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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


El legendario barón Megata

revista mercado
26 de febrero de 1981

un aporte de Riqui de Ituzaingó


Luis Alposta

 

 

 

La historia del tango, fuera de los límites de Buenos Aires, se nutre de no pocas invenciones: todavía las fábulas del cabaret El Garrón de París exageran fintas imposibles de bailarines también imposibles. La curiosa línea del destino, en los últimos años, ha propuesto para ese mismo tango otro puerto de fábulas: Japón, como si fuera una esquina cercana y no un país remoto separado del nuestro por océanos, casas de té y samurais. Un médico argentino, Luis Alposta, especialista en gerontología, ha resuelto volcar en un libro la historia del tango, a partir del primer eslabón, en el país de los cerezos. Alposta tiene cuarenta y tres años y es desde hace más de diez, miembro de la Academia Argentina del Lunfardo. Varios de sus tangos, compuestos a lo largo de estos años — "Poema cero", "El jubilado", fueron musicalizados y cantados por Edmundo Rivero, a quien lo une una gran amistad.

Vínculo que también lo unió con otros porteños afines a la noche y al tango: Barquina y Julián Centeya. Un libro de cuentos —"Trece historias a muerte para leer de un saque" — , y varios de estudios y ensayos como "Los bailes del internado" o el próximo a aparecer "Geografía íntima de Villa Urquiza", revelan la inclinación porteña de este médico que confiesa: "a los trece años escribía poemas y los recitaba en el programa 'Juancho' que se difundía por la desaparecida Radio Libertad. A los catorce le entregué a Francisco Canaro un tango dedicado a mi barrio, Villa Urquiza. A los diecisiete, estudiaba mi carrera de medicina noche a noche en las mesas de los cafés hasta la madrugada y dormía de día. Hace unos años, como médico del equipo de fútbol amateur de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires,conocí Japón. Aquí empezó la otra historia, la que voy a contar en un libro que se editará en Tokio y que habla de cosas y hechos que casi nadie sabe o divulgó".
Fue en París donde nace la puntada inicial de este entretejido enmarañado y confuso de cómo llegó el tango al Japón. Fue en París y muy probablemente por los años veinte. "Había un barón, Tsunami Megata, que decidió operarse de una afección de la piel y viajó para eso a París, dice Alposta. Pero, Megata en vez de operarse se entretuvo en los cabarets, descubrió su afición por el tango y adquirió fama entre los asistentes. Una descripción formal del barón —continúa Alposta — , lo mostraría así: delgado, de modales aristocráticos y elegancia atractiva, culto, deportista (conducía aviones y llevó a Japón la primera motocicleta Harley Davidson) y sobre todo, dueño de una gracia viril para bailar el tango." Para algunos, sin embargo, la difusión del tango en Oriente se debe a que unos viajeros hicieron conocer allá grabaciones primitivas de Greco y Juan Maglio Pacho. Para Alposta, el barón Megata, después de seis años de impenitente vida noctivaga, se fue con su destreza de bailarín a Tokio y creó allí una singular academia donde se enseñaba gratis a bailar.
Es el año 1926. En París seguían tocando las orquestas de Pizarro y Bianco-Bachicha, con las cuales había bailado el barón japonés. "Era una especie de Jorge Newbery oriental. Cuando llegó a Tokio llevando los primeros discos de tango grabados en Francia, Megata, sin saberlo,estaba produciendo la apertura de un mercado, que al cabo de todos estos años ha colocado al Japón como el primer consumidor de nuestra música popular" reflexiona Alposta.
Lo de Megata es lo que puede probarse, lo que está escrito en revistas de Japón y lo que todavía confirman testigos y discípulos del desaparecido barón. Por entonces, a los japoneses les quedaba una duda: la de que el tango era de origen francés y acentuaba la difusión de ese error la impresión de los discos en Francia. Por eso no fue de extrañar que hacia 1930 se formase en Tokio la primera orquesta de tangos compuesta por músicos japoneses y dirigida por un eximio celtista y que esa orquesta llevara este nombre: "La Montparnase tango band". Pero un hecho curioso, un error de envío, cambió el curso de la historia. Según las investigaciones de Alposta, el productor Juan Mori mandó pedir a la Argentina grabaciones orquestales de tango y con las cajas, por error o por viveza (vaya a saberse), recibió varios discos cantados. Uno de ellos era el de Rosita Quiroga, otro era de Andrés Chazarreta, que fue el primer paso del folklore nativo en esas latitudes. Junto al ingreso del tango cantado, en el disco, aparece paralelamente otro suceso en el cine: se estrena la película "Luces de Buenos Aires" interpretada por Carlos Gardel y Sofía Bozán.
