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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE TODAS PARTES


SANTO DOMINGO
INCÓGNITA DEL CARIBE

Como si fuese un recuerdo siniestro de la dictadura de Trujillo por 31 años en la República Dominicana, se yergue este falso coloso en la entrada de la "Feria Mundial de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre". Esa feria fue organizada por Trujillo, en 1956, con todas las características del despilfarro que señaló los últimos años del régimen y agravó los males del país. Ahora se va desgastando el cemento de la estatua, típica de las obras ostentosas de Trujillo, pero con escaso beneficio para el desarrollo económico-social del país. Precisamente, un símbolo de la pobreza que aqueja a la República Dominicana es el niño desnudo de la izquierda, que se entretiene con un juguete de su fabricación en una vereda del vasto barrio de emergencia de Santo Domingo. El elevado número de desocupados urbanos, y la miseria de los campesinos, crea una situación de inestabilidad

Revista Vea y Lea
octubre 1962

 

Por ANTONIO MUIÑO LOUREDA
EN ESTE mismo octubre —mes de rancia prosapia americana—, Rafael Leónidas Trujillo debería haber apagado las velas de los 71 años —el XXXII de la Primera Era de. Trujillo—, presidente electo de la República Dominicana. Estaba escrito así. "Sean cuáles fueren las sorpresas que el futuro nos reserve, estamos seguros de que el mundo no verá a Trujillo correr como Batista, ni fugitivo como Pérez Jiménez, ni ante el estrado de un tribunal como Rojas Pinilla. El líder dominicano, para honra de la República y seguridad de sus amigos, es hombre de otra moral y de otra estirpe". La petulante profecía del académico Joaquín Balaguer, elaborada poco antes de ser homologado presidente, frustróse el 30 de mayo de 1961, mes de linaje no menos ilustre en los anales de América.
El Mesías de 1930, como se le llamó más de una vez —"Después de Cristo, Trujillo es el segundo hombre de la historia del mundo"—, no tuvo tiempo de correr, huir o ser juzgado. El Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva murió en su ley —como Remón, Somoza y Castillo Armas—, es decir, la mala ley que implantara con la horrenda masacre de los braceros haitianos, la eliminación de Jesús de Galíndez o el fallido intento de asesinar a Rómulo Betancourt, luego de haber sepultado en vida a un pueblo digno de mejores destinos. Un año y cinco meses después de su asesinato, sin embargo, el mundo entero se pregunta aún cuál será la solución final del problema dominicano. En verdad, la respuesta no es nada fácil.

Pertrechados miembros de la policía cuyos despliegues consisten en colocar fuerzas policiales en los puntos estratégicos de la Capital y se realizan cuando se prevén las frecuentes manifestaciones antigubernamentales
El presidente Rafael Bonnelly (sentado) rodeado por otros miembros del Consejo de Estado provisional (integrado por siete civiles) que gobierna el país, dirige un llamado por radio y televisión al pueblo dominicano, a fin de obtener su apoyo en pro de la unidad nacional. El Consejo de Estado no tiene gran respaldo popular ni cuenta con apoyo directo de ningún partido político; sus miembros representan opiniones muy variadas. Quizá las elecciones de diciembre constituyan el primer paso hacia una nueva era de libertad y desarrollo, pero parece por el momento que el camino es muy largo.

El "hombre de la calle" es el blanco de todos los nuevos partidos políticos que han surgido de las cenizas de la dictadura de Trujillo. Esta empalizada en el centro de Santo Domingo lleva símbolos y "slogans" de los más variados sectores. El asunto más candente en el país es el comunismo. Las encontradas opiniones al respecto provocan a veces refriegas entre grupos antagónicos. Deben solucionarse —dicen los observadores— los problemas del hambre, la desunión y la falta de madurez política antes de que pueda establecerse firmemente la democracia.

 

 

 

