua. Manejaba su imperio desde su espaciosa oficina del cuarto piso del edificio de Coca-Cola, en Atlanta. No solía dar órdenes directas, ni firmar contratos ni despachar memorandos. Su pobre presencia era sólida, pero invisible. Supo rodearse de un grupo de firmes individualistas, avezados hombres de negocios que no aceptaban órdenes de nadie, pero que le respondían con una lealtad incondicional. Dominaba la compañía con la fuerza de su personalidad y su incansable energía , prestando gran atención al detalle y delegando funciones a su selecto equipo de colaboradores.
En su cumpleaños 70 estaban todos reunidos en su oficina. Hacían chistes y había un clima festivo. Uno de los viejos miembros del grupo dio un discurso que refleja el costado autoritario de Woodruff, quizás el motor más importante detrás de toda su obra: "Esta fiesta está mal organizada. Tendría que ser en honor nuestro y no de Woodruff. Somos nosotros los que hemos sobrevivido la coexistencia con él. Hoy hay docenas de nosotros aquí, pero somos solamente los casos ambulatorios, los heridos que aún podemos seguir caminando. Legiones de nosotros bajo su mando hemos vivido vidas saqueadas, corriendo detrás de barcos, ómnibus, aviones y trenes, saltando en respuesta a sus campanazos, timbrazos o bramidos, cantando nuestra letanía sin fin: 'Sí señor, sí señor, así es señor, como usted diga, señor. Arrancando a nuestros hijos fuera de los colegios, arrastrando a nuestras familias alrededor del país, haciendo todo lo que no resulta natural. Nunca fue nada tan duro para nosotros. Es por eso que opino que esta fiesta debería ser en nuestro honor, en reconocimiento por nuestras cicatrices, moretones y lastimaduras''. Cuentan que Woodruff se unió a la carcajada general. Ver su imperio florecer y extender sus bordes sin límites era el único tipo de recompensa que necesitaba. La pública jamás la buscó. Nunca quiso publicidad. Tampoco era algo demasiado recomendable dada su situación de poder político, y económico que no abarcaba solamente la ciudad base de Coca-Cola, Atlanta, sino que llegaba hasta el mismísimo Congreso Nacional.
No obstante, sus declaraciones mostraban con frecuencia un costado de modestia que muchos encontraban duro de aceptar.
Solía decir así: "Mi trabajo es vender Coca-Cola, asegurarme que la mayor cantidad de gente pueda disfrutarla. No soy un visionario, un oráculo o un filósofo, y dudo que mis opiniones en las innumerables áreas públicas tengan la información o autoridad necesaria para ser útiles o interesantes''. Esta era la imagen que quería ofrecer. Pero se sabe que los políticos de más alto rango de la ciudad tenían la llave de su oficina privada para poder llegar a verlo sin que nadie se diera cuenta. Su opinión era escuchada. Los observadores calculan que el poder en Atlanta se repartía 50-50. Un 50 por ciento lo tenía Woodruff y el otro 50 el resto. "No es que él tome decisiones —infirió un amigo—, sólo que los otros no harían nada a lo que él se opusiera."
Por otro lado, Coca-Cola es uno de los mayores consumidores de azúcar de todo el país, de forma que existe gran preocupación dentro de la firma por mantener el precio de las tarifas bajo. El dominio que tiene este complejo quedó claro durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el azúcar estaba racionada. Coca-Cola consiguió la cantidad que necesitaba alegando que los soldados americanos necesitaban el aliento que les daba una Coca a mano. Ya por ese entonces "la pausa que refresca" se había metido debajo de la piel de todos los norteamericanos.
