Volver al Indice

crónicas del siglo pasado

 

Yo inventé a Greta Garbo

"No era linda -dice Mimí Pollak, una antigua amiga de Greta Garbo—, ni siquiera tenía gracia, menos aún elegancia, y parecía descuidada: sin embargo, iba a pasar a la historia como el "rostro más hermoso del siglo". En la escuela de arte dramático nunca consiguió alguno de los primeros puestos, y en ningún momento mereció menciones particulares; pese a lo cual todo el mundo reconoce que es la más grande actriz que haya tenido el cine. Tenía un algo misterioso, un encanto inexplicable que atraía magnéticamente.
Por MÁXIMO MAURI


Revistero

 


 


Greta Garbo creó al tipo de la actriz atormentada, misteriosa, llena de problemas, e impuso su carácter a todo Hollywood. "Vanity Fair" publicó, en 1932, bajo el título "Y luego vino la Garbo", una serie de fotografías de Joan Crawford, Tallulah Bankhead, Katherine Hepburn, Marleen Dietrich, para mostrar cómo eran tas actrices antes de la llegada de la "diva" sueca: deportivas, desenvueltas, alegres. Luego, fotografías de las mismas actrices después de la llegada de Greta Garbo: con largas pestañas fatales, en actitudes y poses reservadas y pensativas.





Primera hacia la derecha

A los doce años, Greta Garbo ya tenía "algo"; en sus ojos azules se podían apreciar ya claramente los signos de su encanto poco común

 

 

HAY millares y millares de Gretas en Estocolmo, y los Gustavsson de Suecia se cuentan por centenares de miles. Es algo como llamarse, en la Argentina, Juana Rodríguez. Pero aquella Greta Gustavsson, hija de un modesto empleado de los servicios municipales de limpieza, que vivía en Blekingatan 34, en la parte sur de Estocolmo, a los doce anos ya tenía "algo", dicen sus antiguos amigos de la infancia. Era una niña de cabellos de oro fino, con piernas largas y delgadas, una boca delicada, obstinada. Se peinaba con los cabellos levantados sobre la nuca, para aparentar unos años mas. La madre protestaba. Greta ni siquiera le contestaba. Ya vivía en la infancia una vida suya, una vida altanera, pagada de si misma. Ya se podía leer en sus ojos azules, profundos, que lo miraban a uno sin una palabra, llenos de un inconmensurable desdén, el complejo de superioridad que la acompañaría durante toda su vida. Una noche, durante tos años de la primera guerra mundial, la señora Gustavsson encontró en la escalera a Sven Kihlberg y varios amigos que se dirigían a una fiesta con baile al aire libre, a la cual debía concurrir también Greta. Es costumbre en Suecia. aún hoy en día, que muchachos y chicas vayan a bailar sin ser acompañados, sino cada uno por su cuenta. Kihlberg tenia entonces dieciséis años, y Greta sólo trece, pero aparentaba, gracias a varios artificios, la misma edad que Kihlberg. La señora Gustavsson les recomendó a los muchachos: "Chicos, háganme un favor. A las diez, recuérdenle a Greta que vuelva a casa, no la dejen quedarse más tarde". Los muchachos prometieron hacer todo lo posible.
Pero cuando, al tocar las diez, se acercaron, durante una pausa entre dos danzas, a la jovencita y comenzaron tímidamente: "Greta, ya es ahora de volver a casa. Tu madre nos dijo...", ella volvió lentamente la cabeza como una reina molestada por los cortesanos, mantuvo a los muchachos durante cinco segundos eternos tajo su pesada mirada azul y dijo luego, con una voz cargada de anos, sabiduría e infinita tolerancia: "Está bien, muchachos. Yo sé lo que tengo que hacer".
Volvió a su casa después de la medianoche. Al día siguiente, Sven y sus compañeros no tuvieron ánimo, cuando encontraron a la señora Gustavsson y ésta los reprendió, de contarle como habían sucedido las cosas. Dijeron: "Perdónenos, señora Gustavsson, nos hemos olvidado. Estábamos bailando y se nos pasó la hora".