LAS MAS LARGA E IMPLACABLE DICTADURA: TRUJILLO
Desde Alaska hasta Tierra del Fuego, entre uno y otro océano, son escasos los países que no han padecido y padecen alguna suerte de dictadura. La flor de la libertad pareciera condenada a marchitarse al ser trasplantada en América latina. En lo que va del siglo, extrañas plantas parasitarias —el parásito es uno de los tipos preferidos de la comedia latina— han vivido vorazmente a sus expensas, igual que la tenia vive del hombre. Con todo eso, puede afirmarse, sin temor a dudas, que la sufrida América no ha conocido dictadura más completa, implacable y larga que la trujillista. Si dictadura es tiempo que dura, tendríamos que remontarnos al siglo pasado, a la paraguaya de Francia, para encontrarle un aceptable paralelo al desaparecido generalísimo.
Después de Dios, cuando menos, Rafael Leónidas Trujillo lo fue todo en Santo Domingo. "Dios, Patria y Libertad" rezaba la divisa original del escudo dominicano, pero en los últimos treinta años la libertad y la patria tuvieron que retirarse avergonzadas de la escena, dejando solo a Dios, acaso porque Dios no era un rival demasiado visible: se supone que debe estar en todas partes, y no hay mayor peligro en aceptarlo. Merced al gigantesco letrero luminoso que así lo proclamaba, en efecto, "Dios y Trujillo" iluminaban en la alta noche la oscura vida de la ciudad más vieja de América, pero en la mayoría de los hogares quisqueyanos la fotografía del tirano estaba por encima de la pobre postal de Jesús. No en vano el advenimiento de Trujillo al poder, según dijo también Balaguer, en 1959, "parece un milagro en el cual hubiesen intervenido las propias manos de la Virgen como instrumento de designios superiores".

"UN DOMINIO FEUDAL"
No es necesario acudir a "La Era de Trujillo", el libro que le costó la vida a Galíndez, para reconstruir aquella pavorosa época. "Esto no es un país —había escrito antes William Krehm, en "Democracias y tiranías en el Caribe"—: es un dominio feudal". Testimonio que coincide con el que nos dejó Albert Hicks, en su obra "Sangre en las calles", "Trujillo es el amo de la tierra y de los bienes —anotó—, con derecho de vida y muerte sobre todos los habitantes". En las cartillas escolares de aquella maltratada isla, sin embargo, los dominicanos que hoy rondan la treintena aprendieron que "Trujillo mantiene la paz, sustenta las escuelas, hace las carreteras, protege el trabajo, ayuda la agricultura, ampara la industria, conserva los puertos, mantiene los hospitales, favorece el estudio y organiza el ejército para garantía de cada hombre pacífico". Repetida hasta la saciedad durante seis lustros, la letanía habría de prender por fuerza en la remodelada mente del hombre común dominicano, junto con el "buenos días" y el "buenas noches con Trujillo", el "felices con Trujillo", el "Trujillo es mi norte" y tantos otros lemas que hubieran hecho palidecer de envidia al mismísimo Goebbels.
Cuando de política se trata, la experiencia nos demuestra que el moderno recurso de la propaganda, administrado con mala fe, tiene sobre el individuo efectos parecidos a los de un barbitúrico. Aplicado colectivamente, el remedio termina por adormecer a todo un pueblo, impidiéndole ver la verdad y encontrar su camino. El gigantesco aparato de las relaciones públicas trujillistas, pagado con generosos dólares del erario nacional, obró milagros entre cuatro millones de seres encajonados en un territorio seis veces más pequeño que la provincia de Buenos Aires. Pocos meses antes de su muerte, bueno es recordarlo, Trujillo congregó en la ciudad que llevaba su nombre una multitud de medio millón de personas, pidiéndole, hasta enronquecerse, que volviera a asumir formalmente la presidencia de la República. Ese mismo año, cuando un puñado de expedicionarios rebeldes trataron de emular la gesta de Cayo Confites, los cuchillos y los machetes de los campesinos dieron cuenta de los liberadores antes que los propios esbirros del régimen. Duele registrar episodios tan tristes, pero la verdad tiene una sola cara, y el tratar de olvidarla, concediendo su tributo a la demagogia, apenas serviría para dificultar la comprensión del problema que nos ocupa.

