ENERO 23, 1968
Secuestro del buque Pueblo

 

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pie de fotos
-Camino a la prisión
-En prisión
-Comandante bucher, en los primeros tramos del juicio: ¿Corte marcial?
-El regreso, después de casi un año de confinamiento

 

 

 

No se presentaban cargos formales contra el oficial descarnado y de ojos hundidos, que enfrentaba la Corte Naval de Investigación, en la base anfibia estadounidense de Coronado, California: no había, por lo tanto, en ningún sentido legal, un demandado en el banquillo. Pero el comandante Lloyd 'Pete' Bucher, 41, tenía el profundo conocimiento de que eventualmente lo sería.
Aproximadamente a las cinco de la tarde del 23 de enero de 1968, Bucher rindió el buque espía U.S. Pueblo, equipado electrónicamente, a una flotilla comunista de Corea del Norte, compuesta por lanchas torpederas y cazasubmarinos, a unas 15 millas afuera del puerto de Wonsan, en el Mar del Japón: se convirtió en ese momento en el primer comandante naval americano que rindió su barco en tiempo de paz, desde que el H.M.S. Leopard bombardeó y abordó al U.S. Chesapeake, en Cabo Henry, Virginia, en el remoto 1807.
En el año que transcurrió desde ese día, la acción de Bucher y la subsiguiente situación de la tripulación capturada fueron la mayor preocupación de la diplomacia de USA (la cual finalmente consiguió su liberación en Panmunjom, la pasada Navidad), y una fuente de aprietos para los Centros de Defensa e Inteligencia, responsables en definitiva, por el envío del Pueblo en esta misión.
En el Pentágono, por ejemplo, unos pocos tradicionalistas de la Marina han murmurado con displicencia que toda la cuestión podría haberse solucionado desde un principio, si el comandante Bucher hubiera prestado atención al lema naval del pasado, hundiendo el barco antes de rendirse. Pero otras voces se alzaron en favor suyo, contrariando esa hipótesis reaccionaria.