Pero Woodruff no ganó su lugar en la élite de poder de los Estados Unidos sólo a través de Coca-Cola. En diferentes momentos de su carrera fue director de una asombrosa e ilustre cantidad de compañías: "The Morgan Guaranty Trust", "General Electric", "Metropolitan Life Insurance", "Empire Cotton Oil", "American Express", para nombrar sólo unas pocas, que agregaron una fuerte veta económica a su amplio espectro de influencia en la arena política. Pero el alcance de su brazo era aún más largo: "Si se necesitaba recolectar un millón de dólares para una buena causa y se podía hacer que Woodruff colaborara con 10.000 dólares, los restantes 990.000 estaban asegurados", recuerda un morador de Atlanta. A lo largo de su vida donó más de 28 millones de dólares para las artes y las letras de su ciudad. Era miembro benefactor del centro cultural y aportó con 200 millones de dólares al desarrollo de la Universidad de Emory.
Los que conocían su pragmatismo y sus dotes de hombre de mundo, a veces se asombraban al descubrir su costado religioso. Sólo entre amigos conversaba acerca de sus inquietudes y con ellos nada más discurría sobre sus más profundas creencias. El más confidente de todos en esta materia era el reverendo R. G. Gresham, del pueblo de Moultrie, en el estado de Georgia. Muchos lo llamaban el obispo de Coca-Cola. Su labor consistía en dar sermones mensuales a Woodruff sobre religión y moral, que curiosamente ejemplificaba con símbolos de carbonatación y jarabes, haciendo alegorías a la fabricación de la Coca-Cola.
En su mejor época, Woodruff se conducía como un verdadero noble. En la empresa tenía su ascensor privado que lo llevaba directamente a su oficina para evitar encontrarse con el resto del personal. El tenía al lado de su escritorio una cocina completa, con chef y ayudantes. Pero éstas eran solamente las pocas licencias de gran lujo que se le conocían. Woodruff era un hombre informal y de gustos simples y ésa era exactamente la consigna en la decoración de sus cinco casas. La de Atlanta y el departamento sobre el East River de Nueva York parecen más las moradas de jóvenes que recién empiezan en lugar que las de uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos.
En su estancia de Cody Wyoming. de 1.900 hectáreas, solía dar largos paseos a caballo. Este lugar tenía un significado especial para Woodruff, porque había pertenecido a Buffalo Bill, uno de los pioneros norteamericanos. Tenía también una casita en Delaware y una plantación de 19.000 hectáreas en Ichuaway, la más grande de todo el Estado de Georgia.
Los que conocen su vida de cerca están seguros de que todas sus inquietudes son heredadas de su abuelo, George Waldo Woodruff. En 1828 se afincó en Columbus, Georgia, y allí murió a los 91 años, millonario. Ernest, uno de los hijos de George, se casó con Emily Winship. Robert fue el primer hijo de los dos, nació el 6 de diciembre de 1889.
Después de recibirse en la Academia Militar de Georgia, su padre lo obligó a ir al Emory College (ahora Emory University), pero la vida académica no era para él. Abandonó los estudios un año más tarde y a partir de allí su carrera no se detendría jamás. Del primer trabajito en una fundición, pasó a vender extinguidores de fuego y a vendedor de la compañía de su padre, "Atlantic Ice Coal CO". Su padre lo echó por querer comprar camiones para reemplazar la flota de carros tirados por caballos. Pero el dueño de la firma de camiones supo ver su genialidad y lo contrató. En pocos años se convirtió en el mejor vendedor de camiones del país entero y lo ascendieron a vicepresidente de la empresa: la "White Motors". Por ese entonces, 1919, compró Coca-Cola, que pertenecía a Asa Griggs Candler, vendedora por mayor de medicamentos que había sido profesora de religión de Woodruff en su infancia. Candler a su vez le había comprado la empresa a John S. Perberton, un creador de medicinas, el verdadero inventor de la gaseosa.
Bajo Woodruff las ventas de Coca-Cola aumentaron en siete años de 24 millones a 30 millones de dólares y las ganancias de 5 millones a 13 millones de dólares. Hoy, 60 años después, la compañía se diversificó, aunque la mayoría de sus ganancias (el 80 por ciento hasta 1983) proviene de esa mezcla de jarabe con agua carbonatada, y sus ventas y ganancias se han multiplicado increíblemente: hasta 1984 —fin de la era Woodruff— hubo un aumento del 30.700% en las ventas y un 12.600% en las ganancias. La obra de un genuino mago de las finanzas.

 

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