LA "PROSPERIDAD" DOMINICANA EN LA "ERA DE TRUJILLO"
El dominicano un poco mayor o un poco menor de los treinta años, pues, sólo conoció la Era de Trujillo. La antigua Quisqueya, "madre de todas las tierras", era un oasis de paz y prosperidad en un mundo carcomido por todos los demonios del catecismo oficial. El pueblo se levantaba y se acostaba con el nombre de Trujillo en los labios, bautizando a sus hijos e hijas con los de Rafael Leónidas, Héctor Bienvenido, Radamés, Flor de Oro, Angelita o Julia, la "excelsa matrona", cuyo difunto marido descansaba entre los próceres de la primera catedral americana, junto a la primera audiencia, la primera universidad y el primer hospital. El país no tenia deuda externa, el peso estaba a la par del dólar y Ciudad Trujillo, destruida por un ciclón el mismo año en que su epónimo asumió el poder, era una ciudad mucho más limpia y hermosa que Port-au-Prince, la vecina capital de Haití.
Newton Carlos, cuando visitó Ciudad Trujillo, calculó que había en ella 30.000 prostitutas, es decir, una por cada tres mujeres en edad de ejercer cualquier profesión. Si tenemos en cuenta que el número de militares y policías del trujillismo era todavía bastante mayor que la de aquéllas, veremos que la paz y prosperidad de Santo Domingo, a pesar de la propaganda a la que aludíamos antes, distaban mucho de ser reales. A pocos pasos de los tres grandes hoteles de la orgullosa capital —La Paz, el Embajador y el Jaragua—, míseras chozas de adobe, madera y hojalata exhibían una humanidad de mujeres acabadas, hombres analfabetos y niños hambrientos. En las vías laterales de El Conde —la calle Florida dominicana— sicarios en mangas de camisa enarbolaban sus negras ametralladoras de cuarenta balas por ráfaga, terciada al hombro la cartuchera con sus seis tiradores completos. El canto de la medalla daba escalofríos, y el pueblo mestizo dominicano, encorvado secularmente por la fatalidad, prefería el mentiroso espectáculo de la faz risueña.
El capitán Knapp, durante la ocupación norteamericana, había desarmado a la población civil. Soldado de fortuna, el ex telegrafista Trujillo encontró en el país bases lo suficientemente sólidas como para construir sobre ellas, metódica y científicamente, su fantástico monumento a la represión. Las fuerzas armadas dominicanas fueron en su época las mejor equipadas del Caribe, a pesar de su imberbe jefe de Estado Mayor, "Ramfis" Trujillo, cuyas únicas proezas bélicas apenas avasallaban la débil estrategia de Kim Novak o Zsa Zsa Gabor, a golpe de tapados de visón, joyas y automóviles fuera de serie. Por encima del ejército, estaban los ojos, los oídos y los ejecutores brazos de la tristemente célebre Seguridad, diabólicamente manejada por ese auténtico genio del crimen que fue el coronel John Abbes García. Con su flotilla móvil de radiopatrullas y su eficaz red de delatores, Abbes convirtió a Santo Domingo en una ciudadela sitiada por dentro, una fortaleza enorme, donde las paredes eran teléfonos y las aldabas caían sobre las puertas, igual que en las mejores épocas de la Gestapo, como un anticipo brutal de las trompetas del juicio final.

EL GENERALÍSIMO:
600 MILLONES DE DOLARES
Lo que no pudo convencer la propaganda o enmudecer el terror, en fin, lo compró un poderoso instrumento que desde el fondo de los tiempos viene haciendo otros milagros, socavando las montañas más anchas y desviando el curso de los ríos más procelosos el dinero. El "Wall Street Journal", cuando el dictador aún estaba en vida, dijo que "ni Perón, Batista o Pérez Jiménez desplegaron el talento de Trujillo para hacer dinero". Ese mismo periódico calculó la fortuna personal del generalísimo en 600 millones de dólares. Sabiendo que gastó más de un millón sólo en tratar de demostrar su inocencia en el misterioso caso Galíndez, comprenderemos que no era el dinero, precisamente, lo que le faltaba a este rey Midas tropical. "Sus operaciones comerciales —escribió Joseph Guilfoyle— se caracterizan por la rudeza y la astucia que utiliza para mantener su dictadura política".
Durante muchos años —es decir, mientras duró su férula—, era-imposible encontrar un solo negocio en la República Dominicana en el que el Benefactor no tuviese algún interés directo o indirecto. Además de ser el principal ganadero y agricultor del país, dominaba 12 de los 16 centros azucareros, poseía el monopolio de la sal, de la leche y del tabaco, aparte de manejar los frigoríficos, los seguros, las fábricas de cemento, la industria licorera y hasta las manufacturas de sacos para envases. A través de Tirso Emilio Rivera, presidente de la Petrolera Dominicana, saqueaba en provecho propio los hidrocarburos y la riqueza minera. Su cuñado era director de la Textilera del Caribe, y Charles Mac Laughlin —un infante retirado de la Marina norteamericana, cuya hija Alma estaba casada con su hermano Héctor— administraba la cadena hotelera Intercontinental. No contento con todo esto, el 10 por ciento del salario bruto de cada ciudadano hábil pasaba a engrosar compulsivamente las cajas del Partido Dominicano, el único que funcionaba en el país a su imagen y semejanza.