Las primeras piedras
Bucher se sentó y se paró, alternativamente, en la Corte Naval, relatando la historia de la misión" del Pueblo con un aplastado y monótono tono nasal. Algunas veces acomodaba sus pesados anteojos de armazón negra. Pero la mayor parte del tiempo, cuando no estaba ocupado con cartas hidrográficas y un señalador, paseaba su mirada por los cinco oficiales inquisidores, quienes se sentaban diagonalmente a unos dos metros de él.
La difusión de la biografía de Bucher puso desde el comienzo a la opinión pública de su lado: huérfano desde chico, criado por monjas y habitante luego del pueblo de niños del Padre Flanagan, abandonó su promisoria carrera como futbolista para alistarse en la Marina, comenzando prácticamente como grumete. Pertenece por lo tanto al grupo de los 'mustang', nombre con el que la aristocracia de la Academia Naval designa a los oficiales cuya carrera no ha sido estrictamente reglamentaria, por haber carecido de recursos económicos: curiosamente, eran 'mustang' también los cinco almirantes encargados de enfrentarlo en el juicio.
Los primeros días de declaraciones fueron livianos, limitándose a las opiniones de los almirantes; pero en el tercer día, mientras Bucher relataba las circunstancias que provocaron su decisión de rendir el barco, las preguntas se volvieron más densas y rápidas. "Comandante Bucher —le informó el, asesor de la Corte, capitán William Newsome—, las acciones reveladas lo convierten a usted en sospechoso de violación de los reglamentos de la Marina, artículo 0730." Luego leyó el artículo: "El oficial al mando no permitirá que su buque sea registrado por ninguna persona representante de otro Estado, hasta el punto en que sea capaz de resistir".
Mientras Newsome hablaba, la postura pasiva de Bucher se derrumbó y las lágrimas acudieron a sus ojos. Miró rápidamente detrás de sus lentes y unió las manos sobre la mesa. En la galería, Rose, su mujer, comenzó a llorar, y se colocó unas gafas oscuras.
Bucher, por supuesto, había escuchado esas palabras antes (el reglamento se le había citado como cuestión de rutina en las primeras horas posteriores a su liberación en Panmunjom). Pero esta vez el capitán del Pueblo las estaba escuchando en una Corte formal de investigación. Y fue inmediatamente claro que no obstante las alabanzas y disculpas adelantadas que le acordaron, la Marina tenía aún su caso pendiente de un hilo, y guardaba sus opciones abiertas.
De esta forma, el práctico efecto de las palabras de Newsome volvió el curso de la Corte a un período de prueba, aunque los reales protagonistas, después de todo, no fueran el capitán del Pueblo y los cinco almirantes enfrentados a él. El conflicto esencial surgía entre las profundas tradiciones de la Marina americana y la nueva y más práctica moral de 1960, nacida, entre otras cosas, de las complejidades políticas y tecnológicas que determinan pragmáticamente el tipo de guerra que la Marina puede pelear en la actualidad.
Otra contradicción se planteaba en un primer análisis: mientras era, nominalmente, un barco de la Marina de usa, el Pueblo estaba, de hecho, operando directamente en nombre de la National Security Agency, una organización del Departamento de Defensa, que dirige las misiones electrónicas de alto secreto en todas partes del mundo, y que es aún más estricta que la CIA.
El Liberty, por ejemplo, atacado por los aviones israelíes durante la guerra de 1967, era también un barco de la USA; lo mismo que el Banner, buque hermano del Pueblo, que llevaba a cabo el mismo tipo de misión en las aguas de Corea del Norte.
En términos prácticos, Bucher tenía poco o acaso ningún conocimiento de lo que sucedía en el Centro de Investigación de su barco, donde el sofisticado equipo electrónico de espionaje fue colocado (sus superiores argumentarían, no irrazonablemente, que él no tenía necesidad de saberlo). Esto significa también que, capitán o no, Bucher pudo entrar a esta parte del barco solamente con la autorización del oficial a cargo de ésta, un teniente de 30 años llamado Stephen Harris.
Luego había una condición física del barco. El Pueblo era de 176 pies y 935 toneladas, barco de carga de la Armada, que también había prestado servicios como buque mercante sur-coreano. Cuando Bucher tomó su mando, el buque estaba siendo sometido a reparaciones por 4,5 millones de dólares, para convertirle en la última palabra en cuestión de barcos espías equipados electrónicamente.
Pero antes de dejar el astillero la reparación del Pueblo fue acortada a un millón de dólares, por órdenes originadas en algún lugar del laberinto de Washington, tal vez, en primer lugar, como un corte del presupuesto. Entre otras cosas, esto hizo que el buque partiera para Japón sin el moderno equipo de destrucción de sistemas, requerido para evitar que su secreto y multimillonario equipo cayera en manos enemigas.
Bucher declaró que la falta del sistema destructor fue una de sus mayores preocupaciones, y que en un punto, todavía en Japón, trató vanamente de conseguir 50 libras de cartuchos de TNT para confeccionar por su cuenta un sistema estilo hágalo usted mismo.
En síntesis, el Pueblo estaba simultáneamente sirviendo a dos jefes; su sistema destructor consistía apenas en 50 granadas de percusión, unas pocas hachas de incendio, algunos martillos y dos anticuados destruyepapeles, cada uno de los cuales necesitaba un cuarto de hora para incinerar una pila de papel de veinte centímetros. Su armamento no era mucho mejor: dos cañones, algunas granadas, diez revólveres y una carabina. El aviso de operaciones de Bucher, por otra parte, excluía la posibilidad de que se pudiera esperar alguna ayuda real en caso de apuro.
En esas precarias condiciones, el Pueblo levó anclas hacia el frío, el 11 de enero de 1968, llevando 83 espías a bordo, para vigilar una costa hostil y recoger la información que pudiera alimentar los aparatos de Inteligencia, de regreso a Washington. En los primeros días hubo nevadas, ocasionales fuertes vientos y temperaturas muy bajas; pero la misión proseguía normalmente, con sus ultra sofisticados equipos electrónicos y fotográficos de millones de dólares de valor: algunas de sus cámaras podían fotografiar la antena de un barco a 5.000 yardas.
Bucher tenía dos objetivos principales: uno —que él esperaba, realizar antes del fin de su crucero— era espiar las operaciones navales soviéticas en el estrecho de Tsushima; el otro, moverse a lo largo de la costa de Corea del Norte registrando las trasmisiones en radio y radar de los cuatro mayores puertos.