El tango va difundiéndose, el entusiasmo se multiplica y en 1936 se forma la primera orquesta al estilo argentino dirigida por un eximio bandoneonista, Kitutaro Kakashi. Por esa época la Víctor y la Columbia editan en Tokio álbumes de tangos con agrupaciones y cantantes argentinos utilizando, claro, matrices traídas de Buenos Aires. En 1943 llega la guerra. Al prohibirse la difusión de la música norteamericana, el tango acentúa su difusión y popularidad durante el conflicto. Y al final de la guerra dos tangos interpretados por la orquesta de Aníbal Troilo, Patético y Una lágrima tuya, causan sensación entre los japoneses y se convierten en un éxito. "A partir de aquí, relata Alposta, comienzan a surgir las tanguerías, muchas de las cuales existen hoy, como Chiqué o La Candelaria donde recientemente estuviera el Presidente Videla durante su visita a Japón.
Fueron famosas las tanguerías Canaro, El Llorón, Felicia, etc. Y famoso también el tango Adiós Pampa Mía que cuando se conoció en Tokio hacia 1946, hizo llorar al empresario Tadao Takahashi un apasionado del tango. El registro era de Aníbal Troilo y cantaban a dúo Edmundo Rivero y Alberto Marino." Enseguida el entusiasmo generó la formación, esta vez, de la orquesta de tangos más calificada de Japón: la que dirige el bandoneonista Hayakawa, el esposo de la cantante Ranko Fujisawa, conocida por su actuación en Buenos Aires años después. Fue recién en 1954, con la apertura de la importación de bandoneones alemanes Doble A, los más cotizados, que en Japón se acentuó la inclinación por tocar ese instrumento, tan popular entre nosotros.
"Y es la época de un hecho trascendente — continúa Alposta —. Llega a Tokio la primera orquesta argentina, en vivo y en directo: la de Juan Canaro, no Francisco sino su hermano. Lleva como cantantes a María de la Fuente y Héctor Inzúa y a una pareja de bailarines, los hermanos Lo Bello. El recibimiento que les hicieron fue excepcional. Las crónicas hablan de que los integrantes de la orquesta paseaban por las calles aledañas a las salas donde actuaban en coches descubiertos, bajo una lluvia de papelitos de colores. Nuevamente Takahashi, el empresario apasionado del tango, fue el encargado de presentar al conjunto en un teatro repleto hasta lo incalculable." A partir de aquí la historia contemporánea no tiene grietas: decenas de orquestas e intérpretes visitaron Japón. Hay nombres, como el de la cantante Graciela Susana, quien desde hace diez años se ha convertido en el máximo boom de nuestra música allá; ha llegado — dicen— a vender más discos que los Beatles.
Aparecen otros cultores del tango en Tokio, estudiosos, hombres de empresa como Yoyi Kanematzu, licenciado en letras y propietario de la más importante empresa de cosmética de esa ciudad. O Yoshio Nakanishi, quien junto a aquél funda la revista mensual de música indoamericana donde se da preeminencia al tango. La tirada de esta revista se calcula en veinte mil ejemplares. El caso de Kanematzu también llamó la atención de Alposta: obligado anfitrión de cuanta orquesta o intérprete visita Japón, este empresario organiza invariablemente un asado "a la argentina" en su casa, lo que teniendo en cuenta el costo de la carne en Japón, supone un homenaje desusado. Además, Kanematzu, sabe trescientos tangos de memoria y los canta y los traduce. Y fue él — informa Alposta— el cicerone e intérprete de Borges en Japón durante su visita de hace dos años, de la que se recuerdan dos insignificantes detalles que pintan al escritor: no habló mal de Gardel sabiendo que para los japoneses es un ídolo y pidió que no lo llamasen Jorge sino Luis, ya que en japonés suena mejor. La labor del médico argentino no cesa: un día descubrió la existencia de un raro taxímetro pintado de celeste y blanco y con una inscripción en la luneta de atrás que dice: "Noches de Buenos Aires". El conductor es japonés, tiene una colección de más de doscientos cassettes de tango que va alternando durante los viajes. En algunas casas de tangueros, sobre el televisor más moderno, aparece el retrato de Carlos Gardel con su infaltable sonrisa. Cuando actúan allá Horacio Salgan, Osvaldo Pugliese o José Basso, asisten a veces hasta tres mil personas por función. "No nos olvidemos — dice— que hay por lo menos dos o tres millones de personas a las que les gusta el tango. Aunque debo reconocer que los más entusiastas son en general los de más edad, rara vez los muy jóvenes."
Mientras tanto, Ranko Fujisawa se ha retirado. Un libro de memorias circula entre los fanáticos: "Una extranjera en el tango", escrito por ella, donde cuenta sus experiencias con nuestra música y su paso del canto lírico al popular. Las peñas organizan reuniones donde hay bandoneones, cantores espontáneos, bebedores de sake y de whisky caliente y bailarines que pretenden emular al célebre Megata.
Y ante la pregunta elemental de por qué, finalmente, gusta tanto el tango en Japón, Alposta, abandonando su carril de estudioso cede ante lo emotivo y dice: "porque como me dijo una vez Yoyi Kanematzu: no hay que dar tantas vueltas, les gusta, porque es una música que se mete en el corazón". 
Orlando Barone