UNA MUCHACHA CONTRADICTORIA
Los amigos de la infancia de Greta la recuerdan como una muchacha muy solitaria, en aquellos días, a veces casi salvaje: no quería ver a nadie, nunca se reía, y finalmente evitaba la compañía de los muchachos de su edad. Nadie recuerda que haya tenido algún "flirt", cosa tan común en los países del norte a esa edad. Y nadie recuerda el nombre de alguna amiga suya. En realidad, no tenia amigas ni "boy-friends". A veces, cuando creía que nadie la veía, se vestía de gran dama: hasta en la calle se echaba a caminar como las actrices en las películas melodramáticas de aquella época. Cuando alguien se burlaba de ella por sus disfraces, ni siquiera le contestaba.
Otras veces, en cambio, aparecía completamente cambiada: llena de vida, espontánea, con iniciativas, vitalidad, fuego ("a la manera latina", según Kihlberg). Todos sus amigos de entonces están seguros de que ya en aquellos tiempos habla entrado en la cabeza de Greta la idea de ser actriz. Recuerda cómo, ciertas noches, entre gente de su edad o aun mayor que ella, escuchaba a los demás conversar durante horas, en silencio, aparentemente indiferente. Pero cuando se llegaba a hablar de teatro, entonces se le iluminaban los ojos, levantaba de repente la cabeza y escuchaba, siempre en silencio, pero fascinada.
Unos anos más tarde (podía tener entonces quince o dieciséis, había engordado y estaba casi regordeta, pero la boca era siempre delicada y el azul de los ojos, profundo, intenso, frío), los viejos amigos la recuerdan, apoyada, noche tras noche, contra el palco escénico del restaurante Mosebach, sobre el cual se presentaba en distintos números de variedades el actor danés Carl Brisson. Brisson cantaba antiguas canciones populares de su tierra y zapateaba. Debió de ser el primer ídolo en la vida de Greta adolescente, quizá su primer amor: la chica parecía fascinada por él. Todas las noches, durante todo un verano, se quedó apoyada contra el palco escénico para contemplarlo, seguirlo, hechizada, con una mirada alucinada.
Finalmente, ingresó en la Escuela del Teatro Dramático de Estocolmo. Tenía dieciocho años. Entonces era una verdadera mujer. No era linda, ni siquiera tenia gracia, pero había "algo" en ella: algo difícil de explicar, pero ciertamente algo que de inmediato hacia caer sobre ella la mirada turbada de un hombre, la ojeada sospechosa de una mujer. Tenía una silueta espléndida: alta, delicada y dulcemente rellena al mismo tiempo.


SOLITARIA Y HURAÑA
Sin embargo (dice su inseparable amiga de aquellos anos, Mimí Pollak, que hoy día es directora del Dramaten de Estocolmo), había efectivamente en ella "algo" especial. En la escuela de arte dramático, nunca consiguió uno de los primeros puestos. Mimí Pollak recuerda que Greta era tímida, a veces casi espantada por la idea de conocer a gente nueva; esta sauvagerie es una característica permanente de la Greta de todos los tiempos. Aún más tarde, en la cumbre de su fama, Garbo será siempre una mujer esquiva, que tendrá un miedo íntimo a los rostros nuevos, a las nuevas amistades, amante de la soledad hasta la hurañería. Con sus compañeros, con Mimí, con otros pocos amigos, un día es explosiva, alegre, divertida. Al día siguiente, en cambio, parece deprimida, melancólica, indiferente, aburrida. Nunca fué muy "buena", nunca mereció menciones particulares —repite Mimí Pollak—, pero a los dieciocho años tenía ya su voz profunda, llena de encanto, y los profesores y compañeros de estudios la escuchaban recitar con mucho gusto.
Quizá fué por aquella voz, o quizá por ese "algo" que había detrás de aquella voz y por esa mirada, que Gustav Mollander (hoy director cinematográfico, pero entonces profesor en el Dramaten) le indicó a Greta Gustavsson a su amigo Mauritz Stiller, quien le pedía una muchacha para "La saga de Gosta Berling". Stiller vio a la muchacha, le gustó, pero le dijo en seguida: "Proken Greta (señorita Greta), no es posible que usted debute en cine con ese apellido suyo. Tendrá que encontrar otro".
Greta le pidió consejo a Mimi Pollak: "Mimí, quieren que yo cambie mi apellido y tienen razón. Pero yo quiero un nombre y un apellido que tengan la misma G inicial de mi nombre y apellido reales: no tengo dinero para hacer cambiar las marcas en todo mi ajuar". Fué entonces cuando Mimi le sugirió el apellido Garbo. Greta lo aceptó en seguida. "¿Pero por qué justamente Garbo?", preguntó a Mimí Pollak. "Oh, no sé —contestó—; fué el primer apellido que me pasó por la cabeza". Era en el año 1923. Greta aún no tenia veinte años. Un año más tarde, salía para Norteamérica con Stiller.