Operación Disimulo
De acuerdo a las instrucciones que se le habían dado cuando partió, Bucher hizo lo posible por ocultar su misión, fingiendo comandar un barco civil comprometido en un rutinario estudio oceanográfico. La tripulación no usaba uniforme, sobre o bajo cubierta. Bucher mismo iba vestido con pantalones comunes, una campera de cuero y un sweater blanco de lana, que lo asemejaba a un esquiador noruego. La bandera norteamericana no estaba desplegada, y las armas del Pueblo, pobres como eran, estaban cubiertas por lonas, frecuentemente invadidas por el hielo.
El 22 de enero, aproximadamente a mediodía, dos "barcos pesqueros", pintados de gris, comenzaron a navegar alrededor del Pueblo. A pesar de que estos buques estaban manejados, según las palabras de Bucher, por pescadores orientales comunes, el Comandante estaba convencido de que había sido descubierto. Ordenó a su radio operador que rompiera el silencio y enviara un mensaje a Japón. Por alguna razón no conocida, pasaron 14 horas antes de que el radio operador pudiera comunicarse con Japón y transmitir el reporte.
De aquí en adelante la acción se movió rápidamente. Poco después de las 12 del día siguiente, más o menos ocho horas después de que la señal de radio de Bucher llegara a Japón, el oficial de cubierta, cabo Charles B. Law Jr., telefoneó a Bucher y le avisó que un barco avanzaba a gran velocidad. Bucher ordenó un chequeo de su propia posición de radar: estaba a 15 ó 17 millas de la tierra más cercana y a doce del límite exterior de Corea del Norte. "Desde el puente pude ver que el visitante era un buque de modelo soviético, un contratorpedero, llevando la insignia de la marina norcoreana."
El contratorpedero comenzó a navegar en círculo y con la tripulación en cubierta, manejando cañones de 57 mm, armas y carabinas. A pesar de ello, Bucher pensaba todavía que era todo una cuestión de rutina.
Unos pocos minutos después, sin embargo, el otro buque izó una señal internacional, que decía: "¿Cuál es su nacionalidad?". "Mi respuesta a esta señal —certificó Bucher— fue izar la bandera de los EE.UU., mi insignia." Esto produjo un gran, movimiento en el puente, del barco comunista. El siguiente mensaje era previsible: "Ríndase o haré fuego", decía. Bucher respondió: "Estoy en aguas internacionales", y le preguntó al oficial ingeniero James Lacey si el Pueblo podría ser echado a pique. Lacey respondió que llevaría mucho tiempo, y de todas formas los buques estaban a sólo 180 pies del fondo del mar: hundir el barco no cumpliría su cometido, ya que el enemigo podría recobrar su contenido con buzos.
En tanto, el so-1 soviético había botado cuatro lanchas, una de las cuales enfiló tras el Pueblo con armamentos en cubierta. Bucher ordenó marchar a aguas profundas y alzar una señal que decía: "Gracias por su consideración. Estoy despejando el área". Pensó que este mensaje confundiría a sus perseguidores, que ahora habían aumentado a seis unidades. En cuanto el Pueblo se movió, sin embargo, uno de los buques le apuntó su cañón y nuevamente izó la señal de "Ríndase o haré fuego".
"Ignoré esa señal —testificó Bucher— y continué mi marcha a velocidad rápida"': segundos después, el buque enemigo abrió fuego. Una cantidad de balas tocaron al Pueblo, dañando su radar, mástil de navegación y señales, e hirieron levemente a Bucher y otros tres, que se encontraban en el puente. El comandante telefoneó entonces, y ordenó la inmediata destrucción del equipo y material del barco. Desde el Centro de Investigaciones, el teniente Harris informó que ya había comenzado el proceso.
Mientras tanto, los buques enemigos continuaban atacando con fuego de cañón: Bucher no tuvo más remedio que parar. "Decidí en ese momento —dijo a la Corte— que si la destrucción se estaba realizando satisfactoriamente, yo rendiría el barco. Cualquier resistencia hubiera terminado con la muerte de toda mi tripulación."
Después de un par de triquiñuelas más, el Pueblo no tuvo otra salida que seguir a sus captores sin haber conseguido aligerarse totalmente de su valioso material. El último mensaje que captaron en la base, decía: "¿No se las podrían ingeniar para darnos alguna ayuda? Estos tipos dan mucho trabajo".
Fue en el cuarto día de su investigación cuando el comandante volvió a relatar los meses de cautiverio que siguieron al brutal trato sufrido en manos de los norcoreanos: el demonio particular de Bucher fue un coronel norcoreano, al que la tripulación bautizó Super C.
La confrontación de Bucher con Super C y "Wheezy, el intérprete, llegó unas 24 horas después que la tripulación del Pueblo fuera aprisionada en Wonson. Bucher fue llevado a una sala de interrogatorios donde le presentaron una confesión. Si firmaba el documento, le dijo Super C, él y sus hombres volverían a casa rápidamente.