LA HERIDA SIGUE ABIERTA
La propaganda, el terror y el dinero, sin embargo, no bastaron para sojuzgar totalmente la conciencia del pueblo quisqueyano. Así como hemos dicho más arriba qué una gran parte de la masa dominicana, políticamente ineducada y anulada, sucumbió temporalmente a los lemas, el miedo o las migas limosneras que el dictador dejaba caer de la mesa del festín, no es menos cierto que la llama ardiente de la resistencia estuvo siempre prendida, con luz más o menos vigorosa, dentro de aquel mundo de tinieblas. En las ciudades y en el campo, especialmente entre la humillada clase media y la pequeña burguesía desplazada, una corriente subterránea salpicaba de heroísmo la sobresaltada siesta de la isla. Pero la oposición era suicida. La Argentina apenas conoció, en los últimos momentos, el fenómeno de estos nuevos exilados, hermanos de aquellos primeros españoles peregrinos y de los actuales desterrados cubanos, pero los Estados Unidos, México y Venezuela estaban acostumbrados desde mucho antes a verlos llorar, luchar y esperar días más libres y diáfanos. Santo Domingo no sólo exportó alegres "play-boys", cruzados de diplomáticos, como Porfirio Rubirosa, sino escritores y poetas injertados en libertadores, como Juan Bosch y Manuel del Cabral.
El generalísimo Rafael Leónidas Trujillo cayó hace menos de año y medio. Pero un régimen de treinta años no puede desaparecer súbitamente sin producir perturbaciones. Por eso, la herida trujillista sigue aún abierta en el castigado cuerpo de Santo Domingo. El proceso de "destrujillamiento", iniciado en realidad con la retirada de Joaquín Balaguer, corre ahora a cargo de los siete hombres que integran el Consejo de Estado. Su tarea es ardua. La vida en Ciudad Trujillo, como la de todas las capitales recién liberadas, sigue siendo dura, incómoda y violenta. Abierta de pronto la espita que se mantuvo cerrada durante tres décadas, la oleada popular anega las calles y las plazas, contenida precariamente por las carabinas y los gases lacrimógenos que lanzan o disparan los uniformes. En El Conde, los comerciantes protegen con planchas de acero las puertas y las vitrinas de sus establecimientos, atemorizados por las turbas que bajan de las mansiones donde otrora vivieron los trujillistas fugitivos. Es una historia vieja como el mundo, y sólo cabe esperar a que las pasiones se calmen, una vez desahogadas, para comenzar nuevamente la tarea de reconstruir el país.

VEINTE PARTIDOS EN LUCHA POR EL PODER
Entretanto, mientras caen por tierra los bustos y demás recuerdos de la satrapía, cunden la miseria, la desocupación y la ignorancia, mitigadas apenas por la euforia engañosa del magnífico ron dominicano. El descenso de los precios mundiales del café y del cacao, productos que forman, con el azúcar, la base de la economía local, agravan la situación de día en día, mientras que las reservas del tesoro, esquilmadas a tiempo por los trujillistas, saltan ahora en las ruletas de Montecarlo, el París "la nuit" o las carteras de las "call-girls" de Miami Beach. Al disminuir las exportaciones y las importaciones, el comercio privado y público acusaron inevitablemente el impacto, retrayéndose la circulación de la moneda, las obras públicas y las fuentes de ocupación. La agitación social, unida a la frágil estabilidad política, alejan de las playas de la isla a los dispendiosos turistas de antaño. En la República Dominicana, acaso más que en cualquier otro país del continente, urge una amplia reforma agraria —las tres cuartas partes de la población están formadas por campesinos al servicio de terratenientes feudales—, la organización de un movimiento sindical libre y un plan atrevido de fomento general. El tiempo dirá si estas tres necesidades elementales podrán ser satisfechas con éxito.
En la actualidad, como es sabido, no menos de veinte agrupaciones políticas, abarcando todos los matices que habitualmente se dan entre los dos grandes extremos tradicionales, están disputándose como lobos las simpatías y el futuro caudal electoral del pueblo dominicano. La mitad de ellos son legales. Parece que el péndulo oscila entre la Unión Cívica —discretamente conservadora—, el Partido Revolucionario —arraigado ya entre las masas populares— y el Movimiento 14 de Junio, enrumbado mucho más a la izquierda que el anterior. Se asegura que los comunistas son pocos, pero están bien escogidos y tienen la movilidad del bacilo de Koch. Geográficamente, convendría no olvidarlo, Santo Domingo está situado entre Cuba y Puerto Rico; San Juan, a la derecha, y La Habana, a la izquierda. Esperemos que esta simple precisión geográfica no sea más que un símbolo. Las elecciones que se anuncian para el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, descifrarán esta incógnita inquietante. Siempre que puedan celebrarse, naturalmente.

 

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