NUNCA TUVO AMIGOS
A Estocolmo, a Suecia, volvió raras veces, siempre más raras. Actualmente hace ya más de quince años, desde antes de la última guerra, que no ha vuelto aquí. No tiene ya a nadie: su padre ha muerto; su madre vive en Norteamérica; su hermano Sven (que hasta hace poco trabajaba en una firma cinematográfica norteamericana de Estocolmo) ha sido trasladado a Canadá; su hermana Alva, una mujer estupenda, bastante más hermosa que Greta, murió hace varios años de tuberculosis. Nunca ha tenido muchos amigos y amigas. Quizá la única verdadera amiga que le queda aquí en Suecia sea Mimí Pollak. No hay nada más que la atraiga hacia su patria, hacia su pueblo, a una solitaria e individualista como Greta Gustvasson.

BUENA ADMINISTRADORA
También otra faz del carácter de la Garbo que ha sido puesta de relieve: nunca ha sido generosa en materia de dinero. El hecho de haber pensado en conservar las iniciales G. G. de su propio nombre y apellido para no tener que cambiar las marcas de su ajuar en una oportunidad tan excepcional como su debut en la pantalla, constituye un episodio revelador. Quizá esta mezquindad congénita —piensan sus amigos— se deba a penosos recuerdos de su infancia, a la pobreza de su familia y al modesto departamento de Blekingatan 34. Nunca hizo regalos a nadie. Pero aún en esto se comportaba de modo extraño: aun cuando por regla general no sacaba nunca un centavo de su bolsillo, a veces le ocurría querer pagar por todo el mundo. Insistía obstinadamente, hasta que los demás, embarazados, cedieran.
Un último episodio. La segunda vez que volvió a Suecia después de su triunfo en Norteamérica, consiguió desembarcar en Malmo sin ser reconocida, esquivando a los periodistas. En aquellos días, la casa de los Pollak se transformó en un infierno: periodistas, amigos, conocidos, desconocidos, llamaban día y noche por teléfono, suplicando a Mimí y a su marido que revelaran dónde se había refugiado la artista. Pero ni Mimí ni su esposo sabían nada. Finalmente, el señor Pollak, furioso, para deshacerse de alguien que ya la había importunado varias veces, le gritó en el teléfono: "Greta se encuentra en Granna. ¡Vayanse todos al diablo!".

INSTINTIVA DEFENSA
Cabe Indicar que Granna es un pequeño y gracioso centro turístico, al norte de Estocolmo, famoso por sus deliciosas peras. Por lo tanto, en Suecia, decir de alguien: "Se fué a Granna para esperar que maduren las peras", equivale a decir que no se sabe nada de la mencionada persona (y que no se quiere saber nada de ella). Unas semanas más tarde, finalmente, Greta dio señales de vida a los Pollak. Estos le contaron el asalto telefónico y le preguntaron: "¿Pero dónde te habías escondido?". Y Greta contestó, con toda seriedad y en su tono de voz más profundo: "Pero en Granna, naturalmente".
Comenta Mimí Pollak: "Siempre ha sido así, desde que la conocí cuando éramos adolescentes. Melancólica, huraña, "osa", temiendo a la muchedumbre y la publicidad. Su sauvagerie nunca ha sido una actitud, sino sólo una instintiva necesidad de defensa".
revista vea y lea
17-03-55