Pero Bucher se negó a firmar. "Me dieron 2 minutos para firmar o morir —contó—. Yo estaba de alguna forma tranquilizado ante la perspectiva de morir sin ser torturado: sabía que por la tortura es posible hacer decir a alguien cualquier cosa."
Aquí Bucher hizo una pausa: hablaba pesadamente, y los sonidos eran recogidos por un micrófono. Intentó continuar y clavó sus dedos en la palma de la mano. "¿Le gustaría un receso ahora?", le preguntó el asesor, capitán Newsome.
"No, señor —contestó el comandante—. Tengo que seguir con esto ahora, si puedo. Estoy seguro de poder hacerlo." Hubo un largo silencio; Bucher tomó un vaso de agua, y continuó. Su voz se había tranquilizado.
"Estuve dos minutos en el suelo y me repetía una y otra vez la frase 'Te amo, Rose': pensé que esto me haría olvidar de lo que iba a sucederme." Detrás de él, Rose Bucher sollozó: el comandante se detuvo, mirando a los cinco almirantes, quienes por primera vez durante el proceso daban vuelta su cara para no enfrentarlo.
"Al fin de esos minutos —continuó— me preguntaron nuevamente si estaba listo para firmar, y yo contesté que no firmaría. Luego, Super C le dijo al oficial que estaba a mi lado que se moviera, así cuando yo recibía el tiro en la cabeza no corría riesgo de ser herido. "Mate al hijo de perra", ordenó. El revólver estaba gatillado y el intérprete me dijo: "Bueno, esto es un aviso: tendrá otros dos minutos". Esperé tontamente que me mataran, pero cuando el arma bajó, presumiblemente para colocar otra bala, yo no oí ningún ruido: comprendí entonces que era un juego que me estaban haciendo; que no me iban a matar. Pasaron los dos minutos y volví a negarme: el coronel dijo que yo no valía una bala, y me dejaron inconsciente a golpes. Luego me llevaron a mi habitación y me tiraron en la cama. Pedí permiso para ir al baño, y marcharon conmigo a la cabeza: todo lo que pude orinar fue sangre."
Otra larga pausa siguió: todos los oyentes estaban llorando sin disimulo.
"A las diez de la noche —siguió Bucher—, Super C y sus hombres volvieron: estaban armados y me dijeron que me iban a demostrar lo que hacían con los espías. Fui arrojado a la mitad de una escalera y luego abajo, contra el semibasamento. Un sur-coreano estaba con una correa en el cuello, atado a la pared. Me explicaron que era un espía. Estaba vivo, pero había pasado por terribles torturas. Tenía una fractura en el antebrazo derecho, con el hueso afuera. Estaba desnudo hasta la cintura y completamente mordido."
Nuevamente Bucher se detuvo para limpiar sus lentes: "El labio inferior —dijo con esfuerzo— colgaba de un costado de su boca. Le habían sacado el ojo derecho. Su cara estaba destrozada, pero expuesta bajo tres luces. Me llevaron de vuelta a la sala de interrogatorios y me preguntaron si yo sabia que era responsable de la vida de mi gente: me di cuenta de que era necesario para ellos obtener cualquier tipo de confesión para justificar su acción. Me dijeron: «Mataremos a su gente delante suyo, uno por uno, hasta que usted firme: si no lo hace, tenemos los medios para persuadirlo». Yo no estaba preparado para ver morir a mi gente. Dijeron que iban a comenzar con el más joven, y seguirían en orden, y yo estaba convencido de que lo harían, por que eran animales. No estaba preparado para este tipo de tortura mental. Estaba seguro de que ellos necesitaban la confesión, y de que matarían a mis hombres. Les dije que iba a firmar y lo hice. Luego me llevaron a mi habitación. Trajeron comida, huevos y otros alimentos. No los toqué".
Cuando se encontró solo en su habitación, Bucher tuvo remordimientos por lo que había hecho. Contó a la Corte: "Intenté ahogarme en el agua, pero no puede hacerlo..." Posteriormente trató otra vez de matarse, tirándose desde la ventana de su celda, en un tercer piso, pero estaba tan rígidamente vigilado que tuvo que desistir de la idea.
Corea ganó sin duda un valioso premio con la captura del Pueblo, incluyendo el equipo electrónico y los documentos calificados que se encuentran a bordo, y consiguió un notable triunfo político con la confesión de espionaje. Aún no han declarado todos los testigos en el edificio de Coronado, y es probable que la Marina deba, finalmente, poner a Bucher ante una Corte Marcial.
El comandante pudo confortarse, sin embargo, la semana pasada, con un mensaje que recibió en el propio edificio de la Corte. Venía de parte de su tripulación, y decía: "Querido capitán: hemos hecho esto juntos y lo terminaremos juntos. Firmado: Los bastardos de Bucher". 
Copyright Newsweek, 1969
PRIMERA PLANA
4 de febrero de 1969